– Sí, claro. -Carolyn le ofreció la mejor sonrisa que pudo esbozar-. Pero no tienes por qué preocuparte. Lo más extenuante que está haciendo Sarah en estos momentos es hablar con Julianne y Emily.

– Bien. Eso significa que puedo dejar de preocuparme durante unos treinta segundos.

Matthew salió de la habitación y cerró la puerta tras él.

Daniel se acercó a Carolyn y, ante la perspectiva de recibir un beso, a ella se le aceleró el corazón. Hasta que él no estuvo cerca, Carolyn no notó las arrugas de cansancio y preocupación que rodeaban sus ojos. Recordando la experiencia tan emotiva que vivió antes, Carolyn sintió una gran empatia hacia él.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó.

El negó con un movimiento de la cabeza.

– No. Tenemos que hablar.

Daniel cogió a Carolyn por la mano y la condujo al sofá. Ella disfrutó del contacto de su cálida mano y se esforzó por apagar el terrible dolor que amenazaba con embargarla al saber que pronto dejarían de cogerse de la mano.

Después de sentarse, Carolyn escuchó con total incredulidad lo que había ocurrido después de que Daniel la dejara en su casa. Cuando Daniel terminó su relato, Carolyn permaneció en silencio durante un minuto entero mientras asimilaba aquella información.

Dos de las anteriores amantes de Daniel habían muerto. Daniel era sospechoso de haber cometido los asesinatos. El creía que ella estaba en peligro.

– No puedo creer que lady Margate esté muerta -declaró por fin Carolyn. Entonces apretó los labios-. Ni que esos dos papanatas crean que puedes ser el responsable de sus muertes.

Una sonrisa cansina elevó una de las comisuras de los labios de Daniel.

– Te agradezco tu indignación por mí.

Ella le cogió una mano entre las suyas.

– Daniel, aunque te agradezco que intentes mantener mi nombre al margen de todo esto, debes contarle al señor Mayne dónde estabas ayer por la noche.

Daniel negó con la cabeza.

– Lo único que necesita saber es que yo no estaba asesinando a nadie.

Carolyn levantó la barbilla.

– No quiero que tenga ninguna razón para dudar de ti. Si tú no se lo dices, lo haré yo.

Daniel recorrió el rostro de Carolyn con la mirada y ella deseó poder leer sus pensamientos.

– ¿Te das cuenta de que, si lo haces, lo más probable es que se difunda lo de nuestra aventura?

– No me importa. Eso es, sin lugar a dudas, preferible a que el comisario y el señor Mayne te crean culpable de asesinato. Además, dada tu determinación a protegerme, seguramente lo deducirán de todas formas.

– Pero lo único que sabrán es que mi preocupación por ti deriva de nuestra estrecha amistad. No es necesario que tu nombre se vea involucrado en esto y que seas el centro de los rumores. Rayburn y Mayne no encontrarán ninguna prueba que me incrimine en unos asesinatos que no he cometido.

– Quien está intentando inculparte no dudará en fabricar pruebas en tu contra. El asesino ya ha conseguido que sospechen de ti. -Carolyn sacudió la cabeza-. Tu intención de protegerme, aunque honorable, resulta inaceptable. Cuando el señor Rayburn y el señor Mayne me interroguen, como seguro que harán, les contaré la verdad, Daniel.

Daniel no pareció complacido, pero, para alivio de Carolyn, no discutió su decisión.

– Tenemos que asegurarnos de que estás a salvo. Quiero que me prometas que no irás a ninguna parte sola hasta que atrapen al asesino.

– Te lo prometo. -Carolyn se levantó-. Pero quiero marcharme de aquí. Ahora. Si es verdad que estoy en peligro, no quiero involucrar a Sarah.

Daniel también se levantó y, durante varios segundos, los dos se miraron a los ojos. Menos de medio metro los separaba. ¡Daniel parecía tan cansado y preocupado…! Todo, en el interior de Carolyn, gritó pidiendo abrazarlo, acariciarlo. Y ser abrazada y acariciada por él. Había planeado hacer el amor con él una vez más, pero en aquel instante se dio cuenta de que no podría, pues, si lo hacía, nunca podría dejarlo ir. No podría separarse de él. Y cometería una locura, como pedirle que la quisiera. Y que se quedara con ella para siempre.

Su buen juicio le indicó que se resistiera a tocarlo, que cualquier caricia sólo haría que la despedida fuera mucho más difícil. Pero la necesidad la sobrecogió y Carolyn se inclinó hacia Daniel.

