– ¡Pues has pronunciado bastantes palabras! Y todas me han gustado.

Su voz se convirtió en un vaporoso suspiro cuando él se inclinó e introdujo uno de sus pezones en su boca.

Aunque lo que había dicho era cierto, Daniel pensó que habría sido más acertado decir que ninguna mujer había resultado nunca tan agradable al tacto a nadie. Ni su sabor le había resultado tan bueno a nadie. Nunca.

Ella deslizó los dedos por el pelo de Daniel y arqueó la espalda ofreciéndose más, invitación que él enseguida aceptó. Daniel introdujo todavía más el terso pezón de Carolyn en su boca, bajó la mano por su espalda hasta la tentadora curva de sus nalgas y la apretó más contra él. Entonces bajó más la mano, cogió el muslo de Carolyn por la parte de atrás y le levantó la pierna, apoyándola en su cadera. Después deslizó los dedos por el sexo de Carolyn y un gruñido vibró en su garganta.

Daniel levantó la cabeza, y contempló el rostro acalorado de Carolyn y sus ojos cerrados.

– ¡Estás tan húmeda…! -Deslizó dos dedos en su interior y ella jadeó y exhaló un gemido-. ¡Tan apretada y caliente…!

¡Y él estaba tan duro…! ¡Y ella era tan deliciosa y hacía tanto tiempo que la deseaba…! Sencillamente, no podía esperar más. ¡Demonios, si, prácticamente, estaba temblando! Sacó los dedos del cuerpo de Carolyn, la cogió en sus brazos y la echó con suavidad en el sofá tumbándose él también. Se colocó entre las piernas abiertas de Carolyn, se apoyó en sus antebrazos y, poco a poco, rozó con su glande la húmeda grieta de Carolyn mientras contemplaba todos los cambios que se producían en la ruborizada cara de ella.

– Abre los ojos, Carolyn.

Ella abrió los párpados con esfuerzo y sus miradas se encontraron. Los ojos de Carolyn brillaban de excitación, pero, de algún modo, ella parecía más centrada en el acto mismo que en quién le estaba haciendo el amor. Y él quería que ella fuera consciente, muy consciente, de quién le estaba haciendo el amor.

– Di mi nombre -pidió Daniel con voz ronca y los músculos en tensión por el esfuerzo de la contención.

Ella parpadeó y examinó su cara. Después de varios y largos segundos, por fin susurró:

– Daniel.

Algo parecido al alivio recorrió el cuerpo de Daniel. Introdujo justo la punta de su pene en el interior de Carolyn y se detuvo.

– Vuelve a decirlo.

– Daniel.

Introdujo otro centímetro de su miembro.

– Otra vez.

Ella entrelazó sus dedos con el pelo de Daniel.

– Daniel. -Arqueó la espalda y repitió-: Daniel… Daniel…

Él soltó un gruñido y la penetró profundamente. Sin apartar la mirada de la de ella, sacó con lentitud su miembro del interior de Carolyn y rechinó los dientes debido a la intensa y erótica atracción que le producía su cuerpo. Volvió a introducir su miembro en Carolyn hasta el fondo y el lento y resbaladizo roce con su calor húmedo disolvió otra capa de su autodominio. Una y otra vez, se hundió en el cuerpo de ella. Cada vez con más rapidez y profundidad. Ella lo rodeó con los brazos y las piernas uniéndose a él en todos sus movimientos. Los pulmones de Daniel parecían arder con sus rápidas respiraciones y todos sus músculos estaban en tensión debido al esfuerzo que realizaba para contener su alivio hasta que ella llegara al clímax. Y el esfuerzo estuvo a punto de acabar con él.

Cuando ella se arqueó debajo de él, Daniel sintió como si un rayo hubiera caído sobre él, recorriendo y estallando en todo su cuerpo. Las sacudidas lo dominaron mientras se hundía con fuerza y profundamente en el cuerpo de Carolyn, penetrándola una y otra vez y derramando lo que bien podía ser toda su alma en el pulsante calor de ella. Los temblores todavía lo dominaban cuando su cabeza cayó, sin fuerzas, en la cálida curva del cuello de ella y Daniel se esforzó en recuperar el aliento. No estaba seguro de cuánto tiempo necesitó para reunir las fuerzas suficientes para levantar la cabeza. Un minuto, o quizás una hora. No lo sabía. No podía hacer otra cosa salvo empaparse de la increíble sensación de permanecer hundido en el apretado calor de Carolyn y empaparse también de otra sensación de la que lo único que sabía era que lo hacía sentirse como si le hubieran dado un puñetazo. En el corazón.

