El temblor de ella estaba disminuyendo, pero él no se estremecía en absoluto. Eso no podía ser bueno.

– Eh, Justice -dijo-. Manténgase despierto. Hábleme. Dígame si puede sentir el calor que intento transmitirle.

Durante un largo instante no contestó, por lo que temió que hubiera perdido la consciencia de nuevo, pero finalmente dijo:

– No.

Quizá llevaba demasiada ropa puesta para que el calor de su cuerpo pasara al de él. Retorciéndose bajo todo aquel montón de prendas, se quitó el chaleco y lo puso sobre él, la primera capa sobre su cuerpo. Sintió más frío sin el chaleco, pero se acurrucó lo suficientemente cerca para quedar parcialmente cubierta por él también. El plumón había absorbido algo de su calor corporal, porque lo podía notar contra sus manos heladas.

– Siento eso -murmuró él con un tono somnoliento.

– Bien. Tiene que permanecer despierto, así que siga hablándome. Si no puede pensar en algo interesante que decir, limítese a emitir algún gruñido de vez en cuando para que yo sepa que todavía está consciente. -Empezó a frotar su pecho, sus hombros y sus brazos con la mano izquierda, tratando de estimular su circulación-. Hay algunas chocolatinas en una de mis maletas. Cuando haya entrado un poco en calor, iré a buscarlas y le daré algo de azúcar; eso le hará sentirse mejor. -Hizo una pausa-. Ahora diga algo.

– Algo.

– Muy gracioso.

A pesar de que aquella palabra fue pronunciada lentamente y con voz débil, provocó un estremecimiento en el corazón de Bailey. Si todavía era capaz de bromear, quizá no estuviera tan grave como ella temía.


***

Cam oía hablar a la señora Wingate. Sentía como si su mente estuviera dividida en dos y parte de él se alejara a la deriva en la niebla, ligada únicamente a los ruegos ocasionales de ella para que hablara. En un nivel mucho más cercano era también consciente de su sufrimiento físico; sentía tanto frío que tenía una apreciación del mundo completamente nueva. ¿Por qué no podían ambas partes cambiar de lugar y la conciencia física flotar allí fuera, en el éter? Lo único que no quería que ocurriera, ahora mismo, era que las dos se fusionaran, pero, al mismo tiempo, sabía que no podía abandonarse.

Oír su voz le daba algo en lo que concentrarse, le ayudaba a evitar flotar hacia la oscuridad. Sabía que estaba herido e incluso sabía por qué, aunque no estaba muy seguro del cómo. Había hecho un aterrizaje forzoso, evidentemente con éxito, puesto que los dos estaban vivos. Recordaba que el motor se había detenido inexplicablemente y que había tratado de llevar el avión a la línea de árboles para que la vegetación ayudara a amortiguar el impacto. Eso era todo; nada sobre el mismo golpe. Su siguiente recuerdo había sido notar su cabeza como si alguien la hubiera golpeado con un bate de béisbol -demonios, así sentía todo su cuerpo- y que nada tenía sentido excepto la señora Wingate llamándolo por su nombre.

Tenía que concentrarse con todas sus fuerzas para aferrarse al hilo de lo que decía, y a veces sus pensamientos iban a la deriva y perdía contacto, para ser traído de vuelta por una pregunta aguda o un golpe de dolor. A veces cada palabra era clara como el agua; otras sólo oía sonidos que probablemente significaban algo, pero él no era capaz de descifrarlo. No había una línea clara de separación entre lo que era real y lo que no lo era, y él flotaba en esa tierra de nadie.

Ahora ella estaba tocándolo. Eso al menos era real, porque podía sentirla. Le invadió una vaga y sorprendente sensación: no quería hablar con él, pero lo tocaba. Extraño. Lo había tapado con algo, no sabía con qué, pero lo notaba agradable y pesado. Después se había acostado a su lado, lo había rodeado con sus brazos y había empezado a frotar enérgicamente su pecho y sus hombros. Una débil sensación de tibieza empezó a filtrarse hacia su interior.

Aquella calidez, aunque débil, le resultaba muy agradable. Y lo mismo sucedía con el pecho de ella contra su brazo, lo que, según se imaginaba, probaba que, incluso estando medio muerto, un hombre era aún un hombre, y un pecho, cualquier pecho, siempre era digno de atención. Empujado por el bienestar que le producía aquel pecho y la sensación de calidez, empezó a deslizarse hacia el sueño.

