– Daniel… Lo siento muchísimo.

Daniel hundió su mirada en la de Carolyn.

– Hace un rato, cuando acabamos de comer me dormí, y cuando me desperté, tú no estabas. Te vi en el agua, adentrándote en el lago, y, entonces, te sumergiste… -Daniel se estremeció-. Fue como revivir mi peor pesadilla.

La culpabilidad y el autorreproche golpearon a Carolyn, quien apretó con más fuerza las manos de Daniel.

– Siento tanto haberte asustado… Como tú, yo también me dormí. Cuando me desperté, tenía calor y me sentía incómoda, y el agua invitaba a bañarse. Tú dormías profundamente y no quise despertarte. Sólo quería darme un rápido chapuzón para refrescarme.

También había planeado incitarlo, si se despertaba, para que nadara con ella en el lago, sin saber que sería inútil.

Carolyn inclinó la cabeza y apoyó la mejilla en las manos entrelazadas de ambos.

– Aunque conozco de cerca el sufrimiento, no sé qué decirte, salvo que siento mucho que sufrieras tan terrible pérdida. ¿Ocurrió recientemente?

Algo cruzó por la mirada de Daniel, quien sacudió la cabeza…

– No, yo tenía ocho años. La mujer era mi madre, Carolyn.

Durante varios y largos segundos, Carolyn sólo pudo mirarlo con sorpresa e incredulidad. Ella había deducido que él era adulto cuando ocurrió aquella desgracia. Que había perdido a la mujer de la que estaba enamorado. Lo que era terrible, pero que un niño presenciara el suicidio de su madre…

– ¡Santo cielo, Daniel!

Ahora comprendía las sombras que nublaban sus ojos. El dolor que flotaba en la profundidad de sus ojos azul oscuro.

– Ella tuvo otro hijo antes que a mí -explicó Daniel con voz grave y distante-. Un niño. Nació muerto. Ella cayó en una profunda melancolía de la que nunca llegó a recuperarse. Yo nací cerca de un año más tarde y, aunque creo que ella intentó interesarse por mí, sencillamente… no lo consiguió.

– ¿Y tu padre?

– Él creía que yo la animaría, pero como no fue así, no quiso saber nada de mí. Con el tiempo, volvió a casarse y tuvo dos hijos más con su nueva esposa. Sophie nunca me quiso. De no haber sido por mí, su hijo mayor habría sido el heredero. Y mis dos hermanastros tampoco me aprecian, sobre todo por la misma razón. Apenas nos vemos. Sólo se ponen en contacto conmigo cuando necesitan algo. En general, dinero. -Volvió a dirigir la mirada hacia el lago-. Hasta el día en que murió, mi padre me culpó de la muerte de mi madre.

Sentimientos de lástima por Daniel y por todo lo que había sufrido y de rabia por la crueldad desconsiderada de su padre entrechocaron en el interior de Carolyn. Evidentemente, no era necesario que el padre de Daniel lo culpara por la muerte de su madre, pues él se culpaba a sí mismo más de lo que nadie pudiera hacerlo nunca.

Carolyn le acarició la barbilla y esperó hasta que él se volvió hacia ella.

– ¿Recuerdas que el otro día te dije que no podemos controlar las acciones de los demás, sólo las nuestras? -Daniel asintió levemente y Carolyn continuó-: La muerte de tu madre no fue culpa tuya, Daniel. La tristeza que la empujó a quitarse la vida no tenía nada que ver contigo.

Un profundo dolor y la más absoluta desolación nublaban los bonitos ojos de Daniel.

– No pude acabar con su tristeza.

– Pero tú no la causaste. -Carolyn apartó un mechón de pelo de la frente de Daniel-. Me… me resulta difícil contarte esto, pues nunca se lo he contado a nadie. Ni siquiera a Sarah, con quien no tengo secretos. -Exhaló un lento y decidido suspiro y declaró-: Después de la muerte de Edward, durante meses pensé en quitarme la vida. Permanecía sentada horas y horas. Contemplando su retrato. Sintiéndome sola y desesperada. Incapaz de encontrar la forma de seguir adelante sin él. Sin querer seguir adelante sin él. -El recuerdo de aquellos días oscuros y tenebrosos la hizo estremecerse-. Pero algo en mi interior no me permitió acabar con mi vida. No sé qué era. Quizás una fuerza interior de la que no soy consciente. Hasta el día de hoy, no entiendo cómo o por qué la tuve… Lo que quiero decir es que mi decisión sólo dependía de mí y de nadie más. Si hubiera decidido acabar con mi vida, nadie, ni siquiera mi querida hermana, podría haberme convencido de no hacerlo. Igual que tú no podías evitar que tu madre llevara a cabo su decisión.

