– ¡Porque lo llevó a una idiotez ciega! -replicó Seth con furia.

– ¡Al contrario! ¡Fue idea suya desde el primer momento! Tuvo que convencerla de la boda, de todo… -Grant se interrumpió, sacudiendo la cabeza-. No importa. Si Jim no te contó su plan, no seré yo quien lo haga, te lo aseguro, porque él te conocía mejor de lo que yo te conoceré nunca. Todo lo que te diré es que Bailey se ha preocupado tanto de tu dinero como del suyo, y eso es mucho decir. Es una de las inversoras más meticulosas que he visto nunca, y no se ha sacado un céntimo del fondo, excepto los desembolsos mensuales para ti y para Tamzin.

Seth pareció despertar de repente, dejando a un lado todo lo que Grant había dicho sobre el dinero.

– ¿Plan? ¿Qué plan?

– Como acabo de decirte, no es asunto mío contártelo. Ahora, si eso es todo…

– No, no lo es. -Seth bajó la vista al café que tenía en la mano, furioso por haberse dejado desviar de su objetivo. No había venido allí para hablar sobre Bailey ni para preguntar por su dinero. Dudó un momento, tratando de pensar en la mejor manera de enfocar el tema, pero no se le ocurría ninguna forma de mencionarlo abiertamente. La necesidad lo irritaba pero era ahora o nunca-. Necesito un empleo. Me gustaría empezar a aprender el negocio… si hay un puesto. -Odiaba tener que preguntar; aquélla era la empresa de su padre, debería tener automáticamente un sitio, pero él mismo se había distanciado deliberadamente de ella y no creía que ahora pudiese aspirar a nada de forma automática.

Grant no contestó de inmediato. Se reclinó hacia atrás en la silla, con aquella mirada impasible de tiburón. Transcurrido un instante, preguntó:

– ¿Qué tipo de empleo?

Seth estuvo a punto de decir: «Vicepresidente suena bien», pero se tragó las palabras. Era consciente de que estaba suplicando, y de que no tenía precisamente buena fama como para ponerse exigente.

– Cualquier cosa -respondió por fin.

– En ese caso, puedes empezar mañana en la oficina de la correspondencia.

Seth se quedó helado. ¿La oficina de la correspondencia? No esperaba que le dieran un puesto clave, pero creía que le concederían un despacho… o al menos un cubículo. Demonios, ya puestos, ¿por qué no nombrarlo portero? Entonces sonrió glacialmente cuando se le ocurrió una respuesta:

– Supongo que la limpieza la hará una empresa, ¿eh?

– Exactamente. Si deseas de verdad trabajar aquí, cogerás el empleo que te asignen sin importar cuál sea. Si lo desaprovechas, si llegas tarde, o no te molestas en aparecer, entonces sabré que sólo estás haciendo el imbécil, como de costumbre. Mi tiempo es valioso. No veo la necesidad de desperdiciarlo contigo hasta que hayas demostrado que no se desaprovechará.

– Entiendo. -Seth odiaba decir eso, y todavía odiaba más estar solicitando un empleo, pero él mismo se había colocado en esa situación; no podía culpar a nadie más-. Gracias. -Dejó la taza de café sobre la mesa y se puso de pie; como Grant había señalado, su tiempo era valioso.

– Una cosa más -dijo Grant.

Seth se detuvo, esperando.

– ¿Por qué has tomado esta decisión?

Él esbozó otra sonrisa glacial, pero esta vez ribeteada de amargura.

– Me he mirado al espejo.

Capítulo 16

Bailey empujó la bolsa de ropa lejos de la entrada del refugio y empezó a salir reptando hacia la luz grisácea de la mañana. Se detuvo con una mano en la nieve, mirando la blancura que la rodeaba.

– Mierda.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Justice detrás de ella.

– Ha nevado más -gruñó ella-. El avión está tapado.

No por completo, pero no le faltaba mucho. La capa de nieve hacía aún más difícil detectarlos desde el aire, aunque las montañas no estuvieran coronadas de nubes, como, de hecho, ocurría. La visibilidad no era de más de cincuenta metros, como máximo. Aquello ya le pareció el colmo. ¿Por qué no podían tener una ola de calor, un día agradable y cálido que derritiera algo de nieve e hiciera la espera del rescate un poco más fácil? Tenía frío y quería sentir calor. Todavía le dolía la cabeza; le dolía todo el cuerpo. La fiebre no había desaparecido. Todo lo que quería era que la rescataran de aquella maldita montaña, y ahora… más nieve. Estupendo.

