Volvió a revisar la variada selección de objetos que en su momento había considerado útiles para hacer rafting durante dos semanas y suspiró desanimada… Entonces miró otra vez la baraja de cartas. Eran nuevas; la caja aún estaba sellada con plástico. Las cogió, agarró un extremo del plástico con los dientes y empezó a romperlo. Después abrió la caja y sacó una carta. Estaba plastifica-da, así que podría aguantar mucho.
«Bien», pensó con un cierto aire de satisfacción.
La carta era lo suficientemente rígida y flexible para enrollarla y hacer una especie de pala diminuta para así empujar la nieve hacia la boca de la botella. Sacudió la botella y golpeó el fondo contra una piedra haciendo que la nieve bajara, para poder meter más. Cuando el recipiente estuvo lleno de nieve, le volvió a poner la tapa y la enroscó bien fuerte.
– Esto no va a tener un sabor agradable -advirtió mientras caminaba de vuelta hacia Justice con cuidado.
Él había permanecido con los ojos cerrados mientras ella se ocupaba del agua y los abrió lentamente cuando la oyó. Su cara estaba pálida, lo que no era sorprendente, pero en su boca apareció una sonrisa irónica.
– Entonces, ¿qué novedades hay?
Ella le enseñó la botella de nieve.
– No será mucha agua cuando se derrita, pero es lo mejor que se me ocurre. El truco es conseguir que la nieve se derrita. Tengo que poner la botella en un sitio caliente. ¿Adivina cuál es?
– Apuesto que no es debajo de su camisa. -La sonrisa dibujó una curva sardónica.
– Eso sería apostar sobre seguro. -Ignoró su referencia a la forma en que le había calentado los pies. El hecho de que hubiera tocado sus senos desnudos no la avergonzaba, pero tampoco se sentía lo que se dice cómoda con aquel cambio brusco en su relación, si es que podía llamar relación a una fría enemistad. ¿Se habían convertido de repente en los mejores amigos sólo porque habían sobrevivido juntos a un accidente de avión? No lo creía. Por otra parte, no había lugar para la hostilidad entre ellos ahora; aún se necesitaban mutuamente para sobrevivir. Y si había otro aspecto a tener en cuenta, tras considerar el esfuerzo hercúleo realizado para controlar el impacto y hacer posible la supervivencia, sus sentimientos hacia él eran de respeto y admiración. Tenía que ser sincera. Él era su héroe.
Suspiró mentalmente. En resumen, no sabía lo que creía ni lo que sentía. Se obligó a concentrarse en el asunto que tenía entre manos, que era más importante que lo que sentía o dejaba de sentir, y deslizó la botella bajo su ropa, junto a su cadera.
– Espero que esto no haga que empiece a tiritar de nuevo. ¿Está demasiado frío?
– No, está bien. Tengo dos capas de ropa entre la botella y yo. Usted se está deslomando a trabajar, así que lo menos que puedo hacer es derretir la nieve.
– Eso es verdad. -Esta vez la sonrisa fue sincera, y mostró el brillo de sus dientes y un minúsculo hoyuelo justo sobre la comisura izquierda de su boca. Sólo entonces se dio cuenta de lo poco cortés que había sido su respuesta, y sacudió la cabeza arrepentida-. Lo siento. Eso ha sido muy poco amable.
– Pero sincero. -Mantenía la cabeza muy quieta, comprensiblemente, pero en sus ojos se habían formado unas pequeñas arruguillas de jovialidad y el pequeño hoyuelo relampagueó de nuevo. Resultaba sorprendente ver cómo una sonrisa transformaba al Capitán Amargado en un hombre verdaderamente atractivo, a pesar de su cabeza vendada y su cara amoratada.
– Bueno…, sí.
– Gracias a Dios que ha dicho que sí. Si no habría pensado que había perdido completamente el sentido de la realidad.
– Me aferró con bastante firmeza a la realidad -dijo ella irónicamente, y suspiró-. Desgraciadamente, la realidad me está diciendo que es mejor que me mueva o moriremos congelados esta noche. La altitud me está afectando, así que tengo que ir despacio y con cuidado.
La mirada de él se endureció de súbito mientras observaba su cara.
– ¿Tiene mal de altura?
– Dolor de cabeza, vértigo… Sí, estoy casi segura. El dolor de cabeza podría ser en parte por habérmela golpeado, pero creo que sobre todo es debido a la altura.
La expresión de él se volvió sombría.
