MaGuire midió visualmente la distancia; parecía perplejo.
– Su compañero Larsen dijo que si alguien podía hacer un aterrizaje forzoso con un mínimo de garantías, ése era usted. Y que no le dominaría el pánico.
– Yo estaba lo bastante atemorizada por los dos -dijo Bailey con ironía.
Cam soltó un chasquido burlón.
– No gritaste.
– Mi pánico es silencioso. También estaba rezando todo lo que podía.
– ¿Qué pasó después? -preguntó MaGuire. Miró el vendaje que Cam tenía en la frente-. Es obvio que usted resultó herido.
– Me quedé inconsciente -dijo Cam, encogiéndose de hombros-. Y sangrando como un cerdo degollado. El ala izquierda y parte del fuselaje se desprendieron, así que no había protección contra el frío. Bailey me arrastró fuera, detuvo la hemorragia y me cosió la cabeza. -La sonrisa que le dirigió estaba tan llena de orgullo que casi la cegó-. Me salvó la vida en un primer momento y volvió a salvármela construyendo un refugio para pasar la noche. Si no nos hubiéramos podido proteger del viento, no habríamos sobrevivido.
MaGuire se volvió entonces y la observó con gran curiosidad, porque había recopilado muchos datos sobre los Wingate en los últimos días y tenía algunas dificultades para relacionar la idea que se había formado previamente sobre Bailey como una simple mujer-trofeo de Jim Wingate con aquella mujer tranquila y poco vanidosa, vestida con un traje verde de quirófano, sin maquillaje y con un ojo amoratado.
– ¿Tiene usted conocimientos médicos?
– No. El botiquín de primeros auxilios del avión tenía un manual de instrucciones que explicaba detalladamente cómo suturar una herida, así que lo hice. -Arrugó la nariz-. Y no quiero volver a repetirlo. -Estaba orgullosa de aquel episodio, pero no deseaba recordar los detalles sangrientos.
– Yo había perdido mucha sangre y tenía una conmoción, así que no podía ayudar. Ella sacó del avión las cosas que podíamos necesitar. Utilizó prácticamente todo su guardarropa para taparme, para mantenerme caliente…, y permítame decirle que era mucha ropa: tres maletas grandes llenas. Gracias a Dios.
– ¿Cuándo empezaron a caminar para tratar de salir de allí?
– Al cuarto día. Bailey tenía un brazo herido: se le había clavado un trozo de metal y no se había preocupado por cuidárselo. El segundo día ninguno de los dos era capaz de hacer gran cosa. Dormimos. Yo estaba tan débil que casi no me podía mover. El brazo de Bailey estaba infectado y le subía la fiebre. El tercer día los dos nos sentíamos mejor y yo pude levantarme. Revisé el ELT, pero la batería estaba casi descargada, así que me di cuenta de que si no nos habían localizado ya no lo harían, y no había forma de saber si el ELT había funcionado en algún momento o no.
– No funcionó -dijo MaGuire-. No hubo señal.
Cam miraba el mapa, pero mentalmente estaba de nuevo en la cabina del Skylane con la mandíbula tensa y cerrada con fuerza.
– Cuando el aparato falló, todos los indicadores marcaban exactamente los datos correctos. Nada parecía ir mal, pero el motor se detuvo. El tercer día encontré el ala izquierda. Había una bolsa de plástico transparente colgando del depósito de combustible. Cuando la vi, supe que alguien había provocado el accidente deliberadamente.
MaGuire suspiró y apoyó una cadera contra la esquina del escritorio del jefe de policía.
– Al principio no sospechamos nada. Larsen repasó una y otra vez los registros de mantenimiento del Skylane, los informes sobre el combustible y cualquier apunte que pudiera referirse al avión. Finalmente se dio cuenta de que los registros mostraban que el depósito del avión había sido recargado sólo con ciento cincuenta litros de gasolina esa mañana. Hablamos con la persona que lo había llenado y recordaba haber comprobado que estaba lleno. Hasta esta mañana no hemos recibido una orden judicial para revisar las grabaciones de las cámaras de seguridad del aeropuerto, pero sospechábamos que el avión había sido manipulado.
– Seth Wingate -gruñó Cam-. Llamó a la oficina el día anterior al vuelo para asegurarse de que Bailey iba a Denver. Puede que tenga suficiente influencia para que un juez le haga el favor de retrasar una orden judicial, aunque no sé qué lograría a la larga con eso, a menos que necesitara tiempo para meter la mano en alguna cinta de las cámaras de seguridad y destruirla, o algo así.
