– Por lo menos no estás completamente ciega -le soltó, apartando el brazo y subiendo las escaleras de dos en dos ágilmente, moviéndose sin dificultad, como si el cansancio fuera algo extraño para él.
Cathryn suspiró luchando entre la risa sardónica y la cólera que tan fácilmente despertaba en ella. ¿Acaso se había creído que él sería cortés? Mientras estuviera enojado ninguna disculpa que le diera ella podría apaciguarlo.
La cena fue silenciosa. Mónica se mantuvo callada y Ricky hosca. Rule no habló en ningún momento pero al menos hizo justicia a la comida caliente que Lorna había preparado. En cuanto terminó, se disculpó y desapareció en el estudio, cerrando la puerta con un ruido sordo. Ricky alzó los ojos y se encogió de hombros.
– Bien, esto es una tarde normal. Que excitante, ¿verdad? Tú estás acostumbrada a la gran ciudad. A las diversiones. Aquí te volverás loca.
– Siempre me ha gustado la vida tranquila -contestó Cathryn sin levantar la vista del melocotón que se estaba comiendo con delicada glotonería-. A David y a mí no nos gustaba la vida de la ciudad -aunque realmente no habían disfrutado de mucho tiempo juntos, se recordó con un gran dolor. Estaba contenta de que lo hubieran empleado en conocerse mutuamente, en vez de desaprovechar un tiempo precioso en hacer vida social.
Todavía era temprano cuando se sintió cansada. Lorna retiró los platos y los puso en el lavaplatos; Mónica se fue a su dormitorio para ver la televisión en privado. Después de unos minutos de mostrarse contrariada, Richy se fue nerviosamente hacia su propio cuarto.
Al quedarse sola, Cathryn no se demoró. En un impulso abrió la puerta del estudio para dale las buenas noches a Rule, pero se detuvo con las palabras en la boca cuando lo vio tumbado desgarbadamente en la enorme silla, profundamente dormido con los pies sobre el escritorio. Los papeles que había dispersados indicaba su intención de trabajar, pero no había podido evitar más tiempo el sueño. Sintió otra vez el corazón extrañamente desgarrado cuando lo miró.
Vagamente molesta con ella misma, empezó a salir del cuarto cuando sus ojos se abrieron de golpe y se clavaron en ella.
– Cat -dijo con voz ronca y espesa por el sueño-. Ven aquí.
Al mismo tiempo en que sus pies la llevaron a través del cuarto, se preguntó por su obediencia a aquella voz soñolienta. Bajó los pies al suelo y se levantó, su mano se extendió para cerrarse alrededor de la muñeca femenina y acercarla a él. Antes de que ella pudiera adivinar sus intenciones, su boca cálida estaba sobre la suya, moviéndose ávidamente, exigiendo sumisión. Una ola de involuntario placer recorrió su espalda y separó los labios, permitiéndole profundizar el beso.
– Vamos a la cama -murmuró él sobre su boca.
Por un momento Cathryn se arqueó contra él, su cuerpo más que dispuesto; entonces la conciencia le hizo abrir los ojos y empujó, aunque ya tarde, sus pesados hombros.
– ¡Espera un momento! No voy a…
– Ya he esperado bastante -la interrumpió, posando de nuevo los labios sobre los de ella.
– ¡Pues mira por donde! ¡Vas a tener que seguir esperando!
Él se rió sardónicamente, deslizando sus manos hasta las caderas y apretándola firmemente contra sus muslos para hacerla sentir su excitación.
– Esa es mi chica. Luchando hasta el final. Vete a la cama, Cat. Me queda mucho trabajo antes de que pueda ir a acostarme.
Confundida por su despido, Cathryn se encontró fuera del cuarto antes de saber lo que pasaba. ¿Que pasaba? Rule no era un hombre que se negara nada a sí mismo… a no ser que concerniera al rancho. Por supuesto, se dijo divertida. Tenía trabajo que hacer. Todo lo demás podía esperar. ¡Y eso también iba por ella!
Entró en la cocina para dar las buenas noches a Lorna antes de que la cocinera se retirara a sus habitaciones, dos cuartos y un baño detrás de la casa, que se arreglaron expresamente para ella cuando Rule la contrató. Después subió las escaleras, estremeciéndose de dolor a cada paso que daba. Otro tranquilo baño le aflojó un poco los músculos y no se molestó en ponerse linimento, aunque sabía que lo lamentaría por la mañana.