– Y no puedo hacer nada para ayudarla. Bailey, no haga demasiado esfuerzo. Es peligroso que lo haga. El mal de altura puede matarla.
– La hipotermia también.
– Conseguiremos superar la noche. Hay suficiente ropa aquí para tapar a diez personas, y podemos compartir el calor corporal.
Tendrían que hacerlo, de todos modos; ella no se hacía ilusiones sobre su habilidad en la construcción de refugios. Y prefería no pensar en lo frías que podían volverse las montañas por la noche y en la precaria salud de él. Mirándolo objetivamente, la hipotermia y el mal de altura no eran peligros comparables, al menos no para ella y con toda seguridad tampoco para él. Si se consideraba la sangre que había perdido, él corría mucho más riesgo de morir durante la noche que ella.
– Tendré cuidado -dijo, poniéndose de pie. Levantó la vista hacia el avión, inclinado casi de costado en la pendiente sobre ella. Sólo de pensar en subir aquellos escasos metros de nuevo, se sentía agotada, pero necesitaba la red de carga, así como el cuero de los asientos. Ah, sí, y los cables también. Podía ver montones de cables colgando del ala rota y del hueco donde habían estado el ala izquierda y parte de la cabina.
La enormidad del trabajo al que se enfrentaba casi le producía pánico. Tenía hambre, sed y frío. Le dolía todo. La herida del pinchazo en su brazo derecho, que casi había olvidado, empezaba a hacerse notar. Aunque hubiera tenido algo de comida decente dentro, abundancia de agua y la ropa adecuada -así como una agradable y cálida hoguera-, no le habría gustado saber que era la responsable de construir un refugio que se mantuviera en pie. La arquitectura la aburría. Nunca había construido ni siquiera castillos de arena.
Toda la experiencia con que contaba procedía de algunos episodios sobre supervivencia que había visto en el canal Discovery, cuyos detalles, en realidad, no recordaba. Sabía que estarían más calientes con una capa aislante entre ellos y el suelo, y que tenía que poner algún tipo de techo sobre sus cabezas para protegerlos de la posibilidad de lluvia o nieve. Más allá de eso, lo único que se le ocurría era que tenían que protegerse igualmente del viento. Suponía que tenía que lograr eso de alguna forma con palos y hojas.
Se deslizó de nuevo en el interior de los restos del aparato, terminó de soltar la red y la dejó caer al suelo por la puerta. Aquello no exigía un esfuerzo físico excesivo, ni tampoco quitar el cuero de los asientos. Para obtener trozos de cuero lo más grandes posibles, usó concienzudamente la punta de la navaja para cortar las puntadas. El asiento trasero estaba formado por una sola pieza, con dos respaldos y brazos individuales, y le proporcionaría el trozo más grande. El viento no podía traspasar el cuero; por eso los motoristas usan ropa hecha con ese material.
Cortar todas las puntadas le llevó tiempo, más del que había previsto. De todas formas, tuvo que romper algo del cuero, porque se resistía a soltarse incluso después de haber cortado todas las costuras. Al quitar el material que cubría los asientos apareció la gruesa gomaespuma del relleno; de inmediato se imaginó un uso para ella, así que la gomaespuma siguió a la red y a los trozos de cuero. El suelo proporcionó más hules. Pensó que el botín rescatado del avión que casi los había matado todavía podría salvarlos.
Capítulo 11
– ¡Adivina qué! -Bret, con voz cantarína, entró dando saltos en la oficina de J &L con aire desenfadado-. Resulta que Cam tenía razón sobre la reacción alérgica. Era… -Se detuvo en mitad de la frase, la alegría se borró de su cara, sus ojos azules se fijaron intensamente en la cara de Karen-. ¿Qué pasa?
Karen lo miraba sin palabras. Su rostro estaba blanco como el papel, su expresión demacrada y seria. Tenía en la mano el auricular del teléfono y lo volvió a colgar lentamente.
– Estaba a punto de llamarte -dijo. Su voz era débil, sin matices.
– ¿Qué?
– Es Cam.
Bret miró su reloj.
– ¿Ya ha llamado? Ha hecho un tiempo estupendo.
– No…, no ha llamado. -Karen hablaba como si casi no pudiera mover los labios. Tragó saliva-. No hizo la parada para repostar en Salt Lake.
Un tic nervioso hizo que se le moviera un minúsculo músculo en la barbilla.
– Se habrá detenido en otro lugar -dijo con tono neutro, después de un momento-. Antes de Salt Lake. Si hubiera algún problema habría dejado…
Lentamente, temblando un poco, Karen negó con la cabeza.
