Su estómago gruñó ávidamente, pero lo ignoró por las prisas que tenía para dejar el rancho. Subió las escaleras para ducharse, luego se maquilló y dominó su pelo rojo oscuro con una peineta de carey. Se puso unos elegantes pantalones marrón oscuro de lino y una blusa blanca de algodón. Se calzó con unos cómodos zapatos con la planta de corcho y velozmente hizo la maleta y la bolsa de viaje. Las bajó y entro en la cocina y se dirigió a Lorna.

– He conseguido un vuelo al amanecer. Ahora tengo que encontrar a Rule para que me lleve en la avioneta a Houston.

– Si no puedes encontrarlo -dijo Lorna apaciblemente- tal vez Lewis pueda llevarte. Él también tiene la licencia de piloto.

Esa era una de las mejores noticias que Cathryn había tenido ese día. Se puso una enorme capa y se plantó en la cabeza una gorra amarilla a juego, cogiéndolos del montón que colgaba en el pequeño lavadero, justo al lado de la cocina. La lluvia no era fuerte, pero sí continua, y la tierra parecía un enorme charco de agua cuando se dirigió cuidadosamente hacia los establos. El trabajador que encontró allí no tenía buenas noticias. Unas cuantas cabezas de ganado se habían abierto camino hacia el alejado pasto occidental, y tanto Rule como Lewis Stovall había ido allí a reunir el ganado y reparar la cerca, lo que parecía que les llevaría bastante tiempo. Cathryn suspiró; quería marcharse ahora. Para ser más exactos, quería marcharse antes de encontrarse con Rule. Él no quería que se fuese y ella dudaba de su capacidad para resistirse a él si empezaban a discutir cara a cara. Lewis Stovall podría ayudarla, a no ser que Rule le ordenara que no, así que mejor si se lo pedía cuando Rule no estuviera cerca. Pero ahora parecía que no tendría esa posibilidad.

No le apetecía un largo viaje en coche, pero por lo visto era su única alternativa. Miró al trabajador.

– Tengo que llegar a Houston -dijo con firmeza-. ¿Me puede llevar?

El hombre pareció asustarse y se echó para atrás el sombrero mientras pensaba.

– Me gustaría -dijo finalmente- pero ahora no hay ningún coche. La señora Donahue se ha llevado el coche y Rule tiene las llaves de la furgoneta en el bolsillo, no las ha dejado en el contacto.

Cathryn sabía que se refería a la furgoneta azul oscuro que había visto antes y que se le había ocurrido que podía usar. Su corazón se hundió con las noticias de que Mónica había cogido el coche.

– ¿Y la otra furgoneta? -insistió ella. Era muy vieja y no muy cómoda, pero era un transporte.

El hombre negó con la cabeza.

– Rule ha enviado a Foster al pueblo a buscar más cercado. Tendremos que espera hasta que regrese y lo descargue.

Cathryn asintió con la cabeza y dejó que el hombre siguiera trabajando, pero quería gritar de frustración mientras volvía hacia la casa. Cuando Mónica regresara sería demasiado tarde para hacer el recorrido en coche, y lo mismo cuando volviera la vieja camioneta. Y no sólo eso, para entonces, lo más probable, es que Rule ya estuviera de vuelta.

Su última suposición fue exactamente correcta. Varias horas más tarde, cuando ya el día oscurecía, ayudado por las nubes y la ligera lluvia, Rule entró por la puerta de atrás. Cathryn estaba sentada en la mesa de la cocina con Lorna, sintiéndose más segura con compañía y observó como él se quitaba la capa y la colgaba, después sacudió el sombrero que chorreaba agua. Sus movimientos, cuando se agachó para quitarse las botas enfangadas, eran lentos y fatigados. Una extraña punzada la golpeó cuando comprendió que él no había tenido la ventaja de dormir hasta tarde. Durante las dos pasadas noches, apenas había podido dormir y la tensión en él lo demostraba.

– Dame media hora -refunfuñó, dirigiéndose a Lorna mientras se ponía unos calcetines. Le dirigió a Cathryn una mirada abrasadora, aún más efectiva por la fatiga que se translucía en su cara-. Ven conmigo -la ordenó inmediatamente.

Armándose de valor, Cathryn se puso en pie y lo siguió. Cuando pasaron por delante de su equipaje que estaba en el vestíbulo, Rule se agacho, lo cogió y subió con él las escaleras. Detrás de él Cathryn dijo suavemente:

– Pierdes el tiempo, las bolsas volverán abajo directamente.

