– ¡Hecho! -Sonrió y se frotó las manos-. ¡Voy a disfrutar aligerándolo de sus cien libras, Jennsen!

Jennsen rió entre dientes y sacudió la cabeza.

– Eso no lo verá nunca. Yo nunca me enamoraré de una joven de la alta sociedad y usted ya tiene el cuello en el lazo, Surbrooke. Y la mano del verdugo ya está en la palanca de la trampilla. Aun así, le deseo suerte.

Sin dejar de reír, Jennsen se alejó desapareciendo en el salón.

Daniel, enojado, aunque no sabía bien por qué, contempló el interior del salón a través de los ventanales. Sus ojos encontraron a Carolyn y, como si ella hubiera sentido el peso de su mirada, se volvió hacia él. Sus miradas se encontraron a través del cristal y, de repente, Daniel se sintió como si el suelo hubiera desaparecido bajo sus pies.

Tanto Matthew como Jennsen le habían deseado suerte y, de repente, tuvo el convencimiento de que la necesitaría.

Capítulo 18

Sólo tenía una norma inquebrantable respecto a mis aventuras. Y ponía gran cuidado en no romperla: nunca permitía que mi corazón se viera involucrado en ellas. Esto sólo me traería dolor y desgracia y no quería ninguna de las dos cosas.

Memorias de una amante,

por una Dama Anónima


Vestida con un camisón de color azul claro rematado con puntillas y con una bata a juego, Carolyn recorría de un extremo al otro el vestíbulo de su casa. Se detuvo para contemplar el reloj que descansaba en la mesa del rincón. Acababan de dar las dos de la madrugada. Había visto a Daniel por última vez hacía una hora, en el vestíbulo de la casa de lord Exbury, cuando ella se iba de la fiesta. «Te veré muy pronto», murmuró él. Antes de que ella pudiera pedirle que le aclarara qué significaba «muy pronto», Daniel desapareció entre la multitud.

Esperando que significara que la vería más tarde, aquella misma noche, nada más llegar a casa Carolyn le indicó a Nelson que se retirara, corrió a su dormitorio y se puso su mejor camisón.

Durante la última media hora, se había mantenido despierta en el vestíbulo, esperando oír la campanilla de la verja que le indicara que él había llegado.

Presionó sus manos contra su estómago para apaciguar sus nervios y la anticipación aceleró su respiración. Se trataba de la misma expectación que había, alterado sus sentidos durante toda la noche. En la velada de los Exbury, había pasado muy poco tiempo con Daniel. Habían bailado un vals durante el cual ella apenas había podido pronunciar ni una palabra por el fuego que la consumía al sentir cómo él la desvestía con la mirada. Casi lo único que pudo decir fue preguntarle si había recibido su regalo. Los ojos de Daniel chispearon y contestó que sí. Después le dijo las palabras que habían ocupado su mente durante el resto de la velada: «Quiero darte todo eso, Carolyn. E incluso más.»

Después, sólo compartieron una breve conversación y muchas miradas a través de la habitación, terminando con su enigmático: «Te veré muy pronto.»

Sin embargo, su falta de contacto no hizo más que aumentar las ansias de Carolyn de estar con él. Durante la velada, había sido dolorosamente consciente de su presencia en todo momento, siendo casi incapaz de concentrarse en nada ni en nadie aparte de él. Y se sintió más que un poco celosa cada vez que una mujer exigió su atención. Lady Walsh, lady Balsam y lady Margate, todas ellas mujeres hermosas.

Y ella deseó abofetearlas a todas.

Después de recorrer el vestíbulo durante otro cuarto de hora más, Carolyn al final aceptó la decepcionante realidad de que con «muy pronto» Daniel no quiso decir «más tarde esta misma noche». Exhaló un suspiro, subió las escaleras y se dirigió a su dormitorio, aunque sabía que, aquella noche, le costaría dormir.

Entró en el dormitorio y cerró la puerta. Echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y apoyó los hombros en el panel de madera mientras todas las fibras de su ser luchaban entre echar de menos a Daniel y desear fervientemente no hacerlo. Al final, enderezó la cabeza con desgana y abrió los ojos. Y se quedó paralizada. Y miró con atención…

A Daniel, quien estaba tumbado sobre su colcha, con la espalda apoyada en el cabezal de la cama, acomodado sobre sus cojines bordeados de puntilla y con los brazos cruzados de forma descuidada debajo de su cabeza.

Daniel, quien no llevaba nada puesto, salvo la piel.

