– Creo que tenemos que demostrarle que lo sabemos -dijo Cam-. Y que hemos hablado de nuestras sospechas con una tercera persona, de modo que si nos sucediera cualquier cosa extraña el dedo de la justicia señalaría directamente hacia él. A menos que se haya vuelto loco con el alcohol o algo similar, comprenderá perfectamente que no puede hacer nada. -Se inclinó y la besó, después mordisqueó suavemente su labio inferior, dándole un delicado tirón-. También sugiero que te vengas a vivir conmigo, para que no sepa exactamente dónde encontrarte. Tendrías que estar chiflada para quedarte en esa casa completamente sola.
Los latidos de su corazón se aceleraron de emoción y el estómago se le contrajo de miedo. Divertida tanto por la proposición de él como por sus reacciones contradictorias ante ella, replicó:
– Hay un gran abismo entre besarse unas cuantas veces e irse a vivir juntos, Justice. Trasladarme tiene sentido. Trasladarme a tu casa, no tanto.
– Yo creo que tiene mucho sentido -dijo él suavemente-. Pero hablaremos de ello más tarde. Ahora mismo necesitamos ponernos a trabajar o tendremos que dormir al aire libre.
Cavó un hoyo para la hoguera mientras ella recogía piedras y madera para el fuego y para construir el refugio. El árbol caído proporcionó la mayor parte de la madera, porque llevaba en el suelo el tiempo suficiente para que estuviera seca por dentro y las ramas se partían fácilmente. Siguieron el mismo procedimiento que el día anterior con la batería, y en media hora había pequeñas llamas lamiendo alegremente la leña.
Como eran dos trabajando y Cam tenía más idea de lo que estaba haciendo que Bailey el primer día, el refugio estuvo montado rápidamente. El ángulo del árbol donde estaba apoyado sobre la gran roca formaba en el punto más alto un espacio lo suficientemente amplio para que pudieran estar sentados. Cam había situado la hoguera de forma que parte del calor irradiara contra la roca, y de esa manera en el refugio. Proteger el fuego del viento seguía siendo un problema, así que amontonó ramas para formar un parapeto al otro lado de la hoguera, levantándolo más hasta que las llamas dejaron de bailar tan salvajemente.
Al final estaban un poco sudorosos y muy sucios. El asunto de la suciedad hizo arrugar la nariz a Bailey, pero lo peligroso era el sudor. Cam se sentó junto al fuego mientras ella se arrastraba al interior de su nuevo «hogar», rematado con los trozos de gomaespuma que Bailey había insistido en traer -por lo menos no pesaban casi nada-. Dentro del refugio, se aseó y se secó lo mejor que pudo.
Cuando salió, una vez más envuelta en capas de ropa, Cam estaba poniendo unas piñas cuidadosamente en torno a los bordes de la hoguera.
– Qué bien -dijo ella-. Ahora el campamento olerá muy navideño. Ese es un toque en el que no había pensado.
– Listilla, cuando las piñas estén tostadas podemos comer los piñones. Ojalá me hubiera acordado de esto ayer.
– ¿De verdad? ¿Piñones? ¿De verdad salen de las piñas?
Siempre había pensado que los piñones se llamaban así por alguna razón desconocida. Le resultó divertido averiguar la verdad. Agachada junto al fuego, tocó con un dedo las piñas. ¿Quién lo hubiera creído? Entró en éxtasis ante la idea de tener comida, comida caliente. Unos frutos secos, cualquier tipo de fruto seco, ayudarían mucho a aliviar su hambre.
– Sí, de ahí salen. Vigílalas y no dejes que se quemen -le dijo Cam mientras se deslizaba dentro del refugio-. Voy a secarme antes de que este sudor se congele sobre mi cuerpo.
Ella se sentó y estiró las manos hacia el fuego. Transcurrido un instante, se dio cuenta de que estaba escuchando atentamente los sonidos que hacía Cam mientras se quitaba la ropa y se secaba enérgicamente, imaginándoselo desnudo, aunque sabía que no lo estaba, como tampoco ella se había desnudado. ¿La había oído él moverse mientras se quitaba capas de ropa y se la había imaginado desnuda? ¿O había estado demasiado ocupado recogiendo las piñas?
Bruscamente se dio cuenta de que su limpieza podía casi interpretarse como un preludio para el sexo, como si se hubieran estado preparando el uno para el otro. No se había sentido incómoda con él en absoluto durante las tres noches que habían pasado juntos, pero entonces el sexo no estaba sobre el tapete. Ahora sí. Y aunque el sexo en sí no la hacía sentirse incómoda, la perspectiva de sexo con él era suficiente para que se sintiera nerviosa y cohibida.
