Salvo, quizás, el pirata bastardo de Jennsen. Sí, quizá se viera lanzado, de repente, en medio de un zarzal. Con la cabeza por delante. O caminando por la plancha. Hacia unas aguas infestadas de tiburones.
– ¿Ella está de acuerdo con este tipo de relación? -preguntó Matthew con evidente sorpresa.
– No, todavía no.
– Ya me parecía a mí. Siento ser yo quien te dé la noticia, pero creo que vas a sufrir un desengaño. De hecho, estoy seguro. Por lo que Sarah me ha contado, unido a lo que yo he observado, Carolyn no es del tipo de mujer que se involucra en una aventura tórrida y ocasional. Pero hay docenas de otras mujeres que estarían encantadas de ser el blanco de tus atenciones.
– A riesgo de parecer un pedante, debo reconocer que así es. Como bien sabes o, al menos, lo sabías antes de meter el cuello en la soga del matrimonio, ser perseguido por las mujeres va con el hecho de poseer un título, ser rico y no tener un aspecto desagradable. Aunque, en realidad, poseer un título es el único requisito real. Los otros dos son, simplemente, nata sobre un pastel que ya está glaseado.
– Siempre espero con ansia esas joyas cínicas de sabiduría que me regalas.
– Cualquier cinismo por mi parte está fundado en la verdad pura y dura que extraigo de la aguda observación de la naturaleza humana. Y es evidente que alguien tiene que bajarte a la tierra. -Lanzó a su amigo una mirada escrutadora-. ¡Santo cielo, si prácticamente… brillas!
– A esto se le llama felicidad.
– No entiendo que encadenarse a la misma mujer para toda la vida pueda producir otra sensación que no sea náuseas y dispepsia.
– Lo dices porque no has conocido a la mujer adecuada.
– Claro que la he conocido, muchas veces.
– Con adecuada me refiero a una mujer con la que puedas compartir tu vida, no sólo tu cama.
– ¡Ah! Evidentemente, nuestras definiciones de «adecuada» difieren muchísimo.
– Hasta hace pocos meses habría estado de acuerdo contigo, pero ya no. Pensarás de distinta manera cuando te enamores.
– ¿Estás borracho?
– En absoluto.
Daniel sacudió la cabeza.
– Mi querido ofuscado, engatusado y enamorado amigo, sólo porque tú te hayas sumergido en el pegajoso lodazal del amor no significa que yo también vaya a caer en él.
– ¡Ah! Pero en algún momento encontrarás la horma de tu zapato pues, como he descubierto yo mismo, enamorarse hasta las cejas no es algo que planees o no planees. Simplemente, sucede.
– Quizás a ti sí, pero yo soy un experto esquivando cualquier tipo de situación desagradable.
– Incluidas las emociones complicadas y pegajosas…
– Exacto. Si no hubieras perdido la cabeza, todavía serías un buen partido en la sociedad.
– Sí, y estaría desaprovechando la oportunidad de compartir mis días y mis noches con la mujer más maravillosa que he conocido nunca.
– ¿Y dónde está tu maravillosa mujer? ¿Por qué no te mantiene ocupado evitando que me atormentes de esta manera?
– Está charlando con lady Emily y lady Julianne. Sin duda, tramando alguna estratagema.
– Mis condolencias.
– Al contrario, encuentro que las estratagemas de Sarah son de lo más entretenidas. Sobre todo una que me comentó esta mañana.
– ¿Y en qué consiste? -preguntó Daniel sin mucho interés.
– Consiste en que desea recibir una nota mía, una que sólo indique una hora y un lugar.
– ¡Santo cielo, las mujeres piden cosas de lo más ridículas! ¿Por qué extraña razón desea que le envíes semejante nota?
– Para que podamos encontrarnos el día y en el lugar acordados, donde yo… le recordaré lo contenta que está de ser mi mujer.
Esto llamó la atención de Daniel, quien se volvió hacia su amigo.
– Interesante. ¿Y de dónde sacó ella esa idea?
– De un libro que ha leído recientemente y que, por lo visto, es muy popular entre las damas. En el libro se mencionaba una nota de este tipo y ahora es el último grito en la sociedad.
Daniel volvió a mirar a Carolyn y añadió con voz indiferente:
– Quizá tu esposa te ha sugerido este jueguecito porque se siente aburrida.
– Lo dudo. La mantengo bastante entretenida. Tú, por tu parte…
Matthew chasqueó la lengua.
– ¿Qué?
– ¿Sabes siquiera cómo seducir a una mujer?
Daniel volvió a dirigir su atención a su amigo, se inclinó hacia él y lo olisqueó.