– Su secretaria insistió precisamente en eso. Él actuó de manera sospechosa, pero esa conducta resulta también estúpida. Una cosa son las sospechas y otra las pruebas. Hasta ahora no tenemos ninguna prueba, únicamente una anomalía en los registros de llenado de combustible.
– Ya nos imaginábamos algo así. A menos que las cintas de las cámaras de seguridad lo hayan pillado manipulando el avión, todas las evidencias están en el lugar del accidente, y recogerlas sería muy difícil. Allí arriba el viento es brutal, no hay posibilidad de que un helicóptero pueda aterrizar. La única forma de subir es a pie.
– No sabía que Seth supiera cómo sabotear el depósito de combustible de esa forma -dijo Bailey-. Tiene un carácter horrible y me desprecia, pero nunca creí que tratara de hacerme daño físicamente. La última vez que hablé con él me amenazó con matarme, pero… -se mordió el labio, preocupada- no le creí. ¡Seré tonta!
– Una bolsa de plástico en el tanque de combustible es tecnología casera -dijo Cam-. No se necesita mucha habilidad para hacer eso.
– Eso en concreto no -asintió MaGuire-. Sin embargo, el transpondedor y la radio… Sabe de aviones más de lo que usted cree.
Cam se fue poniendo lentamente rígido, sus ojos grises se volvieron fríos.
– ¿Qué? ¿Qué pasa con el transpondedor?
Bailey lo miró inquisitivamente. Su voz había cambiado a algo oscuro y amenazante.
MaGuire volvió la vista al mapa.
– Aquí -dijo, señalando un lugar en el mapa-, justamente al este de Walla Walla, es donde usted perdió la señal del transpondedor. Quince minutos más tarde, un FSS captó una transmisión de auxilio confusa, luego el radar dejó de detectarlos y desaparecieron. Si él también manipuló todo eso, fue muy concienzudo. No quería que se encontrara el lugar del accidente… o quería retrasar el hallazgo hasta que cualquier prueba forense hubiese desaparecido.
Cam se quedó muy quieto mientras estudiaba el mapa.
– Hijo de puta -dijo suavemente.
– Una opinión que todo el mundo parece tener de él. Odio decirlo, pero tal vez salga impune de esto. -MaGuire suspiró-. Mi mayor preocupación ahora no es localizar el lugar del accidente, sino garantizar su seguridad, señora Wingate.
– Bailey está conmigo -dijo Cam sin mirar alrededor-. Yo la cuidaré.
Bailey hizo una mueca ante aquella actitud propia de un cavernícola y le dijo a MaGuire:
– Tengo intención de decirle a Seth que sabemos que intentó matarme, aunque no podamos probarlo, pero que también se lo hemos dicho a alguien sin especificar, de modo que si vuelve a intentarlo se encontrará con que es el primero en la lista de sospechosos. No se me ocurre nada más que podamos hacer.
– A mí sí -dijo Cam, con la frialdad todavía reflejada en sus ojos-. MaGuire, ¿hay alguna manera de que podamos salir hacia Seattle inmediatamente? Quiero ocuparme de este asunto cuanto antes.
La expresión de MaGuire era de curiosidad, pero se limitó a asentir.
– Claro que sí -afirmó.
Aterrizaron en Seattle hacia las ocho de la noche, más o menos, aunque Bailey siempre se había preguntado cómo podía llamársele «noche» cuando el sol aún tardaría una hora más en ponerse. Sus fuerzas todavía flaqueaban y todo lo que quería hacer era meterse en la cama y dormir, pero deseaba que en esa cama estuviera Cam, y no había podido cruzar con él más que unas pocas palabras desde que se había vuelto tan frío y reservado, cuando MaGuire le contó todo lo que Seth había hecho. En cierta forma, eso no le molestaba. Ella también tenía momentos de frialdad y silencio. Que Seth tratara de matarla no estaba bien, por supuesto, pero ese hijastro era la carga que ella tenía que soportar y le enfurecía que hubiera dado por supuesto que la vida de Cam no valía nada. Si Cam moría o no, simplemente le había importado poco.
