– El síndrome de Yeager -dijo él-. No tuve que adoptar ningún acento arrastrado. Nací con él, aunque Yeager era de Virginia Occidental y yo soy un chico de Texas de los pies a la cabeza, y los acentos son totalmente diferentes.
– Si tú lo dices… -Dejó que la duda se plasmara en cada palabra.
– Yanqui. Tienes que haber nacido con la música de la lengua para distinguir las variaciones.
Ella tuvo que reírse, especialmente cuando la nota ligeramente provocadora de su voz la invitaba a hacerlo. Quiso decirle que «música de la lengua» sonaba como algo sacado del Kama Sutra, pero se tragó el comentario justo a tiempo. Si pretendía no dejarle aventurarse en el territorio sexual, no debería ser ella la que lo condujera hasta allí.
– ¿De dónde eres? -preguntó él.
– De Kansas originariamente, pero he vivido en Ohio, California, Oregon, Maryland e Iowa.
– ¿De niña o de adulta?
– Sobre todo de niña. Cuando finalicé la universidad, elegí un lugar y allí me quedé. -Las raíces eran agradables. La estabilidad era agradable.
– Mi familia no se movía. Todavía viven en Killeen.
– ¿Dónde queda eso?
– ¿No aprendiste nada de geografía en esos colegios a los que fuiste? Está más o menos a mitad de camino entre Dallas y San Antonio.
– Lo siento -dijo ella, poniendo los ojos en blanco-. No se dedicaban demasiado a la geografía de Texas en los colegios a los que fui.
– El nivel de ignorancia hoy en día es impresionante. ¿Cómo puede un colegio no enseñar nada sobre Texas?
– No tengo ni idea. Entonces, ¿creciste en Killeen?
– Sí. Mis padres viven todavía en la misma casa donde crecí. Tengo un hermano y dos hermanas, y todos fuimos al mismo colegio, y durante mucho tiempo tuvimos los mismos profesores. Pero cambié mucho de residencia cuando estuve en las Fuerzas Aéreas. Fue divertido ver lugares nuevos, aunque cada mudanza era como un dolor de estómago. ¿Por qué cambiabas tú tanto de ciudad?
– El ping-pong del divorcio -dijo ella-. Se juega con niños, en vez de con pelotas.
– Es una mierda. ¿Tienes hermanos?
– De una variedad infinita.
– ¿Los hay de otro tipo distinto a varones y hembras?
Ella se rió, disfrutando de la broma.
– Un hermano y una hermana, dos hermanastros a los que no veo nunca, tres hermanastras a las que no veo nunca y todo un catálogo de hermanastros y hermanastras cuyos nombres tengo que pensar y a muchos de los cuales no reconocería si me tropezara con ellos. -Pensó que reconocería al tipo pelirrojo y con la barbilla partida, pero nunca podía recordar su nombre. Era el hijo del segundo esposo de su madre, uno de ellos, con su segunda esposa; su madre había sido la tercera. Pensar en todo ello empeoró el dolor de cabeza de Bailey.
– ¿Tienes una relación fluida con tus dos hermanos?
Ella se percató de que él no le preguntaba por sus padres, pero tenía que reconocer que era un tipo listo, así que probablemente se había dado cuenta de que era una pregunta sin sentido.
– Con mi hermano Logan. Iba a ir con él y su esposa, Peaches, a hacer rafting. A mi hermana no la veo mucho. Tiene sus propios asuntos.
En general, se dio cuenta de lo cómoda que se sentía en aquel momento, no físicamente sino mentalmente. La patrulla de rescate los encontraría al día siguiente, poniendo fin a aquella pesadilla. No recomendaría un accidente aéreo como experiencia, no era divertido desde ningún punto de vista, pero ella había conseguido un amigo. La embargó una ligera sensación de asombro por considerar amigo al Capitán Amargado Reprimido Justice, pero había descubierto que no era un amargado y lo único que tenía estrecho eran las nalgas, que no estaban nada mal.
– Te vas a quedar dormida -comentó él-. Puedo saberlo por la forma en que respiras.
Ella asintió con un ronroneo que subió de su garganta y se acurrucó en sus brazos, buscando su calor, como si siempre hubiera dormido allí.
Capítulo 19
La tercera mañana, el día amaneció soleado y brillante. Cuando Cam se arrastró fuera del refugio descubrió que se sentía considerablemente más fuerte que el día anterior, y además su dolor de cabeza había disminuido. No estaba precisamente para saltar obstáculos o correr una maratón, pero caminaba sin ayuda, aunque lentamente, y sin tener que agarrarse a nada.