– ¿Cómo es que no hueles a coñac?
– Ya te lo he dicho, no estoy borracho. Al contrario, estoy perfectamente sobrio y hablo muy en serio. Es evidente que tienes mucha experiencia en la cama, pero ¿alguna vez has tenido que esforzarte para acostarte con una mujer? Por lo que yo sé, nunca has tenido que hacer otra cosa más que hacerle señas con un dedo a una mujer para que haga lo que a ti se te antoje. Sólo con una mirada a tu excepcionalmente hermosa cara y tu devastadora sonrisa y caen a tus pies como moscas.
Daniel parpadeó desconcertado. ¡Maldición! Claro que había tenido que encandilar y convencer a las mujeres para que fueran sus amantes. ¡Desde luego! Claro que había tenido que incitarlas. ¡En múltiples ocasiones! En aquel momento no podía acordarse de cuándo había sucedido, pero eso no significaba que no hubiera ocurrido.
Lanzó una mirada airada a su amigo y declaró:
– Para mí es un misterio que esté conversando contigo, pues ya tengo dos molestos hermanos pequeños.
En lugar de enojarse, Matthew sonrió ampliamente.
– Ninguno de ellos posee mi encanto. Además, por lo visto has olvidado que yo soy mayor que tú.
– Sólo por dos semanas.
– Admito que se trata de un margen escaso, pero, aun así, soy mayor que tú, lo cual te deja a ti en el papel de molesto hermano pequeño. Eres afortunado de que siempre te haya considerado un hermano.
– Sí, así es, exactamente, como me siento ahora mismo, afortunado. En cuanto a tu pregunta, desde luego que sé cómo seducir a una mujer. Y, en cuanto consiga librarme de ti, tengo la intención de ponerme a ello.
– No creo haberte visto nunca tan alterado. -Matthew se echó a reír y apoyó una mano en el hombro de su amigo-. ¿Sabes una cosa? Algún día me dará un enorme placer poder decirte «Ya te lo había dicho», mientras te veo hundirte en el pegajoso lodazal.
– Te aseguro, con absoluta certeza, que eso no ocurrirá jamás.
– ¡Mmm! ¿No existe un dicho acerca del orgullo que precede a la caída?
– Sí, pero no es de aplicación a este caso.
Matthew esbozó una sonrisita de suficiencia.
– No estoy de acuerdo. ¿Quieres que lo hagamos más interesante?
Daniel entrecerró los ojos.
– ¿Cómo de interesante?
– Veinte libras a que estarás prometido antes de fin de año.
Daniel lo contempló sorprendido durante unos instantes. Entonces echó la cabeza hacia atrás y rompió a reír.
– ¡Desde luego! Pero, por favor, que sean cincuenta libras.
– Muy bien. Cincuenta libras.
Daniel sonrió ampliamente, extendió el brazo y se dieron la mano.
– Será como quitarle un caramelo a un niño.
Los ojos de Matthew brillaron con diversión.
– Resulta evidente que nunca has intentado quitarle un caramelo a un niño. Te deseo suerte.
– Esas cincuenta libras es como si ya fueran mías.
– Ya lo veremos. Ahora, si me disculpas, voy a pedirle un baile a mi mujer.
Matthew se alejó riéndose. Daniel se volvió hacia Carolyn y Jennsen, pero antes de que pudiera dar ni siquiera un paso, alguien disfrazado de Julio César se interpuso en su camino.
– Había oído decir que se disfrazaría de salteador de caminos, Surbrooke -declaró una voz masculina, grave, pastosa y con un deje de amargura que le resultaba familiar-. ¡Qué apropiado, teniendo en cuenta que me robó!
Daniel contuvo el impulso de apartarse de las oleadas de olor a coñac que lord Tolliver le lanzaba con cada palabra que pronunciaba. Había oído rumores de que el conde se había dado a la bebida desde que fracasó su empresa naviera y, evidentemente, esos rumores eran ciertos.
– No tengo ni idea de lo que está usted hablando, Tolliver.
– Claro que sí. Me dijeron que se había reunido con el bastardo de Jennsen justo antes de retractarse de nuestro trato. Apostaría algo a que fue él quien le dijo que no invirtiera en mi proyecto.
– La decisión la tomé yo solo. Y, por lo visto, fue acertada.
Tolliver entrecerró los ojos tras la máscara.
– Lo conozco, Surbrooke. Lo sé todo sobre usted. Se arrepentirá.
Daniel le lanzó una mirada helada.
