– Mi hermano podría haber muerto por culpa de tu codicia.

Gordon hizo una mueca.

– Supuestamente, tu hermano debería haber muerto. Y supuestamente yo solo tendría que haber recibido un mero rasguño.

Nathan comprendió entonces y entrecerró los ojos.

– Y supuestamente yo tendría que haber resultado ileso, haciendo caer sobre mí todo el peso de la culpa. ¿Cuánto pagaste a Baylor para que traicionara la misión?

– Demasiado. Y el maldito bastardo lo echó todo a perder. Se largó con mi dinero y con las joyas. En cuanto me recuperé de la herida de bala, le busqué por todas partes. Y cuando ya había perdido la esperanza de encontrarle, a él o a las joyas, apareciste tú. En cuanto me enteré de que Wexhall enviaba a su hija a Cornwall, supe que algo estaba en marcha.

– Fuiste tú quien registró las pertenencias de lady Victoria.

– Sí. Desgraciadamente, no encontré lo que buscaba.

– Y tú quien contrató a aquel rufián que nos robó en los bosques.

Gordon rió entre dientes.

– Qué inteligente de tu parte llevar encima una nota falsa, Nathan. Inteligente, pero exageradamente molesto. Desperdicié toda una semana yendo tras las pistas falsas.

La mirada de Nathan se desvió brevemente hacia Victoria, quien le miraba con ojos solemnes.

– El bastardo al que contrataste a punto estuvo de matar a lady Victoria.

Desafortunadamente, Gordon no siguió la dirección de su mirada, tal y como Nathan había esperado.

– Si eso te hace sentir mejor, debes saber que nunca volverá a hacer daño a nadie.

– Me quitas un tremendo peso de encima -murmuró Nathan-. No es posible que esperes salirte con la tuya.

– Al contrario. Estoy convencido de que así será. Nadie contradecirá la palabra del barón de Alwyck.

– Yo lo haré.

Una desagradable sonrisa curvó los labios de Gordon.

– Los hombres muertos no pueden contar historias, Nathan. Ahora dame las joyas.

– Si vas a matarme de todos modos, ¿por qué debería hacerlo?

– Porque si haces lo que te digo, dejaré vivir a tu padre. Si no, me temo que le espera un trágico accidente. Ahora coge las joyas muy despacio y tíramelas. Después, vuelve a ponerte las manos sobre la cabeza. Tendrás una sola oportunidad de ejecutar un suave y certero lanzamiento que me llegue a las manos sin problemas. Si fracasas en el intento, lady Victoria habrá espirado su último aliento.

Nathan cogió del suelo la valija de cuero y se la lanzó ágilmente a Gordon, quien la atrapó con la mano que tenía libre. Levantó la valija arriba y abajo varias veces, comprobando su peso, y una lenta sonrisa le curvó los labios.

– Por fin -dijo-. Y ahora…

– No había necesidad de disparar a lord Wexhall -se apresuró a decir Nathan, agarrándose las manos sobre la cabeza.

Una mirada de absoluto fastidio asomó a los rasgos de Gordon.

– Tiene exactamente lo que se merece. Sabe Dios lo que estaría haciendo hoy aquí. Buscándote, sin duda. De los tres, tú siempre fuiste su favorito. Nunca comprendí por qué. Nunca comprendí por qué te dio a ti la oportunidad de recuperar las joyas.

Nathan se encogió de hombros.

– Porque creyó que yo necesitaba el dinero. De haber estado al corriente de tus dificultades económicas, estoy seguro de que te habría dado a ti esa oportunidad.

– Ahora ya no importa. Tengo las joyas.

Nathan bajó la mirada.

– Hum, sí. Sí, es cierto. -Dio una ligera patada a un lado con la punta de la bota.

Gordon bajó también la mirada y sus ojos quedaron prendidos en la sucia bolsa de terciopelo azul que Nathan tenía junto a la bota.

– ¿Qué es eso?

– Nada -respondió, apresurándose un poco demasiado en la respuesta.

Un jadeo escapó de labios de Victoria.

– No, Nathan -dijo en un siseo apenas audible-. Esas no.

Los ojos de Gordon se entrecerraron sobre Nathan.

– ¿Así que ocultándome algo, Nathan?

– No.

– ¿Otra bolsa de gemas?

– Estas piedras son mías -dijo Victoria con voz temblorosa.

– Qué codiciosa es usted, lady Victoria -dijo Gordon, chasqueando la lengua. Se colocó la valija de cuero bajo el brazo y señaló a la bolsa de terciopelo azul-. También me llevo esas, Nathan. Despacio y con suavidad, como antes.

