– ¿Así está mejor?

– Mucho mejor. -Quitó cuidadosamente el resto del vendaje, confiando en que la pomada antibiótica que había puesto sobre los puntos hubiera evitado que la gasa se pegara. Así había sido, en su mayor parte, aunque en alguna zona tuvo que tirar de la gasa para soltarla, pero nada grave. Él ni gritó ni soltó ninguna maldición, algo que ella agradeció.

La sutura tenía casi tan mal aspecto como la herida, pensó mientras se mordía el labio. La sangre seca formaba costras alrededor de los agujeros donde estaban los puntos y en una delgada línea a lo largo del corte, haciéndole preguntarse si había juntado los bordes lo suficiente. Entonces se dio cuenta de que la hinchazón había bajado algo, lo que significaba que los puntos no estaban tan apretados como deberían.

– Va a quedar una cicatriz horrible -advirtió ella-. Puede que necesites cirugía plástica.

La mirada que le lanzó él era ligeramente incrédula.

– ¿Por una cicatriz?

– No soy médico, ¿recuerdas? Éste no es exactamente el trabajo de un profesional. -Se sentía avergonzada, como si hubiera fallado en una prueba, aunque no sabía qué otra cosa podía haber hecho. ¿Dejar la herida abierta hasta que la hinchazón hubiera bajado? No parecía una alternativa viable. No sólo habría habido más probabilidades de infección, sino que posiblemente habría quedado una cicatriz mayor dejándola sin coser.

– ¿Te molesta la cicatriz? -preguntó él.

– Oye, no está en mi cabeza. Si no te molesta a ti, entonces no te preocupes por eso.

Él sonrió ampliamente mientras ella le limpiaba la sangre seca con alcohol.

– No eres un dechado de compasión, ¿eh?

– No soy un dechado de nada. Lo siento.

– Lo que quiero decir es si te molesta mirarla.

– No la miraré, porque voy a taparla con una venda. Pero, en general, las cicatrices no me molestan, si es eso lo que preguntas. -Agarró el tubo de pomada y extendió un poco sobre los puntos, de un extremo al otro. Para cubrir la herida necesitó dos gasas estériles; utilizó tiras de esparadrapo para mantenerlas en su lugar, después volvió a enrollar la venda en torno a su cabeza-. Ahí lo tienes. No estás como nuevo, pero estás mejor que ayer.

– Gracias a ti -dijo él según se incorporaba.

Ella extendió el brazo para ayudarle, sosteniéndolo hasta que estuvo segura de su estabilidad. Él la rodeó con su fuerte brazo, le levantó la barbilla y la besó.

Capítulo 18

Bailey se quedó helada, atrapada por la poderosa fuerza del brazo de Justice. Odiaba tener que vérselas con problemas sexuales. Se estaban llevando tan bien… ¿Por qué tenía que estropearlo todo intentando ligar? Era más fuerte de lo que ella esperaba, dada su condición física, lo cual significaba que tendría que oponer bastante resistencia para alejarlo, pero no quería hacerle caer y empeorar su estado…

De todas formas, el beso fue rápido y fugaz, apenas un roce de sus labios fríos contra los de ella. Él levantó la cabeza antes de que ella pudiera trasladar sus pensamientos a la acción.

– Gracias -dijo de nuevo, y la soltó.

Ella se quedó allí, en medio del frío, desconcertada. Bien, ahora estaba confundida. ¿Aquello había sido un flirteo o no? Si eso es lo que él pretendía, había sido lo menos sexy que había experimentado en su vida, lo cual contradecía su propósito. Y si el beso pretendía ser de agradecimiento, habría bastado con dar simplemente las gracias.

Era la primera en admitir que no era precisamente avispada a la hora de captar mensajes sexuales, y le parecía que las relaciones sentimentales eran suficientemente espeluznantes sin necesidad de que uno, o los dos, actuara basándose en suposiciones equivocadas. Para ella, era mejor preguntar y estar segura, a pesar de que, habitualmente, esas situaciones no se resolvieran precisamente de esa forma. Ahuyentó su ligera conmoción y continuó ayudándolo a llegar al refugio, colocando su hombro bajo el brazo izquierdo de él y rodeando su cintura con los brazos.

– ¿Eso ha sido un intento de ligar conmigo? -preguntó con exigencia, mirándolo con el ceño fruncido.

Él se detuvo mientras bajaba la vista para mirarla con expresión afable.

– ¿Por qué lo preguntas?

