Tenía que reconocer que estar acostado boca arriba era un inconveniente, y a juzgar por cómo se sentía, probablemente tendría que continuar en aquella postura al menos durante un día o dos. Tenía una conmoción, además de haber sufrido una importante pérdida de sangre. No creía que un equipo de rescate pudiera llegar hasta ellos antes del anochecer, y las operaciones de rescate en las montañas se suspendían siempre durante la noche, porque de lo contrario los integrantes de estos equipos de rescate correrían un gran peligro. Eso significaba que Bailey y él tenían que sobrevivir a esa noche, cuando las temperaturas descenderían hasta límites insospechados; morir de hipotermia era una posibilidad real. Por un lado, se enfrentaban a una grave situación. Pero, por otro, él contaba con el resto del día y toda la noche para hacer algún avance con ella.

No podía mover la cabeza mucho sin que una multitud de descargas eléctricas estallaran en su cerebro, pero girando cuidadosamente los ojos hacia la izquierda, podía mantenerla en su campo de visión. Estaba cogiendo algo y mirándolo, pero no podía distinguir exactamente de qué se trataba.

– Esto ha funcionado a medias -dijo ella, volviendo a su lado y poniéndose en cuclillas. En la mano tenía una bolsa transparente de plástico con cremallera, en el fondo de la cual había algo que parecía nieve medio derretida-. He tratado de derretir un poco de nieve para que bebamos, dejando la bolsa encima de una piedra. Todavía está medio derretido, pero supongo que con más tiempo al sol podremos conseguir agua de verdad, aunque por ahora tendrá que servir esto, porque usted necesita líquidos. -Miró a su alrededor-. No tendrá una pajita a mano para beber, ¿verdad? ¿Y una cuchara?

Aquella pregunta le resultó divertida.

– Me temo que no.

Vio que su frente y sus labios se fruncían mientras buscaba a su alrededor, como si pudiera hacer aparecer por encanto alguno de esos objetos con la mera fuerza de la voluntad. Ahora que él era consciente de su ingenio, casi podía oír el sonido de su cerebro pensando mientras buscaba una solución al dilema. Entonces su frente se relajó.

– ¡Ajá! -exclamó con un tono de satisfacción.

– ¿Ajá, qué? -preguntó él con enorme curiosidad, mientras ella se levantaba y salía de su campo de visión.

– Usted tiene un bote de desodorante en spray. Lo sé porque he revisado su equipaje.

– ¿Y? -No le importaba que le hubiera revisado el maletín; en aquellas circunstancias no haberlo hecho habría sido estúpido, y estúpida no era, sin duda alguna. Tenía que saber con qué recursos contaba.

– Y ese bote tiene una tapa.

Así era, realmente. La tapa del desodorante era básicamente como la de un termo, sólo que más pequeña. Él mismo debería haber pensado en ello.

Reconoció el sonido que hizo la tapa del desodorante al abrirse.

– El sabor puede resultar algo raro -advirtió ella-. La lavaré con nieve, eso debería servir en caso de que usted haya apretado la válvula y rociado algo de desodorante en la tapa. ¿Hay algo en el desodorante que no sea bueno si se mezcla con el agua?

– Probablemente todo -dijo él con despreocupación-. ¿Ha traído usted laca? -La laca era seguramente menos tóxica que el desodorante. Este tenía algo de aluminio en su composición química. No sabía lo que contenía la laca, además de alcohol, pero el alcohol tenía que ser mejor que el aluminio.

– No -dijo ella desde atrás. Sonaba un poco ausente, como si estuviera concentrada en otra cosa-. Iba a hacer rafting, ¿se acuerda? ¿Qué sentido tendría llevar laca? Bueno, supongo que también podría improvisar un embudo y echar el agua en la botella del colutorio, si no quiere arriesgarse con la tapa del desodorante.

– Limítese a lavarla con nieve; eso debería ser suficiente. -Ahora que había mencionado el agua, se dio cuenta de repente de la sed que tenía, y no quería esperar mientras ella buscaba algo que pudiera utilizar como embudo. Se arriesgaría con los restos de desodorante.

– Está bien entonces.

La oyó hacer ruido un minuto, y luego llegó a sus oídos el crujido del plástico. Unos segundos más tarde se agachó junto a él, con la tapa azul en la mano izquierda.

– No trate de incorporarse -le indicó- si se marea y se cae podría hacerme derramar el agua.

