Al recordar el sensual encuentro que tuvo con Daniel en el carruaje, el rubor cubrió su rostro y tuvo que apretar los labios para contener la sonrisa que esbozó interiormente. El relato que la Dama Anónima había hecho de aquella aventura la había cautivado y, aunque leerlo le había resultado muy estimulante, no podía compararse con la sensación de vivirlo en persona.

Las Memorias… Sí, su lectura le había inspirado algunas imágenes realmente apasionadas, imágenes que le gustaría compartir con Daniel.

Se le ocurrió una idea, una idea perversa, y tan tentadora que, después de considerarla durante unos instantes, se dio cuenta de que no podía resistirse a ella. Corrió al salón y sacó el ejemplar de las Memorias del cajón del escritorio. Un fuerte olor a almendras brotó de la caja de mazapanes que había guardado allí y Carolyn arrugó la nariz mientras sentía una ráfaga de culpabilidad. La caja de mazapanes constituía un regalo muy considerado, aunque ella prefería las rosas.

Sacó la flor que había introducido entre las páginas del libro, escribió una rápida nota en la parte trasera de una de sus tarjetas de visita y envolvió el libro y la tarjeta en varias hojas de papel de seda que anudó con una cinta de raso.

Daniel le había hecho varios regalos. Ya era hora de que ella le devolviera el favor.

Regresó al vestíbulo y le tendió el paquete a Nelson.

– Hágale llegar este paquete a lord Surbrooke lo antes posible.

– Sí, milady. Me encargare personalmente.

– Gracias.

Estaba a punto de dirigirse a su dormitorio para decidir qué se ponía para la velada que lord y lady Exbury celebraban esa noche en su casa, cuando la campanilla que indicaba que se abría la verja de la entrada sonó.

– Se trata del señor Jennsen, el caballero norteamericano -informó Nelson tras lanzar una discreta ojeada por el cristal que flanqueaba la puerta.

Carolyn no le preguntó cómo había reconocido al señor Jennsen, pues su mayordomo parecía conocer a todo el mundo en aquella ciudad.

– ¿Está usted en casa, milady?

Carolyn, sintiendo curiosidad por la razón de la visita del señor Jennsen, asintió con la cabeza.

– Sí, puede acompañarlo al salón y después lleve el paquete a lord Surbrooke.

Carolyn volvió al salón y comprobó su aspecto en el espejo de marco dorado. ¡Cielos, estaba, prácticamente, resplandeciente! Gracias a Dios que el clima era bueno, así podía achacar sus vivos colores al sol. En el caso de que el señor Jennsen se percatara, claro.

Alguien llamó a la puerta y, tras recibir el permiso de Carolyn, Nelson la abrió.

– El señor Jennsen desea verla, milady.

El mayordomo se apartó y el señor Jennsen entró en la habitación. Vestido con unos pantalones beige, una chaqueta marrón y unas lustrosas botas negras, se lo veía robusto y masculino y, de alguna forma, la habitación pareció encogerse debido a su imponente presencia. Su pelo, oscuro y espeso, estaba alborotado, ya fuera por la acción de sus dedos o el viento, lo que le daba un aire desarreglado que encajaba con su persona. Carolyn contempló sorprendida el ramo de peonías rosas que llevaba en la mano.

– Buenas tardes, lady Wingate -saludó él.

– Señor Jennsen, es un placer volver a verlo.

– Por favor, llámeme Logan. -Le tendió el ramo de peonías-. Para usted.

Carolyn hundió la cara en las olorosas y vistosas flores.

– Son preciosas. Gracias, Logan. -Carolyn señaló, con la cabeza, los sillones que había junto a la chimenea-. ¿Quiere sentarse?

– Gracias.

Mientras se sentaban en el sofá, Carolyn preguntó:

– ¿Desea tomar un té?

– Gracias, lady Wingate, pero no puedo quedarme mucho rato.

– Carolyn, por favor -pidió ella dejando las flores sobre la mesa y sonriéndole-. ¿A qué debo el honor de su visita?

– He oído contar lo del disparo que se produjo ayer por la noche junto a su casa y estaba preocupado.

– ¿Quién se lo ha contado?

El señor Jennsen realizó un gesto vago con la mano.

– Los criados hablan. Ya sabe que los rumores vuelan.

– Comprendo. Entonces también habrá oído decir que no resulté herida.

– Así es. -Jennsen sonrió-. Pero quería comprobarlo en persona. Entre esto y el asesinato de lady Crawford, me preocupa su seguridad. Además, estas flores querían, desesperadamente, pertenecer a una hermosa mujer. -Se inclinó y le confió-: Ellas mismas me lo han dicho.