Bailey también se sentía mejor; le había subido la fiebre durante la noche, empapándola en sudor. Eso no era bueno, al menos en un clima de varios grados bajo cero. Había obligado a Cam a darse la vuelta y a mirar para el otro lado, para ella poder quitarse la ropa empapada y ponerse una seca. Considerando el espacio tan limitado del refugio, a él le habría gustado ver cómo se contorsionaba, pero no había hecho trampa y no había echado ni una ojeada. Desde que la había sorprendido, dejándola petrificada al besarla, no quería asustarla de nuevo. Por esa misma razón se había asegurado de no rozarla con una erección, aunque se había despertado varias veces con verdadera urgencia. Sin embargo, estaba llegando el momento…
Pero primero tenían que salir de aquella maldita montaña.
Con respecto a la comida, su situación se estaba volviendo crítica. Quedaban dos chocolatinas, y ellos estaban cada vez más débiles por falta de alimento. El hecho de haber dormido la mayor parte de las últimas treinta y seis horas les había ayudado, porque no habían quemado muchas calorías, pero si no los rescataban hoy…
No le había revelado a Bailey lo preocupado que estaba al ver que el día anterior no los habían rescatado. Un satélite debería haber detectado la señal de su ELT, y aunque la montaña había estado cubierta de nubes todo el día, podían haber dejado un equipo de rescate en un lugar más bajo y accesible para que llegara hasta ellos.
El problema era que el ELT funcionaba con baterías y transmitiría sólo entre veinticuatro y cuarenta y ocho horas. Habían pasado veinticuatro horas el día anterior por la mañana y estaban llegando a las cuarenta y ocho; si no detectaban la señal antes, ya no podrían hacerlo nunca. Al no ver llegar el día anterior al equipo de rescate, había empezado a temer que las baterías se hubiesen descargado antes incluso de que hubieran empezado la búsqueda.
Levantó la vista cuando Bailey volvió desde los árboles al refugio. Ella se detuvo delante y lo miró con decisión.
– Tienes que quedarte fuera un rato -dijo, con un tono que no admitía objeciones-. No puedo soportarlo más. Apesto. No me importa el frío que haga, tengo que lavarme y ponerme ropa limpia. Y cuando termine, tú también tienes que asearte.
– Tú te pusiste ropa limpia anoche -señaló él, sólo para irritarla-. Y yo no tengo ropa limpia.
– Eso es culpa tuya -soltó ella-. No sé cómo se te ocurrió pensar que sólo ibas a necesitar una muda para un viaje en el que ibas a pasar la noche.
– Quizá el hecho de que siempre llevo lo mismo.
– Sí, bueno, pero tienes que tener en cuenta las emergencias. ¿Y si se te hubiera caído café sobre tu camisa limpia en el desayuno? Estarías en un aprieto.
Él quiso reírse, pero no lo hizo. Tal vez fuera la forma en que se erguía con la espalda recta o la expresión testaruda en su rostro mientras levantaba la barbilla lo que le hizo pensárselo mejor. Pero le resultó divertido escuchar aquel sermón sobre la ropa. Si ella todavía llevara puestos los sofisticados pantalones y la chaqueta que vestía cuando se subió al avión, aquel rapapolvo no le habría parecido tan fuera de lugar, pero su aspecto en aquel momento hacía parecer elegantes a las pordioseras.
Llevaba tanta ropa que no se podía adivinar su silueta, y la camisa de franela anudada a la cabeza era el toque final. No. Tal vez lo eran los calcetines que llevaba puestos en las manos. Pero, por otra parte, él estaba arropado con las camisas y los pantalones de ella, pues evidentemente no podía ponérselos. Si ella tenía mejor aspecto que él, la cosa andaba realmente mal. Y si él hubiera podido ponerse unos calcetines en las manos, también lo habría hecho sin dudarlo.
– Tú ganas -dijo sonriendo-. Debería haber traído más ropa. Voy a hurgar en el avión mientras te aseas, así que tómate tu tiempo.
Inmediatamente sus ojos verdes se ensombrecieron con preocupación.
– ¿Estás seguro de que estás lo bastante fuerte…?
– Estoy seguro -la interrumpió-. Hoy me siento mucho mejor. -Bueno, «mucho» era exagerar, pero ya no aguantaba más acostado y quería revisar algunas cosas.