Mientras hablaba pasó la mano derecha bajo su cuello y esa posición hizo que su mejilla se apoyara contra su pecho. Él pudo sentir la firme resistencia, oler el aroma cálido y levemente dulce de la piel de mujer, y la necesidad repentina de volver la cabeza y hundir su cara en ella fue tan violenta que sólo una punzada repentina de dolor lo desvió.

– Tenga cuidado -murmuró ella, llevando la improvisada taza a sus labios-. Son sólo un par de sorbos, así que trate de no dejar caer ni una gota.

En cuanto tomó un sorbo ella apartó el recipiente. La nieve parcialmente derretida tenía un fuerte sabor mineral, mezclado con el del plástico, y estaba tan fría que casi le produjo dolor en los dientes. El líquido lavó los tejidos inflamados y rasposos de su boca y su garganta, y lo absorbió casi tan rápido como pudo tragar. Cuando ella empezó a colocar la tapa otra vez en posición para tomar otro sorbo, él se lo impidió haciendo un ligerísimo movimiento de cabeza, que era todo lo que podía hacer.

– Su turno.

– Yo comeré un poco de nieve -replicó ella-. Me estoy moviendo, así que comer nieve no bajará mi temperatura corporal tanto como en su caso. -Frunció el entrecejo-. ¿Cuánto tiempo cree que pasará antes de que nos encuentre un equipo de rescate? Han transcurrido varias horas desde su llamada de socorro, pero no he oído ni siquiera un helicóptero, y desde luego no he visto ninguno. Si cree que tendremos que esperar bastante tiempo, debo buscar una forma mejor de obtener agua para beber. Derretir nieve no es muy eficiente.

No, porque se necesitaba mucha nieve para conseguir un poco de agua, y también mucho tiempo.

– Probablemente no nos rescatarán antes de mañana, en el mejor de los casos -dijo él, respondiendo a su pregunta.

Ella no pareció sorprendida, sólo preocupada y molesta.

– ¿Por qué tanto tiempo? Han pasado varias horas desde la llamada de socorro. -Mientras hablaba acercó la tapa de plástico a sus labios y él tomó otro sorbo de agua.

– Porque ni siquiera habrán empezado a buscarnos todavía -dijo él después de tragar.

La mirada de disgusto se volvió más intensa.

– ¿Por qué no? -preguntó con tono cortante.

– Al no hacer nuestra parada programada para repostar en Salt Lake City saltará la alarma. Si en un par de horas después de haber pasado por alto esa parada, no damos señales de vida, se organiza la búsqueda.

– ¡Pero usted envió una llamada de auxilio! Dio su posición.

– Que puede haber quedado registrada o no. E incluso aunque lo haya sido no se habrá iniciado una búsqueda inmediata. Los rescates son muy costosos y los equipos cuentan con recursos limitados; tienen que asegurarse de que la llamada de socorro no sea falsa, de que a algún idiota no se le haya ocurrido pensar que sería divertido enviar una llamada de auxilio sin necesitarlo. Así que tienen que esperar a que el avión no aparezca donde y cuando se supone que debe hacerlo antes de ponerse en funcionamiento. Y, aun así, después de lanzar el aviso, lleva tiempo organizar una búsqueda. Estamos en junio, así que los días son largos, pero, a pesar de todo, dudo que un equipo de rescate pueda localizarnos antes de que se haga de noche. Pararían durante la noche y comenzarían de nuevo mañana por la mañana.

La miró mientras procesaba esta información, recorriendo con la mirada el inmenso paisaje que los rodeaba. Transcurridos unos minutos suspiró.

– Confiaba en que sólo necesitaría encontrar una forma de protegernos del viento, pero va a ser indispensable hacer mucho más que eso, ¿verdad?

– Si quiere seguir viva mañana por la mañana, sí.

– Me lo temía. -Le dio el último sorbo de agua, después bajó cuidadosamente su cabeza hasta la manta y sacó el brazo de debajo de él. Su sonrisa era triste mientras metía la mano debajo del montón de ropa que lo cubría y finalmente sacaba la navaja-. Entonces mejor me pongo en marcha. Esto llevará tiempo.

– No trate de hacer nada complicado. Tiene que ser suficientemente pequeño para que el calor corporal pueda calentar un poco el aire a nuestro alrededor; así que cuanto más reducido, mejor, siempre que haya espacio para los dos. Rescate lo que pueda del avión; el cuero de los asientos, cualquier alambre que pueda utilizar para atar postes o palos, cosas así.

