También necesitaba la chaqueta de su traje y las barritas de cereales que tenía en el bolsillo, aunque eran más importantes las barritas. La chaqueta sería de agradecer, pero podría arreglárselas tal y como andaba ahora; sin embargo, necesitaban urgentemente las barritas.
Ahora que sabía la prueba a la que se enfrentaban, miró los restos del avión con ojos diferentes. Los afilados trozos de metal o de cristal podían convertirse en cuchillos rudimentarios, por si acaso se perdía la navaja de bolsillo o se le rompía la hoja. Nunca estaba de más tener un repuesto. Quizá pudiera hacer raquetas para andar por la nieve. En teoría era bastante fácil. El asunto era saber si el terreno era demasiado accidentado, porque las raquetas entorpecían la marcha.
Cuanto más descendieran, más abundancia de comida habría. Él era un chico de Texas; había crecido poniendo trampas para conejos y ardillas. Podría encontrar comida para ellos entonces, pero necesitaban alimento de forma inmediata.
Se dirigió al otro lado del avión. Allí la pendiente era mucho más pronunciada, con superficies de roca viva que le habrían hecho imposible moverse sin agarrarse a los árboles. Siguió el sendero ascendente que había dejado el avión al caer, utilizando la fuerza de la parte superior de su cuerpo para impulsarse hacia arriba donde no podía apoyar los pies.
La nieve se hundía bajo sus zapatos, sobresalía por los lados y se metía en su interior, mojándole los calcetines y helándole los pies. No podría alejarse de allí con aquel calzado, pero no sabía qué podía hacer. Podía ignorar el frío por ahora; demonios, quizá Bailey quisiera calentarle de nuevo los pies con sus senos. Eso hacía que mereciera la pena tener los pies fríos.
Había restos del avión diseminados por toda la pendiente: trozos de metal retorcido, cables rotos, ramas destrozadas. Si encontraba un trozo de cable lo suficientemente largo para ser útil, lo recogía, lo enrollaba y se lo metía en el bolsillo. Encontró un puntal de un ala combado, después la puerta torcida y doblada del lado del piloto. Considerando los daños, lo único que podía pensar era que había salido muy bien parado con una conmoción y una brecha en la cabeza. Más lejos, hacia un lado, pudo descubrir una forma redondeada que tenía que ser una de las llantas, cubierta de nieve.
Llegó a un árbol que parecía que hubiera sido partido por un rayo, con la corteza reventada y las ramas rotas, sólo que las brechas de la madera eran recientes. El daño estaba aproximadamente a seis u ocho metros de la base del árbol. Miró a su alrededor y vio pequeños trozos del avión, pero nada lo bastante grande para ser el ala.
Subió más, impulsado por la curiosidad, pero no encontró nada. Finalmente, sintió un frío intenso que le obligó a dar la vuelta. También le faltaba el aliento y notaba escalofríos, algo normal considerando la cantidad de sangre que había perdido. Lo único bueno de aquella inmovilidad forzosa que había tenido que soportar a causa de su herida era que el tiempo que había pasado le había permitido acostumbrarse a la altura.
Se detuvo un momento para orientarse. Estaba arriba y a la izquierda del lugar del impacto, su pequeño refugio se encontraba sólo un poco más arriba y a la derecha. Bailey no había salido todavía, así que estaría dentro con sus toallitas húmedas, quitándose el pegajoso sudor provocado por la fiebre. Sonrió, preguntándose si saldría corriendo desnuda si él gritaba pidiendo ayuda. Puede que sí, pero después lo mataría, así que se contuvo. La vería desnuda, pero a su tiempo.
Recorrió con la mirada el terreno por encima del refugio, hacia la parte alta de la montaña, buscando la cumbre… y vio el ala, a unos diez o quince metros.
– ¡Maldición! -exclamó.
Había estado buscando en el lado izquierdo del accidente; supuso que, como se trataba del ala izquierda, habría caído allí, porque no recordaba haber pensado realmente en otro lugar que no fuera el sitio donde había golpeado el árbol. Pero en lugar de eso, cuando fue arrancada, el ala había dado muchas vueltas hasta caer hacia la parte derecha. Estaba, de hecho, casi detrás del refugio, pero más allá de donde había ido caminando.
Con precaución, se abrió camino hacia ella. Cuando llegó estaba muy cansado, pero respiraba con bastante facilidad.