Él no contestó, simplemente abrió la puerta del dormitorio de ella y lanzó dentro las bolsas con indiferente seguridad. Después cogió entre sus largos dedos su delicada muñeca y la llevó a través del pasillo hacia su cuarto. Aunque estuviera cansado, ella no tenía la suficiente fuerza para oponerse, así que no gastó energías intentando soltarse. Abrió la puerta y la metió en el dormitorio, que estaba casi totalmente oscuro ya que se había ido la última luz del día. Sin encender la luz, la acercó, arqueándola contra él y la beso con un hambre enfadada que desmentía su visible cansancio.

Cathryn pasó los brazos alrededor de su cintura y le devolvió el beso, casi llorando al saber que no se atrevía a quedarse con él. Sus sentidos estaban inundados por él, por el sabor de su boca, por la percepción de su cuerpo duro contra el de ella, por el olor húmedo de su piel, su pelo y su ropa. La soltó, y encendió la luz, alejándose mientras hablaba.

– No te voy a llevar a Houston -dijo sombrío.

– Claro que no. Estás demasiado cansado -contestó ella exteriormente tranquila-. Pero Lewis puede llevarme.

– No. Lewis no puede. Nadie te llevará a Houston si quiere seguir trabajando en Bar D -soltó enfadado-. Se lo he dicho bien claro a todos. ¡Maldita sea, Cat, el primer día, cuando te fui a buscar, me dijiste que te quedarías! -empezó a desabotonarse la camisa, se la quitó y la echó a un lado.

Cathryn se sentó en la cama y entrelazó los dedos con fuerza mientras luchaba para mantener el control. Finalmente indicó:

– Sólo dije que tal vez me quedaría. Y no te molestes en amenazarme a mí o a algún trabajador, porque sabes que puedo marcharme mañana, si no lo hago esta noche.

Rule asintió con la cabeza.

– Tal vez, si Mónica regresa esta noche. Pero ella tiene miedo de conducir por la noche, y si no está aquí ya supongo que volverá mañana. Y entonces tendrás que llegar hasta el coche antes de que yo lo deje inutilizado.

El control pasó al olvido y se levantó furiosa, los ojos brillando por la rabia.

– ¡No me quedaré aquí como una prisionera! -gritó.

– ¡Yo tampoco quiero que te quedes aquí de ese modo! -gritó también él, rodeándola-. Pero te advertí que no permitiría que te apartaras de mí otra vez, y quise decir exactamente eso. Maldición, mujer, ¿lo que pasó anoche no te dijo nada?

– ¡Me dijo que hacía tiempo que no habías estado con una mujer! -dijo ella con los ánimos encendidos-. ¡No te hagas ilusiones!

Se hizo un silencio y Cathryn admitió con inquietud que él podría tener una mujer siempre que quisiera, un pensamiento particularmente desagradable. Como ella no dijo nada más, Rule se desabrochó el cinturón y los vaqueros y los empujó hacia abajo, quitándose los calcetines con el mismo movimiento y apartándose del montón de ropa, indiferente a su desnudez, como si ella no estuviera en la habitación. ¿Pero acaso no estaban tan familiarizados el uno con el otro como podría estarlo una pareja? Cathryn miró el cuerpo alto y vital con hambre secreta, luego desvió la vista antes de que él pudiera leer la expresión de sus ojos.

Rule cogió ropa limpia y se la lanzó. Ella la atrapó automáticamente y la sostuvo.

– Da una oportunidad, Cat. Quédate aquí. Llama a tu jefe mañana y dile que dejas el trabajo -masculló él después de algunos momentos.

– No puedo hacer eso -contestó ella quedamente.

Él estalló otra vez.

– Maldita sea, ¿por qué no? ¿Qué es lo que te lo impide?

– Tú.

Rule cerró los ojos y ella hubiera jurado que había gruñido algo. Una sonrisa no deseada intentó asomarse a sus labios, pero no lo permitió. ¿Cómo lo había descrito Wanda? ¿Todavía peligroso pero controlado? Podría apostar a que nadie sabía, como sabía ella, lo realmente volcánico que era Rule. Finalmente él abrió los ojos y la miró airadamente, sus iris oscuros brillaban enfadados por la frustración.

– Ricky ha hablado contigo. La crees.

– ¡No! -exclamó ella, incapaz de controlar su reacción. Él no la entendía y ella no podía explicárselo. No podía decirle que tenía miedo de confiar en él a un nivel tan íntimo. Él pedía algo más que sexo… y no se sintió capaz de tratar ni con una cosa ni con la otra. Le tenía miedo, la asustaba lo mucho que podía herirla si bajaba la guardia. Rule la podía destruir, porque podría meterse bajo su piel con más intensidad de lo que nunca nadie se había metido.