Después de abrir las cortinas para dejar entrar la luz de la luna, se quitó la bata dejándola en el respaldo de la mecedora, luego apagó la luz y avanzó lentamente hacia la cama sintiéndose en casa, donde pertenecía. No había ningún otro lugar en el mundo donde se sintiera tan relajada.
Pero relajada o no, no podía dormir. Se movió nerviosamente cambiando de lado, con su mente girando inexorablemente hacia Rule. ¿Así que ya había esperado demasiado, eh? ¿No había límites a esa arrogancia tan natural en él? Si se creía que ella iba a trotar obedientemente a la cama y esperarlo…
¿Era eso lo que él pensaba? De pronto sus ojos se abrieron desmesuradamente. Seguramente no. No con Mónica y Ricky justo en el pasillo. Intentó recordar exactamente lo que había dicho. Algo sobre que se fuera a la cama porque él tardaría aún un poco en acabar. ¿Qué tenía que ver eso con ella? Nada. Absolutamente nada. A menos… a menos de que tuviera intención de venir a ella más tarde.
Claro que no, se reconfortó a sí misma. Él sabía que no le dejaría y no se arriesgaría a armar un alboroto. Cerró los ojos otra vez, obligándose a ignorar el fastidioso pensamiento de que Rule arriesgaría cualquier cosa para conseguir lo que quería.
Dormitó, pero se despertó de repente sabiendo que no estaba sola. Rápidamente giró la cabeza y vio al hombre de pie, al lado de su cama, quitándose la camisa. Se le cortó la respiración y el pulso de su corazón se aceleró, notando su cuerpo caliente y excitado, haciendo que, de repente, el fino camisón que llevaba le pareciera repentinamente restrictivo. Jadeó; luchando por hablar cuando él se quitó la camisa y la echó a un lado. La pálida luz de la luna iluminaba claramente su torso delgado y musculoso, pero dejando oculta su cara en la oscuridad. Pero ella lo conocía, conocía la mirada, el olor y el calor de él. Las vivas imágenes de un caluroso día de verano y su oscura silueta recortada contra el cielo la inundaron, inundaron sus sentidos con un pánico raramente entremezclado con el deseo. Se había atrevido, después de todo.
– ¿Qué estás haciendo? -pudo decir ahogadamente cuando él se quitó las botas y los calcetines, luego se desabrochó el cinturón.
– Desvistiéndome -explicó con voz áspera y baja, con voz de mando e inexorable. Y siguió explicando innecesariamente-. Esta noche duermo aquí.
Eso no era lo que ella había esperado. Se estaba preguntando si él no habría perdido el juicio pero Cathryn sintió como si el aire hubiera abandonado su cuerpo. Fue incapaz de protestar, de ordenarle que se marchara. Después de una larga pausa en la que pareció que estaba esperando alguna objeción de ella, y en vista de que no llegó, se rió ahogadamente.
– Mejor dicho, me quedo contigo esta noche, pero dudo que durmamos mucho.
Un rechazo automático se elevó hasta sus labios, pero permaneció en silencio; de alguna manera las palabras no venían, detenidas por la sangre caliente que se desbordaba por su cuerpo atónito, por los golpes salvajes de su corazón contra las costillas. Se enderezó con los ojos clavados sobre el cuerpo masculino bajo la luz plateada de la luna. Oyó el susurro sibilante de una cremallera deslizándose; luego él se quitó los vaqueros. Su cuerpo duro era más musculoso, más poderoso, su masculinidad una potente amenaza visible… ¿o era una promesa?
La pasión de Cathryn empezó latir enloquecedoramente y alzó una mano para negar, mientras le advirtió en un susurro.
– ¡No te acerques a mí! ¡Gritaré!
Pero la poca convicción en sus palabras fue evidente incluso para sí misma. ¡Oh, Dios, lo deseaba tanto! Tal como él había dicho muchas veces, ya era una mujer y no temía su poder sexual, más bien deseaba pegarse a él y calentarse con su fuego.
Él lo sabía. Se sentó a su lado en la cama y le puso una mano dura y callosa en la mejilla. Incluso bajo la pálida luz de la luna Cathryn pudo sentir el calor de su mirada mientras vagaba su cuerpo.
– ¿Y bien, Cat? -preguntó tan bajo que casi no lo oyó-. ¿Vas a gritar?
Tenía la boca demasiado seca para poder dar un discurso; tragó, pero sólo fue capaz de dejar salir una débil admisión.
– No.
Rule inspiró profundamente, llenando de aire sus pulmones y su mano sobre la cara de ella, tembló.
– Dios mío, cariño, si alguna vez has querido golpear a un hombre por lo que está pensando hacer, ahora es el momento -pudo murmurar apenas con la voz temblando por la fuerza de su deseo.