– ¿Flores que hablan? Qué inusual. -Una sonrisa flotó en sus labios-. Me pregunto qué me contarán acerca de usted.

Él lanzó a las flores una fingida mirada iracunda.

– Sólo cosas buenas, espero.

– Estoy segura de que así será -contestó Carolyn mientras se reía-. Bueno, como verá, no he empeorado como consecuencia del percance de ayer por la noche.

– No ha empeorado nada, desde luego -corroboró él deslizando la mirada por Carolyn-. De hecho, está… resplandeciente.

Sus palabras hicieron que Carolyn se sonrojara. Y antes de que consiguiera hablar, él continuó:

– Tengo entendido que lord Surbrooke estaba con usted y que él tampoco resultó herido.

¡Cielos, sí que era cierto que los rumores volaban!

– Una de sus criadas cayó enferma y mi doncella y yo fuimos para ayudarlo.

– No sabía que su doncella estaba con usted. Espero que ella tampoco resultara herida.

Carolyn se ruborizó todavía más.

– Se quedó a pasar la noche en casa de lord Surbrooke y él fue tan amable como para acompañarme de vuelta a mi casa.

El señor Jennsen asintió con lentitud.

– Comprendo.

Sus oscuros ojos la observaron con atención, como si ella fuera un rompecabezas que intentara componer. Ella aprovechó la oportunidad para examinarlo también. Su cara constituía un paisaje fascinante de planos agrestes suavizados sólo por sus labios llenos y sensuales. Aunque no disponía de una belleza clásica, despedía un indudable encanto masculino y era muy atractivo. Por si su aspecto moreno y atractivo no fuera suficiente, el aire de misterio que lo rodeaba-nadie sabía mucho acerca de él o de su pasado en Norteamérica-, unido a su fabulosa riqueza, lo hacían ser objeto de gran interés por parte de las damas de la sociedad londinense. A pesar de su indeseable herencia colonial. Carolyn estaba segura de que muchos corazones femeninos se aceleraban cuando él entraba en una habitación.

Estos pensamientos llevaron a Carolyn a formularse una pregunta: ¿por qué su corazón no se aceleraba? Él le gustaba y se lo pasó bien con él en la fiesta de Matthew y también en las escasas ocasiones en las que habían coincidido desde que regresó a Londres. Era irónico, ocurrente, inteligente, atractivo… ¿Por qué, entonces, no la afectaba como lo hacía Daniel? Cuando fantaseaba sobre los relatos eróticos de las Memorias, ¿por qué era Daniel quien aparecía siempre en sus fantasías y Logan nunca?

– Carolyn… ¿es posible que esté pensando lo mismo que yo?

La pregunta del señor Jennsen la arrancó de sus pensamientos y Carolyn soltó una risa nerviosa. Estaba a punto de asegurarle que estaba convencida de que no estaban pensando lo mismo, pero sus palabras se apagaron en su garganta, pues él la agarró de los brazos con sus grandes manos. Y la acercó a él. Y juntó su boca a la de ella.

El cuerpo de Carolyn se puso en tensión a causa de la sorpresa, pero, después de unos segundos, le resultó obvio que Logan Jennsen sabía cómo besar a una mujer. De repente, Carolyn sintió una gran curiosidad, así que se relajó. Y enseguida se dio cuenta de que, aunque la técnica de Logan era excepcional y su beso perfectamente agradable, éste no la afectaba, ni de lejos, como lo hacían los besos de Daniel. Sin duda, Logan no le provocaba con un beso magistral lo que Daniel le provocaba con una simple mirada.

¡Oh, cielos!

Logan se apartó de Carolyn y ella, tras abrir los ojos, vio que él la escudriñaba con una expresión entre intrigada y sorprendida. Sus manos se apartaron poco a poco de los hombros de Carolyn y, entonces, se aclaró la garganta.

– ¿Quiere abofetearme? -preguntó Logan.

Por alguna razón, una burbuja de risa creció en la garganta de Carolyn, y ella se sintió agradecida, pues la risa apartó de su mente los pensamientos inquietantes que la bombardeaban.

– ¿Quiere que lo haga?

– No especialmente.

– Preferiría que me diera una explicación.

– ¿Sobre por qué deseaba besar a una mujer hermosa? No es difícil imaginárselo. -Tenía el entrecejo fruncido y, con el dedo índice, se tocó el labio inferior, como para asegurarse de que todavía estaba allí. Y siguió mirando con atención a Carolyn-. ¿Qué opina?

Indecisa sobre cómo contestar a su pregunta sin ofenderlo, Carolyn escapó por la tangente:

– ¿Qué opina usted?