Con un gemido grave que parecía agónico, Daniel tiró de Carolyn y apretó su boca contra la de ella. Su beso sabía a miedo y desesperación. A preocupación y frustración. Y a un deseo ardiente y profundo. Carolyn se agarró a él, se apretó más contra él, grabando en su memoria la sensación de su duro cuerpo contra el de ella, del sabor caliente y embriagador de su beso, de la textura espesa y sedosa de su pelo, del aroma delicioso e inolvidable que era único e inconfundible en él.

Nunca sabría de dónde sacó las fuerzas para separarse de él. ¡Cómo deseaba ser como la Dama Anónima y poder mantener su corazón libre de ataduras! Se miraron a los ojos, ambos jadeando, y Carolyn supo que, por su propia supervivencia, tenía que decírselo. Esa misma noche.

Cuando estaban en el carruaje camino de casa de Carolyn, ella humedeció sus labios, que, de una forma repentina, se habían secado y declaró:

– Daniel, he estado pensando en nuestro… acuerdo.

Daniel, sentado frente a ella, la observó con los ojos entrecerrados y la mirada atenta.

– ¿Sí?

Carolyn se obligó a pronunciar las palabras que sabía que tenía que decirle. Las palabras que, sin embargo, le romperían el corazón.

– Yo… Creo que es mejor que no volvamos a vernos… de esa forma nunca más.

El silencio más estridente que Carolyn había oído nunca llenó el carruaje. La cara de Daniel permaneció totalmente inexpresiva, pero entonces algo brilló en sus ojos y, durante un descabellado segundo, Carolyn se preguntó si se negaría. Si le diría que no podía ni quería considerar esa idea porque, de una forma inesperada, se había enamorado de ella. Y que no podía imaginarse vivir sin ella.

Sin embargo, él, simplemente, le preguntó:

– ¿Porqué?

«Porque te quiero y no puedo soportar la idea de que tú no me quieras. Porque tengo que intentar proteger lo poco de mi corazón que no me hayas robado ya.»

– Aunque no tengo ningún reparo en admitir ante las autoridades que estábamos juntos ayer por la noche, no deseo que mi vida sea pasto de rumores y, si continuamos con nuestra relación, lo será. -Intentó adoptar una actitud desenfadada-. Nuestra aventura tenía que terminar tarde o temprano. Y, dadas las circunstancias, creo que ha llegado el momento.

Una vez más, el silencio los invadió y Carolyn contuvo el aliento. Entonces Daniel asintió con un breve movimiento de la cabeza.

– Es verdad, tienes razón. Nuestra aventura tenía que terminar tarde o temprano.

Sus palabras apagaron con brusquedad la descabellada chispa de esperanza de Carolyn. El hecho de que aceptara la decisión de Carolyn con tanta facilidad demostraba que, al fin y al cabo, ella no era para él más que otra de sus conquistas sexuales. Y también demostraba, más allá de toda duda, que ella había tomado la decisión correcta. Sin embargo, haber actuado correctamente no significaba que no le doliera. Un dolor y una profunda desesperación que ella había esperado no volver a experimentar nunca más la invadieron.

Algo debió de reflejarse en su cara, porque Daniel le preguntó con voz suave:

– ¿En qué estás pensando?

Como había hecho muchas veces en el pasado, Carolyn relegó a lo más hondo de su mente el dolor de su corazón para examinarlo más tarde, cuando estuviera sola. Y pudiera llorar.

– Estaba pensando en Edward -contestó con sinceridad.

Una cortina pareció caer sobre los ojos de Daniel, quien no dijo nada.

Llegaron a la casa de Carolyn unos minutos más tarde y Daniel la acompañó al interior. Nelson les informó de que no había ocurrido nada durante su ausencia y de que estaría de guardia junto a la puerta delantera durante la noche.

– Me encargaré de que alguien vigile la puerta trasera -le dijo Daniel a Carolyn-. Recuerda tu promesa de no ir a ninguna parte sola hasta que atrapen a ese demente.

– Tienes mi palabra.

Pareció que Daniel quería decir algo más y Carolyn contuvo el aliento. Él le cogió la mano y se la llevó a los labios besando el dorso de sus dedos enguantados. Y entonces dijo algo más:

– Adiós, Carolyn.

Y, sin más, se volvió y se marchó. Y el corazón de Carolyn se rompió en millones de frágiles pedazos.

Capítulo 21

Aunque intente seguir siendo amiga de todos mis antiguos amantes, por desgracia, no siempre fue así. Es una triste realidad que, algunas relaciones, terminan mal.