Quizá estaba viendo en la situación más de lo que realmente había. Después de todo, él todavía estaba recuperándose de una herida grave en la cabeza. Era un hombre inteligente; sabía que no debía hacer demasiados esfuerzos ahora.
«Sí, sí -pensó irónicamente-. Por eso ha estado arrastrando un trineo por la nieve todo el día».
Por otra parte, había estado arrastrando un trineo todo el día. Probablemente estaba agotado. El sexo era casi con certeza lo último que tendría en mente.
Claro. Era el mismo hombre que había tenido una erección el primer día, cuando estaba medio muerto, y esa situación se había repetido varias veces. Por lo que había visto, el sexo era la última cosa en su mente… antes de quedarse dormido, y la primera cuando despertaba.
Se percató de que había sido muy discreto. No la había presionado en absoluto, a pesar de no ser precisamente moderado. Era tranquilo pero decidido y de fuerte determinación. Tomaba la decisión de hacer algo y lo hacía contra viento y marea. Eso no era ser discreto.
Pero, en el fondo, la cuestión era si ella quería tener sexo con él. ¡Sí! Y no. Estaba aterrorizada de que las cosas hubieran llegado tan lejos entre los dos, pero su objeción era a un nivel mental y emocional. En el plano puramente físico, quería sentir su peso sobre ella y sus caderas apretadas entre las piernas. Quería sentirlo en su interior.
Tenía que decidir: ¿sí o no? Si decía no, Cam se detendría. Confiaba en él absolutamente en ese aspecto.
Una mujer inteligente diría no. Una mujer cauta se negaría. Bailey siempre había sido inteligente y cauta.
Hasta ese momento. Miró hacia la entrada del refugio y todos sus instintos susurraron: «Sí».
Capítulo 29
A Cam se le ocurrió una nueva idea. Vació el botiquín de metal otra vez y lo llenó de nieve, después lo colocó sobre las brasas calientes que había al borde de la hoguera y echó un puñado de agujas de pino. Dijo que se suponía que el té era nutritivo, y que algo caliente para beber les reconfortaría.
Bailey estaba tan alterada que casi no podía quedarse quieta. Hacía media hora, la idea de una bebida caliente la habría entusiasmado, pero ahora no podía dejar de pensar en la noche que se aproximaba. Automáticamente abrió una piña como él le había enseñado, y buscó las pequeñas semillas negras; no había ni una. En la primera piña había encontrado diez o doce, pero eran demasiado pequeñas para llenar el estómago. Al menos, lo bueno era que había muchas piñas. Tardaron bastante tiempo en tostarlas y recoger los piñones, pero tampoco tenían compromisos urgentes como para andar con prisas.
Finalmente recogieron suficientes piñones para sentirse como si hubieran comido en realidad algo consistente. Para su sorpresa, a pesar de haber ingerido sólo un puñado, estaba asombrosamente harta. Debían estar más tostados, así que el sabor no era muy agradable, pero no le importó; por lo menos habían metido algo en el estómago. No habían llegado todavía a la etapa de comer larvas, pero por primera vez sabía lo que era tener tanta hambre como para que los gusanos no estuvieran totalmente descartados. Cuando la nieve que había en la caja del botiquín se derritió, Cam echó más hasta obtener el líquido equivalente a una taza para cada uno. Ella observó cómo el agua adquiría un tono verde pálido a medida que las agujas de pino se maceraban.
– ¿Enseñan estas cosas en los boy-scouts? -preguntó ella al fin, sólo para romper el silencio-. ¿Cuánto tiempo estuviste con ellos?
– Todo el tiempo, desde cachorro hasta águila. Era divertido, y esa experiencia me resultó útil cuando tuve que estudiar técnicas de huida y evasión en caso de que mi avión fuera derribado.
– ¿Derribado? Creía que pilotabas un avión cisterna.
– Sí. Eso no significa que un caza enemigo no pudiera mandarme un misil si se le presentaba la oportunidad. Piensa en ello. Si liquidas un avión cisterna habrá muchos cazas que no podrán repostar en el aire. Por eso un supertanque nunca vuela solo.
Sintió náuseas sólo de imaginar un misil haciendo impacto en un avión cisterna. ¿Qué posibilidades había de que sobreviviera alguien a una explosión y un incendio de esa magnitud? También se había imaginado que pilotar un super-tanque era uno de los oficios más seguros para un piloto. Ahora lo veía como estar sentado sobre una enorme lata de gasolina, con idiotas tirándole cerillas. ¿Cómo soportaban las esposas de los militares el estrés? ¿Y qué clase de cabeza de chorlito era exactamente la ex esposa de Cam que no pudo soportar que abandonara la vida militar?
