– ¿Por qué no dejó, simplemente, las notas junto a los cadáveres?

– Tenía planeado enviarle una a usted la noche de su muerte y no quería que le diera miedo acudir a la cita. -Su expresión se volvió maligna-. Eso si no moría antes.

– ¿Se refiere al disparo que me hizo?

Una sonrisa maliciosa curvó los labios de lady Walsh.

– Es posible.

– ¿Y por qué este cambio de planes?

Lady Walsh frunció el ceño.

– Porque Daniel supuso que tanto usted como yo estábamos en peligro. ¿Sabía que, ayer por la noche, vino a advertirme de que fuera con cuidado? Casi me arrepentí de mi plan para arruinarlo y, si él hubiera aceptado mi invitación a pasar la noche en mi casa, podría haber cambiado de idea. Pero él decidió irse.

– Lanzó una mirada cargada de odio a Carolyn-. Para estar con usted. Estoy segura.

– Así es.

– Este último rechazo selló su destino y me obligó a actuar más deprisa de lo que tenía pensado. Sabía que Daniel se encargaría de tenerla vigilada continuamente. -Esbozó otra sonrisa malévola-. Pero yo lo engañé. Y a usted también. Y ahora estamos aquí y usted va a morir.

Una furia helada, distinta a todo lo que había experimentado hasta entonces, invadió a Carolyn.

– Usted ya falló cuando me disparó la otra noche -declaró con desdén.

– Esta vez no fallaré.

Carolyn se dio cuenta de que era ahora o nunca y se lanzó contra su atacante profiriendo un fiero grito que cortó el aire helado. Los ojos de lady Walsh reflejaron sorpresa y, después, un odio profundo mientras luchaba para conservar la pistola. Carolyn luchó con todas sus fuerzas para mantener el cañón apuntando en otra dirección, pero lady Walsh era demoníacamente fuerte y estaba tan decidida a vencer como ella. El miedo y la furia obligaron a Carolyn a seguir luchando. El sudor la empapó y todos sus músculos temblaron con el esfuerzo.

Sin embargo, a pesar de su valiente intento, lady Walsh consiguió apoyar el cañón directamente bajo el pecho de Carolyn.

«¡Cielo santo, voy a morir! A manos de esta loca.»

Justo cuando tenía este pensamiento, lady Walsh soltó un grito y se puso tensa. Sus ojos se desorbitaron y aflojó la mano con la que agarraba la pistola. Carolyn le arrebató el arma y retrocedió alejándose de ella. Temblorosa, apuntó con el arma a lady Walsh, dispuesta a apretar el gatillo, pero, para su sorpresa, lady Walsh cayó de rodillas. Un hilo de sangre resbaló entre sus labios y a lo largo de su mandíbula. Su mirada se volvió vidriosa, pero siguió fija en Carolyn.

– Me vengaré -murmuró-. Incluso desde la tumba, me encargaré de que muera.

Entonces se derrumbó hacia delante y Carolyn contempló, con incredulidad, el mango del puñal que sobresalía de su espalda.

Aturdida, levantó la mirada y vio a Daniel en la abertura que había entre los setos. Antes de que pudiera moverse, él corrió hacia ella.

– ¿Estás herida? -preguntó él cogiendo con suavidad la pistola de entre sus dedos que, de repente, se habían vuelto fláccidos.

– Yo… estoy bien.

Aunque «bien» no encajaba, precisamente, con el temblor que dominaba sus extremidades.

Daniel le entregó la pistola al señor Mayne, quien entró en el claro con Samuel y Nelson. El mayordomo sostenía un puñal en una mano y, en la otra, blandía un atizador.

Carolyn parpadeó al ver de aquella forma a su circunspecto mayordomo.

– ¡Santo cielo, Nelson! ¿Qué está haciendo aquí?

– He venido a rescatarla, milady.

Por alguna razón, su respuesta llenó de lágrimas los ojos de Carolyn.

– Gracias. A todos.

Daniel la rodeó con un brazo y la condujo lejos del cuerpo de lady Walsh. Ella contempló el cadáver por encima de su hombro y se estremeció. Cuando se detuvieron, Carolyn se volvió hacia Daniel. Él cogió la cara de Carolyn entre las manos y la recorrió con una mirada ansiosa.

– ¿Estás segura de que no te ha hecho daño?

Carolyn asintió con la cabeza.

– Sí.

Antes de que pudiera pronunciar otra palabra, Daniel la estrechó contra él en un abrazo tan apretado que Carolyn apenas podía respirar. Ella se aferró a él, agradeciendo su fortaleza, porque las piernas seguían flaqueándole.

– Dios mío, Carolyn -susurró él junto al pelo de Carolyn-. Nunca, en toda mi vida, había estado tan asustado.