El temblor en sus palabras la dijeron lo afectado que estaba él por su proximidad y por la tranquila intimidad del dormitorio. Eso la tranquilizó, le dio valor para extender la mano y ponerla sobre su pecho, sintiendo los ásperos rizos de pelo negro contra su palma y el suave calor de su piel donde acababa el vello, los brotes tensos y diminutos de sus pezones. El sonido que retumbó en la garganta de él podía haber sido un gruñido, pero sus sentidos intensificados lo reconocieron como lo que era, un áspero ronroneo de placer.
Se le acercó más buscando el delicioso aroma masculino.
– ¿Vas a hacer todo lo que piensas? -preguntó con voz temblorosa.
Él también se acercaba, hociqueando con la boca la base de su garganta, donde el pulso latía frenéticamente, cuando dejó la boca allí el latido aumentó aún más.
– No podría -murmuró moviendo la boca sobre aquel delicioso punto-, sería mi muerte si intentara cumplir con estas particulares fantasías.
Cathryn se estremeció con el deseo líquido que la inundó y envolvió sus brazos alrededor de los hombros masculinos que temblaban con una necesidad que no podía negarle, aunque no pudiera entenderlo. Ese era su error y ella lo sabía pero de momento la primitiva alegría que la inundaba merecía el precio que tendría que pagar cuando volviera a la cordura. Le permitió que la alargara en la cama y que la tomara entre sus brazos, su desnudez la abrasaba la carne a través de la frágil barrera de su camisón. Acercó la cabeza en muda invitación y Rule se rió quedamente, luego le dio lo que quería, su boca tomó la suya, abriéndole los labios para invadirla con su lengua.
Hubiera podido morir feliz en aquel momento de delirio por el placer de sus besos, pero pronto ya no hubo felicidad y los besos no bastaban. Se movió entre sus brazos con desasosiego, buscando más. Otra vez él lo supo; sintió el momento exacto en que ella estuvo lista para incrementar la intimidad. Su mano fue al escote del camisón y ella se inmovilizó de anticipación, apenas se atrevió a respirar cuando sintió sus dedos deslizándose por los botones. Los pechos empezaron a palpitarle y se arqueó buscando sus caricias. Él satisfizo su necesidad inmediatamente, la mano se deslizó dentro del escote y acarició los exuberantes y sensibles montículos, su palma áspera parecía deleitarse con la blandura de ella.
El gemido que surgió de él, era un sonido inarticulado de hambre. Sus manos tiraron del camisón y una ruda urgencia y se lo sacó por los hombros, dejando al descubierto sus pechos bajo la luz de la luna. La boca masculina abandonó la suya y se deslizó hacia abajo; luego la lengua se enroscó en un tenso pezón y lo llevó hacia la cálida humedad de su boca. Cathryn dio un estrangulado grito cuando el incontrolado fuego llegó a todos sus nervios; luego se arqueó hacia el cuerpo musculoso, con las manos apretadas en sus hombros.
Rule bajó las manos hasta sus tobillos y deslizó los dedos bajo la tela del camisón, luego hizo el viaje inverso, un viaje que llevaba la tela hacia arriba. No hubo protestas. Ella se estaba quemando, dolorida, lista para él. Levantó las caderas para ayudarlo y él amontonó la tela alrededor de la cintura, pero ahí fue hasta donde llegó. Con un sonido ronco, estremecedor, la cubrió, se parándole los muslos con la rodilla y Cathryn se quedó inmóvil, esperando.
– Mírame -exigió él con voz ronca.
Incapaz de hacer otra cosa le obedeció y clavó en él sus ojos. Su cara estaba tensa, con un hambre primitiva, un hambre a la que contestó todo su cuerpo, un hambre que durante tantos años había intentado vencer sin lograrlo. Su masculinidad sondeó la entrada húmeda que cedió cuando la penetró con facilidad, deslizó sus manos bajo el trasero para levantarla y que aceptara totalmente su posesivo empuje. Un eléctrico placer la estremeció dejándola mareada y gritó jadeando. Esto era lo más salvaje, lo más caliente que había sentido en su vida. Sus ojos empezaron a cerrarse y él la sacudió con insistencias, susurrando entre los dientes apretados.
– ¡Mírame!
Impotente, lo hizo, su cuerpo acoplándose al de él cuando Rule empezó a moverse. Nada de lo que conociera la había preparado para esto, para el placer que surgió salvajemente sin previo aviso, y casi inmediatamente devastó su control, llevándola velozmente hacia el clímax.
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