Un largo silencio se produjo entre ellos y, al final, Daniel declaró:

– Ojala mi madre hubiera tenido esa fuerza interior de la que hablas.

– ¡Ojala! Pero el hecho de que no la tuviera no es culpa tuya.

Daniel alargó una mano y deslizó las yemas de los dedos por la cara de Carolyn, como si intentara memorizar sus facciones.

– Me alegro mucho de que tú la tuvieras.

– Yo también, aunque entonces no era consciente de tenerla.

Cuando Daniel pasó las yemas de sus dedos por encima de los labios de Carolyn, ella se las besó.

– Gracias por confiar en mí -declaró Carolyn.

– Gracias por escucharme. Y por confiar tú también en mí. -Cogió la cara de Carolyn entre sus manos-. No era mi intención contártelo, pero ahora que lo he hecho, me siento… mejor. Aliviado. Como si me hubiera librado de un gran peso.

– Mantener los sentimientos encerrados en nuestro interior puede constituir una pesada carga.

– Así es. No hablo con frecuencia desde el corazón. – Torció uno de los extremos de sus labios en una media sonrisa-. Algunos dirían que es porque no tengo corazón.

– Y estarían equivocados, Daniel. -Apoyó una mano en el pecho de Daniel y percibió sus firmes latidos-. Tienes un corazón bueno y generoso. Nunca pienses lo contrario.

Sí, era un hombre honrado, amable y generoso que escondía un gran dolor tras una fachada de mujeriego encantador. Ella lo conocía desde hacía años, pero, en realidad, no lo conocía. No conocía su forma de ser real. Hasta entonces. Hasta que él le había enseñado su corazón.

Una oleada de cálida ternura la invadió inundando su corazón de una sensación que la hizo permanecer totalmente inmóvil. Porque la reconoció. Muy bien. Porque la había experimentado antes. En una ocasión. Con Edward. Era…

«Amor.»

¡Santo cielo, amaba a Daniel!

Durante varios segundos, no pudo respirar. No pudo aceptarlo. Intentó negarlo, pero no, no había ningún error. Lo amaba.

Pero ¿cómo había sucedido? Si apenas lo conocía.

«Lo conoces desde hace años.»

Pero no muy bien.

«Pero últimamente has llegado a conocerlo bien.»

Pero no lo suficiente para amarlo.

«Debes recordar que el corazón sólo necesita un latido para saberlo.»

Sí, se acordaba y, por lo tanto, sabía que no estaba equivocada respecto a sus sentimientos.

Se dio cuenta de que debían de haber surgido durante los últimos meses, a partir de la fiesta de Matthew. Era innegable. Aunque siempre creyó que no volvería a enamorarse nunca más, amaba a Daniel.

Amaba a un hombre que había dejado muy claro que no quería su corazón y que no tenía la menor intención de entregar el suyo.

Y aunque nunca creyó que volvería a pensar en casarse, Carolyn se dio cuenta, de repente, de que la idea de casarse con el hombre al que amaba le producía una felicidad que creyó que no volvería a experimentar en su vida.

Daniel nunca había ocultado su aversión hacia el matrimonio. Dadas sus riquezas y propiedades, la única razón que podía tener para casarse era tener un heredero. Algo para lo que disponía de décadas de tiempo. Y, teniendo en cuenta el fracaso de Carolyn para quedarse embarazada, aunque Daniel cambiara de opinión y decidiera que quería casarse, ella no podría proporcionarle un heredero. El tenía no uno, sino dos hermanos que podían heredar el condado, pero Carolyn sabía que todos los hombres querían un hijo como heredero.

Carolyn cerró los párpados con fuerza y maldijo interiormente aquella ironía.

– ¿Carolyn?

Ella abrió los párpados y percibió la preocupación en la profundidad de los ojos de Daniel.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó él.

«No. Me he enamorado tontamente de ti. Y no sé qué voy a hacer al respecto.»

Intentó sonreír, pero no supo, con certeza, si lo había conseguido o no.

– Estoy bien.

– Creo que deberíamos volver a la casa y prepararnos para regresar a Londres.

– Muy bien.

Carolyn se dispuso a levantarse, pero Daniel se lo impidió y se inclinó hacia ella con lentitud. Apoyó sus labios en los de ella y la besó con una tierna pasión que formó un nudo en la garganta de Carolyn y le llenó los ojos de una caliente humedad. Después, Daniel cogió sus pertenencias mientras ella se ponía rápidamente la ropa.

