Ahora, una década después, Daniel todavía recordaba su estupefacta reacción. Fue como si todos los colores hubieran desaparecido de la habitación dejándolo todo pintado en unos lúgubres y apagados tonos grises. Después de sacudirse de encima el estupor en el que aquella noticia lo había sumido, Daniel se dio cuenta de lo que no había percibido antes debido a la impresión que experimentó al conocerla, o sea, que Edward adoraba a Carolyn y que, evidentemente, ella sentía lo mismo por él.

Dos meses más tarde, asistió a su boda, acontecimiento que lo dejó absolutamente vacío. El matrimonio era, sin duda, por amor, y Edward era amigo suyo. Y, aunque sus propias acciones no siempre lo llenaban de orgullo, él mismo había trazado la frontera en poner los cuernos a sus amigos. Por lo tanto, se obligó a apartar a Carolyn de sus pensamientos y se mantuvo alejado de la feliz pareja tanto como le fue posible mientras se repetía a sí mismo que no sentía ningún interés especial por Carolyn, salvo el de acostarse con ella, y que había muchas mujeres hermosas disponibles que podían calmar sus pasiones.

Pero lo cierto era que, cada vez que se encontraba en la misma habitación que Carolyn, tenía problemas para concentrarse en algo que no fuera ella. Las fantasías sensuales que le inspiraba lo confundían por lo difícil que le resultaba apartarlas de su mente. Por suerte, ella y Edward no asistían a muchas veladas, así que apenas los veía. El siguió con su vida y, al final, se convenció de que su inapropiado deseo había constituido una aberración.

Tras la repentina muerte de Edward, tres años atrás, Carolyn se recluyó apartándose por completo de la sociedad. Así que Daniel se quedó pasmado cuando se enteró, hacía ya varios meses, de que ella estaba invitada a la fiesta que tendría lugar en la casa solariega de Matthew Devenport, su mejor amigo. Daniel enseguida se sintió impaciente por asistir a dicha fiesta. Antes de llegar a la finca de Matthew, se recordó a sí mismo que la extraña y apasionada atracción que había experimentado por Carolyn, hacía ya muchos años, constituía una anomalía. Que, sin lugar a dudas, tras darle una ojeada, se pondría a bostezar. Sin embargo, como no quería tener ningún estorbo ni distracciones, antes de emprender el viaje a la finca de su amigo terminó, amigablemente, su breve pero apasionada aventura con Kimberly Sizemore, condesa de Walsh, sabiendo que la guapa viuda enseguida iniciaría una nueva relación con su próximo amante.

Sin embargo, cuando empezó el baile, sólo tuvo que mirar una vez a Carolyn para que el ardiente deseo que ella le inspiró en el pasado surgiera otra vez con intensidad. Su mera presencia lo dejaba aturdido, desconcertado y cohibido, lo que podría haber considerado divertido a no ser porque le resultaba absolutamente irritante, inusual y perturbador. En todo lo relacionado con las mujeres, él contaba con experiencia y confianza; sin embargo, de alguna forma, aquella mujer tranquila y menuda lo hacía sentirse como un chico torpe con pantalones cortos y requería de todo su ingenio para no quedarse embobado y tartamudeando en su presencia.

Gracias a las conversaciones que habían mantenido, durante las que él consiguió no quedarse embobado ni tartamudear demasiado, Daniel supo que ella se había consagrado a la memoria de su marido y que no experimentaba el menor deseo de volver a casarse. Eso la hacía todavía más perfecta para él, pues lo último que Daniel quería era una esposa. No, él sólo quería acostarse con ella y, en aquel mismo instante, decidió hacer lo que no pudo hacer cuando la conoció: seducirla. Eso constituía un reto, pues ella seguía adorando a su difunto marido, pero él era un hombre paciente y nunca había deseado tanto a una mujer. Todas sus terminaciones nerviosas ardían de anticipación ante el incipiente juego de atraerla hasta su cama, donde el fuego que ella había encendido diez años atrás por fin se apagaría. Disfrutarían de una aventura rápida y agradable para ambos, libre de engorrosas emociones, y después cada uno de ellos seguiría su camino por separado. Él había establecido con ella una buena comunicación en la finca campestre de Matthew y ahora que los dos habían regresado a Londres, estaba preparado para iniciar en serio su seducción.

En aquel mismo instante.

