Daniel realizó un chasquido con la lengua.
– Me temo que no puedo permitir que menosprecie a mi amiga, la extremadamente encantadora, muy querida, sumamente talentosa y enormemente divertida lady Wingate.
– A este paso, al final del día tendré más títulos que toda la familia real junta.
– Estoy convencido de que así será, mi extremadamente encantadora, muy querida, sumamente talentosa, enormemente divertida y extraordinariamente inteligente lady Wingate.
Carolyn le lanzó una mirada medio divertida y medio exasperada a la vez.
– Está claro que no se ha dado cuenta, milord, pero intento mantener un poco de compostura en nuestra relación.
– Daniel. Y sí, sí que me he dado cuenta. -Daniel sonrió abiertamente y levantó y bajó las cejas-. Pero está claro que tú sí que no te has dado cuenta de que me gustaría que dejaras de hacerlo.
– Creo que hasta un ciego se habría dado cuenta. Sin embargo, también intento librarme de una situación embarazosa de una forma educada. De una forma que nos permita olvidar nuestra pérdida momentánea de juicio de ayer por la noche y seguir disfrutando de la franca camaradería que establecimos en la fiesta de Matthew.
– ¿Eso es lo que de verdad crees que pasó ayer por la noche? ¿Que perdimos momentáneamente el juicio?
– Sí, y no tengo intención de repetirlo.
Carolyn no pronunció estas palabras de una forma hiriente. De hecho, Daniel percibió con claridad una disculpa en sus ojos, una petición de comprensión.
El problema era que él no lo comprendía. Ni quería una disculpa.
– ¿Puedes explicarme por qué no quieres repetirlo? -preguntó él mientras su mirada buscaba la de ella-. Es evidente que disfrutaste del beso tanto como yo.
El rubor cubrió las mejillas de Carolyn, y Daniel se maravilló de que una mujer de más de treinta años, una mujer que ya había estado casada, siguiera ruborizándose.
– Eso no cambia nada.
– No estoy de acuerdo. Entre nosotros hay una atracción. Una atracción que siento desde… hace mucho tiempo.
La sorpresa y algo más que Daniel no consiguió identificar antes de que desapareciera, brillaron en los ojos de Carolyn.
– ¿Ah, sí?
«Desde que te vi por primera vez. Hace diez años.»
– Sí. Y es algo que me gustaría explorar. A menos que… me digas que estoy equivocado y que la atracción es unilateral.
El rubor de Carolyn se acentuó.
– Cualquier mujer con sangre en las venas pensaría que es usted muy atractivo.
– No me importa lo que piensen las otras mujeres. Sólo me importa lo que piensas tú.
– Mi opinión sobre si es o no atractivo no tiene importancia, milord.
– Daniel. Y la verdad es que tu opinión es muy importante para mí. -Daniel realizó una mueca-. Aunque, en realidad, lo único que quiero es que estés de acuerdo conmigo.
Carolyn soltó una carcajada de sorpresa que intentó ocultar con una tos, y Daniel se dio cuenta de que se la veía algo más relajada. Una chispa de picardía brilló en los ojos de Carolyn.
– ¿Desea que esté de acuerdo en que es usted atractivo? Supongo que se da cuenta de lo engreída que suena su pretensión.
– No, espero que estés de acuerdo en que existe una atracción entre nosotros. Y que te gustaría explorarla tanto como a mí.
Ella enseguida volvió a ponerse seria, apretó los labios y desvió la mirada. A continuación, exhaló un suspiro y volvió a mirarlo a la cara.
– Me siento muy halagada, pero…
Daniel apoyó con suavidad los dedos en los labios de Carolyn.
– ¿Por qué no lo dejamos, por ahora, en «Me siento muy halagada»? -Esbozó una sonrisa rogando para que no se viera tan forzada como él la sentía y bajó la mano-. La verdad es que las frases que siguen a la palabra «pero» no suelen ser muy alentadoras.
– Pero ésta es, exactamente, la cuestión. Aunque comprendo que mis acciones de ayer por la noche pueden indicar lo contrario, no deseo alentarlo.
– ¿A mí en particular o a los hombres en general?
– A los hombres en general, pero, sobre todo, a usted.
Daniel se estremeció.
– ¡Vaya! Ese estrépito que acabas de oír es mi ego masculino rompiéndose en pedazos.
Carolyn apoyó la mano, brevemente, en el brazo de Daniel. Si, en aquel momento, Daniel hubiera sido capaz de actuar con frivolidad, se habría echado a reír por la ráfaga de calor que recorrió su cuerpo a causa del inocente gesto de Carolyn.