Al final, levantó la cabeza y miró a Carolyn. Y se quedó helado.

Ella parecía contemplar la nada mientras las lágrimas resbalaban por las comisuras de sus ojos.

Un sentimiento de culpabilidad golpeó a Daniel como si le hubieran dado con una piedra en la cabeza. ¡Mierda, había vuelto a hacerlo! ¡Había perdido por completo el control! Sólo que esta vez…

– Carolyn… Cielos, ¿te he hecho daño?

Hizo el ademán de separarse de ella, pero Carolyn aumentó la presión de sus brazos y piernas y lo mantuvo pegado a ella.

– No -declaró ella sacudiendo la cabeza.

Daniel, sin estar para nada convencido de su respuesta, le seco las lágrimas que había justo debajo de sus párpados, pero fueron reemplazadas de inmediato.

– ¿Por qué lloras?

En lugar de contestar a su pregunta, Carolyn declaró:

– Gracias.

– ¿Gracias? ¿Por hacerte llorar?

¡Maldición, se sentía como un canalla principiante!

Ella asintió con la cabeza.

– Sí, yo… creía que nunca más volvería a hacer el amor. Creí que no volvería a querer hacerlo. Tú has hecho que sea algo… extraordinario. Por eso te doy las gracias.

El alivio casi lo abrumó y todo en su interior pareció cambiar.

– Extraordinario -repitió con suavidad mientras recorría el rostro de Carolyn con la mirada-. Esto lo describe, y también a ti, a la perfección.

Sin duda, no recordaba haber dicho nunca nada que fuera tan cierto, pues hacer el amor con Carolyn era… diferente. En aquel acto, él había entregado u na parte de sí mismo y de su control que no había entregado nunca antes. Una parte de sí mismo que ni siquiera sabía que existía hasta que había dejado de ser suya.

En el pasado, después de satisfacer su pasión, nunca experimentaba el deseo de quedarse, pero con Carolyn sentía que podría quedarse en aquel sofá y hundido en ella durante todo el día. Simplemente mirándola. Apartando su bonito pelo de su cara. Con ella sentía un vínculo que nunca antes había experimentado. Una calidez desconocida de algo que lo confundía, pero que no podía negar.

¡Mierda! ¿Cómo podía ser que aquel encuentro con Carolyn hubiera reducido cualquier otro encuentro sexual que había experimentado en el pasado a un mero acto físico y sin emoción? ¿En una sórdida imitación de lo que tenía que ser? ¿Cómo era posible que en todas las aventuras que había tenido se le hubiera escapado esto? ¿Fuera lo que fuese?

– ¿Daniel?

Él apartó aquellos pensamientos de su mente y volvió a centrar su atención en Carolyn.

– ¿Sí?

– Me has devuelto a la vida -declaró ella con el labio inferior tembloroso.

El corazón de Daniel pareció dar una voltereta. Buscó su forma de ser alegre y normal de después del coito y no la encontró.

– Pues eso es, exactamente, lo que se supone que le pasó a Galatea -declaró él con el tono de voz más despreocupado y alegre que pudo conseguir-. El placer ha sido todo mío.

– No, en absoluto. -Carolyn se desperezó debajo del cuerpo de Daniel y una sonrisa iluminó su cara-. Me siento maravillosamente bien. Pero me muero de hambre. ¿Tus planes para esta tarde incluyen algo de comer?

– De hecho, sí. Ahora que ya me has seducido, ¿nos vestimos y procedemos con mis planes?

– De acuerdo, aunque me siento algo decepcionada por el hecho de que tus planes requieran que nos vistamos.

– Dejarás de estarlo cuando veas adonde vamos y lo que he planeado. Pero, en cuanto a lo de vestirse…

– ¿Sí?

Daniel le estampó un rápido beso en los labios.

– No te pongas calzones.

Capítulo 14

Dada la ardiente naturaleza de nuestra pasión, creí que se quemaría con la misma rapidez con la que se había encendido, pero pronto descubrí que, cuanto más lo veía, más lo quería. Y no importaba cuántas veces lo viera, nunca era suficiente.

Memorias de una amante,

por una Dama Anónima


¡Santo cielo, no llevaba calzones!

Carolyn intentó concentrarse en el bullicioso escenario de la calle mientras el elegante carruaje de Daniel recorría Park Lane, pero en lo único en lo que podía pensar era en que estaba sentada frente a su amante sin ropa interior. Miró a la gente que paseaba por Hyde Park y no vio a nadie. Pero sí que se visualizó corriendo las cortinas de terciopelo granate del carruaje, creando, así, un clima de acogedora intimidad y pidiéndole a Daniel que apagara el implacable fuego que había encendido en su interior.