Y quien, evidentemente, estaba muy contento de verla.

– Creo que deberías cerrar con llave -declaró Daniel con voz suave.

Carolyn, incapaz de apartar la vista de él, alargó el brazo hacia atrás y hurgó en la cerradura. En cuanto oyó que se cerraba, Daniel se levantó de la cama con lentitud y se acercó a Carolyn recordándole a un pantera negra que hubiera avistado a su presa.

Carolyn no podría haberse movido ni haber hablado aunque le hubiera ido la vida en ello. Al verlo tan fuerte, musculoso y tan sumamente excitado, se le cortó la respiración. La pasión que despedía su mirada amenazaba con incinerarla allí mismo.

El fuego que ardía en la chimenea inundaba la habitación de un resplandor cálido y dorado que se reflejaba en el cuerpo de Daniel en un cautivador juego de luces y sombras. Cuando llegó junto a ella, Daniel la rodeó con sus brazos e inclinó la cabeza. La sensación de su cuerpo presionado contra el de ella, de su piel desnuda bajo las manos de Carolyn, que se deslizaban por su pecho para rodearle el cuello, hizo que Carolyn se sintiera mareada. Sus labios se encontraron y los de Carolyn se entreabrieron en un suspiro de placer. A diferencia de su último beso, que había sido frenético y salvaje, aquél fue lento. Deliberado. Profundo. Embriagador. Y a Carolyn le flaquearon las rodillas.

Daniel levantó la cabeza terminando el beso con la misma lentitud con la que lo había iniciado. Carolyn se quedó sin aliento, deseando más. La mirada de Daniel brillaba con una intensidad que Carolyn no había visto nunca antes, una intensidad que le hizo desear poder leer los pensamientos de Daniel. Una intensidad que encendió un temblor ardiente en su interior.

Daniel deslizó los dedos con suavidad por la mandíbula de Carolyn y dijo en voz baja:

– Carolyn.

Ella, como respuesta, susurró la única palabra que había flotado en sus labios durante toda la noche.

– Daniel. -Entonces tragó saliva y preguntó-: ¿Qué estás haciendo aquí?

– Esperándote. Y, por cierto, me ha parecido una eternidad. ¿Dónde estabas?

Una sonrisa avergonzada curvó un extremo de la boca de Carolyn.

– En el vestíbulo.

Daniel recorrió su atuendo con la mirada.

– ¿En camisón?

– Te estaba esperando, pues confiaba en que tu «Te veré muy pronto» significara que nos veríamos esta noche. ¿Cómo has entrado en mi dormitorio?

– No puedo contártelo. Después de todo, un hombre tiene que tener sus secretos.

Al darse cuenta de que Daniel había repetido las palabras exactas que ella le había dicho antes, Carolyn le devolvió su misma respuesta.

– ¿Te das cuenta de que me estás incitando a averiguarlo?

– Me encanta oírte decir que te incito. Te confesaré que mi sistema de entrar está relacionado con mi personaje de salteador de caminos. Y que el cierre del ventanal no funciona como debería, aunque lo he arreglado mientras te esperaba.

Carolyn contempló los ventanales, que comunicaban con un pequeño balcón.

– ¿Has entrado por el balcón? ¿Cómo has subido hasta la segunda planta?

– Como te he dicho, un hombre tiene que tener sus secretos, aunque te confesaré que, cuando llegué iba vestido. Como no me querías contar qué te pones para dormir, decidí averiguarlo por mí mismo. -Su ardiente mirada se deslizó por la puntilla de color crema que bordeaba los pechos de Carolyn-. Me gusta mucho. Y puestos a hacer revelaciones, he considerado que era justo que vieras lo que yo me pongo para dormir.

Carolyn deslizó la mirada por los fornidos hombros y el pecho de Daniel y se humedeció los labios.

– Me gusta mucho.

Carolyn deseaba apretarse contra él y volver a sentir la magia de sus besos, pero Daniel la cogió de la mano y la condujo hasta la cama. En lugar de echarla en ésta, como Carolyn esperaba, cogió un paquete delgado de la mesilla de noche.

– Para ti.

– ¿Otro regalo? -preguntó Carolyn, sorprendida y complacida al mismo tiempo.

Cogió el paquete que, por su forma y tamaño, dedujo que era un libro. ¡Santo cielo, el hecho de que se presentara en su dormitorio desnudo ya era suficiente regalo!

– Si no vas con cuidado, empezaré a esperar un regalo cada vez que te vea-bromeó Carolyn.

– Para mí será un placer dártelos.

