¿Qué ocurriría si se lo contaba a Sarah y ella desaprobaba su forma de actuar? Carolyn no creía que pudiera soportar ver la censura en los ojos de su hermana. Sin embargo, tampoco podía soportar la idea de mentirle.

Decidió que la mejor alternativa era confesarle parte de la verdad y descubrir cuál era su reacción.

– Mi excusa es que… me han besado.

En lugar de parecer horrorizada, los ojos de Sarah brillaron con interés.

– ¿Ah, sí? A juzgar por tu resplandor, debe de haber sido un beso excelente.

– Lo fue. -Carolyn apenas pudo reprimir un profundo suspiro-. Realmente excelente.

– ¿Y quién, si se puede saber, es ese hombre que besa tan bien?

Carolyn sacudió la cabeza, sintiéndose confusa.

– ¿No te sientes horrorizada? ¿Decepcionada?

– ¡Cielos, no! Estoy encantada. -Se acercó todavía más a Carolyn-. ¿Y quién ha sido?

«Mmm…» Aunque ella no pretendía conmocionar a su hermana, lo menos que podía haber hecho Sarah era sorprenderse un poco.

– ¿Por qué no te escandalizas?

– Porque creo que eres una mujer hermosa que merece que la besen y a quien no han besado desde hace mucho tiempo.

Las reconfortantes palabras de Sarah emocionaron a Carolyn.

– En ese caso, supongo que debo confesarte que, en realidad, hoy me han besado dos hombres.

Sarah arqueó las cejas de una forma brusca, pero en lugar de parecer horrorizada, sus ojos chispearon.

– ¡Cielos, sí que has tenido un día ajetreado! ¿Y quiénes son esos dos hombres extremadamente inteligentes, de buen juicio y gusto impecable?

– ¿Cómo sabes que son inteligentes, de buen juicio y gusto impecable?

– Porque te eligieron a ti para besarte.

El diablillo interior de Carolyn la llevó a enarcar una ceja y preguntar:

– ¿Qué te hace pensar que no fui yo quien los elegí?

– Si fue así, eso sólo reforzaría mi punto de vista, pues tú no habrías elegido a un hombre que no fuera inteligente, de buen juicio y gusto excelente. Y ahora, ¿vas a contarme quiénes son antes de que me muera de curiosidad o tengo que ir a buscar un atizador de chimenea para pincharte?

Carolyn sacudió la cabeza medio incrédula y medio divertida.

– ¿Desde cuándo eres tan poco impresionable?

– Toda la culpa es de ese marido mío. En un período de tiempo escandalosamente corto, me ha despojado de todo mi pudor virginal.

«Eso es, exactamente, lo que su mejor amigo ha hecho conmigo.»

Sarah le propinó un leve empujón con el codo.

– ¿Quieres que vaya a buscar el atizador?

– No. -Carolyn se acercó a su hermana y susurró-: El beso número uno fue de Daniel… lord Surbrooke.

– ¡Ah! -exclamó Sarah, mientras una sonrisa que sólo podía indicar que ya se lo esperaba le bailaba en los labios-. ¿Y cómo fue?

«Increíble. Delicioso. Sorprendente.»

– Agradable.

– ¿Sólo agradable?

– Muy agradable. ¡Caray! ¿Por qué no estás sorprendida?

– Porque me he fijado en cómo te mira cuando cree que nadie lo está mirando.

– ¿Y cómo me mira?

– Como si quisiera besarte. No, en realidad, como si se estuviera muriendo por besarte. Muy a conciencia… Para empezar.

«¡Oh, Dios mío!» Y lo había hecho. Muy a conciencia. Para empezar.

– ¿Y el beso número dos? -preguntó Sarah, propinándole otro empujón con el codo.

– Cortesía de Logan Jennsen.

Esta vez, Sarah arqueó las cejas.

– Interesante.

– Pero ¿no sorprendente?

– No especialmente, pues también me he fijado en cómo te mira.

– ¿Y cómo me mira?

– Como si fueras un plato de leche y él fuera un gato muy sediento. ¿Y cómo fue el beso del señor Jennsen?

– También agradable.

Sarah la contempló por encima de la montura de las gafas.

– No es habitual en ti ser tan poco comunicativa, Carolyn. -Su expresión reflejó preocupación-. Algo pasa. Cuéntamelo, por favor.

La preocupación de su hermana hizo que se le formara un nudo en la garganta y Carolyn tuvo que tragar dos veces para desanudarlo.

– En realidad, no pasa nada malo. Sólo que me siento confusa.

Sarah asintió con la cabeza.