– Me malinterpreta usted. Digo que sobre todo no deseo alentarlo a usted porque… me gusta. Y no quiero hacerle daño.
Daniel enarcó una ceja.
– ¿Acaso pretendes golpearme con una sartén de hierro? ¿O un atizador de fuego? ¿O una piedra pesada? ¿O pretendes empujarme escaleras abajo?
Carolyn realizó una mueca.
– ¡Claro que no!
– Entonces no entiendo cómo podrías hacerme daño.
Carolyn se volvió hacia el cuadro que colgaba encima de la chimenea y Daniel siguió su mirada. Edward sonreía desde la tela, con sus hermosas facciones congeladas en el tiempo. Un fantasma de tamaño natural capturado en una pintura al óleo.
Daniel apartó la mirada del cuadro para dirigirla a Carolyn.
– Comprendo. Ya me has comentado antes que sientes devoción hacia Edward y que no quieres volver a casarte y lo comprendo.
Pero, aunque afirmaba que la comprendía y sus sentimientos no le molestaban, sencillamente, no podía comprender la profundidad de su amor, el tipo de amor que era dueño de la totalidad del alma y el corazón de una persona.
– Tienes miedo de herir mis sentimientos más íntimos porque tu corazón no está libre.
Carolyn lo miró de frente y asintió con la cabeza.
– Aun a riesgo de parecer terriblemente engreída, sí. No deseo hacer daño a ninguno de los dos.
– Aun a riesgo de parecer terriblemente engreído, te diré que yo no permito que mis sentimientos más íntimos se vean involucrados en mis aventuras amorosas. -Daniel esbozó una mueca rápida-. De hecho, la historia ha demostrado que carezco de sentimientos íntimos, así que no tienes por qué preocuparte. Y, como tú, yo tampoco deseo casarme.
Carolyn arqueó las cejas.
– ¿Y qué ocurrirá con su título?
Daniel se encogió de hombros.
– Supongo que algún día no tendré más remedio que ponerme los grilletes, pero no tengo intención de considerar esta posibilidad hasta que esté chocheando. Y, aunque me muera sin tener descendencia, la verdad es que tengo dos hermanos menores.
Otra capa de rubor cubrió las mejillas de Carolyn, y Daniel tuvo que apretar los puños para no coger su cara entre sus manos y besarla hasta que ninguno de ellos pudiera respirar.
– ¿Me está sugiriendo que tengamos una aventura?
«¡Demonios, sí! Empezando inmediatamente, sino antes.»
– Te estoy sugiriendo que averigüemos adónde nos conduce el beso de ayer por la noche -contestó él con cautela, pues no deseaba que Carolyn saliera corriendo de la habitación presa del pánico-. Aunque admito que tengo muy claro adónde nos conducirá.
– A tener una aventura.
– Exacto.
El destello de calor que despidieron los ojos de Carolyn le indicó a Daniel que ella se sentía tentada. Pero entonces Carolyn contempló el retrato de Edward y negó con la cabeza.
– Yo nunca he… No puedo. -Volvió a negar con un movimiento de la cabeza-. Lo siento.
Él le cogió las manos con dulzura.
– Sé cuánto lo amabas… Y todavía lo amas. Él era, en todos los sentidos, un hombre digno de admiración. ¿No crees que querría que continuaras con tu vida?
– Sí, pero…
Sus palabras se fueron apagando y Daniel vio con claridad que se sentía destrozada.
– Yo no te pido tu corazón. La verdad es que no lo deseo en absoluto.
La confusión nubló la vista de Carolyn.
– Entonces, ¿qué es lo que quiere?
– ¿Acaso no es obvio? ¡Te quiero a ti! Tu compañía, tu risa. -Le apretó con suavidad las manos-. Te quiero como amante. En mi cama. O en la tuya. Dondequiera que nos lleven nuestros encuentros. Puedes quedarte con tu corazón, como yo me quedaré con el mío. Sin embargo, tu cuerpo…
Su mirada se deslizó con lentitud por la figura de Carolyn.
– ¿Sería de usted? -preguntó ella en un grave susurro.
– Sí. -Volvió a posar su mirada en la de ella-. Como el mío sería tuyo.
– ¿Durante cuánto tiempo?
– Tanto como lo deseáramos. Hasta que uno de nosotros ya no quisiera continuar con la relación.
– Sólo una aventura temporal y despreocupada, fundada, sólo, en el placer físico.