– El chantaje y las amenazas no son dignos de usted, aunque está tan borracho que lo más probable es que mañana ya no se acuerde de esta desafortunada conversación. Yo, desde luego, tengo la intención de olvidarla.
Sin más palabras, Daniel se alejó de Tolliver. Sintió la mirada del conde clavada en su espalda, pero Tolliver no realizó ningún ademán de seguirlo. Daniel volvió a centrar su atención en Carolyn y Jennsen, quienes estaban a menos de cinco metros de distancia de él. Decidido a que nadie volviera a interponerse en su camino, se dirigió a la mujer que poblaba sus fantasías desde hacía demasiado tiempo.
Empezaba la seducción.
Capítulo 3
Su seducción empezó con las más simples de las palabras: «Buenas noches, milady.» Al final de la noche, mi apetito había sido estimulado plena y totalmente. Entonces comenzó lo que acabaría siendo mi total y completa rendición…
Memorias de una amante,
por una Dama Anónima
Carolyn estaba cerca del borde de la pista de baile con el osado pirata. Reconoció a Logan Jennsen en cuanto abrió la boca, por su característico acento norteamericano, y no podía evitar reírse por sus muestras de disgusto al tener que ir disfrazado.
– ¡Completamente ridículo! -exclamó él sacudiendo la cabeza y la mano con un gesto que hacía juego con su atuendo pirata, que incluía unas botas de caña alta, un sombrero ladeado y una capa negra y larga-. ¡En Norteamérica no iría vestido así ni loco!
– Podría ser peor -contestó ella en voz baja mientras señalaba con un gesto de la cabeza, a una voluminosa rana que pasaba frente a ellos.
Jennsen tragó un sorbo generoso de su copa de champán.
– ¡Santo cielo! -Se volvió hacia Carolyn y ella sintió el peso de su mirada-. Usted, sin embargo, está sensacional, lady Wingate. Sin duda, verla a usted con un aspecto tan encantador es casi la única cosa que hace que esta velada resulte soportable.
Al oírlo pronunciar su nombre, Carolyn se sorprendió.
– Gracias, señor Jennsen.
El realizó una mueca.
– Supongo que mi acento norteamericano me ha delatado.
Carolyn sonrió.
– Me temo que sí, pero yo no hablo con acento. ¿Cómo ha adivinado usted mi identidad? Creí que resultaría irreconocible.
– ¡Oh, sin duda está usted irreconocible! Si su hermana no me hubiera contado de qué iría disfrazada, nunca habría sabido que esta criatura exquisita era usted.
– ¿Porque normalmente no soy tan exquisita? -bromeó ella.
– Al contrario, usted siempre me ha parecido deslumbrante. Sin embargo, normalmente usted va más… tapada. -Deslizó la mirada por el vestido de Carolyn, que dejaba un hombro al descubierto y se ajustaba a su cuerpo hasta las caderas, desde donde caía recto como una columna hasta el suelo. Sus ojos reflejaban, sin lugar a dudas, admiración-. Su disfraz es de lo más favorecedor.
Al escuchar su cumplido y su entusiasta valoración, el calor inundó las mejillas de Carolyn y se sintió aliviada al saber que no la habría reconocido. Se sentía desnuda e incómoda con aquel disfraz y no quería que los demás supieran que la normalmente recatada lady Wingate iba vestida con un traje tan revelador. ¡Debería haberse disfrazado de pastora! Si lo hubiera hecho, el señor Jennsen no la estaría escudriñando de aquella manera, aunque no pudo evitar sentir un estremecimiento de satisfacción femenina al ser consciente de la abierta admiración que despertaba en él.
– Gracias, señor. Y, aunque no le gusten los bailes de disfraces, está usted fantástico como pirata.
Los ojos de Jennsen brillaron tras la máscara.
– Gracias. Quizá se deba a que he pasado mucho tiempo embarcado. -Dirigió la atención a las parejas que bailaban-. Disculpe que no le pida un baile, pero todavía no he aprendido los pasos intrincados de los bailes ingleses y lo único que conseguiría sería avergonzarme y pisarle los pies.
– No tiene por qué disculparse, los piratas son más conocidos por su pata de palo que por su habilidad como bailarines.
La verdad era que se sentía aliviada de no tener que bailar. A pesar de haber decidido continuar con su vida, no había pisado una pista de baile desde la muerte de Edward y temía que, la primera vez que lo hiciera, le afectara emocionalmente. Pero estaba disfrutando de la compañía del señor Jennsen, como le ocurrió en la fiesta de la casa de Matthew, que es donde se lo presentaron. El señor Jennsen era un hombre sencillo, franco y, como ella, procedía de un entorno humilde.
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