Cathryn rió a carcajadas con la imagen y admitió que realmente luchaban como dos gatos gruñendo encolerizados.
– Eres muy hábil con las palabras -dijo ahogándose de risa, y las dos mujeres se quedaron allí en la cocina riéndose como locas de lo que era, después de todo, una observación muy apropiada.
Para desilusión de Cathryn, Rule no regresó para almorzar. Lorna le dijo que había preparado una cesta con emparedados y café y se la había enviado a los hombres, y como Ricky estaba también con ellos, Cathryn tomó un silencioso almuerzo con Mónica, que había regresado mientras Cathryn estaba en el pueblo. Las dos mujeres no tenían ningún interés en común. Mónica estaba absorta en sus pensamientos y ni siquiera preguntó donde estaba Ricky, aunque tal vez ya lo sabía.
Habían acabado el almuerzo cuando Mónica se recostó en la silla y encendió un cigarrillo, signo seguro de que estaba nerviosa ya que rara vez fumaba. Cathryn la miró y Mónica dijo brusca y rotundamente.
– He estado pensando que me voy a ir de aquí.
Al principio Cathryn se sorprendió, pero cuando recapacitó, aún se asombró más de que Mónica se hubiera quedado tanto tiempo. La vida del rancho nunca la había gustado.
– ¿Por qué ahora? -preguntó-. ¿Y a dónde vas a ir?
Mónica se encogió de hombros.
– No estoy segura. Da igual el sitio mientras sea una ciudad y nunca tenga que volver a oler caballos y vacas. No es ningún secreto que nunca me ha gustado vivir en un rancho. Y en cuánto a irme ahora, ¿por qué no? Ahora tú estás aquí, y después de todo es tu rancho, no el mío. Me quedé después de morir Ward porque eras menor de edad, pero ahora ya no lo eres. Simplemente dejé pasar el tiempo, y ahora ya estoy harta de todo esto.
– ¿Ya se lo has dicho a Ricky?
Los sesgados ojos de gata de Mónica la miraron con severidad.
– No somos una sociedad que tenga que hacer concesiones mutuas. Ricky ya es una mujer adulta. Puede hacer lo que quiera.
Cathryn no contestó enseguida. Por fin murmuró:
– Todavía no he tomado una decisión sobre quedarme aquí.
– Eso no tiene importancia -contestó Mónica con serenidad-. El rancho es ahora tu responsabilidad, no la mía. Da igual lo que quieras hacer, yo haré lo que he decidido. No vamos a fingir que alguna vez hemos estado cerca la una de la otra. Lo único que teníamos en común era tu padre, y hace doce años que ha muerto. Ya es hora de que empiece a vivir mi propia vida.
Cathryn comprendió que de cualquier manera la presencia de Mónica no había sido necesaria durante años, no desde que Rule había asumido el control. Aunque ella misma no se quedara, el rancho continuaría funcionando como siempre. Si Mónica se iba no iba a afectar su situación; todavía tenía que tomar la decisión de quedarse o de irse. La idea de vender el rancho pasó por su mente pero la apartó rápidamente. Ésta era su casa y nunca la vendería. Podría considerar si era posible que pudiera quedarse a vivir aquí, pero sería imposible que le diera la espalda a su herencia.
– Sabes que eres bienvenida a quedarte a vivir aquí para siempre -le dijo quedamente a Mónica, volviendo a centrarse en la conversación.
– Gracias, pero ya es hora de que le de una sacudida a mi vida y aproveche al máximo el tiempo que me queda. He llevado luto por Ward demasiado tiempo -dijo en un extraño tono, mirándose las manos-. Me sentía más cerca de él aquí, así que me quedé aunque no hubiera ninguna razón para hacerlo. Nunca me ha gustado esta clase de vida y las dos los sabemos. Todavía no he pensado en buscar un apartamento, ni siquiera he decidido a que ciudad iré, pero creo que en unos meses lo tendré todo arreglado.
– Está mi apartamento en Chicago -ofreció Cathryn, vacilando, sin estar segura si a Mónica le gustase la idea-. Tengo el alquiler pagado hasta finales del año que viene. Si me quedo aquí estará disponible, eso si crees que te gustaría Chicago.
Mónica sonrió irónicamente.
– Pensaba en algo como Nueva Orleans, pero Chicago… Tendré que pensar en ello.
– No hay prisa. El rancho no se irá a ninguna parte -dijo Cathryn.
Una vez dicho lo que pensaba, Mónica no solía entretenerse y charlar. Apagó el cigarrillo a medio fumar y se excusó, dejando a Cathryn con su té helado.