Ignorando adónde la habían conducido sus pensamientos, él metió el dedo en aquel improvisado té y lo retiró rápidamente.
– Creo que esto ya está bien caliente -dijo. Ella le pasó la tapa del bote de desodorante y él la sumergió con rapidez en el líquido que humeaba ligeramente, la llenó hasta la mitad y se la volvió a entregar con cuidado.
Bailey tomó un sorbo con mucha cautela. Esperaba que la infusión supiera a algo verde con aroma de pino, ligeramente amargo. No le importó. Un calor estupendo, maravilloso, se extendió por sus entrañas a medida que tragaba y cerró los ojos llena de felicidad.
– Ah, Dios mío, esto sienta bien -gimió. Tomó otro sorbo y después le tendió la taza a él-. Pruébalo.
– Ya me doy cuenta de que has dicho «sienta bien», no que sabe bien -dijo él mientras cogía la taza y bebía. La misma expresión de placer que ella se imaginaba que había mostrado apareció en el rostro de Cam. Colocó los dedos en torno al plástico caliente y suspiró-. Has acertado.
Volvió a llenarla y compartieron de nuevo la taza.
– Por los boy-scouts -dijo ella, levantando un poco la taza en un pequeño brindis antes de pasársela a él.
Entraron en calor más rápido que en los últimos cuatro días, manteniendo también a raya momentáneamente el hambre, y se quedaron sentados mirando el sol del ocaso. Bailey se dio cuenta de que nada de esto le resultaba sorprendente. Se había aclimatado, no sólo a la altura sino a él. La televisión, las compras, analizar las tendencias del mercado de valores en su ordenador…, todo aquello parecía pertenecer a otro mundo, a otra vida. La vida se había reducido rápidamente a las necesidades básicas: comida y refugio.
– Me atrevería a decir que puedo acostumbrarme a esto -comentó-, pero estaría mintiendo.
Una sonrisa apareció en los labios de Cam.
– ¿No crees que puedas convertirte en alguien que disfruta con la naturaleza?
– Está bien en pequeñas dosis, como hacer rafting durante las vacaciones. Pero quiero comida en abundancia, una tienda, un saco de dormir. Quiero un medio de transporte para salir cuando me canso de ello. Este asunto de la supervivencia es para los pájaros.
– Resultaba divertido cuando era niño, pero no estaba helándome de frío, no tenía una conmoción y nadie hacía prácticas de costura en mi cabeza… sin anestesia.
Ella le lanzó una mirada rápida.
– No te quejaste -señaló.
– Eso no significa que sea algo que yo recomiende a nadie.
La venda que tenía enrollada en la cabeza estaba sucia, pero con suerte eso significaba que había evitado que la suciedad llegara a la herida. No había tenido fiebre, lo que parecía ser un síntoma de que no había infección. En conjunto, se sentía orgullosa del trabajo que había hecho cuidándolo.
Él levantó la mano y se tocó la venda.
– ¿Crees que podría prescindir de esto ahora?
Ella se encogió de hombros.
– Te mantiene caliente la cabeza.
– También me está molestando enormemente. Puedo atar otra cosa en torno a mi cabeza. De momento serviría una venda más pequeña.
Ella aceptó, y le quitó la venda y las gasas que cubrían la herida. Ya había desaparecido la inflamación, y aunque lucía un cardenal enorme en la frente y la herida suturada recordaba al monstruo de Frankenstein, parecía estar cicatrizando bastante bien. Sacó una de las toallitas de aloe del paquete y fue limpiando cuidadosamente la herida, tratando de quitar algo de la sangre seca. Él soportó su ayuda un minuto más o menos.
– Dame eso -dijo por fin con un gruñido de impaciencia, quitándole la toallita y frotándola vigorosamente a través del pelo.
– Pica, ¿eh?
– Como un demonio.
La toallita salió manchada de color óxido por la sangre que se había secado en su pelo: la mayor parte la había limpiado con el colutorio bucal que le había echado en la cabeza, pero, obviamente, no toda. Usó otra toallita para quitar el resto, lo que significaba que cuando terminó tenía la cabeza húmeda, por lo que tuvo que usar una camisa de franela para secarse el pelo antes de que se congelara. Bailey le alcanzó los productos de primeros auxilios, pero él negó con la cabeza.
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