– ¿Entonces qué? -rugió el hombre-. ¡Dime! ¡Dime qué tengo que hacer para convencerte de que te quedes! Lo has cargado todo sobre mis hombros, así que dime exactamente lo que quieres que haga.

Cathryn lo observó, allí de pie, furioso y desnudo y tan magnéticamente masculino que le dieron ganas de dejar caer la ropa, abrazarlo y enterrar la cara en los rizos oscuros de su musculoso pecho. ¡Cuánto quería quedarse! Ésta era su casa y quería estar aquí. Pero no podría manejar a Rule… a menos que consiguiera su cooperación. Una idea brilló tenuemente y no se detuvo a recapacitar con más detenimiento.

– Nada de sexo -le soltó simplemente.

Parecía asombrado, como si ella le hubiese dicho que dejara de respirar. Entonces juró en voz alta y le frunció el ceño.

– ¿Realmente crees que eso es posible?

– Tendrá que serlo -aseguró ella-. Al menos hasta que yo decida si… si…

– ¿Si? -la pinchó él.

– Si puedo quedarme permanentemente -terminó, pensando rápidamente que tenía que haber algún modo en que pudiera manejarlo si él prometía comportarse-. No busco una aventura amorosa. No soy una mujer a la que le gusten las aventuras amorosas, nunca lo he sido.

– No podemos ser sólo amigos -dijo él ferozmente-. Te deseo y nunca he sido bueno reprimiéndome. Ya fue bastante malo cuando te casaste, pero ahora es casi condenadamente imposible. ¿Cuándo vas a aceptar la realidad?

Cathryn lo ignoró, decidida a mantener su punto de vista. Sintió como él no las tenía todas consigo y eso era tan inusual que era reacia a dejar pasar la oportunidad.

– No te pido que hagas un voto de celibato -replicó-. Sólo que me dejes hasta que haya decidido que voy a hacer -incluso cuando dijo las palabras se enfureció con el mero pensamiento de que Rule se fuera con otro mujer. ¡Qué se atreviera!

La mandíbula masculina parecía de granito.

– ¿Y si decides quedarte?

Los oscuros ojos femeninos se abrieron mucho cuando se dio cuenta de lo que esa decisión significaría. Si se quedaba, sería la mujer de Rule Jackson. No podría mantenerlo alejado para siempre con la excusa de que "intentaba decidirse". Pronto querría una respuesta definitiva, en ese mismo momento comprendió que lo que ella había concebido como una táctica dilatoria, se había convertido en una trampa. Podría quedarse o podría irse, pero si se quedaba, sería suya. Lo miró, allí de pie tan desnudo y poderoso como algún antiguo Dios y el dolor le retorció las entrañas. ¿Realmente podría abandonarlo?

Levantó la barbilla y contestó uniformemente, usando todo su coraje de mujer para hacerlo.

– Sí me quedo, aceptaré tus condiciones.

Rule no se relajó.

– Quiero que llames mañana y dejes tu trabajo.

– Pero si decido marcharme…

– No necesitas trabajar. Este rancho puede mantenerte.

– No quiero desangrar al rancho.

– Maldita sea, Cat, he dicho que te mantendré -gruñó él-. No pienses en ello ahora. ¿Vas a dejar el trabajo o no?

– Sé razonable… -empezó a suplicar, sabiendo que era una petición desesperada. La cortó en seco con un movimiento drástico de la mano.

– Deja… el… trabajo -ordenó con los dientes apretados-. Ése es el trato. Tú te quedarás si mantengo las manos alejadas de ti. Bien, estoy de acuerdo si dejas tu trabajo. Los dos tenemos que ceder.

Cathryn vio como los músculos de él temblaban y supo que si decía que no, el hombre perdería el control. Rule había transigido en una parte y no iba a ir más allá. O ella dejaba el trabajo o Rule la haría quedarse en el rancho por cualquier medio a su alcance. Podía ser una presa voluntaria o una reacia, pero cedió en lo del trabajo para mantener su ventaja en otras áreas.

– Bien. Dejaré el trabajo -y cuando lo dijo se sintió perdida, como si hubiera cortado el último lazo con Chicago y con su vida con David, como si le hubiera vuelto la espalda a su memoria.

Él suspiró y se pasó la mano por el pelo negro.

– Lorna ya debe tener la cena preparada -masculló, cogiendo la ropa que ella todavía tenía en sus brazos-, me daré una ducha rápida y bajaré enseguida.

Cuando abrió la puerta, Cathryn llegó a ella de un salto y la cerró de golpe, apartándola de su mano bruscamente. La miró alarmado.