Oyeron el helicóptero justo después de las siete y lo vieron aterrizar en una pequeña porción de terreno que había aproximadamente a unos cuatrocientos metros debajo de ellos.

– Más vale que traigan comida -murmuró ella cuando el equipo de rescate salió del helicóptero.

– ¿O qué? -se burló él-. ¿Los vas a mandar de vuelta?

Ella inclinó la cabeza hacia atrás y le sonrió. Él parecía tan agotado como ella; el día anterior los había dejado exhaustos, y sin comer, ninguno de los dos se había recuperado.

El calvario casi había terminado. Dentro de unas horas estarían limpios, calientes y alimentados. El mundo real estaba poniéndose a su alcance rápidamente, encarnado en el equipo de cuatro montañeros con casco que escalaban a ritmo constante hacia ellos, moviéndose en una sinfonía bien ensayada de cuerdas, poleas y Dios sabía qué más.

– ¿Se han perdido, muchachos? -preguntó el jefe del equipo cuando llegaron junto a ellos. Parecía tener treinta y pico años y el aspecto curtido de alguien que se pasaba la vida al aire libre. Observó detenidamente sus rostros demacrados y cubiertos de hematomas, y la larga línea de puntos oscuros que cruzaba la frente de Cam; por lo bajo, le dijo a uno de sus hombres que hiciera una evaluación física-. Las pistas de senderismo no se abren hasta el mes que viene. No sabíamos que hubiera nadie perdido, así que fue una gran sorpresa cuando detectaron su hoguera ayer.

– No nos hemos perdido -dijo Cam, poniéndose de pie y arropando a Bailey con la manta-. Nuestro avión se estrelló allí arriba -señaló hacia la cumbre- hace seis días.

– ¡Seis días! -El jefe lanzó un suave silbido-. Sé que hubo una llamada para una misión de búsqueda y rescate de un avión pequeño que se perdió cerca de Walla Walla.

– Con toda probabilidad se referían a nosotros -dijo Cam-. Soy Cameron Justice, el piloto. Ella es Bailey Wingate.

– Sí -dijo otro de los hombres-. Esos son los nombres. ¿Cómo han llegado ustedes tan lejos?

– Con un ala y una oración -dijo Cam-. Literalmente.

Bailey miró al miembro del equipo de rescate que estaba agachado junto a ella tomándole el pulso y examinándole los ojos con una linterna.

– Espero que hayan traído comida con ustedes.

– Con nosotros no, señora, pero les daremos de comer en cuanto lleguemos a la base.

Sin embargo, luego cambiaron de idea. Una vez que los bajaron por la ladera de la montaña y que todos se encontraron en el helicóptero, decidieron que necesitaban atención médica. El piloto llamó por radio y los trasladaron al hospital más cercano, un edificio de dos plantas en un pequeño pueblo de Idaho.

Las enfermeras de urgencias -benditas sean- evaluaron con ojo experto cuál era su necesidad más imperiosa y trajeron comida y café antes incluso de que los viera un médico. Para su sorpresa, Bailey no pudo comer mucho; sólo unas cuantas cucharadas de sopa con un par de galletas saladas que la enfermera le llevó. La sopa era de lata, calentada en un microondas, y le supo a ambrosía; pero ella sencillamente no pudo comer más que un poco. Cam hizo mejor papel que ella, devorando un cuenco entero de sopa y una taza de café.

Tras un rápido examen, el médico dijo:

– Bien, usted se encuentra bastante bien. Necesita comer y dormir, por ese orden. Tiene suerte; su brazo está curándose bien. A propósito, ¿cuándo le pusieron la última inyección contra el tétanos?

Bailey lo miró sin comprender.

– No creo que me la hayan puesto nunca.

Él sonrió.

– Ahora le pondremos una.

Después de la inyección, una enfermera la llevó a la sala de estar de enfermeras y le mostró las instalaciones adyacentes con taquillas y duchas. Bailey estuvo debajo del agua caliente durante tanto tiempo que la piel empezó a arrugársele, pero cuando salió estaba perfectamente limpia de la cabeza a los pies. La enfermera le dio un traje verde limpio de quirófano para que se vistiera y un par de calcetines, sobre los cuales se puso un par de zuecos de enfermera. Así no tuvo que volver a calzarse sus botas de montaña; las había usado durante seis días y sus pies estaban tan cansados como el resto de su cuerpo.

Cam no fue tan afortunado. Le pusieron suero y le hicieron un encefalograma. Bailey lo acompañó mientras esperaban a que se vaciara el gotero, que tardó un par de horas. Sólo entonces pudo ducharse y afeitarse. Después le vendaron de nuevo la cabeza y también le dieron un traje verde limpio.