¿Qué le estaba sucediendo? Ella había disfrutado de una relación profundamente apasionada con Edward; sin embargo, en

aquel momento, aquellos recuerdos parecían casi sosos comparados con el apetito que sentía por Daniel, que casi rayaba en… la voracidad.

– Tengo una noticia para ti.

La voz de Daniel la sacó de su fantasía erótica y Carolyn se volvió hacia él. En lugar de mirarla con su habitual y seductora calidez, sus ojos azul oscuro estaban serios.

– ¿ Qué tipo de noticia? -preguntó ella, apartando a un lado sus pensamientos lascivos.

– Gideon Mayne me visitó esta mañana. Rayburn y él encontraron a Tolliver ayer por la noche en su casa. El conde apestaba a alcohol y se había desmayado en su estudio. Tenía una pistola en la mano y se lo llevaron detenido.

– ¡Gracias a Dios! -Carolyn se llevó una mano al estómago-. O sea, que fue él quien te disparó.

Una mezcla de miedo y náuseas la invadió al pensar en la posibilidad de que lord Tolliver hubiera tenido éxito.

– Sí, pero casi te mató a ti.

Carolyn recordó la sensación de la bala silbando junto a su cara y se estremeció.

– ¿Ha confesado?

– No. Insiste en que es inocente. Afirma que ayer por la noche no salió de su casa y que la pistola era para él, para quitarse la vida. -Un músculo se agitó en la mandíbula de Daniel-. Según Mayne, ninguno de los criados de Tolliver lo vio salir de la casa, pero como todos se retiraron hacia las once, tampoco pueden asegurar que él no saliera después de esa hora.

– Sorprende que un hombre con tan poca ética como ha demostrado tener lord Tolliver mienta acerca de haberte disparado o no -declaró Carolyn.

– Estoy de acuerdo. Seguiré manteniendo la guardia en alto, pero creo que está claro que tenemos a nuestro hombre. Quería decírtelo nada más verte, pero… -Sus ojos se oscurecieron-. Me distrajiste.

Ella levantó una ceja.

– Mmm. Eso suena como una auténtica queja.

Daniel se inclinó hacia ella y le apretó con ligereza una de sus enguantadas manos. El calor subió por el brazo de Carolyn.

– Mi única queja es que, ahora mismo, no estemos tan ocupados como antes. -Rozó con las yemas de los dedos la sensible piel del interior de la muñeca de Carolyn, justo por encima del borde del guante-. Eres… increíble.

– Palabra que yo también podría utilizar para describirte a ti, milord.

Daniel realizó un chasquido con la lengua.

– Supongo que no has olvidado que esta formalidad ya no es necesaria entre nosotros.

Como si quisiera demostrar su punto de vista, deslizó un dedo por debajo del borde del guante de Carolyn y le acarició con lentitud la palma de la mano.

Carolyn dio un respingo a causa de la intimidad del gesto de Daniel y sacudió la cabeza.

– No lo he olvidado -declaró con un susurro tembloroso.

¡Santo Dios, aunque viviera cien años, no olvidaría los momentos que había compartido con Daniel!

– Claro que…, si te hubieras olvidado -continuó él con su apasionada mirada clavada en la de Carolyn-, supongo que tendría que recordártelo. -Exhaló un suspiro exagerado-. Tarea terrible, por cierto, pero me esforzaría en realizarla como un hombre.

Decidida a no dejarle llevar la voz cantante, Carolyn se inclinó hacia delante y apoyó la mano que tenía libre en la rodilla de Daniel.

– Te aseguro que no corro el peligro de olvidarlo, Daniel. -Subió con lentitud la mano por su pierna-. Sin embargo, me gustaría que me lo recordaras. Siempre que quieras. Y en cuanto a lo de realizarla como un hombre… -Acarició con los dedos el bulto de sus pantalones disfrutando del respingo que soltó él-. Me muero de ganas por descubrir cómo la realizarías exactamente.

Los ojos de Daniel parecían despedir humo.

– Yo también me muero de ganas de descubrir lo mismo respecto a ti.

– ¡Qué bien que estemos de acuerdo!

– Yo diría que «bien» es una palabra sosa para describir cualquier cosa que suceda entre nosotros, milady, pero supongo que servirá. De momento.

– ¿Milady? -Carolyn copió el chasquido que Daniel había realizado antes y repitió sus palabras-. Supongo que no has olvidado que esta formalidad ya no es necesaria entre nosotros.