Más tarde, después de horas de tratar de entretenerse limpiando el primer piso, algo que no fue tan rápido como debería haber sido porque a cada momento iba a la ventana para ver si Rule había vuelto, Cathryn por fin oyó la camioneta y fue corriendo otra vez a la ventana para ver como se detenía al lado de los cobertizos. Su corazón iba tan rápido que podía sentir su latido en la piel, así que se obligó a respirar lentamente, haciendo inspiraciones profundas, antes de bajar e ir a su encuentro. Ya había olvidado la riña que habían tenido por la mañana. Sólo sabía que llevaba horas fuera y estaba ansiosa de verlo, un hambre secreta que tenía que ser alimentada inmediatamente.
Todavía estaba lo bastante alejada para no poder oír lo que pasaba en el cobertizo cuando se paró bruscamente, palideciendo cuando vio las dos figuras descargando el resto del cercado. Ricky ayudaba a Rule, y aunque Cathryn no podía oír lo que decían, sí podía ver la cara de Ricky, ver como resplandecía cuando se reía mirándolo. De repente, Ricky dejó caer la caja de instrumentos que llevaba y lo abrazó, su bonita cara girada hacia él mientras reía desenfrenadamente. Se puso de puntillas y rápidamente lo besó; luego volvió a asentarse bien en el suelo cuando las manos de Rule la cogieron por los hombros y la separó de él. No debió regañarla, porque Ricky se rió otra vez; un momento después los dos volvieron al trabajo.
Cathryn dio media vuelta y se marchó, yendo por donde no pudieran verla aunque mirasen. Entonces fue cuando vio de refilón otra figura y se detuvo, mirando a su alrededor. Lewis Stovall estaba apoyado en el corral, sus duros rasgos eran inexpresivos cuando miraba a Rule y Ricky descargar el camión. Había una cierta tensión en su postura que la dejó perpleja, pero estaba demasiado alterada para preocuparse por él en ese momento.
Cathryn regresó rápidamente a la casa, tan conmocionada que se fue a su dormitorio y se sentó en la cama, sus ojos muy abiertos por la impresión. ¡Ricky había abrazado a Rule, lo había besado! Él no le había devuelto el abrazo y seguramente no había sido lo que ella llamaría un encuentro apasionado, pero aún así se sintió enferma cuando recordó los esbeltos brazos de Ricky alrededor de su cintura. Lorna había dicho que Ricky estaba enamorada de Rule, pero Cathryn en aquel momento no lo había creído, y todavía le resultaba difícil creerlo. Pero si fuera cierto… entonces no era raro que Ricky estuviera tan amargada, intentando desesperadamente hacer daño a Cathryn, aunque tuviera que usar a Rule de arma. ¿Había hecho Rule el amor con ella? ¿Acaso la acusación del señor Franklin no había sido tan descabellada, después de todo?
No, no era verdad. ¡No podía pensar en eso!, porque no podría soportar la idea. Gimiendo suavemente, se presionó la cara con las manos heladas. ¡Ricky no tenía ningún derecho a tocarle! Eso era todo. Reconociendo sus enfermizos celos por lo que eran, Cathryn se riñó a si misma. Después de todo, ¿acaso no le había dado permiso ella para ir con otras mujeres? Rule no era en absoluto un monje, era un hombre saludable, apasionadamente viril. ¡Pero ella no lo había querido decir! No podía soportar el pensar en ninguna mujer derritiéndose bajo sus caricias.
Había sido una escena inocente. Tenía que creer eso o no sería capaz de soportarlo. Sólo había sido un abrazo rápido y un beso, y él no le había devuelto ninguno de los dos. No tenía motivos para estar celosa, ningún motivo en absoluto. Pero pasó más de una hora antes de que se hubiera serenado lo suficiente para bajar y sentarse a cenar, teniendo mucho cuidado de poner en su cara una expresión vacía e intentando no mirar directamente ni a Rule ni a Ricky. Quería hacer algo violento y temió que si veía una sonrisa satisfecha en alguno de los dos, perdería los estribos. A Rule le gustaría eso; tenía la tendencia de aprovechar sus pérdidas de control contra ella.
Jugó apáticamente con el guiso de ternera que había en su plato, separándolo cuidadosamente en cuatro partes iguales, y tomando un pequeñísimo trocito de cada parte por turnos. El día había sido un desastre total. Como una idiota había dejado que Rule la intimidara para dejar el trabajo. Ahora se daba cuenta que había dejado un pedazo más de su independencia personal, lo que la ponía más firmemente bajo el dominio de Rule. La pelea con el señor Franklin, la pelea con Rule, la conmoción de ver a Ricky besándolo… era ya demasiado. Empezó a desear que él dijera algo desagradable para poder tirarle el plato a la cabeza.