Volvía a un mundo que había cambiado. No podía reanudar su vida anterior como si no hubiera pasado nada. Independientemente del acuerdo al que había llegado con Jim, ya no podía tratar con Seth. Sería una estúpida si arriesgaba su vida y la de Cam por un acuerdo con alguien que ahora estaba muerto. Tendría que haber otra persona diferente que se encargara de los fideicomisos, quizá uno de los funcionarios del banco donde había invertido Jim. Se oponía firmemente a pasarle el control a Seth, porque no le parecía que debiera ser recompensado después de lo que había tratado de hacer; pero alguien diferente podía hacerse cargo de aquel asunto.
Habían volado a Seattle en un avión de un tamaño muy parecido al del desafortunado Skylane. Sin dudar, Cam se había puesto en el asiento del copiloto, sin pensar siquiera en sentarse atrás con ella, lo que le hizo poner los ojos en blanco y sonreír. Pensó que aquello era normal en un piloto. La mayoría vivían y respiraban volando, hasta el punto de que a menudo descuidaban todo lo demás. MaGuire se sentó atrás con ella, y algo en su expresión le decía que hubiera preferido estar en el puesto del copiloto, pero Cam había sido más rápido.
– Está desesperado -dijo ella divertida-. No ha puesto las manos en los controles desde hace seis días.
– Pero es mi avión -dijo el otro, un poco enfurruñado a juzgar por su tono de voz. Después se encogió de hombros y le lanzó una sonrisa algo avergonzada-. Supongo que debía haberlo adivinado y haber sido más rápido. La mayoría de los pilotos que conozco preferirían volar que comer.
Ella trató de mantener la calma mientras se aproximaban a Seattle, pero iba a enfrentarse a tantos cambios que tenía dificultad para asimilarlos todos, y, como siempre, cualquier cambio la incomodaba. Generalmente no tomaba una decisión importante sin haber reflexionado sobre ella, haberla examinado y sentirse preparada para seguirla. Si algo sufría modificaciones en su vida, quería controlar la forma en que ocurría. De repente no tenía el control, y prácticamente todo había cambiado: se mudaría de esa enorme casa tan pronto como pudiera, y poco le importaba lo que Seth y Tamzin hicieran con ella. Se negaba a tratar con ellos más, lo que significaba que tenía que encontrar otro empleo.
El cambio más drástico, por supuesto, era Cam. Se había movido tan rápidamente que ella se sentía como el Coyote, dando vueltas impotente en el polvo mientras el Correcaminos lo adelantaba en la carrera. En menos de una semana, había pasado de que no le gustara en absoluto a amarlo; incluso había aceptado casarse con él. Lo extraño era que, aunque reconocía que el cambio más profundo era ése, estaba encantada con él. Una vez superado el pánico inicial, supo que se sentía bien a su lado, de una forma que jamás había imaginado.
Como si hubiera leído sus pensamientos, él miró por encima del hombro hacia ella. Había conseguido un par de gafas de sol en alguna parte, así que no podía verle los ojos, pero aquella prueba del vínculo que se había establecido entre ellos la ayudó a tranquilizarse. Ya no estaba sola. No importaba que su vida cambiara, Cam estaría ahí, con ella.
El avión aterrizó, y el piloto accionó los frenos cuando rodaban por la pista. Bailey se inclinó hacia delante para mirar el edificio de la terminal. Había gente saliendo por una puerta hacia el asfalto, donde se quedaron de pie esperando. No eran muchas personas y desde esa distancia no podía distinguir sus caras, pero sabía que Logan y Peaches estaban allí y su corazón saltó de dicha.
A medida que se acercaban, pudo vislumbrarlos con claridad; Logan rodeaba a Peaches con el brazo. Los dos sonreían ampliamente y Peaches daba algunos saltitos de emoción. Sabía que probablemente no podían verla, pero les saludó de todas formas. Pudo distinguir también a Bret y a Karen, pero no reconoció a nadie más. Quizá se trataba de los amigos y parientes de Cam, aunque él había hablado con sus padres y habían dicho que no podrían llegar a Seattle antes que él porque viajaban en una aerolínea comercial y tenían que esperar a un vuelo regular. Tal vez habían podido anticipar el viaje.
El piloto se detuvo. Cam soltó su cinturón de seguridad y se levantó. Después de cruzar unas breves palabras con el piloto, MaGuire hizo lo mismo. Entonces Cam se abalanzó hacia el interior y ayudó a Bailey a levantarse agarrándole la cintura con sus cálidas manos.
– ¿Cómo estás? -preguntó mientras se dirigían hacia la pequeña multitud que avanzaba con impaciencia, esperando sólo a que estuvieran a una distancia segura del avión para salir disparados.
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