En un accidente aéreo se desarrollan fuerzas inimaginables. El metal se veía retorcido y doblado como si fuera una tela ligera, los remaches habían reventado, y las tuercas y los tornillos estaban arrancados tan limpiamente como si los hubieran cortado. El ala había quedado doblada en dos por la fuerza con la que había golpeado el árbol, y el metal se había resquebrajado y abierto por la línea de tensión. Podía ver la estructura, los metros de cableado que colgaban de la parte donde el ala había estado sujeta al avión, el depósito de combustible roto.
Le llamó la atención algo que parecía un globo desinflado, y que colgaba del depósito roto.
Se quedó parado allí, mirándolo fijamente, con un cosquilleo en la nuca que le advertía de la presencia repentina del peligro. Le invadió la furia, una rabia tan fuerte que se le cegó la vista con una nube roja.
No había sido un fallo mecánico. El avión había sido saboteado.
Capítulo 20
Cuando Bailey salió del refugio, no vio a Cam. Se había limpiado tanto como había podido, y se notaba un poco temblorosa, pero inmensamente mejor. Todavía tenía dolor de cabeza, pero no era tan fuerte como lo había sido los dos últimos días. Con la fiebre superada finalmente, los únicos sitios que le dolían eran donde estaba magullada. El mareo y las náuseas no habían desaparecido por completo, y se sentía débil por la fiebre y la falta de comida. Sin embargo, en general, podía decir que su estado físico había mejorado notablemente.
– ¿Cam? -llamó. No hubo respuesta. Un escalofrío de preocupación recorrió su espalda. Estaba demasiado débil para andar solo. ¿Y si se había caído? Asustada, siguió sus huellas hasta el avión, después vio por donde había pasado dando la vuelta al aparato. No lo veía por ningún lado.
– ¡Cam! -gritó de nuevo, esta vez más alto-. ¡Cam!
– Estoy aquí arriba.
Su voz venía de la parte alta de la pendiente. Dio la vuelta y lo vislumbró entre los árboles, abriéndose camino hacia abajo.
– ¿Qué estás haciendo ahí arriba?
– Buscando el ala.
¿Qué importaba el ala? No podía volver a sujetarla al avión para sacarlos de allí volando. A lo mejor se trataba de una manía de piloto, que quería saber adónde habían ido a parar todas las piezas de su avión. Lo que a ella le preocupaba era que se había alejado mucho del campamento, solo, con lo débil que estaba… y con aquellos zapatos. Tendría las piernas mojadas hasta las rodillas y los pies helados.
Molesta, empezó a subir por la empinada pendiente para encontrarse con él, en parte para ayudarlo si lo necesitaba, pero también para echarle una bronca por haber sido tan descuidado. Su mal humor crecía a cada paso que daba, porque le resultaba muy dificultoso caminar; tenía que agarrarse a los árboles y arrastrarse prácticamente sobre las piedras, y en una ocasión pisó un hoyo y se le hundió una pierna en la nieve hasta el muslo. Aulló por la impresión mientras exclamaba:
– ¡Maldita sea!
– ¿Qué ha pasado? -preguntó Cam con rudeza. Estaba abriéndose paso entre las rocas, y en ese momento estaba fuera de su campo de visión.
– He metido el pie en un agujero -respondió ella, frunciendo el ceño en dirección a él, aunque no podía ver su expresión. Salió del hoyo y se sacudió la nieve de los pantalones. Le había entrado algo en la bota; pudo sentir el frío intenso extendiéndose por su pierna. Se quitó el calcetín de la mano derecha y empezó a escarbar por el borde de la bota, quitando la nieve que quedaba para no mojarse más.
Cam dio unos pasos rodeando la roca, utilizando los árboles para agarrarse, como ella.
– ¿Te has torcido el tobillo?
– No, sólo se me ha colado nieve en la bota -dijo ella, contrariada. Se enderezó y se puso otra vez el calcetín en la mano, mientras le echaba una ojeada. Lo que vio hizo que se pusiera rígida, como preparándose para un golpe.
Había visto su cara fría e inexpresiva, había visto la forma en que se le curvaba la boca cuando algo le divertía, lo había visto sonreír abiertamente, había visto la chispa pícara de sus ojos cuando hacía un comentario sarcástico. Sin embargo, la expresión que contemplaba ahora mostraba a otra persona completamente diferente. Su boca era una línea sombría, los ojos entrecerrados e iluminados con una furia fría que le hizo sentir un escalofrío en la espalda. Tenía el rostro blanco de ira, lo que hacía que sus ojos fueran más incisivos y echaran chispas. Estaba contemplando a alguien con una expresión asesina en el rostro.