– Porque los dos son muy atractivos pero sentiste algo con el beso de lord Surbrooke y no sentiste nada con el del señor Jennsen.

Carolyn la contempló asombrada.

– ¿Desde cuándo eres clarividente?

– No lo soy, sólo soy observadora y te conozco muy bien. -Cogió las manos de Carolyn entre las suya -. También me he fijado en cómo miras a lord Surbrooke cuando crees que nadie te está mirando.

«¡Cielos!»

– ¿Y cómo lo miro?

Como una mujer que se siente cautivada por lo que ve.

– Sarah la observó durante unos segundos con ojos serios-. Te hace reír.

Carolyn asintió.

– Sí. Y me hace sentir y querer cosas que no pensé que volviera a sentir o querer nunca más. Creía que mis anhelos se debían sólo a la lectura de las Memorias. Que la naturaleza sensual del libro me hacía desear el tipo de intimidad física que Edward y yo compartíamos.

Se interrumpió sin estar segura de cómo continuar.

Sarah asintió con lentitud.

– Creíste que, como la Dama Anónima, cualquier hombre podría satisfacer tus anhelos físicos. Sin embargo, después de besar a dos de ellos, ambos muy atractivos, te has dado cuenta de que sólo uno calma tus ansias.

Quizá, después de todo, su hermana sí que era clarividente.

– Me temo que así es, lo que es sumamente inquietante.

– ¿Porque te parece que estás siendo desleal a la memoria de Edward?

– En parte sí.

– ¿Y por qué más? Lord Surbrooke es un buen hombre.

– Sí.

Lo cierto era que estaba demostrando ser mucho mejor hombre de lo que ella creía en un principio.

– A pesar de todo, no pareces feliz con este asunto. ¿Ha hecho algo que te haya ofendido?

– De hecho, me ha enviado dulces. Y flores.

Sarah torció la boca.

– ¡El muy desalmado! Creo que debería echarle los perros encima.

Carolyn sacudió la cabeza y soltó una carcajada…

– ¿A Danforth y Desdemona? Me temo que tus perros, a pesar de su imponente tamaño, sólo lo lamerían hasta matarlo.

– Tienes razón. Está claro que tengo que comprarme unos perros fieros.

– No cambiaría nada. El les cae bien a los perros.

– Entonces deberías estar contenta. Los perros son muy buenos juzgando el carácter de las personas. Un hombre al que aman los perros es un hombre que merece la pena tener.

– Pero éste es el problema. Yo no quiero tenerlo.

La expresión de Sarah se suavizó con comprensión.

– Creo que, en el fondo de tu corazón, sí que quieres tenerlo y esto es lo que te tiene tan confusa.

Carolyn negó con la cabeza.

– Mi corazón pertenece a Edward.

«¿O no?»

El hecho de que se cuestionara algo de lo que siempre había estado segura la alarmó de verdad.

– Y aunque no fuera así, Daniel ha dejado bien claro que no quiere mi corazón. Sólo está interesado en mí en un sentido físico.

– ¿Y eso es lo único que te interesa a ti de él?

«Sí.» «No.» «No lo sé.» Creía que lo sabía, pero ya no era así. El hecho de que todos estos cambios y sentimientos se hubieran producido en un período tan corto de tiempo la desconcertaba todavía más. -S… si.

– Entonces no veo cuál es el problema. Los dos queréis lo mismo. -Sarah volvió a apretarle las manos-. Y los dos deberíais tenerlo.

Carolyn buscó la mirada de Sarah.

– ¿Me estás animando a que viva una aventura?

– Te estoy animando a que hagas lo que te haga feliz. Ya has sido infeliz durante mucho tiempo y quiero que vuelvas a vivir. Nada de lo que hagas me parecerá mal, Carolyn. -Titubeó y añadió-: Ya tienes una aventura con él.

No se trataba de una pregunta, y lo dijo con tanta amabilidad y comprensión que las lágrimas se agolparon en los ojos de Carolyn.

– Yo… No estoy segura de lo que me ha pasado. Creí que lo tenía todo claro, pero después de que Logan me besara y no provocara en mí las mismas sensaciones que me había provocado el beso de Daniel… -Su voz se fue apagando. Entonces inhaló hondo y continuó-: Se suponía que la aventura con Daniel tenía que ser algo superficial. Despreocupado. Y sin complicaciones. Pero, de repente, no es nada de todo esto.

– Porque los sentimientos son muy difíciles de contener. Y de predecir.

– Lo que resulta inquietante y enojoso a la vez.

– Sí, pero también puede ser maravilloso.

«Sí. Y doloroso.»

Sarah le dio un breve abrazo.