– Porque no sé qué pensar. Si ha sido un intento de ligue, quiero que sepas de una vez que el sexo no entra en mis planes. Pero si no lo ha sido, entonces no importa.

Él soltó una carcajada y estrechó su brazo en torno a los hombros de ella en un breve abrazo.

– Créeme, cuando intente ligar contigo, te enterarás. Ha sido solamente un gesto de agradecimiento.

– Con dar las gracias habría sido suficiente.

– También habría sido suficiente decir: «De nada» -replicó él con ironía.

Asomó un poco de color en su cara pálida.

– De nada. Lo siento. He sido muy susceptible, y no lo pretendía.

– No importa.

Habían recorrido los aproximadamente cuatro metros que los separaban del refugio. Él retiró el brazo de los hombros y se puso a un lado, indicándole que entrara primero. Ella obedeció, dándose cuenta por primera vez de lo fácil que era entrar y salir cuando no había nadie dentro.

– Espera, déjame… -empezó, pero él ya estaba deslizándose tras ella. Bailey levantó las piernas para dejarle el mayor espacio posible para maniobrar. Cam se dio media vuelta, pero sus largas piernas dificultaban la operación; después se tumbó boca abajo y tiró de la bolsa de basura para tapar la entrada.

Se organizaron, estirando y arreglando el montón de ropa para poder taparse mejor. Bailey suspiró mientras relajaba su cuerpo dolorido, acostada de lado frente a él. Después de estar acostada y dormitando la mayor parte del día, debería estar aburrida e inquieta, pero en cambio se encontraba todavía tan cansada que parecía como si tuviera pesas sujetas a las piernas y a los brazos. También se sentía increíblemente sucia; estar enferma y sucia era, en cierto modo, mucho peor que estar enferma y limpia.

El abatimiento cayó sobre ella como una losa.

– ¿Por qué no han venido a buscarnos hoy? -preguntó, con tono desolado.

Cam apoyó la cabeza en el trozo de gomaespuma que le servía de almohada. Estaban acostados cara a cara, juntos bajo una luz que disminuía a medida que el sol bajaba, trayendo consigo otra noche helada. Su mirada vagó por la cara magullada de él. Aún podía ver cómo se curvaban sus pestañas y la barba de un día que cubría su barbilla, pero pronto sería solamente una sombra oscura en la penumbra del refugio, antes de que la oscuridad fuera completa.

– No lo sé -dijo finalmente él-. El ELT debería haber transmitido nuestra posición y nos tendrían que haber enviado ya un helicóptero.

– Quizá esté estropeado -sugirió ella, y su corazón sufrió un sobresalto cuando pensó en esa posibilidad. Si nadie sabía dónde estaban…

– Los ELT soportan lo indecible, especialmente con el avión relativamente intacto, como está.

– ¿Intacto? -repitió ella incrédula-. ¿Le has echado un vistazo? ¡El ala izquierda ha desaparecido, al igual que la mitad de la cabina!

Esbozó una media sonrisa divertida.

– Pero los dos estamos vivos y de una pieza, y la mayor parte del fuselaje está todavía ahí. He visto impactos donde lo único que queda son unos cuantos trozos de metal calcinados.

– ¿Como si nos hubiéramos estrellado contra una pared rocosa? -Por un momento retrocedió a aquellos momentos escalofriantes antes del impacto, cuando había visto las escarpadas rocas alzarse cada vez más cerca y había sabido que estaba a punto de morir.

– Así es. Por eso quería descender hacia la línea de árboles. Íbamos a caer, no había forma de evitarlo, pero los árboles suponían la diferencia entre vivir y morir.

– Amortiguaron el impacto. -Tembló un poco, recordando la increíble fuerza con la que se estrellaron, la sensación de ser golpeados por un gigante. No podía imaginar lo que habría sido el choque sin los árboles, pero sabía que no habrían sobrevivido.

– Exactamente. Los árboles del borde de la línea no son muy gruesos y no habrían servido de mucha ayuda, pero tampoco quería descender demasiado para encontrarme con los que fueran demasiado fuertes. Necesitaba árboles más o menos resistentes, supongo, lo suficientemente fuertes para amortiguar la velocidad de la caída, para absorber el impacto, pero también flexibles para ceder.

– Buena idea. Ha funcionado.

– Supongo que sí. Estamos vivos.