Una hora más tarde, estaban vestidos y arreglados y camino de regreso a Londres. Carolyn no se fiaba de su voz ni sabía qué decir, así que se pasó todo el trayecto acurrucada contra Daniel y con la cabeza apoyada en su pecho. Hablaron poco, y ella se preguntó qué estaría pensando él. Esperaba que se hubiera tomado en serio lo que ella le había dicho acerca de que no era culpable de la muerte de su madre. Y rogaba para que no se hubiera dado cuenta de la profundidad de sus sentimientos hacia él.

Carolyn supo desde el primero momento que, con el tiempo, su aventura acabaría, pero ahora se daba cuenta de que tenía que finalizarla lo antes posible. No tenía sentido que le confesara sus sentimientos a un hombre que había dejado claro que sólo quería una aventura. Contárselo sólo los haría sentirse violentos y, sin duda, él se horrorizaría.

Pero ella no podía continuar su relación con él sintiendo lo que sentía. Sabía, por propia experiencia, que sus sentimientos se profundizarían. Esto significaba que, cuanto más tardara en finalizar la relación, más doloroso le resultaría hacerlo.

Aun así, no podía terminarla en aquel momento, cuando hacía tan poco que las emociones, en carne viva, y los recuerdos de la muerte de su madre habían salido a la superficie. Además, ella quería, necesitaba, estar con él una vez más. Hacer el amor con él una vez más. Después, lo dejaría ir. Y ella empezaría su vida de nuevo.

Cuando llegaron a Londres, el carruaje se detuvo delante de la casa de Carolyn. Daniel la acompañó hasta la puerta, donde le cogió la mano y se la besó.

– Gracias. Por un día precioso que nunca olvidaré.

La emoción anudó la garganta de Carolyn impidiendo que las palabras salieran por su boca. Carolyn tragó saliva y consiguió decir con voz ronca:

– Yo tampoco lo olvidaré nunca, Daniel.

Y él se marchó.

Y ella subió las escaleras que conducían a su dormitorio como si sus piernas soportaran un gran peso.


Minutos después de dejar a Carolyn, Daniel, mentalmente agotado y deshecho, llegó a su casa de la ciudad. Barkley y Samuel lo esperaban en el vestíbulo y el joven criado lo recorría, impaciente y sin cesar, de un extremo al otro.

– Nunca adivinará qué, milor -declaró Samuel en cuanto Daniel cruzó la puerta.

¡Maldición! No estaba seguro de tener las fuerzas suficientes para soportar ningún otro drama aquel día.

– No me lo imagino.

– Aquellos dos tipos han vuelto. El comisario y el detective. Llevan una o dos horas esperándolo. Les dijimos que no sabíamos cuándo regresaría, pero insistieron en esperarlo.

– ¿Han dicho a qué han venido?

Samuel negó con la cabeza y tragó saliva con cierto nerviosismo.

Daniel le dio una palmada tranquilizadora en el hombro.

– Sin duda han realizado algún descubrimiento en el caso del asesinato de lady Crawford. Veré qué es lo que quieren.

– Los acomodé en la biblioteca, milord, por si habían venido en relación con el joven Samuel -declaró Barkley-. Pensé que así podrían disfrutar de la compañía de Picaro.

¡Santo cielo! ¡Dos horas con Pícaro! Daniel dudaba que ninguno de aquellos hombres estuviera contento.

Entró en la biblioteca y se alegró al ver que Picaro estaba durmiendo. Rayburn y Mayne se incorporaron y, después de intercambiar los saludos pertinentes, Mayne declaró con su brusco tono habitual:

– ¿Ha estado fuera todo el día, lord Surbrooke?

– Sí, acabo de llegar a casa.

– ¿Y dónde ha estado?

– He pasado el día en mi casa, en Kent.

Mayne arqueó las cejas.

– Un recorrido muy largo para realizarlo en un solo día.

– El tiempo era bueno y me gusta el paisaje.

Rayburn carraspeó.

– Debió de salir temprano esta mañana. ¿A qué hora salió?

– Sobre las siete. -Daniel miró, alternativamente, a uno y otro hombre-. Caballeros, estoy cansado y quisiera retirarme, así que les agradecería que fueran al grano. ¿El motivo de su visita es Tolliver, o el asesinato de lady Crawford?

– ¿Por qué cree que estamos aquí por el asesinato de lady Crawford? -preguntó Mayne con brusquedad.

– Sólo se me ocurre que hayan venido por una de las dos razones, pues no creo que tengamos ningún otro asunto que tratar.