Ella resopló ante sus instrucciones.

– ¿Complicado? Ni lo sueñe. Para su información, le diré que soy un verdadero desastre para la construcción.

Capítulo 10

Que Justice confirmara lo que ella había sabido instintivamente -que nadie los estaba buscando- puso a Bailey más nerviosa de lo que quería aparentar. En realidad, habría necesitado oír que serían rescatados pronto, porque preparar cualquier tipo de refugio pondría a prueba hasta el límite la poca fuerza que le quedaba. Sencillamente, no sabía cuánto más podía seguir en pie.

Descansar junto a Justice y calentarse mientras trataba de hacerle entrar en calor la había ayudado, pero ahora el menor esfuerzo parecía producir un ataque violento de vértigo, lo cual era un peligro si se tenía en cuenta la pendiente de la ladera en la que se encontraban. Cualquier mal paso o ligero tropezón podía hacerla caer montaña abajo, y en aquel terreno accidentado seguramente se rompería una pierna o un brazo, por lo menos. Lo único positivo que se le ocurría era que, aunque su dolor de cabeza no remitía, no parecía ir en aumento. Algo positivo…, pero no le devolvía la esperanza.

Sus vidas dependían de ella, así que tendría que ser extremadamente cautelosa. Sin embargo, la precaución llevaba tiempo, y el tiempo era casi tan limitado como su fuerza. La temperatura, que dudaba que hubiera superado los cero grados durante el día, caería en picado incluso antes de que el sol se ocultara por completo. En cuanto se escondiera detrás de la cumbre de las montañas que se erguían sobre ella, lo cual podría suceder un par de horas antes de la puesta de sol, la temperatura empezaría a descender. Tendría que conseguir agua cuanto antes y construir un refugio, aunque fuera rudimentario.

Agarró la botella vacía del colutorio, se agachó y empezó a meter nieve por la estrecha boca. Sus manos estaban frías incluso antes de comenzar, y en un minuto el dolor de sus dedos se hizo insoportable. Tuvo que detenerse y meter las manos debajo de las axilas, cerrando los ojos y balanceándose mientras el dolor disminuía lentamente y el calor traspasaba su piel. Necesitaba algo para taparse las manos, lo más rápidamente posible.

De forma automática empezó a considerar sus opciones. Había traído dos pares de guantes a prueba de agua para coger los remos, pero no tenían dedos, así que aunque fueran buenos para evitar ampollas no ayudarían a mantener calientes sus manos. Podía ponerse calcetines en las manos como mitones improvisados, pero entorpecerían sus movimientos y se mojarían, lo cual enfriaría aún más sus extremidades. Los calcetines serían útiles después.

Tenía que olvidarse de los guantes; necesitaba un método eficaz para meter nieve en la botella que no implicara poner las manos en ella. ¿Qué podía usar como rastrillo o pala improvisada?

Dejando la botella sobre la nieve -desde luego, no iba a derretirse y verterse la que ya había dentro-, se acercó a las bolsas de basura que ahora contenían el resto de su ropa y de sus provisiones, se sentó sobre una de ellas y empezó a sacar metódicamente de las otras todo lo que no fuera ropa. Analizó cada objeto, tratando de pensar en un uso diferente del habitual.

No encontró ninguna utilidad inmediata para su desodorante de barra. Suponía que si necesitaba algo parecido a la cera, serviría, pero en aquel momento no se le ocurría nada. El cepillo del pelo, el maquillaje básico -rímel, crema solar, barra de labios-, los libros y revistas que había traído para leer podían usarse de formas diversas, pero ninguna de ellas la ayudaría a meter nieve en una botella de colutorio. Tenía su linterna para la lectura, útil sin duda, pero no ahora. También encontró un par de bolígrafos, un bloc, un rollo de cinta aislante que dejó a un lado porque lo necesitaría cuando trabajara en construir el refugio, una baraja de cartas, repelente de insectos, un poncho que también apartó, pañuelos y toallitas -también las puso cerca-, así como cuatro toallas de micro-fibra y un puñado de cepillos de dientes desechables.

«Maldita sea», pensó con impaciencia. ¿Por qué no habría metido algo útil, como una caja de cerillas? Sus dientes estarían limpísimos y su boca fresca cuando encontraran su cuerpo congelado, pero ¿de qué demonios le servía eso?