Él se quedó muy quieto, después retrocedió lentamente, se enderezó y volvió el rostro hacia ella.
– Quizá me he apresurado al hablar. Es cierto que me duelen los dedos.
– Entonces es mejor que te apresures para hacer ese fuego -dijo ella alegremente, haciendo un gesto con las manos-. ¡Ale, ale!
Cam la miró con cara de querer decir: «Ya te pillaré», y después volvió a meterse en los entresijos del avión. El ángulo en el que había caído hacía incómoda cualquier actividad, y los árboles estorbaban.
– Bien, ahora vamos a cortar cable -dijo finalmente-. Necesitamos tenerlo todo preparado antes de intentar esto, porque si hay líquido ahí puede que no sea mucho, y a lo mejor sólo tenemos una oportunidad.
– ¿Qué tenemos que hacer?
– Primero, buscar un lugar tan protegido del viento como podamos y hacer un círculo con piedras. Después, buscar madera seca para usarla como combustible. Probablemente algunos de los trozos más pequeños que utilizaste en el refugio para tapar los huecos se habrán secado un poco. Dudo que encontremos algo más seco. Si tú haces eso, yo empezaré a sacar la parte interior de la corteza de estos árboles.
El viento era un problema; se arremolinaba entre las montañas, lo que significaba que en realidad no había ninguna zona abrigada. Al cabo de un rato, frustrada, abrió sus maletas y las puso de pie, alineándolas y formando un parapeto levemente curvado frente al refugio. Era una solución chapucera, porque las maletas no podían estar demasiado cerca del fuego, ya que se quemarían; así que sólo proporcionaban una protección parcial contra el viento.
Sacó la nieve de la zona cercada, después Cam utilizó el destornillador del equipo de herramientas para cavar repetidamente en la tierra helada, hasta que consiguió horadarla. Usó la punta del martillo para sacar la tierra suelta. El hueco para el fuego sólo tenía unos centímetros de profundidad cuando encontró piedra, pero tendría que servir así.
Había un montón de piedras sueltas para hacer un círculo alrededor de la hoguera. Cam las recogió mientras Bailey buscaba leña seca. Como él había predicho, la más seca que encontró estaba en el refugio. Cada vez que sacaba un palo de su sitio, llenaba el espacio que quedaba con una rama nueva que arrancaba de un árbol. Todavía tenían que dormir en ese refugio una noche más, así que quería que fuera lo más cómodo posible.
Utilizando su navaja, Cam peló una parte de la corteza exterior de un árbol y después hizo lo mismo con la parte interior, hasta que tuvo un puñado de algo que se parecía a un nido de pájaro. Dispuso cuidadosamente la corteza raspada y unas cuartillas de papel enrollado arrancadas del cuaderno de Bailey encima, y después unos trozos más grandes de madera sobre todo ello.
– Es madera verde, así que no va a dar mucho calor, pero la ventaja es que tampoco se quemará rápidamente -anunció.
Siempre y cuando consiguieran encenderla, pensó ella, pero no dijo nada.
Si funcionaba la batería, tendrían que ingeniárselas para llevar la llama desde el avión hasta el pequeño hoyo. El viento continuaba soplando, lo que significaba que no podían simplemente enrollar una hoja de papel, encenderla y trasladarla hasta allí. Bailey vació el contenido del botiquín de metal color aceituna y se lo dio a él. Usando de nuevo él útil destornillador, le hizo agujeros en una de las caras, cubrió el fondo con un poco de tierra de la que había sacado cavando el hoyo para la hoguera, después arrancó unas agujas de un pino y las puso sobre la tierra. Enrolló otra hoja de papel, cortó una tira de gasa y la metió suelta dentro del rollo de papel.
Bailey lo miraba sin hacer ningún comentario. Había guardado silencio durante la última media hora, porque los preparativos eran muy importantes. Tener una hoguera era imprescindible. Se sentía casi mareada al pensar en ello.
Todo lo que faltaba era el cable. Le quitó el aislante a un pedazo corto, peló los dos extremos de dos pedazos mucho más largos, y conectó rápidamente un extremo de cada uno de los trozos más largos al trozo corto, retorciendo los brillantes hilos de cobre para unirlos.
Se acercaron al avión uno al lado del otro. Ella sostenía la caja y él el cable.
– Si funciona, cuando se encienda el papel tú cierra la tapa y lleva la caja a la hoguera -le ordenó-. Yo tendré que soltar los cables de la batería para que no se desperdicie nada de energía; podríamos tener que volver a intentarlo. El papel enrollado se quemará más lentamente, así tendrás suficiente tiempo para llevar la llama a la hoguera. En cuanto llegues, no me esperes, ve encendiendo el fuego.