Entonces empezó todo el interrogatorio. Se habían estrellado en un parque nacional, así que estaba involucrado el Servicio Forestal. El jefe del equipo de rescate tenía que rellenar un informe. Se le notificó al NTSB. Un periodista de un periódico local oyó hablar de ellos en su radio, y apareció por allí. Cam habló tranquilamente con los dos hombres del Servicio Forestal, con el jefe de policía y por teléfono con el investigador del NTSB. Ni él ni Bailey dijeron al reportero ni una palabra sobre un posible sabotaje.

Las cosas avanzaron rápidamente. Charles MaGuire, el investigador del NTSB, venía de camino. Alguien le prestó a Cam un móvil para llamar a sus padres. Cuando terminó, Bailey preguntó si podían prestárselo a ella también y llamó al número de móvil de Logan.

– ¿Diga? -contestó él al primer timbrazo, dándole la impresión de que se había abalanzado sobre el teléfono.

– Logan, soy yo, Bailey.

Hubo un tiempo muerto de silencio después, con voz temblorosa, él preguntó:

– ¿Qué?

– Estoy en un hospital en… no sé el nombre del pueblo…, en Idaho. No estoy herida -dijo rápidamente-. Nos han rescatado en la montaña esta mañana temprano.

– ¿Bailey?

La desconfianza en su voz era tan profunda que ella se preguntó si la creía o pensaba que alguien le estaba gastando una broma.

– Soy yo, en serio. -Se enjugó una lágrima que le resbalaba por el rabillo del ojo-. ¿Quieres que te diga cuál es tu segundo nombre? ¿O cómo se llamaba nuestro primer perro?

– Sí. ¿Cómo se llamaba nuestro primer perro? -preguntó él con tono cansado.

– Nunca tuvimos perro. A mamá no le gustan los animales.

– Bailey. -Había un temblor en su voz, y ella comprendió que estaba llorando-. Estás viva realmente.

– De verdad. Tengo unos cuantos cardenales, un ojo morado, acabo de comer auténtica comida por primera vez en seis días y me han puesto una inyección contra el tétanos que me ha dolido como un demonio, pero estoy bien. -Podía oír a Peaches al fondo, haciendo preguntas con su voz suave y dulce tan rápidamente que era incoherente, o quizá es que estaba llorando también-. Viene un investigador en avión para hablar con nosotros, y después supongo que podremos marcharnos a casa. Todavía no sé cómo, porque no tengo dinero, tarjetas de crédito ni carné de identidad conmigo, pero llegaremos de alguna forma. ¿Tú dónde estás?

– En Seattle. En un hotel.

– No tiene sentido que pagues una habitación de hotel; quédate en casa. Llamaré al ama de llaves y le diré que te deje entrar.

– Eh…, creo que Tamzin la tiene ocupada.

– ¿Que la tiene qué? -Bailey notó que le hervía la sangre y que sus ojos empezaban a despedir chispas. La rabia fue tan inmediata y tan intensa que no le habría extrañado que la cabeza le hubiera empezado a dar vueltas.

– Se trasladó allí el día después del accidente. He estado llamando desde entonces para comprobarlo.

– Bien, ¡compruébalo ahora! Si está allí, ¡haz que la arresten por allanamiento de morada! Lo digo en serio, Logan. Quiero que la eches de allí.

– No te preocupes, la haré salir. Bailey, Tamzin dijo algo sobre Seth. Creo que pudo haber tenido algo que ver con el accidente. Él lo negó, pero ¿qué otra cosa podía hacer?

– Ya lo sé -dijo ella.

– ¿Sí?

– Cam lo descubrió.

– ¿Cam…, el piloto?

– El mismo -respondió ella sonriendo a Cam, que le guiñó un ojo-. Es probable que nos casemos. Escucha, me han prestado un móvil, así que no puedes llamarme a este número. No sé dónde estaremos antes de que podamos volver a casa, pero me pondré en contacto contigo tan pronto como lo sepa. Vete a sacar a esa zorra de la casa antes de que la destroce. Te quiero.

– Yo también te quiero -dijo él, y ella colgó antes de que él pudiera hacer más preguntas, pues seguramente le vendrían pronto a la mente después de lo que acababa de decirle.

– ¿Es probable que nos casemos? -preguntó Cam, arrastrando las palabras y enarcando las cejas.