Ella se mordió el labio inferior.
– Grita si te mareas o te sientes mal -dijo finalmente, y se dejó caer para deslizarse en el interior del refugio.
Cam se dio la vuelta y echó una mirada general a los restos del avión con ojo experto. Miró la trayectoria, señalada por los árboles destrozados. Vio el lugar en que el ala izquierda había bajado y tropezado con un saliente escarpado de roca; seguramente fue allí donde había perdido el ala. El avión se había torcido violentamente hacia la derecha y casi había salido de los árboles hacia la pendiente rocosa, lo cual habría sido un desastre.
Lo que les había salvado el pellejo era que el combustible no había ardido. Se podía sobrevivir al impacto del choque muy a menudo, pero no al incendio. Incluso con el motor apagado el cableado eléctrico podía haber producido un incendio. Quizá Bailey podría haber salido viva, pero él con seguridad no.
El fuselaje no descansaba sobre la tierra, sino que estaba medio apoyado en el ala derecha rota y empalado en un árbol. La rama se había clavado en el fuselaje, anclando el avión y evitando que diera la vuelta. Mientras la rama resistiera, el aparato no se movería. Esperaba con todas sus fuerzas que no se rompiera mientras él estaba en la cabina; ¿no sería eso un golpe de mala suerte?
Tomó impulso para subir a lo que había sido el asiento del copiloto, antes de que Bailey le quitara los cojines de gomaespuma y la tapicería de cuero, y que ahora era poco más que un armazón. Lo primero que revisó fue el ELT.
– Mierda -dijo suavemente, en cuanto accionó el interruptor.
El indicador estaba apagado, la batería estaba muerta. Se hizo la gran pregunta: ¿Habría recibido el satélite la señal antes de que la batería se agotara o había dejado de funcionar desde el principio? Los ELT eran inspeccionados una vez al año, mediante un código. La batería podía haber estado descargada durante meses, porque la verdad era que, además de la inspección anual, nadie revisaba aquel maldito aparato.
Si el satélite hubiera recibido la señal, estaba casi seguro de que el equipo de Búsqueda y Rescate los habría localizado el día anterior. Pero no había llegado, y ahora ya no creía que lo hiciera, al menos no a tiempo. Lo que más le preocupaba era que no había oído ningún avión de la Patrulla Aérea Civil volando en su búsqueda, ni helicópteros. Había transmitido por radio su posición, y aunque en realidad no habían caído exactamente en ese punto, estaban lo bastante cerca para haber oído un helicóptero de rescate en aquella zona.
Sabía que se había organizado una búsqueda. Un avión no desaparecía durante dos días sin que nadie se molestara en buscarlo. Entonces, ¿dónde demonios estaban?
Se preguntaba si su transmisión por radio habría llegado. ¿Y si la Patrulla Aérea no tenía ni idea de dónde buscarlos? El área podía ser localizada matemáticamente utilizando como variables la cantidad de combustible y la distancia de vuelo máxima, pero eso significaba un territorio enorme. Empezaba a pensar que Bailey y él tendrían que salir de la montaña por sus propios medios, algo que era más fácil de decir que de hacer.
La pantalla de la cabina estaba destrozada y la radio rota, lo que no le causó ninguna sorpresa. Rebuscó por allí, tratando de encontrar algo útil que Bailey hubiera pasado por alto, pero había sido concienzuda. Lo único que quedaba en la cabina que pudiera usarse eran los cinturones de seguridad. Estiró las cintas tanto como pudo antes de cortarlas. Las del regazo no eran tan largas, pero podían usarse. Eran fuertes, y podían convertirse en redes para llevar cosas. No era como hacer de nuevo las maletas de Bailey y echarlas a rodar por la montaña, pero quizá pudieran usar los cinturones de seguridad para convertir una de las maletas en una especie de mochila y transportar los objetos más esenciales. Si su maletín era suficientemente grande, sería del tamaño ideal.
La linterna que siempre tenía en la cabina había desaparecido. Estaba seguro de que tenía que estar en alguna parte, pero probablemente cubierta por la reciente nevada que había caído, y era imposible saber a qué distancia había salido disparada con el impacto. Si iban a salir caminando de allí, la necesitarían, pero las probabilidades de encontrarla no eran muchas.
"Cercano Y Peligroso" отзывы
Отзывы читателей о книге "Cercano Y Peligroso". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Cercano Y Peligroso" друзьям в соцсетях.