Había caído en un sueño irregular justo antes de amanecer. Ahora el sol estaba muy alto, aunque no pudiera verlo a través de las nubes, y sentía una urgente llamada de la naturaleza. Justice también, y estaba dividida entre la necesidad de ayudarlo y la sensación de que no podía esperar tanto. Ganó su urgencia.

– ¡Vuelvo enseguida! -gritó, apresurándose tanto como pudo a internarse en los árboles. Cuando salió vio que él se las había arreglado por sí mismo; estaba apoyado en un árbol, de espaldas a ella.

Se detuvo donde estaba, para darle un momento de privacidad. Ese pequeño esfuerzo la había agotado completamente y cerró los ojos. Comprendió que estaba bastante enferma, no de muerte, pero lo suficiente para sentirse frágil, y eso le resultaba inquietante. Entre la fiebre, el frío, la altitud y la falta de comida y agua, no sería capaz de hacer muchas cosas. Era bueno que no necesitara hacer demasiadas cosas. Podían comer otra barra de chocolate, derretir más nieve para beber y descansar en el refugio mientras esperaban que un equipo de rescate los localizara.

Justice estaba mejor que el día anterior. Se las había arreglado para dar unos pasos solo, pero aún tenía un aspecto terrible, con la enorme venda cubriéndole la mitad superior de la cabeza, los ojos negros casi cerrados por la hinchazón y un montón de arañazos y cardenales por todas partes. Sus condiciones físicas no le permitirían mucho más que permanecer acostado en el refugio.

Estaba un poco indignada consigo misma por el hecho de tener fiebre cuando era él quien tenía aquella horrible brecha en la cabeza, una conmoción, y había sido víctima de unos cuidados médicos totalmente inexpertos, mientras que ella sólo presentaba una pequeña herida a causa de un pinchazo. ¿Dónde estaba la lógica de todo esto? Sin embargo, considerándolo retrospectivamente, debería haber echado un poco de colutorio también en su brazo.

– Ya puedes abrir los ojos -dijo Justice, y ella lo hizo lentamente.

Él estaba apoyado contra el árbol, y a juzgar por su postura, aquel esfuerzo lo había agotado. Delante de su cara se formaba vapor blanco cada vez que respiraba y estaba temblando visiblemente. Sus únicos zapatos negros de cordones no lo protegían de la nieve. Sus pantalones eran los del traje. Se había puesto un par de camisas de ella sobre los hombros y el cuello para tener algo más de calor, pero no había mucho más que pudiera hacer para protegerse de los elementos. Al verlo, recordó que era ella la que tenía que hacerse cargo de las necesidades de ambos.

Lenta y cuidadosamente caminó pendiente abajo hacia él con las piernas temblorosas. Él pasó el brazo por su hombro mientras ella le rodeaba la cintura con el suyo, agarrándole el cinturón para sujetarlo en caso de que empezara a caerse.

– Volvamos al refugio. ¿Cómo va la cabeza?

– Duele. ¿Y la tuya?

– Lo mismo. ¿Ves doble? ¿Sientes náuseas?

– No, nada de eso. -Utilizándola a ella como sostén de un lado y apoyando la otra mano en los árboles a medida que se los encontraba, se esforzaba para ir dando un paso tras otro. A veces se tambaleaba y ella tenía que sujetarlo hasta que podía estabilizar de nuevo las piernas, pero, en general, el proceso no resultó tan agotador ni lento como había sido el día anterior.

Se detuvo una vez, levantó la cabeza para inspeccionar las montañas que los rodeaban. A Bailey le pareció que estaba tratando de distinguir algún sonido, pero ella no pudo oír nada más que lo que había oído desde el comienzo: el viento silbando a través de las montañas silenciosas.

– ¿Oyes algo?

– Nada.

Captó la nota sombría de su voz.

– Deberíamos estar oyendo helicópteros a estas alturas, ¿verdad?

– Esperaba que fuera así, pero no necesariamente. El tiempo podría haberlos retrasado. Sabemos que ha nevado aquí arriba, así que habrá pasado alguna borrasca. Siendo más realistas, podríamos esperar algo a mediodía, como muy pronto. -Tembló, su cuerpo entero se puso tenso por el frío, pero después continuó pragmáticamente-: No tiene sentido estar aquí de pie congelándonos el culo cuando no podemos hacer nada.