Nathan dobló lentamente las rodillas, estirando el brazo hacia el suelo sin apartar en ningún momento la mirada de Gordon. Cuando se levantó, un espeluznante alarido de angustia salió de labios de Victoria. Distraído durante una décima de segundo, la mirada de Gordon se desvió hacia ella. Eso fue todo lo que Nathan necesitaba. Con la velocidad del rayo, lanzó el bolso de terciopelo azul lleno de piedras contra Gordon. La pesada bolsa le acertó en la sien con un repugnante golpe sordo y Gordon se desplomó. Nathan echó a correr, arrancándose el pañuelo del cuello.

– Mantén la presión sobre la herida, Victoria. Ahora mismo voy.

Ató con fuerza las manos de Gordon a su espalda con el pañuelo por si recuperaba la conciencia. Luego, después de quitarle la pistola, se volvió hacia Victoria y su padre.

– ¿Estás bien? -preguntó a Victoria, arrodillándose a su lado.

– Yo sí. Pero papá…

– Déjame ver. -Nathan apartó con suavidad las manos con las que Victoria seguía presionando el hombro de su padre-. Necesito que me traigas mi cuchillo. Luego quiero que recojas las joyas y nuestras herramientas.

Victoria, aunque tambaleándose, se levantó rápidamente y segundos después regresó con el cuchillo de Nathan, quien colocó a su padre boca arriba y le tomó el pulso. Fuerte y firme. Utilizó el cuchillo para desgarrar la chaqueta y la manga de la camisa ensangrentadas. Examinó a continuación la herida rezumante que tenía en el hombro y dejó escapar un suspiro de alivio.

– Es una herida superficial. -Miró el cardenal violáceo que lord Wexhall tenía en la frente-. Al parecer ha perdido el conocimiento al golpearse la cabeza contra el suelo.

– ¿Se pondrá bien? -preguntó Victoria, arrodillándose a su lado con los brazos llenos de las pertenencias de ambos.

– Sí. La herida no es más que un simple rasguño, y tiene la cabeza más dura que conozco. Sospecho que va a tener una espantosa jaqueca durante las próximas veinticuatro o cuarenta y ocho horas.

Como dando fe a sus palabras, Wexhall soltó un gemido. Victoria y Nathan bajaron la mirada.

– Ohhh, tengo un espantoso dolor de cabeza -murmuró lord Wexhall. -Parpadeó varias veces e intentó después esbozar una sonrisa a su hija-. Victoria -susurró.

– Estoy aquí, papá -dijo ella con voz contenida.

Nathan oyó entonces el sonido de cascos de caballos. Volvió a empuñar el arma y se asomó a mirar por la esquina del muro semiderruido. Segundos más tarde, Colin apareció a lomos de su caballo, seguido por un hombre al que Nathan identificó como el magistrado local.

– ¿Llego demasiado tarde? -preguntó su hermano, desmontando antes incluso de haber detenido del todo su caballo.

Nathan sonrió.

– Justo a tiempo.

Varias horas después, Victoria estaba de pie junto a la cama de su padre, tomándole la mano. Lord Wexhall, apoyado en un montón de mullidas almohadas, lanzaba miradas asesinas al grupo que estaba alrededor de la cama.

– Os agradecería que dejarais de mirarme así -gruñó-. Estoy perfectamente. -Más que sus palabras, fue la impaciencia contenida en su voz la que permitió a Victoria asegurarse de que decía la verdad-. Si no me creéis, preguntádselo a mi médico -prosiguió, señalando a Nathan con la barbilla-. Me han bañado y vendado como a una momia, y me han dicho que tengo que echarme una siesta. Mis heridas solo parecen graves por culpa de estos malditos vendajes que me han puesto. Un cabestrillo para el brazo, vendas de algodón alrededor de la cabeza… menuda ridiculez. Pero si solo tengo un rasguño en el hombro y un golpe en la cabeza.

– Pues a mí me parece que con las vendas estás imponentemente guapo -bromeó Victoria-. Y del todo… indefenso.

– Justo como me gusta que me vean -gruñó su padre.

– Considérate afortunado, no sea que me vea tentada a darte tu merecido por haberle ocultado a tu hija tu vida secreta de espía.

– O a tu hermana -se quejó tía Delia.

– Victoria, Delia, no podía en ninguno de los casos contaros algo así. Era imperativo que mi identidad permaneciera en el más absoluto de los secretos. -Suspiró-. Naturalmente, ahora ya lo sabéis todo. Y eso me hace pensar que voy a jubilarme.

– Entiendo que no pudieras contarlo, papá -dijo Victoria, inclinándose para besarle la mejilla-. Estoy muy orgullosa de ti.