– Ella iba a matarme -murmuró Carolyn junto al pecho de Daniel.

Un escalofrío sacudió el cuerpo de Daniel.

– Sí, lo sé.

Ella levantó la cabeza y se inclinó hacia atrás lo justo para mirar a Daniel a los ojos.

– ¿La has matado?

– Sí.

– Has realizado un lanzamiento increíble con ese puñal. Me alegro mucho de que no fallaras.

– No podía fallar de ninguna manera. No con todo lo que había en juego.

– Yo no iba a permitirle que me matara. No sin luchar.

Daniel apartó un mechón suelto del cabello de Carolyn.

– Me alegro mucho de que así sea. No sabía que eras tan temible.

– Yo tampoco.

– Eres una autentica tigresa.

– Eso parece. Pero te aseguro que espero no tener que demostrarlo nunca más en circunstancias similares.

– Yo también. ¿Puedes caminar?

– Estoy un poco aturdida, pero prefiero ir caminando a casa a quedarme aquí.

Sin dejar de abrazarla, Daniel miró por encima del hombro de Carolyn.

– Voy a acompañar a lady Wingate a su casa, Mayne. ¿Quiere que le envíe a alguien?

– No. Samuel se ha ofrecido a ir a buscar a Rayburn y Nelson puede quedarse conmigo, si a lady Wingate le parece bien.

– Sí, claro.

Cuando Carolyn y Daniel llegaron a la abertura de los setos, ella no pudo evitar dar una última ojeada a lady Walsh.

– ¿Cuáles fueron sus últimas palabras? -preguntó Daniel.

– «Me vengaré. Incluso desde la tumba, me encargaré de que muera.» -Un escalofrío recorrió el cuerpo de Carolyn y Daniel le apretó los hombros con más fuerza-. No tengo ni idea de a qué se refería.

– No tiene importancia. Está muerta. Y no puede hacerte daño, ni a ti ni a nadie más.

Veinte minutos más tarde, una frenética Katie abrió la puerta de la casa de Carolyn. Después de asegurarle que su señora estaba bien, Daniel le pidió que le preparara un baño. Entonces levantó a Carolyn en brazos y la llevó al salón.

– Me encuentro bien -se sintió empujada a decir Carolyn aunque, al mismo tiempo, rodeó agradecida el cuello de Daniel con los brazos.

– Claro que sí. Eres una tigresa muy fiera. Llevarte en brazos es un acto totalmente egoísta por mi parte.

Daniel entró en el salón y cerró la puerta con su bota. Después, se dirigió directamente a la chimenea y dejó a Carolyn con suavidad en el sofá. Se sentó a su lado y le cogió las manos.

Ella soltó una de sus manos y deslizó los dedos por la mejilla de Daniel casi mareándose de placer al tocarlo.

– Estás pálido.

Él esbozó una débil sonrisa.

– Creo que todavía no me he recuperado del susto. De hecho, no sé si llegaré a recuperarme nunca. -Daniel llevó la mano de Carolyn a su boca y estampó un ferviente beso en sus dedos-. Casi te he perdido. Ni siquiera puedo empezar a describir lo que sentí cuando me di cuenta de que estabas en manos del asesino. Entonces no sabía si llegaría a tiempo para salvarte. Cuando te vi luchar con aquella loca… Hace muchísimo tiempo que no rezo, pero he llamado a todos los santos que he podido recordar. -Presionó la mano de Carolyn contra su pecho-. Y mis oraciones han sido oídas.

Los firmes latidos de su corazón en la palma de la mano de Carolyn hicieron que a ella se le formara un nudo en la garganta. ¡Cielo santo, lo quería tanto…! Y habían estado a punto de perderse el uno al otro, lo que constituía un impactante recordatorio de lo preciosa que era la vida. Y el amor. Y de que ninguno de los dos debía malgastarse. Ella lo amaba y, aunque él no la amara a ella, aunque se arriesgara a quedar en ridículo, tenía que decírselo.

Sin estar segura del todo acerca de cómo empezar, Carolyn carraspeó.

– Me has salvado la vida.

– Me siento agradecido por no haber llegado demasiado tarde y haber podido salvarte.

– Yo te estoy profundamente agradecida.

Daniel frunció el ceño, titubeó y, a continuación, dijo:

– No quiero tu gratitud, Carolyn.

– ¡Oh! -exclamó ella en voz baja.

La cosa no iba especialmente bien.

– Quiero tu amor.

Ahora fue ella quien frunció el ceño.

– ¿Disculpa?

– Que quiero tu amor. -Daniel inhaló y después soltó un profundo suspiro-. Carolyn, te amo. Tanto que apenas puedo quedarme quieto.

