– ¿Qué había en la bolsa que llevabas cuando saliste a hurtadillas de la casa? -preguntó Nathan.

Lord Sutton sonrió de oreja a oreja.

– Ropa limpia.

– Hum. ¿Y qué ocurrió después de que escucharas en secreto y de que robaras mis pertenencias?

– Volví a la posada de Penzance y me pasé toda la noche estudiando ese dibujo, aunque no logré descubrir dónde buscar. Pero entonces el destino decidió actuar en la persona de lord Wexhall. Esta mañana, justo después de desayunar, entró paseándose en el comedor. Se sorprendió tanto de verme como yo de verle a él.

El padre de Victoria retomó entonces el relato.

– Llegué anoche a Penzance con la idea de fisgonear por la zona antes de darme a conocer.

– Quien ha sido espía… -dijo Nathan con una sonrisa.

El padre de Victoria sonrió.

– Sí, es difícil cambiar los viejos hábitos. En cualquier caso, después de una breve discusión, Sutton me habló de su plan para recuperar las joyas y limpiar el nombre de Nathan. Saqué entonces la réplica del mapa que había escondido en el equipaje de Victoria… -Levantó la mirada hacia ella y esbozó una sonrisa avergonzada-. Lo siento, querida mía. -Tras aclararse la garganta, prosiguió-: Sutton me mostró la carta, el mapa y la cuadrícula que se había llevado de la habitación de Nathan. Enseguida quedó claro que, por alguna razón, su mapa era indudablemente distinto del mío.

La mirada de Nathan se clavó en Victoria, por cuyo rostro ascendió una oleada de calor.

– Ya te dije que no era buena pintora -dijo en defensa propia-. Y fue tu cabra la que se comió el original.

– ¿Una cabra? -preguntó su padre, arqueando una ceja.

– Te lo explicaré después -dijo Victoria-. Prosigue.

– Sutton estudió mi mapa -prosiguió su padre- y el de Nathan. Con el dibujo adecuado, no le llevó mucho tiempo adivinar que el bosquejo describía tres arroyos. Y que conocía ese lugar que todavía no había sido marcado en el mapa cuadriculado. Comparamos ideas y teorías y nos dimos cuenta de que, puesto que ni él ni yo habíamos traicionado la misión y ninguno de los dos creíamos que Nathan lo hubiera hecho, solo quedaba una persona que pudiera haber sido capaz… Gordon.

– En cuanto nos dimos cuenta, pasamos a la acción -dijo lord Sutton-. Vinimos a caballo para decirles a Nathan y a lady Victoria lo que sabíamos, pero ya no estaban aquí. Comprendimos que debían de estar buscando las joyas y, dado que al parecer habían salido de la casa muy temprano, supusimos que probablemente habrían descubierto el lugar correcto donde buscar. Como no sabíamos dónde estaba Gordon y teníamos que encontrar enseguida a lady Victoria y a Nathan para avisarles, lord Wexhall y yo nos separamos. Yo fui a Alwyck Manor para enfrentarme a Gordon y le indiqué a lord Wexhall cómo llegar a las ruinas situadas junto al arroyo. Al ver que Gordon no estaba en casa, fui de inmediato a buscar al magistrado y de allí a las ruinas. Cuando casi habíamos llegado a las ruinas, oímos un alarido espantoso y sobrecogedor. -Miró a Victoria y le guiñó el ojo-. Buen trabajo.

– Gracias. -Victoria se volvió a mirar a Nathan-. Y un diestro lanzamiento de mi bolso lleno de piedras.

Con una mirada avergonzada, Nathan inclinó la cabeza en señal de agradecimiento.

– Me encargaré personalmente de escribir un añadido al capítulo de «armas útiles» del Manual Oficial del Espía. Sin duda eres un genio. -Tosió modestamente-. Aunque debo reconocer que tengo una puntería «insobrepasablemente» excelente.

– Estoy de acuerdo. Y no se merecía menos. Ya le dije que esas piedras eran mías.

Nathan le sonrió.

– Cierto es. Y debo felicitarte por tu magnífica representación. Entendiste mi ardid a la perfección.

– ¿Dónde está ahora lord Alwyck? -preguntó tía Delia.

– El magistrado se lo llevó -dijo Nathan-. No volverá a ver la luz fuera de la celda de una cárcel. -Miró al padre de Victoria-. Y ahora, puesto que ya lo sabe usted todo, y como médico, debo insistir en que descanse.

– Está bien… -dijo el padre de Victoria a regañadientes-. Estoy de acuerdo en que necesito descansar, sobre todo si quiero marcharme mañana.

