Trató de encontrar cualquier inconsistencia en la teoría de Cam, cualquier resquicio en su lógica.
– Pero…, pero tienes más de un avión… ¿Cómo podía saber cuál ibas a utilizar?
– Si tienes una ligera idea de aviones, se puede deducir cuál usaríamos para tu vuelo a Denver. El Lear no, es el más grande y lo utilizamos para cruzar el país. El Skyhawk no alcanza la altura necesaria para atravesar las montañas, así que tenía que ser el Skylane o el Mirage. Yo habría usado el Mirage, pero estaban reparándolo…, y ahora eso me hace preguntarme si no fue dañado deliberadamente para forzarnos a usar el Skylane.
– Pero ¿por qué? ¿Qué diferencia habría?
– Quizá está más familiarizado con los Cessnas. Sé que le preguntó a Bret dónde daban clases de vuelo, y Bret le recomendó un instructor. Volar no es lo mismo que sabotear, pero confirma que estaba interesado. Y, demonios, no es difícil conseguir información. No sé cómo lo ha hecho, si él mismo averió el Mirage o habló con Dennis y averiguó que el Mirage estaba en reparación. La única forma de enterarse con seguridad es preguntándole a Dennis… o yendo directamente a la policía y dejando que ellos hagan las pesquisas, que es lo que prefiero.
– Cuando nos rescaten… -empezó ella, pero él negó con la cabeza interrumpiéndola.
– Bailey…, nadie va a venir a buscarnos. Nadie sabe dónde estamos.
– El ELT. Dijiste que el ELT…
– Está inactivo. La batería está descargada. Quizá también fue manipulado el ELT. En cualquier caso, no funciona. Tampoco estoy seguro de que mi radio funcionara cuando transmití la posición. Sé que estaba operativa al principio, pero pensándolo bien, no recuerdo exactamente cuándo fue la última vez que oí un informe por radio.
– Pero ¿cómo puede programarse eso? -preguntó ella con vehemencia-. ¿Cómo consigues que una radio se detenga en un momento dado? ¿Cómo alguien puede saber dónde estaríamos cuando se nos acabara el combustible?
– Nuestra posición sería una sencilla cuestión matemática. Un informe del tiempo indicaría los vientos. Yo estaría volando con un nivel de combustible normal, el Skylane tiene una autonomía conocida. Nuestra posición exacta no podría ser determinada, pero alguien listo podría calcular el tamaño de la bolsa de plástico para desplazar una cierta cantidad de litros de combustible, y asegurarse de que tuviéramos suficiente para llegar a las montañas. -Levantó la cabeza y miró a su alrededor, al paisaje silencioso, majestuoso, increíblemente escarpado-. Yo diría que llegar a las montañas era fundamental para el plan…, un lugar remoto donde probablemente no se encontrarían los restos del avión. El cañón del Infierno es bastante remoto. Los caminos para senderistas y montañeros ni siquiera se abren hasta dentro de un mes, así que no hay nadie en estas montañas que pudiera haber visto caer el avión y alertar a alguien, indicando dónde buscar.
– ¿Cómo sabes que yo soy el objetivo? -preguntó apesadumbrada, porque por dentro la había invadido un frío glacial-. ¿Cómo sabes que no eres tú?
– Porque era Bret el encargado del vuelo -señaló él-. Quería pilotar pero estaba enfermo. Karen me llamó a casa en el último minuto para que lo sustituyera, porque era demasiado testarudo para admitir que no debía volar. Enfréntate a los hechos, Bailey -remató con un ligero tono de impaciencia.
– Entonces tú… -Su garganta se cerró, sintió náuseas. Tragó saliva, tratando de controlar la voz-. Así que tú eres el…
– Yo soy el infeliz hijo de puta que tenía que morir contigo, sí.
Ella retrocedió ante esas palabras, las lágrimas le quemaban los ojos. No iba a llorar, no iba a hacerlo.
– Demonios -dijo él con aspereza, tomándole la barbilla con la mano fría y levantándola-. Quería decir que él me consideraría así, no que yo lo piense.
Bailey logró esbozar una tensa sonrisa que no duró mucho, aunque el sentimiento herido se había congelado en ella como una bola gigante. Lo encajó como hacía siempre, rechazándolo.
– Tienes que verlo así, al menos yo lo haría: tuviste la mala suerte de reemplazar a un amigo y casi mueres por ello.
– Hay otro punto de vista.
– ¿Ah, sí? No lo creo.