– Pásatelo bien, Carolyn. Disfruta de todo lo que te hace resplandecer. Si te concentras en sacar lo mejor del día de hoy, mañana todo se colocará en su lugar.

Carolyn se inclinó hacia delante y besó a Sarah en la mejilla.

– Gracias.

– De nada. -Sarah bajó la voz-. No mires, pero lord Surbrooke está al otro lado de la habitación hablando con… -alargó el cuello- lady Margate. Acaba de verte y… ¡Cielo santo, qué expresión ha iluminado su mirada! Como una llamarada que prende repentinamente en astillas secas.

Carolyn no pudo evitar mirar en aquella dirección. Su mirada se encontró con la de Daniel y pareció como si todo lo que había entre ellos, los invitados, las charlas, la música, el tintineo de las copas de cristal…, todo se desvaneciera. Una avalancha de preguntas bombardeó a Carolyn, quien tuvo que esforzarse para no atravesar corriendo la habitación y formulárselas a Daniel. «¿Has leído el libro? ¿Y mi nota? ¿Tienes tantas ganas como yo de estar de nuevo a solas conmigo?»

– Julianne y Emily están a punto de unirse a nosotras -declaró Sarah con la boca de medio lado-. Te dejo en buenas manos mientras voy a buscar a mi marido, quien me prometió un baile.

Preguntándose cuánto tardaría Daniel en acercarse a ella, Carolyn lo saludó con un discreto gesto de la cabeza, gesto que él le devolvió. A continuación, se esforzó en centrar su atención en Emily y Julianne, quienes querían oír los detalles del disparo de la noche anterior. Cuando Carolyn volvió a mirar hacia donde había visto a Daniel por última vez, él ya no estaba allí. Y tampoco lady Margate, con quien él estaba hablando minutos antes. ¿Se dirigía Daniel hacia donde estaba ella? Esta idea hizo que el corazón se le acelerara, pero después de estar hablando durante un cuarto de hora con Emily y Julianne sin que Daniel apareciera, el estado de ánimo de Carolyn decayó.

¿Dónde estaba él y por qué no se había acercado a ella?

Capítulo 17

A algunas mujeres les gustan las restricciones del matrimonio, pero yo disfrutaba de la libertad de la viudedad y de no tener que dar explicaciones a nadie salvo a mí misma. Era libre de centrarme en un amante o, si lo deseaba, dirigir mi atención a varios hombres.

Memorias de una amante,

por una Dama Anónima


– ¿Estás disfrutando de la fiesta?

La pregunta hizo que Daniel apartara su atención de Carolyn, quien estaba en el otro extremo de la atiborrada habitación cerca de la fuente del ponche, y se volviera hacia su interlocutor. Matthew estaba a su lado, con una copa de champán en la mano.

– Claro que estoy disfrutando de la fiesta.

Lo que era una mentira absoluta. Había cumplido con su obligación, charlando y mezclándose con los demás invitados, incluidos Gideon Mayne y Charles Rayburn, quienes estaban de servicio y seguían esperando encontrar una pista en relación con en el asesinato de Blythe. En más de una ocasión, Daniel había sentido sus miradas clavadas en él.

Pero ahora que había cumplido sus obligaciones sociales, lo único que quería era irse de allí. Con Carolyn, a quien, a pesar de todos sus esfuerzos, no había conseguido borrar de su mente ni siquiera un instante. Sobre todo después de leer el explícito libro que le había enviado. Las breves palabras que ella había escrito en la nota adjunta estaban grabadas en su mente: «Quiero todo esto.»

¡Y por Dios que él quería dárselo! Y había decidido empezar allí mismo, empleando uno de los métodos utilizados por uno de los amantes de la Dama Anónima. En una de las fiestas a las que asistieron, el amante de la dama se mantuvo alejado de ella a propósito para crear un ambiente de expectativa. El estaba haciendo lo posible por mantenerse a distancia de Carolyn, pero le estaba costando muchísimo. Quizá le iría mejor si empleara otro de los métodos descritos en el libro. El de arrastrar a hurtadillas a su amante a la habitación vacía más cercana, cerrar la puerta con pestillo y proceder a demostrarle lo mucho que la deseaba. Pero sabiendo los rumores que había despertado el hecho de que estuvieran juntos durante el tiroteo de la noche anterior, por respeto a Carolyn, decidió actuar con discreción.

Aunque…, el plan de arrastrarla fuera de aquella habitación quizá fuera mejor, pues el bastardo de Jennsen estaba hablando con ella en aquellos momentos. Y sonriéndole. Y, maldita sea, ella le estaba devolviendo la sonrisa. De hecho, estaban hablando como si fueran los mejores amigos del mundo.