– ¿Cuál es el problema? ¿Qué ha sucedido? -Se quedó allí, inmóvil, abriendo los ojos cada vez más a medida que lo veía acercarse.
Al llegar hasta ella, la agarró por el codo, dándole la vuelta y arrastrándola con él.
– Alguien ha tratado de matarnos -dijo secamente-. Más bien, creo que alguien ha tratado de matarte a ti. Yo era un daño colateral.
Bailey dio un traspiés, muda por la impresión durante un instante.
– ¿Qué? -preguntó con incredulidad y en un tono que ahora era un aullido. Su corazón latía acelerado.
La fuerte mano de él la sujetó mientras recuperaba el equilibrio, con los dedos apretados en su codo.
– Han saboteado el depósito del combustible para que marcara más del que tenía realmente.
Los pensamientos de ella se dividieron en dos direcciones. Parte de su mente se concentró en el depósito de combustible tratando de entender cómo, mientras el resto de su cerebro estaba preocupado por aquella simple afirmación que había hecho él de que alguien había tratado de matarla.
– ¿A mí? ¿Cómo? ¿Por qué…? -Apretó los labios ante el balbuceo incoherente y tomó una profunda bocanada de aire-. Empieza otra vez. ¿Qué te hace pensar que sabotearon el depósito de combustible y por qué crees que yo era el objetivo?
– Cuando se desprendió el ala, se rompió el tanque de combustible. -Hizo una pausa-. Sabías que los tanques de combustible están en las alas, ¿verdad?
– Nunca he pensado en ello -dijo sinceramente-. No me importa dónde estén, siempre que sirvan para llevar combustible. -Llegaron al refugio y se detuvieron casi sin aliento por el esfuerzo.
Cam le hizo girar la cara hacia él y le sujetó los dos codos. Su boca sombría se curvó en una breve sonrisa fría, mientras la miraba.
– Había una bolsa de plástico transparente en el depósito. Tecnología muy casera. Llenas la bolsa de aire, la cierras, y ocupa volumen en el tanque. Así haces que el indicador marque que el tanque está lleno cuando en realidad la mayor parte del espacio lo ocupa la bolsa. Y como es transparente, no se puede ver cuando hay combustible en el depósito.
– Pero…, pero ¿por qué? -Su tono estaba lleno de una angustia contenida. Toda aquella experiencia había sido una pesadilla, pero se había sobrepuesto. Había soportado el terror de estrellarse; había asumido ser la única responsable de su supervivencia el primer día. Había aguantado el frío gélido, el viento implacable, la falta de comida, la enfermedad y la fiebre, incluso la suciedad; no sabía si podría sobreponerse a la idea de que alguien había tratado de matarlos deliberadamente-. ¿Por qué crees que yo soy la que…? -Las palabras se atascaron en su garganta.
– Porque Seth Wingate llamó a J &L el día antes de irnos preguntando por tu vuelo -dijo él sin rodeos-. Nunca lo había hecho antes.
Aquellas palabras la golpearon como una bofetada.
– Seth… -A pesar de toda la hostilidad que había entre los dos, nunca pensó que le haría daño físico. Nunca le había tenido miedo, aunque sabía que tenía muy mal carácter. Incluso entendía la hostilidad de él y de Tamzin contra ella, porque estaba segura de que si ella misma se hubiera encontrado en su lugar se habría sentido igual. Eso no quería decir que le gustara, ni que le gustaran ellos, pero los entendía. Saber que alguien la odiaba lo suficiente como para tratar de matarla le revolvía el estómago. No era un ángel, pero tampoco era una escoria de la sociedad que mereciera que la mataran-. No -dijo ella paralizada, negando con la cabeza. No era que no le creyera, es que aquella situación era más de lo que podía asumir-. Oh, no… -En su recuerdo oyó el eco de la voz de Seth gritándole: «Zorra, te mataré», la última vez que había hablado con él, cuando había permitido que la provocara, amenazándolo con una posible reducción del pago de su fideicomiso. Jamás había respondido a sus burlas y acusaciones, siempre actuaba como si no hubiera dicho nada. Si aquello había sido la gota que desbordó el vaso…, todo era culpa suya.
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