Pero su placidez se hizo añicos cuando todo su cuerpo se tensó de repente y se estremeció. Había sentido frío antes, castañeteo de dientes, escalofríos… Pero jamás había experimentado nada como esto. Los temblores recorrían todo su cuerpo, agarrotándole todos los músculos, provocando el crujido de los huesos. Temblaba tanto que pensó que se le podían romper los dientes y los apretó. La señora Wingate lo abrazó con más fuerza, murmurando algo que no pudo entender. Transcurridos unos minutos el temblor convulsivo cesó y, exhausto, sintió que los músculos se aflojaban.

Aún no se había relajado del todo, cuando le acometió otro espasmo.

No supo cuánto tiempo duraron los insoportables espasmos, sólo que suponían un gran sufrimiento y que se sentía incapaz de controlarlos. Ella permaneció a su lado todo el tiempo, sujetándolo, acariciándolo, hablándole. Él se aferraba al sonido de su voz como si fuera un salvavidas, aunque la mayor parte del tiempo no podía entender lo que estaba diciendo, pero mientras pudiera oírla, eso significaba que no estaba muerto. Su cuerpo estaba tratando de matarlo, pero al demonio con ello. A la mierda la muerte. No tenía la intención de claudicar, aunque estaba tan agotado que rendirse sería más fácil que seguir luchando.

Sólo quería descansar un rato. Dormir. Pero incluso durante los breves periodos en que el temblor cesaba y en que se podía relajar no conseguía adormilarse, porque ella continuaba hablando. A partir de aquel momento su cerebro se conectó de nuevo y las palabras volvieron a adquirir significado.

– … Bien -estaba diciendo ella-, está tiritando, y eso es bueno.

¿Tiritando? ¿Llamaba tiritar a esos brutales espasmos que le bloqueaban los músculos?

En un momento de claridad se las arregló para decir:

– Mierda.

Oyó un sonido bajo que era casi una risa. ¿La señora Wingate riéndose? Quizá había empezado a alucinar.

– No, es bueno -insistió ella-. Es su cuerpo que está generando calor. Sé que siento más calor ahora. Incluso mis pies ya no están tan helados.

Él hizo un laborioso inventario mental de su cuerpo. Quizá ella tuviera razón. No podía decir que estuviera asándose, pero definitivamente había entrado algo en calor. Trató de abrir los ojos, pero estaban pegados. Lentamente, haciendo acopio de hasta el más mínimo resto de capacidad de concentración y fuerza que reservaba para cada movimiento, levantó la mano derecha hacia la cara.

– ¿Qué está haciendo?

– Ojos… trato de abrir los ojos. -Tanteando torpemente sus párpados pudo notar una gruesa costra bajo sus dedos-. ¿Qué es… esta basura?

– Sangre seca. Supongo que tiene los párpados pegados -respondió ella con naturalidad-. Está hecho una pena. Cuando haya entrado un poco más en calor y le haya dado un poco de chocolate, le limpiaré la cara para despegarle los párpados. Después veré si puedo ponerle unos puntos, aunque le advierto que los resultados no serán precisamente una obra de arte.

¿Puntos? Sí, ahora recordaba. Tenía un corte en la cabeza. En el botiquín de primeros auxilios había suturas y él le había pedido que lo cosiera.

No quería esperar a que ella le limpiara la cara; quería ver ahora. Quería levantarse y evaluar la situación por sí mismo. Necesitaba saber los daños que había sufrido el avión. Quizá todavía pudiera enviar un mensaje por radio.

Otro estremecimiento lo sacudió. El intervalo esta vez había sido más largo, pero el espasmo resultó igualmente intenso. Ella lo sujetó firmemente, como si con ello pudiera calmar el temblor. No funcionó, pero él agradeció el esfuerzo.

Cuando el espasmo cesó y pudo relajarse de nuevo, estaba tan cansado que renunció a la idea de levantarse y examinar nada. Lo único que quería era quedarse allí acostado. Además, pensó vagamente que si se levantaba no podría sentir de nuevo sus pechos contra él, y eso le estaba gustando de verdad. De acuerdo, era un perro. Le gustaban los pechos. Que le tiraran un hueso y lo llamaran Fido.

Se le ocurrió, con su confusa forma de pensar, que podría notar sus pechos mejor aún si estuvieran acostados cara a cara.

– ¿Qué está haciendo? -Sonaba un poco asustada, o quizá molesta-. Si se quita esa ropa después del trabajo que me ha costado taparlo, le dejaré con el culo en la nieve para que se congele.

Estaba enfada. Sin duda.