Memorias de una amante,

por una Dama Anónima


Oculto a la vista por una hilera de bien podados setos de ligustro, Daniel estaba sentado sobre el húmedo suelo, con la espalda apoyada en el muro de piedra que separaba el pequeño jardín de Carolyn del de su vecino. Unas nubes oscurecían la luna y el aire, denso y pesado, amenazaba lluvia. Había ocupado aquel puesto minutos después de separarse de Carolyn y sólo había ido a su casa para comprobar si Samuel había regresado. Su criado lo esperaba en el vestíbulo y le informó de que no había podido encontrar al comisario, aunque, al final, había localizado al señor Mayne, quien no se había sentido muy impresionado por su relato. Sin embargo, le prometió ir a visitar a lord Surbrooke a la mañana siguiente.

Después de darle instrucciones a Samuel para que montara guardia en la casa, Daniel había entrado a hurtadillas en el jardín de Carolyn para vigilar la entrada trasera de su casa. Armado con una pistola y su puñal, no tenía intención de permitir la entrada a nadie. Si alguien pretendía hacer daño a Carolyn, tendría que pasar sobre su cuerpo sin vida.

Sin vida… Daniel exhaló un suspiro largo y lento. ¡Maldición, así era, exactamente, como se sentía! Sin vida e insensible. Derrotado. Vacío.

«Nuestra relación tenía que terminar tarde o temprano.» Las palabras de Carolyn resonaron en su mente causando otra herida sangrante en su maltratado corazón. ¿Acaso no pretendía él decirle lo mismo? Sí, aunque, si Carolyn no se lo hubiera dicho, Daniel se preguntó si él habría sido capaz de hacerlo. Cuando ella lo hizo, él quiso cogerla por los brazos y zarandearla. Obligarla a dejar el pasado a sus espaldas y dejar de adorar a un fantasma.

«Estaba pensando en Edward.»

Daniel apretó los párpados durante unos instantes. Quería odiar a Edward, pero ¿cómo se odiaba a un hombre muerto? ¿A un hombre que había sido su amigo? ¿A un hombre que le caía bien y a quien admiraba? ¿A un hombre que no merecía morir tan joven? Comprendía que Carolyn amara a Edward durante toda su vida, pero ¿por qué tenía que amar sólo a Edward?

Cuando le dijo que su aventura tenía que terminar, la primera y más potente reacción de Daniel fue la de discutírselo, pero se obligó a no hacerlo. Lo mejor, sobre todo en aquellos momentos, era que se mantuviera a distancia de ella, pues no quería ponerla en peligro. Quizá, después de que todo aquello hubiera pasado, podría intentar convencerla…

Apartó esta idea de su mente con brusquedad. ¿Qué sentido tenía? Ella había elegido la memoria de su esposo. Intentar convencerla para prolongar su aventura sólo serviría para humillarlos a ambos. En lugar de intentar la imposible tarea de conseguir que ella olvidara a un hombre que nunca olvidaría, lo mejor que podía hacer era encontrar la manera de desenamorarse.

Un nudo tenso y amargo atenazó su garganta. ¡Dios, como si pudiera hacerlo! En algún lugar, los dioses debían de estar riéndose de él. Después de toda una vida de burlarse del amor, éste lo había alcanzado y lo había atrapado en cuerpo y alma dejando sólo un vacío insensible donde antes latía su corazón.

Dirigió la mirada a los ventanales del dormitorio de Carolyn. Al pequeño balcón al que había lanzado una cuerda por la cual había escalado para introducirse en su habitación. ¿De verdad había creído que sólo deseaba su cuerpo? ¿Que lo único que había querido de ella era una relación sexual? ¿Que no había sentido nada más que lujuria por ella? Dio un golpe seco con la cabeza en la fría pared de piedra que tenía detrás. ¡Menudo idiota estaba hecho!

Se mantuvo despierto durante toda la noche, con los sentidos alerta, los oídos atentos a cualquier sonido extraño y los ojos siempre escrutantes, pero no ocurrió nada sospechoso. Alrededor de las tres de la madrugada, empezó a llover. Al principio, de una forma suave y después con más intensidad, hasta que las gotas cayeron como una cortina fría y silenciosa que aplastó su cabello y su ropa contra su piel helada. Cuando amaneció y en aquel cielo opaco y sombrío apareció una franja apenas perceptible de color gris, la lluvia se había convertido en una ligera llovizna.