No estaba en absoluto preparada para el cambio que se produjo en su expresión, la ira fría y tensa de los últimos minutos se metamorfoseó en algo que le pareció casi más alarmante. Su mirada se hizo más intensa, la curva de su boca se convirtió en la de un depredador que acorrala a su presa. Corrigió la forma de agarrarle la barbilla de modo que el pulgar se apoyó en su labio inferior, abriéndolo un poco.
– Si no hubiera estado a punto de morir -dijo arrastrando las palabras-, puede que nunca hubiera descubierto que esa actitud de bruja fría que pretendes mostrar es sólo una actuación. Pero ahora estás desenmascarada, cariño, y no hay forma de retroceder.
Capítulo 21
Bailey resopló, contenta con la distracción momentánea, que sospechaba era la razón de su cambio de tema de conversación.
– Por mi parte, yo creía que eras un reprimido. -Sabía que el tema de que alguien hubiera tratado de matarla no se había terminado, pero necesitaba tiempo para asimilar los detalles, tiempo para que se asentaran las emociones.
– ¿Ah, sí? -Le pellizcó el labio inferior; después la soltó-. Ya hablaremos de eso. Dios sabe que tendremos mucho tiempo, porque no saldremos de aquí en un día ni en dos.
Ella echó una mirada a su alrededor; era extraño lo familiar que se había vuelto aquel lugar, lo segura que se sentía allí comparado con el enorme esfuerzo que se imaginaba que iba a suponer salir por su cuenta. Y se debía a una cosa: al refugio. No se lo podía llevar, y pensar en construir otro todos los días era desalentador. Por otra parte, allí no tenían comida. Si nadie iba a buscarlos, tenían que rescatarse ellos mismos, y eso significaba salir de esa ladera helada antes de que su propia debilidad les impidiera intentarlo.
– Muy bien -dijo, encogiéndose de hombros-. Vamos a hacer las maletas.
Él curvó los labios en una ligera sonrisa, con aquella manera tan especial que tenía de hacerlo.
– No tan deprisa. No creo que pudiéramos llegar muy lejos hoy, y probablemente a los dos nos vendría bien otro día para aclimatarnos a la altura.
– Si esperamos un día más, nos quedaremos sin comida incluso antes de empezar -observó ella.
– Quizá no. Si pudiéramos encontrar mi chaqueta… Puse un par de barritas de cereales en el bolsillo. No lo he mencionado antes porque ninguno de los dos era capaz de buscarla además esperaba que nos rescataran y no las necesitáramos.
Un par de barritas energéticas duplicaría su reserva de comida, y podía significar la diferencia entre vivir o morir. Además, él necesitaba una chaqueta antes de empezar el viaje. Pensar en la ropa hizo que fijara su atención en otro problema.
– No puedes andar por ahí con esos zapatos.
Él se encogió de hombros.
– Tengo que hacerlo. Son todo lo que tengo.
– Quizá no. Tenemos el cuero que corté de los asientos, además de mucho cable que podemos usar como cordón. No creo que sea tan difícil hacer una especie de forro tipo mocasín para tus zapatos.
– Probablemente más difícil de lo que crees -dijo él secamente-. Pero es una idea estupenda. Nos tomaremos el día de hoy para prepararnos. Necesitamos beber todo lo que podamos, para hidratarnos antes de ponernos en marcha. Si fuéramos capaces de derretir la nieve más deprisa, podríamos beber más.
– Sería estupendo tener una hoguera -asintió ella con un ligero matiz de sarcasmo.
La única fuente de calor que tenían era su propio cuerpo, que derretía la nieve que metían en la botella de colutorio, pero no muy deprisa.
– Lástima que ninguno de los dos echara una caja de cerillas.
Él levantó la cabeza y aguzó la mirada. Se dio la vuelta y miró hacia el avión. A juzgar por su expresión, había recordado algo.
– ¿Qué? -preguntó Bailey con impaciencia, al ver que Cam permanecía en silencio-. ¿Qué? No me digas que tienes una caja de cerillas escondida en alguna parte en ese avión o juro que te quito la ropa mía que tienes puesta.
Él hizo una pausa y dijo pensativo:
– Ésa es la amenaza más estrambótica que me han lanzado jamás -afirmó, dirigiéndose al avión.
Bailey salió corriendo tras él, y a cada paso se hundía en la nieve.
– ¡Si no me dices…!
– No hay nada que decir todavía. No sé si esto funcionará.
– ¿Qué? -gritó ella a su espalda.