– Acerqúese -murmuró él. Estaba tratando de levantar el brazo izquierdo para poder rodar sobre el costado, y así mirarla de frente, pero ella estaba acostada contra su brazo y él no podía arreglárselas para apartarse primero de ella, después levantar el brazo y luego rodar sobre el costado.

– Bueno. Pero quédese quieto. Déjeme hacerlo a mí.

Se movió un poco, empujando y retorciéndose, después levantó el brazo izquierdo de él y se deslizó debajo de su cuerpo, apretándose contra su costado. Poco faltó para que a Cam se le escapara un suspiro de placer, porque ahora podía notar esos dos montículos suaves y firmes. Ella colocó un brazo sobre su estómago y lo abrazó con más firmeza.

– ¿Mejor?

No se podía imaginar cuánto. Soltó un sonido gutural. Que lo interpretara como quisiera.

– Supongo que así está más caliente. Dentro de unos minutos me levanto y me pongo a trabajar. Si me quedo más tiempo aquí podría dormirme, y eso no sería bueno. Tengo muchas cosas que hacer, pero debo hacerlas despacio o la altitud podrá conmigo.

Quería preguntar qué era lo que tenía que hacer, pero sentía sueño y estaba muy cansado, y notaba mucho más calor -se encontraba casi a gusto, de hecho-, tanto que permanecer despierto se estaba volviendo casi imposible. Emitió otro sonido, y ella pareció satisfecha. La señora Wingate continuaba hablando, pero él dejó de prestar atención y se quedó dormido.

Capítulo 8

Con cuidado, Bailey salió a gatas de debajo del enorme montón de ropa. Justice se había dormido, y aunque pensaba que debía mantenerlo despierto por la herida en la cabeza, también creía que el sueño podría ser lo mejor para él. Debía de haberse quedado agotado tras las convulsiones y la tiritona.

Ella también se sentía mejor. Tenía los pies fríos todavía, pero en general había entrado en calor, aunque echaba de menos el chaleco de plumas que ahora cubría al piloto. Para compensar su pérdida, cogió una tercera camisa del montón y se la puso.

Acostarse un rato había contribuido a mitigar su dolor de cabeza y sus náuseas. Si tenía cuidado y no olvidaba moverse lentamente, quizá la altura no le afectara tanto.

Aunque ya sabía lo que iba a ver, se tomó un momento para mirar a su alrededor de nuevo, a las inmensas montañas con los blancos picos alzándose frente a ella. Si no hubiera sido por Justice, se habrían estrellado contra esas extensiones desnudas de roca dentada, con escasaso más bien ninguna posibilidad de supervivencia. Una vez más sintió la inmensidad de la tierra salvaje que los rodeaba y una aplastante sensación de soledad.

Se detuvo a escuchar buscando el sonido característico de un helicóptero o el zumbido distante de un avión, buscó el humo que pudiera señalar un campamento, pero… no había nada. ¿No deberían estar ya buscándolos a esas alturas? Justice había lanzado una llamada de socorro, seguramente alguien la había oído y había avisado a la FAA, la Administración Federal de Aviación o a cualquier otra institución. Por ella, como si habían alertado a la Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los Animales, con tal de que alguien los estuviera buscando.

El silencio total la ponía nerviosa. No esperaba pitidos de coches o bengalas sobre su cabeza, pero cualquier indicio de que había otros seres humanos en el planeta le habría parecido una bendición.

La ausencia de sonido y movimiento, de cualquier actividad que le diera una pizca de esperanza, sólo reforzaba su profunda sensación de aislamiento. ¿Cómo sobrevivirían a la noche allí arriba, sin agua y sin posibilidad de hacer fuego?

Pues haciendo lo que había hecho hasta entonces. Tenía una tonelada de ropa que podían usar para abrigarse, un poco de comida y había también nieve. Tenía asimismo la navaja de Justice.

Ah, mierda. ¿Dónde estaba la navaja?

Todavía en su bolsillo, pensó aliviada. Con ella podía arreglárselas para improvisar una especie de refugio para los dos, suficiente al menos para protegerlos del viento. Lo primero en su lista de tareas, sin embargo, era dar de comer al piloto.

Subió otra vez al avión, terminó de sacar toda su ropa de las maletas y separó las chocolatinas cuando finalmente las encontró, así como los paquetes de toallitas que había metido. Cuando sus maletas quedaron vacías y las bolsas de basura repletas con sus pertenencias estuvieron en el suelo, doblando las tapas hacia atrás tuvo suficiente espacio para arrastrarlas sobre los respaldos de los asientos. Las maletas podían tener alguna utilidad, ya se le ocurriría más tarde a qué destinarlas.