Ella asintió. El corazón le latía tan fuerte que se sentía casi enferma. «Por favor, funciona», rogaba en silencio. Necesitaban aquello.
Se quedó de pie junto a él, sosteniendo uno de los cables aislados en posición, de modo que el que no estaba aislado tocara la punta del rollo de papel. Cam tuvo que meterse literalmente a presión entre uno de los árboles y los restos del avión, a unos treinta centímetros del suelo, para poder alcanzar la batería con las dos manos y conectar los cables largos, uno al polo positivo y otro al negativo. Cuando terminó se quedó en la misma postura, con sus agudos ojos clavados en la caja que sostenía Bailey.
Ella trataba de no temblar mientras sujetaba el cable pelado contra el papel.
– ¿Cuánto tardará?
– Dale unos cuantos minutos.
Parecía que había pasado una hora. El tiempo se arrastraba mientras ellos miraban angustiados al papel con expectación, deseando ver una espiral de humo, una señal de quemadura, rogando que pasara algo.
– Por favor, por favor, por favor -recitaba ella en voz baja. No sucedía nada. Cerró los ojos porque no podía soportar seguir mirando. A lo mejor si dejaba de mirar, el papel empezaría a echar humo. Era una esperanza infantil, un pensamiento estúpido, como si con su mirada, ella impidiera que se encendiera.
– ¡Bailey! -La voz de él sonó cortante. Sobresaltada, abrió los ojos. Lo primero que vio fue la espiral de humo, delgada y delicada, tan transparente como un espejismo. Se retorcía hacia arriba casi titubeante, para ser arrebatada por el viento. Con cautela cambió un poco de postura, acercando la caja a la protección de su cuerpo.
En el papel empezó a crecer una mancha marrón de quemadura, se extendió a la gasa y se introdujo en ella. Una llama brillante y minúscula empezó a lamer la gasa. Los extremos del papel empezaron a curvarse.
– Vete -dijo Cam, y ella cerró con cuidado la tapa, casi de inmediato se dio la vuelta y se apresuró a ir al punto preparado para encender la hoguera. Arrodillada junto a la pirámide de combustible, papel y madera, abrió con cautela la caja, tratando de proteger lo mejor posible la frágil llama. El papel enrollado estaba a medio consumir.
Sacó cuidadosamente el rollo de la caja e insertó el extremo encendido en el nido de corteza raspada y papel que había en el centro del montón.
Con un destello, la encantadora llamita se volvió más brillante y más alta, saltó para agarrar el papel y después la corteza. Mientras miraba, los pequeños palos apilados empezaron a echar humo y después a brillar cuando la llama cogió fuerza.
Ella se echó a reír con tanta tensión que creyó que también se le iban a saltar las lágrimas. Se dio la vuelta y vio que Cam venía hacia ella con una amplia sonrisa en la cara. Con un grito de alegría saltó, corrió hacia él arrojándose en sus brazos. Él la agarró, la levantó del suelo y la hizo girar.
– ¡Ha funcionado! -gritó ella, agarrándose a sus anchos hombros y colocando las piernas en torno a sus caderas para sujetarse.
Él no dijo nada. Sus manos le agarraron el trasero y presionaron para acercar su cuerpo. Una erección dura como la piedra empujó con urgencia la suavidad y el calor que sentía entre las piernas. Sobresaltada, alzó la vista y su carcajada se interrumpió bruscamente. Vio sus ojos de un gris vivido, brillando con calor y deseo, y entonces la besó.
Capítulo 22
Sus labios estaban fríos, pero en el beso había calidez, un deseo avasallador y una habilidad que produjo respuesta inmediata en ella. La alarma habitual sonó en lo más profundo de su cerebro, pero de alguna forma era menos urgente, y por primera vez en mucho, mucho tiempo, la ignoró. Enredó sus brazos en el cuello de Cam y le devolvió el beso, abriendo los labios ante la insistencia de los suyos y permitiendo la pequeña penetración de su lengua que la incitaba a jugar.
La embargaba una mezcla confusa de culpabilidad y placer. No había querido precipitar esto, no se había propuesto recorrer aquel camino; sin embargo, ahora que estaba en él quería seguir.