Logan inhaló hondo y declaró:

– No soy bueno utilizando palabras bonitas como ustedes, los ingleses, así que, simplemente, lo soltaré. Desde que llegué a Inglaterra he perdido mi oportunidad con más de una mujer que he admirado y no quería dejar escapar a otra. Pero nuestro beso no ha sido lo que yo esperaba.

– ¿Y qué esperaba usted?

– Pirotecnia. -Una expresión avergonzada cruzó su cara-. Me gusta usted demasiado para no serle del todo honesto. No he sentido ninguna… chispa. Lo siento. -Se pasó la mano por el cabello-. Creo que debería usted abofetearme.

Carolyn no pudo evitar echarse a reír.

– Me gusta usted demasiado para no ser honesta. Yo tampoco sentí ninguna chispa.

Logan parpadeó y sonrió.

– ¿De verdad?

– De verdad.

– Bien. -Exhaló un suspiro de evidente alivio y soltó un respingo-. Supongo que mi orgullo masculino debería impedir que su declaración me hiciera feliz.

– Mi vanidad femenina tampoco debería permitir que me sintiera feliz. -Carolyn sonrió con amplitud-. Pero si yo puedo soportarlo, usted también podrá.

El soltó otro respingo.

– De acuerdo. Por lo visto estamos destinados a ser sólo amigos.

– Eso parece.

Aunque Carolyn se sentía feliz por su amistad, le inquietó profundamente lo que ahora era muy evidente: lo que sentía por Daniel era algo más profundo. Carolyn alargó el brazo.

– ¿Amigos?

– Amigos. -El señor Jennsen cogió la mano de Carolyn y le dio un beso en el dorso de los dedos-. Mon ami.

Carolyn parpadeó sorprendida.

– ¿Habla usted francés?

– Pues sí.

– ¿Con fluidez?

– Así es. -Sus ojos brillaron con diversión-. ¿Quiere que la deslumbre con unas cuantas conjugaciones verbales?

Carolyn dejó a un lado sus perturbadores pensamientos y se acordó de Gacha, la perra de ojos redondos de Daniel.

– De hecho, hay varias frases que me gustaría mucho aprender.


– Siento no haberte encontrado esta tarde -declaró Sarah después de abrazar con fuerza a Carolyn cuando se vieron aquella noche en la concurrida fiesta de lord y lady Exbury-. Me alegro mucho de que estés bien. ¡Qué experiencia tan horrible y espantosa! Gracias a Dios que han detenido a lord Tolliver y no podrá hacer daño a nadie más. -Sarah soltó a Carolyn, la observó durante varios segundos, se subió las gafas por la nariz y parpadeó-. Debo decir que no te ves nada mal después del susto que te llevaste. De hecho, estás radiante.

¡Cielos! No esperaba que su encuentro con Daniel la hiciera brillar como una lámpara incluso después de tanto tiempo. Carolyn miró a su hermana y, tras una pausa, declaró:

– Yo podría decir lo mismo de ti, Sarah. Parece que despidas luz de tu interior.

El rubor de Sarah se acentuó. Cogió a Carolyn por el brazo y la arrastró hasta un rincón de la atiborrada sala. Por el camino oyó trozos de conversaciones en las que el tema predominante era el asesinato de lady Crawford:

– Me parece increíble que todavía no hayan cogido al asesino…

– Seguro que no tardarán…

– He oído decir que creen que un antiguo amante…

– … y ayer otro tiroteo…

Una vez refugiadas en la intimidad del rincón en penumbra, Sarah declaró en voz baja:

– Yo sé por qué estoy radiante. La culpa es de mi marido, quien por fin me envió una de esas notas en las que se especifica una hora y un lugar y que se mencionan en las Memorias.

– Está claro que ha funcionado sumamente bien.

– No te lo puedes ni imaginar. -Sarah enarcó una ceja-. ¿Y cuál es tu excusa?

«La culpa es del mejor amigo de tu marido, quien me hizo una demostración de cómo se hace el amor en un carruaje, tal y como se relata en las Memorias.»

Como no deseaba expresarlo en voz alta, Carolyn titubeó. Nunca había tenido secretos con su hermana, pero ¿cómo podía esperar que Sarah comprendiera algo que ella misma apenas comprendía? ¿Que comprendiera una atracción tan insospechada y, a la vez, tan intensa que hacía que hiciera cosas que nunca creyó que fuera capaz de hacer? Una atracción que empezaba a temer que se estuviera convirtiendo en algo más. Y con un hombre que le había dejado claro que lo único que deseaba era una aventura.