– Ya han tenido suficientes emociones para un día -dijo ella, que se acercó a él y se acurrucó a su lado. Habían pasado buena parte de los últimos cinco días y medio el uno en los brazos del otro, dormidos o despiertos, y algo en ella parecía ir mal si no se tocaban.

Apoyó la cabeza en su hombro.

– Tamzin está en mi casa.

– Ya lo he oído.

– En realidad no es mi casa, pero vivo allí y no tiene derecho a meterse en mis asuntos. Probablemente ya ha donado toda mi ropa a alguna institución de caridad…, eso si no la ha tirado a la basura.

– Definitivamente, hay que echarla.

– Le dijo a Logan que Seth había tenido algo que ver con el accidente.

– Hummm. ¿Por qué diría algo así? Es estúpido por su parte.

Surgió una conclusión lógica.

– A menos que quiera que arresten a Seth.

Con aire pensativo, Cam se rascó la mejilla recién afeitada.

– Eso da que pensar -dijo pausadamente.

Capítulo 34

Charles MaGuire tenía unas orejas peludas como las de un lince, pero ahí empezaba y terminaba su parecido con un gato. Era de estructura tan sólida como una boca de incendios, con una espesa mata de pelo gris y astutos ojos azules. Bailey no podía imaginar cómo había llegado allí tan rápido, pero sospechaba que cuando uno trabajaba para el NTSB podía coger un vuelo a cualquier sitio en cualquier momento.

Nadie parecía saber qué hacer con ellos, y aunque muchas personas en el acogedor pueblecito querían dar hospitalidad a los dos extraños, al final el jefe de policía, Kyle Hester, les había ofrecido su oficina en el ayuntamiento, y aquélla parecía la mejor opción de todas. Hester era una persona práctica, rondaba los cuarenta años y había sido militar como Cam, así que daba la sensación de que estaban en la misma longitud de onda. Cam le dijo a Bailey que había explicado a Hester que alguien había saboteado el avión, así que éste era muy consciente de que el caso acarrearía más complicaciones que el típico revuelo que traía consigo un rescate. El jefe era una de esas personas que solucionan los problemas con rapidez. Al cabo de una hora, Cam y Bailey tenían cada uno en el ayuntamiento un móvil nuevo programado con su antiguo número de teléfono. También hizo que les trajesen comida; aunque les habían alimentado en el hospital, él parecía saber que no habrían podido comer mucho al principio y que necesitaban reponer fuerzas. Así que les había enviado fruta, chocolate, cuencos de sopa de patatas que podían calentar en el microondas que había en la sala de descanso, galletas saladas y crema de queso. Bailey parecía no poder dejar de comer. Todo lo que podía tolerar era un par de bocados cada vez, pero a los cinco minutos volvía a por más.

El reportero del periódico había querido entrevistarlos, pero ni Cam ni Bailey estaban interesados en darse ninguna publicidad. Ninguno quería divulgar las razones por las cuales se habían estrellado. Hester se ocupó de eso también, protegiéndolos de llamadas y evitando que los molestaran. En pocas palabras, el jefe de policía se estaba convirtiendo rápidamente en una de las personas favoritas de Bailey.

Cuando llegó Charles MaGuire, Hester les cedió su oficina. El investigador del NTSB se mostró asombrado de que estuvieran vivos y algo desconcertado por el lugar donde se habían estrellado. En el mapa topográfico colgado en la pared del jefe Hester, Cam señaló el punto donde habían sido rescatados y trazó una línea hasta el lugar en que estimaba que se habían estrellado.

– Aproximadamente es aquí donde estábamos cuando nos quedamos sin combustible -dijo, marcando otro punto en las montañas.

MaGuire miró el mapa.

– Si se quedaron sin combustible aquí, ¿cómo demonios llegaron hasta aquí?

– El aire asciende en la vertiente ventosa de las montañas -dijo Cam-. Quise llegar hasta la línea arbolada para que la vegetación amortiguara el choque, en vez de estrellarme contra la ladera rocosa. Como regla básica, cuando vas planeando avanzas siete metros hacia delante por cada treinta centímetros que pierdes de altura, ¿de acuerdo? -Deslizó el dedo por el mapa-. Aprovechando las corrientes ascendentes de aire, hicimos unos tres o cuatro kilómetros en esta dirección, hasta aquí exactamente, y hacia abajo hasta la línea de bosque. Lo dejé caer donde juzgué que los árboles eran suficientemente grandes para amortiguar el impacto pero no tanto como para que el choque fuera demasiado violento. Tuve que buscar una extensión de árboles que fuera lo bastante densa, porque cuando empieza el bosque están menos apiñados.