Sus palabras parecieron aspirar todo el aire de la habitación.

– ¿Mañana? -repitió débilmente Victoria.

– ¿Mañana? -dijeron al unísono tía Delia y lord Rutledge.

– Mañana -repitió con firmeza lord Wexhall-. Mi médico me ha dado permiso para viajar.

La mirada de Victoria voló hacia Nathan, quien la miró con una expresión del todo indescifrable.

– ¿Es eso cierto? -preguntó-. ¿De verdad puede viajar en su estado? Estoy segura de que sería mejor que esperáramos un poco.

– Yo también opino que sería mejor -dijo Nathan-, pero sus heridas son tan superficiales que viajar no le supondrá ningún peligro.

– Tengo que volver a Londres cuanto antes y entregar las joyas a Su Majestad -dijo lord Wexhall. Alternó su mirada entre Victoria y tía Delia-. Saldremos inmediatamente después de desayunar, ¿de acuerdo?

– De acuerdo -susurró tía Delia.

Incapaz de confiar en su propia voz, Victoria se limitó a asentir.

– Bien, ahora que eso está ya decidido -dijo Nathan- debo pedirles a todos que salgan para que mi paciente pueda descansar.

– Desearía hablar en privado con mi hija, Nathan.

Las miradas de Nathan y de Victoria se cruzaron y, una vez más, ella fue incapaz de leerle el pensamiento.

– Por supuesto. -Nathan fue el último en salir de la habitación, y cerró despacio la puerta tras de sí.

Lord Wexhall volvió la cabeza sobre la almohada y estudió la mirada de su hija.

– ¿Has disfrutado de tu estancia aquí?

Al instante, el calor inundó las mejillas de Victoria.

– Sí.

– A pesar de que no lo esperabas.

– Para serte sincera, no. Pero me he llevado una agradable sorpresa.

– Eso sospechaba. Siempre va bien cambiar de aires antes de tomar decisiones importantes.

– ¿Decisiones importantes?

– Como por ejemplo, con quién casarte. Vi a Branripple y a Dravensby la noche antes de salir de Londres. Ambos me pidieron que te diera recuerdos.

Lord Branripple y lord Dravensby. Dios del cielo, hacía días que no se acordaba de ellos.

– Pareces haber forjado una gran amistad con Nathan -dijo su padre.

Victoria lo observó con atención, pero los ojos de lord Wexhall eran tan inocentes como su tono de voz.

– Sí.

– Me alegro. Es uno de los mejores hombres que conozco. Y también uno de los más valientes. De una gran brillantez a la hora de descifrar códigos. Me impresionó la primera vez que me fijé en él.

«Sé exactamente a lo que te refieres», pensó Victoria.

– Ha sido muy amable conmigo -dijo en cambio, encogiéndose por dentro ante palabras tan absolutamente insuficientes.

– ¿Y qué me dices de su hermano, lord Sutton? Otro gran hombre. Tiene la presencia de un caballero y las manos de un ladrón. Excelente combinación para un espía.

– Lord Sutton ha estado ausente durante gran parte de mi visita, pero he disfrutado de su compañía mientras estaba aquí.

– Bien, me alegro. Sé que no querías venir, querida, pero sabía que te haría bien. -Le dio unas palmaditas en la mano-. Un padre siempre sabe lo que es mejor en este orden de cosas.

Antes de que ella pudiera preguntar a qué se refería lord Wexhall con «este orden de cosas», él añadió:

– Me alegro de que hayas disfrutado de tu visita, aunque imagino que estarás ansiosa por regresar a Londres. Volver a la temporada y concentrarte en considerar las ofertas de matrimonio.

– Yo… Sí, naturalmente.

– Apuesto a que veré a mi hija casada antes de fin de mes.

A Victoria el estómago le dio un vuelco. Incapaz de dar voz a su acuerdo, se limitó a asentir.

– Excelente. Bueno, que duermas bien, querida. Te veré durante el desayuno.

Sintiéndose como aturdida, Victoria se inclinó y besó la mejilla de su padre. Tras darle las buenas noches, salió de la habitación.

Se dirigió apresuradamente a su dormitorio, acelerando el paso hasta que echó a correr por el pasillo. Después de cerrar tras de sí la puerta, apoyó la espalda contra el panel de roble. Con el pecho constreñido y respirando laboriosamente, cerró los ojos.