– La batería. Tal vez pueda hacer fuego con la batería, si no se ha descargado del todo, y si el tiempo no es demasiado frío. Por lo que sé, la batería podría estar descargada. O estropeada. -Empezó a apartar las ramas que le impedían llegar a los restos del avión.
Bailey agarró una rama y empezó a tirar de ella también. Las hélices habían dejado de girar cuando se estrellaron, así que los árboles habían sufrido menos destrozos, pero eso significaba que había menos ramas rotas, lo que a su vez implicaba que no era fácil quitarlas del camino. ¿Dónde había un hacha cuando uno la necesitaba?
– ¿Puedes hacer fuego con una batería? -preguntó ella jadeando, mientras la rama salía despedida otra vez a su posición original. Hizo rechinar los dientes y lo intentó de nuevo.
– Claro. Produce electricidad, y la electricidad es calor. Es sencillo, pero sólo si queda suficiente líquido en la batería. -Torció una rama hasta que se rompió, después la arrojó a un lado-. Puedo conectar un trozo de este cable a cada polo, y después a un trozo de cable pelado. Con suerte y bastante líquido, eso calentará el cable pelado lo suficiente para encender un trozo de papel, o algo que prenda, si podemos encontrar madera seca.
– Tenemos papel -dijo ella al instante-. Traje un cuaderno y unos cuantos libros de bolsillo y revistas.
Él hizo una pausa y la miró de reojo.
– ¿Para qué? Puedo entender que trajeras un libro, pero ibas a hacer rafting. Yo lo he hecho, así que sé lo agotador que es. Estarías demasiado agotada para poder leer. ¿Y para qué era el cuaderno?
– A veces me cuesta mucho dormir.
– Podrías haberme contado otro cuento. -Gruñó mientras agarraba otra rama y tiraba de ella-. Te has quedado frita las dos noches.
– Como nos encontramos en unas circunstancias tan normales, ¿verdad? -dijo ella dulcemente-. He estado aburrida como una ostra y por eso me entraba sueño.
Él soltó una risita.
– Si tenemos en cuenta lo que dormimos los dos ayer, lo asombroso es que siguiéramos durmiendo por la noche.
– Ventajas de estar enfermo y conmocionado, supongo.
Cuando se abrieron camino hasta la batería, él soltó un gran suspiro de alivio.
– Parece que está bien. Tenía miedo de que no fuera así, dado el destrozo que hay aquí atrás.
– ¿Puedes sacarla?
Él negó brevemente con la cabeza mientras revisaba el metal torcido y combado que recubría parcialmente la batería.
– Ni de broma, es imposible sin una sierra para cortar metal. Pero si consigo meter la mano aquí sin rebanarme los dedos…
– Déjame hacerlo a mí -dijo ella rápidamente, poniéndose a su lado-. Mis manos son más pequeñas que las tuyas.
– Y no tan fuertes -señaló él, mientras apoyaba el hombro contra un árbol y se estiraba todo lo que podía con la mano derecha. Mientras lo observaba ella se dio cuenta de que tenía los dedos azules de frío e hizo una mueca de dolor. Sabía por experiencia lo doloroso que era tener las manos al aire con ese frío y ese viento.
– Tienes que calentarte las manos antes de que sufras una congelación -dijo.
El soltó otro de esos gruñidos de macho que podía significar desde «Estoy de acuerdo» hasta «Deja de dar la lata», y aparte de eso no le prestó la menor atención. No podía obligarlo a calentarse las manos, así que se cruzó de brazos y se calló. No tenía objeto malgastar energía en hablarle. Cuanto antes fracasara o triunfase, antes pasaría a preocuparse de sí mismo.
Ella lo soportó durante unos tres segundos.
– Un caso claro de envenenamiento por testosterona, por lo que veo -comentó.
Su cabeza estaba parcialmente girada hacia otro lado, pero vio arrugarse su mejilla en una sonrisa.
– ¿Hablas conmigo?
– No, hablo con este árbol, más o menos con el mismo resultado.
– Estoy bien. Si puedo encender fuego me calentaré entonces.
Algún diablillo satánico la incitó a decir:
– Bien, si estás seguro.
– Estoy seguro.
– Porque creía que podría calentarte las manos de la misma forma que te calenté los pies, pero ya que estás bien… no importa.
Sus palabras flotaron en el aire helado. Una parte de ella se preguntaba si se había vuelto loca, pero ya no podía retirarlas, así que hizo lo posible por parecer despreocupada.
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