Debería quitar las piernas que tenía enroscadas a sus caderas, lo sabía, y retirarse a una posición menos abiertamente sexual, pero no lo hizo. Sentir la fuerza de su respuesta era excitante, y el placer atrayente que la esperaba, si se relajaba y se soltaba, era un canto de sirena tentador. Y más allá de eso, estaba el sencillo placer de ser abrazada, la necesidad humana de contacto físico. Había estado privada de él durante tanto tiempo que, de repente, no podía negarse más a sí misma.
Habían dormido abrazados el uno al otro durante dos noches hasta ese momento, y aunque su cercanía física había sido una necesidad de compartir su calor corporal y de mantenerse vivos, ser consciente de eso no disminuía la confianza y el vínculo que se había establecido entre ellos durante las largas horas de oscuridad. Nunca había tenido eso antes, nunca lo había deseado. La mejor manera de salvaguardar sus emociones era mantener a la gente a distancia, confiar sólo en sí misma; lo había aprendido pronto y gracias a duras lecciones.
Sin embargo, allí estaba él, cercano, fuerte y cálido, y ella no quería dejarlo escapar.
Fue él quien interrumpió el beso, levantando la boca y mirándola con los párpados entrecerrados. Los moratones que tenía bajo los ojos y los arañazos de su cara deberían disminuir la fuerza de su mirada, pero no era así. En ella ardía un abrasador objetivo que prometía más. Sus manos aún sujetaban el trasero, acompañando un leve movimiento contra su pene hinchado con un ritmo lento que le hacía latir con fuerza el corazón, obligándola a jadear. Entonces las comisuras de sus labios se curvaron con una sonrisa triste.
– Odio interrumpir esto -dijo, arrastrando la voz-, pero estoy a punto de caerme.
Ella lo miró sorprendida un momento, después comprendió.
– ¡Ah, maldita sea! ¡Lo había olvidado! ¡Lo siento…!
Mientras hablaba desenredó apresuradamente las piernas de su cintura y se deslizó hasta el suelo, con la cara roja de vergüenza. ¿Cómo podía haber olvidado lo débil que estaba? Si el día anterior ni siquiera podía andar por sí mismo…
Se tambaleó un poco y ella metió rápidamente el hombro bajo su brazo, agarrándolo por la cintura para estabilizarlo.
– No puedo creer que lo haya olvidado -farfulló mientras lo ayudaba a llegar a la hoguera.
– Me alegro de que lo hayas olvidado. He disfrutado como un demonio, pero la poca sangre que me quedaba desapareció y por un minuto se me ha ido la cabeza.
Le hizo un guiño mientras ella lo ayudaba a colocarse frente a la hoguera. Lo único que había para sentarse era la bolsa de basura llena de ropa que usaban para cerrar la entrada del refugio, pero ya estaban utilizando la ropa para todo lo demás, así que, ¿por qué no como asiento?
– Dios, esto es estupendo -gruñó él, extendiendo las manos hacia la llama, al tiempo que, con un sobresalto, Bailey miraba a su alrededor.
Se había olvidado también de la hoguera. ¿Cómo era posible? La emoción de haber conseguido fuego la había impulsado hacia él en un principio. Pero en cuanto la había besado, ¡zas!, todo en su mente se evaporó. ¿Y si la llama hubiera empezado a parpadear y a apagarse? ¿Y si hubiera necesitado corregir la posición de las maletas para frenar el viento? Aquel fuego era precioso; debería haber estado mirándolo, cuidándolo, no saltando a los brazos de Cam Justice y cabalgando como un potro en un rodeo.
– ¡Tengo una cabeza, de chorlito! -murmuró, mirando cómo subía la espiral de humo antes de que el viento la disipara. Las ramas más verdes habían empezado a arder con dificultad y se había formado un humo pesado, mucho más pesado que el que habría salido en una buena hoguera de acampada, pero igualmente milagroso-. Debería haber estado vigilando el fuego.
– Pero no nos habríamos divertido tanto -observó él-. Deja de castigarte. No eres responsable del mundo entero.
– Quizá no, pero si esta hoguera se hubiera apagado, ninguno de los dos se habría sentido precisamente feliz. -Acercándose todo lo que pudo, extendió sus manos con cautela. Podía sentir el calor del fuego en la cara y esa sensación era tan placentera que casi le hizo soltar un gemido. La gente daba por sentado que dispondría de cosas como el calor, la comida y el agua. Creía que nunca más volvería a viajar sin una caja de cerillas impermeables en el equipaje, así como algunos objetos necesarios que se le ocurrían, como un teléfono por satélite. Y ropa interior térmica. Y unas cuantas docenas de paquetes de comida.
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