Quiso decirle lo impresionada que se había quedado con él entonces, viéndolo aprovechar cualquier pequeña elevación de las corrientes de aire, luchando contra la gravedad, utilizando su habilidad y su fuerza para mantenerlos en el aire todo el tiempo posible, pero aunque su garganta se movió no consiguió articular palabra. Horrorizada, notó cómo le ardían las lágrimas en los párpados y apretó los dientes, deseando con todas sus fuerzas no echarse a llorar. No era llorona por naturaleza, a pesar de esas molestas ocasiones en que se despertaba con lágrimas en las mejillas. No sabía por qué le sucedía, a pesar de que se negaba a convertirse en una mujer debilucha que en cuanto se siente enojada o aterrada se echa a llorar. Finalmente se las arregló para decir en un tono razonablemente neutro:

– Salvaste nuestras vidas.

Incluso en la penumbra, sus agudos ojos pudieron apreciar su rostro. Su expresión se suavizó mientras le tocaba el cabello, apartándole un mechón de la cara.

– Y después tú salvaste la mía. Habría entrado en shock y habría muerto si no hubieras detenido la hemorragia. Supongo que estamos en paz.

Ella sintió un extraño pero poderoso impulso de girar la cara hacia su mano y besarle la palma. ¿Qué demonios le sucedía? Quizá le estaba subiendo la fiebre. Tal vez sufría estrés postraumático. Un accidente de avión era bastante estresante; tenía derecho a tener los nervios alterados.

– ¿Habías tenido antes alguna experiencia de supervivencia en la montaña, algún cursillo de primeros auxilios o algo similar? -preguntó él con curiosidad.

El cambio de tema le dio una oportunidad de salir silenciosamente del abismo emocional en el que parecía estar. Aun así, necesitó tragar saliva un par de veces antes de poder hablar de nuevo, y el corazón le latía como si acabara de recibir una llamada inesperada.

– No. ¿Por qué?

– Porque tomaste una serie de decisiones sensatas e hiciste todo lo correcto con los recursos limitados que teníamos a mano.

– Sensata, ésa soy yo -dijo, sorprendida de su risa irónica. Había sufrido las consecuencias producidas por decisiones tomadas en caliente porque a uno de sus progenitores o a los dos, sencillamente, les apetecía, sin detenerse a pensar en lo perjudicial que podría ser el resultado para sus hijos. Nunca había querido ser así-. Mi sentido común es la razón por la que Jim me escogió para supervisar… -Se detuvo, reticente a hablar de su vida personal.

– ¿Todo ese dinero? -remató Cam, y sonrió cuando ella abrió los ojos sorprendida-. Todo el mundo lo sabe. Mi secretaria me habló de ello, pero es una mujer que da miedo, está aliada con el diablo y lo sabe todo.

Bailey lanzó una carcajada.

– ¿Karen? ¡Espera a que le cuente que has dicho que está aliada con el diablo!

– ¡Demonios! ¿Conoces a Karen? -La sorpresa hizo que se levantara sobre el codo para mirarla consternado.

– Por supuesto que conozco a Karen. El Grupo Wingate ha utilizado J &L, durante ¿cuántos años? Antes de casarme con Jim, yo era la que la llamaba para contratar los vuelos.

– Debí haberlo sabido -murmuró él-. Diablos. Mierda. Si le dices eso me amargará la vida hasta que me muera o me arrastre sobre brasas para disculparme. -Se acomodó sobre la espalda y miró hacia arriba-. Prométeme que no se lo dirás.

– No me digas que le tienes miedo a tu secretaria. -Se rió por lo bajo, encantada de descubrir esa faceta del Capitán Reprimido Justice. Podía ver la sonrisa que amenazaba con dibujarse y le encantaba que él reconociera y disfrutara en privado de los beneficios de una secretaria dominante.

– Es nuestra dueña -afirmó con un tono exageradamente sombrío-. Sabe dónde está todo, cómo funciona todo y todo lo que está pasando. Lo maneja todo. Todo lo que Bret y yo hacemos es aparecer por allí, firmar lo que nos manda y pilotar los aviones.

– Podríais despedirla -sugirió ella, sólo para provocarlo.

Él resopló.

– Sé realista. En Texas nos educan para comportarnos de forma más inteligente. Si ella no trabajara allí, es probable que yo tuviera que hacer algo más que firmar unos cuantos papeles.

– ¿Eres de Texas?

– No me digas que he perdido el acento. -Se acomodó de lado otra vez y puso el brazo bajo la cabeza.

– No, pero he leído que los pilotos suelen adoptar con toda naturalidad un acento arrastrado, así que podías ser de cualquier sitio.