Daniel cogió las manos de Carolyn y la miró con una expresión tan grave que ella, sobresaltada, se dio cuenta de que hablaba muy en serio.

– Recuerdo la primera vez que te vi -declaró Daniel con voz suave-. Algo me ocurrió en aquel momento. Te quería, pero había algo más… algo que no podía describir porque nunca antes me había ocurrido. Eras la mujer más bella que había visto nunca. Tu sonrisa, tu risa… me cautivaron. Y lo único que quería era apartarte de la multitud y tenerte sólo para mí. -Una media sonrisa curvó uno de los extremos de su boca-. Aquella misma noche, Edward anunció vuestro compromiso.

Carolyn sintió que sus ojos se abrían desmesuradamente.

– Yo… no tenía ni idea.

– Bueno, por suerte -contestó él con sequedad-. Como bien sabes, nos hemos visto de vez en cuando a lo largo de los años. Me esforcé mucho en mantenerme alejado. Edward era amigo mío y no me sentía bien deseando a su mujer ni siendo incapaz de evitarlo. -Acarició, con los dedos, la mejilla de Carolyn-. Pero aunque estuviera meses o años sin verte, nunca te olvidé. ¿Te acuerdas del cuadro que hay en mi salón?

– ¿El que hay encima de la chimenea? ¿El de la mujer vestida de azul que mira hacia el jardín?

– Sí. Lo compré porque me recordaba a ti. A la primera vez que te vi. Ibas vestida con un vestido azul y me gustaba imaginar que yo era el hombre del cuadro al que buscabas con la mirada. El que te estaba esperando.

Las lágrimas llenaron los ojos de Carolyn.

– No sabía que te gustaba desde hacía tanto tiempo.

– En realidad, yo tampoco lo sabía. Carolyn, tengo que hacerte una confesión.

– ¿Aunque no sea medianoche?

– Sí. Asistí a la fiesta de Matthew porque sabía que tú estarías allí. Sabía que te deseaba, pero, cuando volví a verte… Fue como la primera vez. Como si un relámpago hubiera caído sobre mí. Tardé bastante tiempo en darme cuenta de lo que me ocurría porque no podía compararlo con nada. Siempre creí que mi corazón sólo me pertenecía a mí, pero estaba equivocado. Lo perdí hace diez años por una mujer a la que ni siquiera conocía y que anunció que se iba a casar con otro hombre. -Se inclinó y besó con suavidad los labios de Carolyn-. Sé que dijiste que no querías mi corazón, pero, de todas formas, es tuyo. -Una sonrisa avergonzada curvó su boca de medio lado-. Y, por lo visto, siempre lo ha sido.

Carolyn, entre risas y sollozos, rodeó a Daniel con sus brazos y hundió la cara en el cuello de él echándose a llorar.

– ¡Maldita sea! -oyó que Daniel exclamaba, y lloró con más intensidad-. ¡Cielo santo, no pretendía hacerte llorar!

Carolyn notó que Daniel buscaba frenéticamente un pañuelo en los bolsillos de su chaqueta.

– Toma -declaró él, poniendo un pañuelo de lino en la mano de Carolyn-. Lo siento. No debería habértelo contado. Al menos, no ahora. Después de todo lo que has vivido hoy.

– No te atrevas… -Carolyn se sonó ruidosamente- a disculparte. Ni mucho menos a pensar en retirar tus palabras. Porque no te lo permitiré.

El la examinó durante varios segundos y asintió con la cabeza.

– Vuelves a tener el aspecto fiero de antes.

– No me extraña. ¿Qué tipo de hombre le dice a una mujer que la ama y después se disculpa por habérselo dicho?

Daniel reflexionó y declaró:

– No sé qué decir.

– En realidad, era una pregunta retórica, pero no importa. La cuestión es que yo también te amo.

Daniel se quedó paralizado. Tragó saliva de una forma ostentosa y declaró en voz baja:

– Carolyn, cuando te he dicho que quería tu amor, me refería a que lo quería si me lo dabas libremente. No te sientas coaccionada a decirme que me amas porque yo te lo he dicho.

Carolyn le cogió la cara entre las manos.

– Querido Daniel, te doy mi amor libremente. Sin reservas. Quería decirte lo que siento, pero tenía miedo. Mi matrimonio con Edward fue maravilloso y, sinceramente, nunca creí que llegara a experimentar un sentimiento tan profundo por nadie más. Pero tú me has demostrado que estaba equivocada. La atracción que siento por ti, los sentimientos que experimento hacia ti empezaron en la fiesta de Matthew y, desde entonces, han ido creciendo. De hecho, yo también tengo que hacerte una confesión. Yo sabía que eras tú con quien bailé en la fiesta de disfraces. Y que eras tú quien me besó.