– ¿Lo abro ahora?

– Sólo si quieres ver de qué se trata.

Aunque le resultaba casi imposible concentrarse en nada que no fuera la desnudez de Daniel, Carolyn consiguió quitar la cinta y el papel de seda que envolvía el paquete y descubrió un libro encuadernado en piel y ligeramente usado. Deslizó el dedo por las letras doradas del título. Breve recopilación de mitología griega.

– Galatea le dijo al salteador de caminos que, en lugar de joyas, preferiría un libro del caballero en cuestión. Como tú me has regalado uno de tus libros, he creído apropiado regalarte uno de los míos. -Tocó un trozo de cinta azul que sobresalía de las páginas-. He señalado las páginas que hablan de Galatea.

– Gracias.

– De nada. -Daniel curvó una de las comisuras de sus labios-. Aunque no es tan estimulante como el libro que tú me regalaste.

– Aun así, lo guardaré como un tesoro.

– Me alegro. -Daniel cogió el libro y lo dejó sobre la mesilla. -Y hablando de tesoros, ya va siendo hora de que el salteador de caminos coja su botín. -Cogió a Carolyn por la cintura y bajó la mirada por su cuerpo hasta los pies y volvió a subirla-. Estás maravillosa.

– Tú también.

– Sólo que tú estás demasiado vestida.

– Ya me he dado cuenta. -Carolyn recorrió el pecho de Daniel con las manos-. ¿Me ayudarás a corregirlo?

– Es la invitación más tentadora que he recibido nunca.

Mientras Daniel le desabrochaba el cinturón de la bata, Carolyn presionó los labios contra el centro de su pecho, cerró los ojos y respiró su aroma. Su olor, cálido y limpio, con un toque de madera de sándalo y algodón almidonado, hizo que la cabeza le diera vueltas. Le hizo desear hundirse en su piel y no hacer nada más que respirarlo.

Carolyn recorrió su pecho con sus besos absorbiendo el grave gruñido de aprobación de Daniel mientras él le quitaba la bata por los hombros. La bata cayó a los pies de Carolyn con un susurro de seda. A continuación, Daniel deshizo con lentitud la trenza de Carolyn y deslizó las manos entre su pelo. Los dedos de ella siguieron el contorno del esculpido abdomen de Daniel y se apoyaron en la parte baja de su espalda. Cuando Carolyn lamió el pezón de Daniel, él soltó un respingo.

Daniel irradiaba tensión, demostrando que se estaba sometiendo a un estricto control, pues estaba decidido a no perder el autodominio. Por desgracia, o quizá por fortuna, Carolyn estaba igualmente decidida a hacerle perder ese dominio. De aquella forma suya que hacía que a él se le detuviera el corazón y se le encogieran las entrañas.

– Me estás distrayendo de mi tarea-declaró Daniel, rozando el cuello de Carolyn con los labios.

– ¿Y qué tarea es ésa?

– Desnudarte.

– ¡Ooohhh…!

La voz de Carolyn se apagó cuando Daniel le cubrió los pechos con las manos y excitó sus pezones a través de la seda de su camisón. Entonces Daniel subió las manos y las introdujo por debajo de los finos tirantes del camisón de Carolyn bajándoselos por los hombros. Carolyn contuvo el aliento. El fresco tejido recorrió la ardiente piel de Carolyn y se unió a la bata junto a sus tobillos.

– ¡Maravilloso! -murmuró Daniel mientras recreaba su vista en el cuerpo de Carolyn.

Recorrió con suaves besos el cuello y la clavícula de Carolyn y bajó por su pecho, donde realizó lentos círculos con su lengua alrededor de su pezón. Le cubrió el otro pecho con una mano y bajó la otra por su columna vertebral hasta llegar a sus nalgas, donde rozó con sus dedos la sensible hendidura que las separaba.

Carolyn inhaló hondo y, cuando Daniel succionó su pezón con su cálida boca, exhaló el aire en un largo gemido. Carolyn deslizó los dedos por el espeso pelo de Daniel mientras todo en su interior se aceleraba y palpitaba produciéndole una tensión enervante que exigía liberación. Carolyn separó las piernas, una silenciosa invitación a que él tocara su sexo húmedo e hinchado. Pero Daniel, en lugar de hacerlo, siguió acariciando sus pechos y lamiéndolos sin prisas mientras masajeaba sus nalgas.

Carolyn deslizó una mano entre ellos para tocar su miembro, pero Daniel levantó la cabeza y le agarró la mano.