La voz de Carolyn sonó escéptica e intrigada a la vez.
– Sí, pero has olvidado mencionar la discreción. Nadie lo sabría salvo nosotros dos.
– ¿Cómo sé que no se lo contaría a nadie más?
– En primer lugar, porque te doy mi palabra de honor de que no lo contaré. Y, en segundo lugar, porque no me gusta compartir. No me gusta compartir nada, pero, menos aún, los detalles íntimos de mi vida.
– Entiendo.
– Te protegería en todos los sentidos. Incluso de un posible embarazo.
Carolyn bajó la vista momentáneamente.
– Eso… Eso no sería necesario. Después de siete años de matrimonio sin hijos, al final acepté que soy estéril.
La tristeza de su voz era evidente, y Daniel le dio otro suave apretón de manos.
– Eres una mujer fascinante y atractiva. Y también apasionada, algo que, por lo que percibí en tu reacción a nuestro beso, creo que has perdido de vista.
Carolyn frunció levemente el ceño.
– Me temo que está usted deduciendo demasiado de aquella situación. Mi reacción fue el resultado de un arrebato.
– No, no lo fue.
– Sí, sí que lo fue.
– Ya veo que, sencillamente, tendré que demostrarte que estás equivocada.
A continuación, Daniel recorrió la distancia que los separaba en un solo paso y tras unir sus labios a los de Carolyn cayó de inmediato en el mismo abismo de deseo y necesidad en el que se había sumergido la noche anterior. Se trataba de un lugar sombrío y salvaje en el que sólo existían ellos dos. Un lugar que no quería abandonar nunca.
Daniel se obligó a sí mismo a actuar con una calma deliberada que contrastaba por completo con la urgencia que bombeaba en su interior. Soltó las manos de Carolyn y le rodeó la cintura con los brazos, acercándola a él hasta que sus cuerpos se tocaron desde el pecho hasta las rodillas. Durante varios segundos, ella permaneció rígida, pero después exhaló un suave gemido, rodeó el cuello de Daniel con sus brazos y entreabrió los labios.
Si la necesidad que lo consumía no fuera tan apremiante, Daniel podría haberse dedicado a saborear aquel triunfo, pero, en lugar de hacerlo, abrazó a Carolyn con más fuerza y profundizó su beso mientras su lengua exploraba la deliciosa y suave calidez de la boca de ella. A cada segundo, se sentía más y más atraído hacia un remolino carnal del que no había escapatoria. Claro que, en realidad, él no quería escapar. ¡Cielos, no! De hecho, Carolyn y él ni siquiera estaban tan cerca como él habría deseado.
Daniel exhaló un gemido y deslizó una mano hasta la parte baja de la espalda de Carolyn. Presionó con la palma la base de la espina dorsal de ella y extendió los dedos sobre la curva de sus nalgas apretándola más contra él. Su erección pulsó junto al cuerpo de ella y sus caderas se flexionaron de una forma involuntaria en un lento bombeo que extrajo un gruñido de puro deseo de su garganta.
Daniel perdió la noción del tiempo. Lo único que sabía era que no importaba cuánto tiempo estuviera besándola, pues siempre le parecería insuficiente. Con el corazón golpeándole en el pecho, de algún modo encontró las fuerzas para levantar la cabeza, pero sólo lo suficiente para deslizar sus labios por la mandíbula de Carolyn y por la curva de su fragante cuello. Sin dejar de absorber, en todo momento, los dulces y eróticos sonidos que emanaban de los labios de ella, Daniel deslizó la lengua por el lateral del cuello de Carolyn saboreando su piel cálida y aromática. Después succionó con suavidad el punto en el que su pulso latía aceleradamente. Nunca una mujer le había sabido tan bien.
Al final, con gran esfuerzo, levantó la cabeza y contuvo un gemido de intenso deseo ante la visión que lo esperaba.
Con los párpados entrecerrados, las mejillas encendidas y los labios entreabiertos e hinchados por el beso, a Carolyn se la veía deliciosa y totalmente excitada. Conservando uno de sus brazos alrededor de la cintura de Carolyn para mantenerla apretada a él, Daniel levantó una mano algo temblorosa y rozó con el dorso de sus dedos la cálida y suave mejilla de Carolyn.
Ella abrió los párpados del todo y Daniel contempló la profundidad azul de sus ojos. Y sintió que se ahogaba otra vez.
– ¿Todavía crees que lo de anoche fue un arrebato momentáneo? -preguntó él con voz grave y áspera debido a la excitación.
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