Pero la comida continuó silenciosamente, hasta que Rule se excusó y entró en el estudio, encerrándose dentro. Cathryn tenía ganas de gritar cuando se preparó para irse a la cama. ¿Qué otra cosa podía hacer allí? Desahogó parte de su frustración en la almohada, y luego trató de leer.
Tuvo éxito hasta que se sintió somnolienta y apagó la luz, deslizándose entre las sábanas. Unos momentos después de haber cerrado los ojos, oyó un débil sonido y los ojos se le abrieron repentinamente, su corazón empezó a latir al doble de la velocidad normal cuando se preguntó si Rule había decidido romper su acuerdo y venir a ella. Pero no había nadie allí, y para su horror las lágrimas fluyeron de sus ojos. Rápidamente sometió el impulso de sollozar como un niño.
¿La había reducido a eso? ¿Después de una noche de hacer el amor, se había habituado tanto a él que lo deseaba como a una potente droga?
Maldición, ¿no comprendía él el día tan duro que había tenido?
No, no lo comprendía y ella tenía suerte de que no lo hiciera. Si tuviera la más mínima indicación de lo débil e incierta que se sentía, él se movería como la pantera hambrienta que parecía, listo para una matanza metafórica.
¡Si al menos David estuviera vivo! Su marido había sido un puerto caliente y abrigado, un hombre fuerte y tranquilo que la había amado y la había dado libertad para ser ella misma, en vez de exigir más de lo que Cathryn podía dar. Rule exigía más. Quería tenerla bajo su control, y lo más terrible es que ella se sentiría feliz de ser completamente suya, sólo si pudiera estar segura de él, segura de su amor. ¿Pero cómo podía estarlo? Rule tomaría todo lo que ella tenía que dar, pero mantendría su cautela, dejando fuera las preguntas de su corazón de mujer.
No se sentía capaz de estar allí, pasando día a día, preocupándose sobre el rompecabezas que era la personalidad de Rule, volviéndose cada vez más histérica cuando viera que no lograba nada. ¿Por qué había estado de acuerdo en quedarse? ¿Intentaba volverse loca?
Pensar en Chicago era como estar en el cielo. Todavía podía volver. Aún tenía que cerrar el apartamento, y además necesitaba más ropa. Había estado improvisando con lo poco que había traído ya que pensaba que se quedaría sólo el fin de semana. Sería una excusa irrefutable para marcharse, y una vez que estuviera en Chicago, fuera de su alcance, no volvería. Ya saldrían otros empleos.
Aferrándose a las imágenes de su tranquilo apartamento, se quedó dormida. Debió ser un sueño muy profundo porque no se despertó cuando se abrió la puerta a la mañana siguiente. No fue hasta que una mano dura la abofeteó el trasero, cuando pegó un brinco en la cama, apartándose el pelo revuelto de los ojos para mirar furiosa al hombre alto que estaba de pie al lado de la cama.
– ¿Qué haces aquí dentro? -gruñó ella.
– Despertándote -contestó con el mismo tono de voz-. Levántate. Hoy vienes conmigo.
– ¿Ah, sí? ¿Y cuándo lo has decidido?
– Anoche, durante la cena, cuando te vi toda enfurruñada.
– ¡No estaba enfurruñada!
– ¿Ah, no? Te he visto enfurruñada durante muchos años, y conozco todos los síntomas. Así que saca ese bonito cuerpo de la cama y vístete, cariño, porque te voy a tener tan ocupada que no tendrás tiempo de poner mala cara.
Cathryn pensó en plantarle cara y darle una buena pelea, pero rápidamente comprendió que estaba en una posición algo comprometida y se rindió a regañadientes.
– Vale. Sal para que pueda vestirme.
– ¿Por qué he de salir? Ya te he visto desnuda antes.
– ¡Pues hoy no me verás! -gritó furiosamente-. ¡Fuera! ¡Fuera!
Él se inclinó y apartó la sabana, después cerrando los dedos alrededor de la muñeca la arrastró fuera de la cama. Sujetándola como si fuera una niña traviesa, le sacó el camisón por la cabeza con un rápido movimiento y lo echó a un lado. Sus oscuros ojos le recorrieron todo el cuerpo, viendo cada detalle y acariciándola cálidamente.
– Ya te veo -dijo bruscamente y se giró para abrir los cajones de la cómoda hasta que encontró la ropa interior. Después de sacar unas bragas y un sostén se fue al armario y sacó una camisa y unos vaqueros suaves y descoloridos. Poniéndolo todos en las manos de ella, dijo-: ¿Vas a vestirte o vamos a pelear? Creo que prefiero la pelea. Recuerdo lo que pasó la última vez que intentaste pelear desnuda.
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