Bailey estuvo de acuerdo con eso y lo ayudó en el trayecto que faltaba hasta el refugio. Mientras él trataba de arrastrarse dentro, ella dijo:

– Dame la botella para llenarla otra vez de nieve. ¿Estás listo para el desayuno?

– ¿Qué hay para desayunar? -A pesar de estar hinchados y amoratados, en sus ojos grises apareció un destello de humor cuando le tendió la botella.

– Lo mismo que comimos a la cena: una barrita de chocolate. De hecho tengo tres más, así que podemos comernos una entera cada uno si quieres.

Él hizo una pausa, la alegría se borró de su expresión.

– Mejor las racionamos -dijo finalmente-. Por si acaso.

Por si acaso no los rescataban aquel día, quería decir. La idea le resultó casi abrumadora. ¿Otra noche en la montaña, en medio de la oscuridad y el frío? La oscuridad no había sido total, pero habían usado su linterna brevemente. No saber cuánto tardaría un equipo de rescate en llegar allí lo ponía a uno nervioso. ¿Y si tampoco llegaba nadie al día siguiente?

En silencio cogió la botella y se dirigió a una zona donde la nieve estaba limpia. Se había colocado un par de calcetines en las manos, lo que entorpecía el proceso de raspar nieve y meterla en la botella con la carta de póquer, pero bajo ningún concepto quería enfriarse tanto como el día anterior.

La tarea era insignificante, comparada con los hercúleos trabajos a los que se había enfrentado el día anterior, pero era casi más de lo que podía acometer. Cansinamente reptó de nuevo al interior del refugio, agradeciendo que la protegiera del viento. El aire en el interior era sin duda más cálido que en el exterior; fuese por la ausencia de viento o por su calor corporal, se notaba la diferencia con toda claridad. No le importaba lo que lo volvía más cálido, sólo que se estuviera mejor.

La luz se colaba a través de pequeñas grietas; el interior era sombrío, pero no oscuro. No tuvo que encender la linterna para encontrar el sitio donde había puesto las chocolatinas. Estaba muerta de hambre, pero cuando empezó a masticar el primer mordisco de la mitad que le correspondía, su apetito se evaporó súbitamente y el dulce empezó a crecer en su boca. Trató de combatir las náuseas y se las arregló para tragarlo, pero envolvió el resto y volvió a ponerlo en la bolsa hermética de plástico.

– ¿No tienes hambre? -preguntó él, frunciendo el ceño.

– La tenía, hasta que he empezado a comer. Daré otro mordisco dentro de un ratito. -Sentía la boca sucia, así que rebuscó a su alrededor hasta que encontró el paquete de cepillos de dientes desechables. Cogió dos, se metió uno en la boca y le ofreció otro a Justice-. Toma.

– ¿Qué es esto? -preguntó él, frunciendo el ceño ante el círculo rosa de un material flexible que parecía estar vivo.

– Un cepillo de dientes desechable. No necesita agua. Este refugio es demasiado pequeño para respirar por la mañana con el aliento de ayer y anoche dentro, así que cógelo y cepíllate.

Esbozó una sonrisa mientras agarraba el palito y empezaba a restregarlo en sus dientes. Bailey se quedó agradablemente sorprendida por el sabor a menta y por lo limpia que sintió la boca cuando terminó. Ahora, si pudiera darse una agradable ducha caliente…

«Sueña», se dijo mientras relajaba su cuerpo dolorido sobre la gomaespuma y se colocaba un montón de ropa encima. La ropa los taparía mejor si las prendas estuvieran estiradas y en capas, pero se encontraba demasiado cansada y se sentía demasiado enferma para hacer semejante cosa en ese momento. Justice se estiró junto a ella, después la atrajo hacia él y dispuso la ropa de modo que no hubiera nada entre ellos, excepto lo que llevaban puesto.

Ella pensó que resultaba extraño que en una sola noche ya hubieran establecido una especie de rutina. Ya conocían y buscaban automáticamente las posturas en las que encajaban mejor y estaban más cómodos. Él era unos veinte centímetros más alto que ella, quizá más, así que dándole la espalda se acurrucaban casi perfectamente. Le pasó el brazo en torno a la cintura y deslizó la mano bajo su camisa en busca de calor, apoyándola en su estómago. Entre ellos se había forjado una familiaridad, e incluso una cierta intimidad, pero suponía que ése era un mecanismo de supervivencia. Juntos tenían más oportunidades de salir vivos de esa montaña.

– Podríamos jugar a las cartas, supongo -dijo ella, pensando en las horas que tenían por delante.