Se marchaba al día siguiente. Para volver a su vida de Londres. A sus pretendientes. A sus veladas y a las tiendas. A elegir marido. Tendría que estar colmada de felicidad. De impaciencia. De alivio. En cambio, se sentía presa de una horrible sensación de pérdida. Un sentimiento de espanto enfermizo. Un dolor desesperado ante el que tuvo que llevarse la mano al punto repentinamente hueco donde solía morar su corazón.

Las confusas emociones que bullían a fuego lento bajo la superficie que había ignorado despiadadamente y que había apartado a un lado durante la última semana la oprimieron con una intensidad tan abrumadora que Victoria no pudo seguir ignorándolas. La sensación de desolación que la embargó nada tenía que ver con dónde estaba, sino con la idea de marcharse. Y de dejar a Nathan.

La toma de conciencia de que no deseaba marcharse de ese lugar donde se había negado a ir de forma tan vehemente la aturdió. E inmediatamente tropezó con la verdad que su corazón no podía seguir negando.

Se había enamorado de Nathan.

Capítulo 22

La mujer moderna actual debería abstenerse de tomar decisiones que podrían alterar el curso de su vida «en el calor del momento». Debería mediar distancias y darse sobrada oportunidad de ponderar la situación cuidadosamente desde todos los ángulos para tomar así una decisión que no lamentara más adelante.


Guía femenina para la consecución

de la felicidad personal y la satisfacción íntima.

Charles Brightmore.


Esa noche la hora de la cena resultó para Victoria sombría y tensa, aunque no estaba segura de si lo era en realidad o de si simplemente era un reflejo de su propio estado de ánimo. Ciertamente, hubo poca charla. Solo lord Sutton parecía animado, y no tardó en guardar silencio al ver que todos sus intentos de entablar conversación quedaban en nada. En cuanto la interminable cena tocó a su fin, Victoria se retiró con la excusa de que tenía que acabar de hacer el equipaje. Pocos instantes después de llegar a su cuarto, llamaron a la puerta. ¿Sería Nathan? Con el corazón en un puño, dijo:

– Entre.

Pero era su criada que acudía a ayudarla.

Cuando todo, excepto el camisón y la ropa que llevaría al día siguiente, estuvo metido en las maletas, Winifred se marchó. Victoria se acercó a la ventana y miró al césped iluminado por el halo blanco de la luna. Sus dedos se cerraron sobre la concha lacada que colgaba de su cuello. No había tenido oportunidad de hablar en privado con Nathan, aunque sin duda él acudiría a verla esa noche. Su última noche.

Llamaron suavemente a la puerta y el corazón le dio un vuelco. Cruzó la estancia casi a la carrera y abrió la puerta de un tirón. Tía Delia estaba en el pasillo.

– ¿Puedo hablar contigo, Victoria?

– Por supuesto -dijo con una punzada de culpa por la desilusión que apenas pudo ocultar-. Por favor, pasa. -Después de cerrar la puerta, preguntó-: ¿Estás bien? Pareces… acalorada.

– Estoy bien. Absolutamente. Maravillosamente bien. Y sin duda estoy acalorada. De pura felicidad. -Tendió los brazos y tomó a Victoria de las manos-. Quiero que seas la primera que lo sepa, cariño. Lord Rutledge me ha pedido que me case con él y he aceptado.

Victoria miró a su tía presa de un estado de total perplejidad.

– Yo… no sé qué decir.

– Di que te alegras por mí. Di que me deseas años de felicidad.

– Y así es. Por supuesto que así es. Es solo que estoy sorprendida. No hace mucho que os conocéis.

– Cierto, pero sé todo lo que necesito saber. Sé que es honorable y gentil. Generoso y cariñoso. Me hace reír. Me ama. Y yo le amo. Es todo lo que no tuve en mi primer marido, y doy gracias por poder disfrutar de esta oportunidad de felicidad y de compañerismo a estas alturas de mi vida. -Apretó las manos de Victoria-. Quizá parezca que hace poco que nos conocemos, pero, querida mía, el corazón solo necesita de un latido para saber lo que quiere.

Victoria sintió que se le velaban los ojos y estrechó a su tía en un cálido abrazo.

– Querida tía Delia. Estoy encantada por los dos. -Separándose de ella, preguntó entonces-: ¿Habéis decidido ya la fecha?

– Sí. Dentro de un mes. Aquí, en la parroquia de Rutledge.

– Pero eso supone que tendrás que viajar muchísimo… -Sus palabras se apagaron cuando de pronto comprendió-. Te quedas. No vienes conmigo y con papá mañana.

– No. Quiero quedarme aquí. Familiarizarme más con esta encantadora casa, esta pintoresca zona que va a convertirse en mi nuevo hogar.