Le tendió a un criado que pasaba por su lado la intacta copa de champán pero, antes de que pudiera moverse, un hombre disfrazado de pirata se acercó a su presa. Cuando, después de unos segundos, Carolyn le ofreció la mano al bucanero enmascarado y sonrió, Daniel entrecerró los ojos. No sabía quién era el maldito bastardo, pero, al darse cuenta de que había permanecido demasiado tiempo en las sombras, se dirigió, con paso decidido, hacia Carolyn. Tenía la intención de agujerear al maldito cerdo, con su misma espada, si era necesario. Sin embargo, antes de que hubiera dado media docena de pasos, una mano femenina se apoyó en su brazo.

– Eres un salteador de caminos muy apuesto, querido -declaró una voz ronca que Daniel reconoció enseguida.

Se dio la vuelta y se vio sometido a un minucioso examen a través de la máscara de lady Walsh. Él le dio una rápida ojeada. Vestida con un disfraz muy revelador, Kimberly estaba endemoniadamente deseable e impactantemente atractiva. Y él lo único que quería era escaparse.

Sin embargo, Kimberly era su anfitriona y su antigua amante, y el protocolo exigía que se mostrara amable. Desde luego, no era culpa de ella que él tuviera prisa en cruzar la habitación.

– ¿Cleopatra? -intentó adivinar Daniel, cogiéndole la mano y rozando con sus labios los dedos de Kimberly.

– Así es -contestó ella con un susurro sensual-. Esperaba que tú fueras disfrazado de Marco Antonio, su amante. ¿No recibiste mi nota sugiriéndote que lo hicieras?

Daniel había recibido su misiva, pero la ignoró. Se habían separado amigablemente antes de que él partiera para la fiesta en la casa solariega de Matthew y tenía la intención de que las cosas siguieran de aquella manera: amigables y separadas.

– He llegado a Londres esta misma tarde y no he podido leer la montaña de cartas que me esperaba en casa -contestó, mientras tranquilizaba su conciencia al recordarse a sí mismo que ésa era la verdad.

– ¿Te lo estás pasando bien?

– Muy bien. Tus fiestas siempre son entretenidas.

Desvió la mirada más allá del hombro de Kimberly y se puso en tensión. Carolyn seguía sonriendo al pirata, quien le tendía una copa de champán. ¡Maldición, quizá pincharlo con la punta de la espada era demasiado suave! Sería mejor colgarlo del palo mayor.

– Me alegro.

Kimberly se acercó un poco más a él y Daniel recibió una oleada de su exótico aroma. La mano de ella le rozó discretamente el muslo y Daniel volvió a centrar su atención en Kimberly. Sus ojos de color esmeralda despidieron, a través de la máscara, un brillo seductor.

– Se me ocurre algo más que podría resultarte entretenido.

Daniel esbozó una sonrisa forzada y contuvo su impaciencia. Quizás, en otro momento y en otro lugar, habría aceptado la oferta, pero en aquel instante, simplemente, no estaba interesado. Sin embargo, no quería ofenderla, pues se enorgullecía de ser amigo de sus antiguas amantes.

Daniel realizó una reverencia y esbozó una rápida sonrisa.

– Estoy seguro de que podrían ocurrírsete un montón de cosas entretenidas, pero de ningún modo querría privar a tus invitados de tu presencia. Dale recuerdos a su excelencia -añadió, refiriéndose al duque de Heaton, el hombre que, según se rumoreaba, era su último amante y que, además, tenía la reputación de ser extremadamente generoso con sus queridas.

Sin duda, Kimberly cosecharía un buen número de caros adornos en aquella relación.

Alguien más reclamó la atención de Kimberly y Daniel aprovechó la oportunidad para perderse en la multitud. Se dirigió directamente hacia Carolyn y el pirata, quien estaba a punto de sufrir una derrota aplastante. Mientras se abría paso entre la multitud, los compases de la música se elevaron por encima de la cacofonía de las voces y las risas. Durante unos segundos, Daniel perdió de vista a la pareja y se detuvo. La multitud que lo rodeaba se movió y Daniel apretó los puños. El maldito pirata se había inclinado hacia Carolyn y le susurraba unas palabras al oído. ¡Y ella rió su gracia abiertamente!

Daniel tuvo que hacer acopio de todo su autodominio para no abrirse paso a empellones, dirigirse hacia ellos con furia y, como sugería su disfraz de bandolero, raptar a Carolyn.

– Parece como si acabaras de morder un limón -declaró una voz familiar y divertida detrás de él.

Daniel se dio la vuelta y vio que alguien disfrazado de Romeo lo estaba escudriñando.

– Se supone que esto es una jodida fiesta de disfraces -murmuró Daniel con una voz que reflejaba toda la rabia que lo invadía-. ¿Cómo es que todo el mundo me reconoce con facilidad?