El color tiñó las pálidas mejillas de lord Wexhall.

– Gracias, querida. Y yo de ti. Ningún padre podría desear una hija mejor. -Cuando tía Delia se aclaró la garganta, el padre de Victoria añadió apresuradamente-: Ni una hermana mejor.

Todos rieron entre dientes y el padre de Nathan dijo:

– Bueno, yo personalmente estoy ansioso por saber exactamente cómo ha ocurrido todo esto.

– Creo que quizá debería empezar Colin -dijo Nathan-. Me interesa sobremanera saber los detalles de cómo encontró esto. -Sacó una hoja de amarfilado papel vitela del bolsillo del chaleco y tentó con ella a su hermano.

Las cejas de lord Sutton se arquearon bruscamente.

– ¿Dónde has encontrado esto?

– En el balcón de tu habitación. Debiste de perderlo durante tu visita nocturna de anoche.

Una mirada avergonzada cruzó el rostro de lord Sutton. Luego sonrió.

– Menudo descuido por mi parte.

– Sí. ¿A quién se lo robaste?

Nathan y su hermano intercambiaron una larga mirada. Luego lord Sutton dijo, bajando la voz:

– ¿Nunca has dudado de que se lo haya robado a alguien? ¿Nunca has creído que ordené que te lo robaran a ti?

– No.

– Tu fe en mí es más de lo que merezco.

– No estoy de acuerdo, pero podremos discutir eso después. Ahora, dime: ¿a quién se lo robaste?

– A un tipo llamado Osear Dempsy. Hace una semana estuve en una taberna de Penzance donde oí a un bruto sentado a la mesa contigua que fanfarroneaba de haber robado a un «medico y a una damita» un mapa del tesoro que planeaba vender por un buen precio. Por ser el caballero increíblemente inteligente que soy, sospeché que se refería a Nathan y a lady Victoria. Invité al tipo a varias rondas, dejé que me contara la historia de cómo los había acorralado en los bosques y de cómo había hecho a la damisela un pequeño corte con su cuchillo como recuerdo. Durante el relato, decidí liberarle de su mal adquirido botín. Me ausenté brevemente, atribuyendo mi ausencia a… hum… necesidades personales, y rápidamente copié la nota y el mapa. Cuando volví a reunirme con él, volví a meterle la nota en el bolsillo sin que se diera ni cuenta.

– Muy ingenioso -murmuró Nathan.

– Eso me pareció. Tenía intención de seguir a Dempsy para ver a quién le vendía la carta y el mapa, pero desgraciadamente estalló uno de esos alborotos típicos de las tabernas y en el barullo perdí al tipo. Prácticamente no me ausenté de la taberna durante los cuatro días siguientes, pero el hombre jamás regresó.

– Está muerto -dijo Nathan con una voz fría y monótona-. Gordon le mató. Probablemente ni diez segundos después de que el tipo le diera la carta. -Miró a su hermano-. ¿Por qué no acudiste a mí con esta información?

Lord Sutton se enfrentó a la mirada de su hermano.

– En cuanto me enteré de que de verdad eras tú a quien Dempsy había robado y lady Victoria a quien había herido, me di cuenta de que había cometido un error terrible al dudar de ti. ¿Por qué ibas a contratar a alguien para que te robara? Y supe, sin ninguna duda, que jamás harías nada que pudiera poner en peligro a lady Victoria. Decidí entonces que tenía que reparar la terrible injusticia que había cometido contigo.

Nathan miró a Victoria, quien asintió. Había estado del todo acertado sobre los motivos que habían llevado a su hermano a actuar como lo había hecho.

– Prosigue -dijo Nathan.

– Cuando decidí que Dempsy no iba a volver, a partir de la información que encontré en la carta y en el mapa que había copiado, cogí un barco que me llevó a las islas de Scilly e hice allí algunas investigaciones, aunque sin resultado. Me sorprendió encontrar allí a Gordon, sobre todo sabiendo como sé que se marea cuando viaja por mar y que odia el trayecto a las islas. Charlamos, pero lo encontré evasivo y, por supuesto, también yo lo estuve. Él regresó a Penzance conmigo y, aunque nos despedimos amigablemente, había levantado mis sospechas. Decidí regresar a casa anoche y dedicarme a escuchar un poco en secreto a ver de qué me enteraba. Quería saber si habías encontrado las joyas o si estabas cerca de lograrlo.

– Sin duda te enteraste de algo que te llevó a registrar mi habitación -dijo Nathan.

– Sí. Te oí mencionar el mapa cuadriculado. Cuando lo descubrí en el talón de tu bota (un buen escondite, por cierto), junto con la carta y el mapa, supe que había estado tras la pista equivocada.