Bret se quedó inmóvil, mirándola fijamente mientras trataba de comprender lo que le estaba diciendo. Después salió disparado hacia su oficina, agarró su papelera y vomitó en ella.
– Dios -dijo con voz tensa, cuando pudo hablar. Apretó los puños sobre sus ojos-. Cielo santo. No puedo…, no puedo creer…
Karen apareció en la puerta de la oficina.
– Se ha emitido una alerta.
– Mierda, una alerta -dijo como loco, girando sobre sus pies-. Una búsqueda…
– Conoce el protocolo.
– ¡Están perdiendo tiempo! Tienen que…
La única respuesta de ella fue otra sacudida dolorosamente lenta de su cabeza.
Con toda su furia, le dio una patada a la silla, que fue a estrellarse contra la pared.
– ¡Mierda! -bramó-. ¡Mierda, mierda, mierda!
Después descolgó el teléfono y empezó a realizar algunas llamadas, sólo para que le dijeran una y otra vez que se seguiría el protocolo, que si Cam no se ponía en contacto desde alguna parte, en un par de horas se iniciaría su búsqueda.
Colgó el teléfono, se dirigió a un mapa que había en su pared y trazó una línea de Seattle a Denver, para señalar la ruta que Cam habría tomado.
– Más de mil quinientos kilómetros -murmuró-. Podría estar en cualquier parte. Ha podido ocurrir cualquier cosa. ¿Has hablado con Dennis? ¿Mike puso a punto el Skylane ayer por algo concreto?
Las dos preguntas estaban dirigidas a Karen, que había estado escuchando sus llamadas, deseando contra toda esperanza que él pudiera acelerar el comienzo de la búsqueda.
– Ya lo he revisado -dijo-. No había nada. Dermis ha dicho que no hizo nada en el Skylane aparte del mantenimiento normal. -Dudó-. Lo que haya pasado… no puede haber sido mecánico. Quizá chocaron contra un pájaro o se ha puesto enfermo y se ha desmayado… -Su voz se apagó.
Bret estaba todavía mirando el mapa. La ruta de Cam atravesaba parte del terreno más accidentado y remoto del país.
– Ha podido haber hecho un aterrizaje forzoso -insistió-. En una pradera, en un cañón, en un sendero de tierra para bicicletas…, en cualquier lugar. Si había alguna posibilidad, Cam lo habrá conseguido.
– Están haciendo un rastreo de comunicaciones -dijo ella-. Si ha podido aterrizar, estará emitiendo por radio. Una FSS recogerá su transmisión. -La voz de Karen tembló un poco mientras añadía-: Todo lo que podemos hacer es esperar.
Las FSS o Estaciones de Servicio de Vuelo eran una asistencia que cumplía muchas funciones diferentes; entre ellas estaba el control constante de la frecuencia de emergencias de los aviones. Cam había presentado un plan de vuelo ateniéndose a la Normativa de Vuelo Visual, lo que lo colocaba en el sistema FSS de niveles progresivos de emergencia. Al no llegar a Salt Lake en el tiempo estimado, el sistema había entrado en una fase de alerta. Un servicio de comunicaciones notificó a todos los puestos de comunicación y aeropuertos en su ruta que llevaba retraso en su llegada y pidió información.
El protocolo era que transcurrida una hora, si el avión no había sido encontrado, la búsqueda de comunicación se intensificaba y se ampliaba, revisando todos los posibles sitios de aterrizaje. Después de otra hora sin resultados, la FSS dejaría que el servicio de Búsqueda y Rescate se hiciese cargo de la tarea. Se llamaría a los amigos y parientes de Cam. Sólo se iniciaba una búsqueda real, física, después de tres horas; un satélite recogería la señal del transmisor-localizador de emergencia que había en el avión y guiaría al equipo de Búsqueda y Rescate hacia él, pero dependiendo de lo remota que fuera la localización, eso podía tardar varias horas más.
Karen tenía razón. Todo lo que podían hacer era esperar.
Bret se paseaba de un lado a otro. Karen volvió a su mesa y se quedó sentada mirando al vacío, moviéndose únicamente para contestar al teléfono cuando sonaba. Los minutos pasaban tan lentamente que el tiempo empezaba a parecerse a la tortura china de la gota de agua.
Entonces Karen contestó al teléfono otra vez para decir con voz ahogada:
– Sí, gracias -colgó y rompió a llorar.
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