– Yo no te habría reconocido a no ser por dos detalles -declaró Matthew en su papel de Romeo.

– ¿Y cuáles son esos detalles?

– El primero es que me contaste que pensabas ir disfrazado de salteador de caminos, lo que constituye todo un indicio.

– Sí, supongo que sí-balbuceó Daniel sin apartar su atención de la pareja que reía al borde de la pista de baile.

– Y en segundo lugar, la dura mirada que estás lanzando a Logan Jennsen me ha acabado de aclarar cualquier duda. Y, aunque te agradezco tu animadversión hacia él por mi causa, debo decir que ya no es necesaria. Ahora que Sarah y yo estamos casados, no se atreverá a mirar a mi mujer con ojos lascivos. De hecho, estoy considerando la posibilidad de embarcarme en un negocio con él.

Daniel volvió la cabeza poco a poco para mirar a su amigo.

– ¿Ese pirata es Logan Jennsen? -preguntó con lentitud y en voz tan grave que incluso a él mismo le sonó como un gruñido.

No le importaba que Jennsen le hubiera ahorrado un montón de dinero desaconsejándole que participara en una inversión que, al final, resultó ser un desastre. A pesar de la buena visión financiera de Jennsen, a él nunca le había caído bien aquel norteamericano engreído y adinerado que parecía estar en todos los eventos sociales. Además, en aquel momento en concreto, aquel hombre le desagradaba especialmente.

Matthew Romeo arqueó las cejas.

– ¿Me estás diciendo que no sabías que se trataba de Jennsen? -Miró hacia el pirata y se quedó paralizado. Poco a poco se volvió de nuevo hacia Daniel-. No.

– ¿No qué?

Matthew apretó los labios y señaló un rincón de la sala con un gesto de la cabeza. Daniel murmuró un juramento y siguió a su amigo hasta aquella zona, que estaba menos concurrida.

– ¿No qué? -repitió Daniel bajando la voz para que nadie los oyera.

– Si no sabías que era Jennsen, eso sólo puede significar que estabas mirando con rabia a quienquiera que estuviera hablando con Carolyn.

Daniel no se molestó en hacer ver que no conocía la identidad de la mujer disfrazada de Galatea y miró a Matthew directamente a los ojos.

– ¿Y qué?

– ¡Maldita sea! Ya sospeché que ocurría algo de este tipo en la fiesta de mi casa, pero estaba tan ocupado en mis asuntos que no presté mucha atención. -Matthew soltó un largo suspiro-. No es la mujer adecuada para ti, Daniel.

Una vez más, Daniel no simuló que no lo entendía.

– Quizá yo esté buscando a la mujer inadecuada.

– Ella no es del tipo de mujer con el que tú normalmente… tratas.

– ¿Y qué tipo es ése?

– El tipo hastiado. El tipo que va de una relación a otra. -Bajó la voz todavía más-. Ella es una mujer decente.

Una mezcla de indignación y dolor recorrió el cuerpo de Daniel.

– ¿Insinúas que no soy un hombre decente?

– Claro que no. De hecho, eres mucho mejor persona de lo que tú crees, pero en lo relacionado con las mujeres, te gustan…

– ¿Las relaciones superficiales y breves que se fundan sólo en el placer físico? -sugirió Daniel con amabilidad cuando vio que Matthew no encontraba las palabras adecuadas.

– Exacto. Y siempre que este tipo de relación te haga feliz a ti y a tu compañera, es del todo aceptable. Pero éste no es el tipo de compromiso que haría feliz a Carolyn.

– Quizá deberíamos dejar que ella misma lo decidiera.

Matthew lo estudió durante unos segundos y añadió en voz baja:

– Carolyn es la hermana de Sarah y no quiero que sufra.

– ¿Qué te hace creer que la haré sufrir? La única forma de que alguien sufra es si su corazón está implicado, y ella ha dejado muy claro que el suyo pertenece a su difunto marido.

– Entonces, ¿por qué te interesa?

Daniel sacudió la cabeza.

– Es evidente que tu matrimonio ha hecho que lo veas todo de color de rosa. La situación de Carolyn me ofrece la mejor de las oportunidades: una aventura en la que no tengo que preocuparme de que ella se enganche a mí como una lapa molesta y, al mismo tiempo, ningún hombre vivo querrá retarme a un duelo al amanecer. -Vio que Carolyn y Jennsen entrechocaban el borde de sus copas de champán y una desagradable sensación que se parecía en todo a los celos ardió en su interior-. Seremos discretos y nadie sufrirá.