Durante un rato trataron de ponerse al día con los viejos chismes, pero la banda estaba en plena actividad y dejaron de esforzarse. Wanda señaló la muchedumbre que bailaba.

– Desde que la música de Texas se ha hecho popular, cada vez es más difícil conseguir que toquen algo agradable, lento, soñador -se quejó- ¡y antes de esto, han puesto música disco!

– Te estás hacienda vieja -bromeó Rick-, cuando íbamos a la escuela no bailábamos piezas agradables, lentas, soñadoras.

– ¡Tampoco era madre de dos monstruitos cuando íbamos a la escuela! -replicó ella. Pero a pesar de lo que pensaba del estilo del baile, lo tomó de la mano y lo llevó a la pista de baile. Al cabo de unos minutos la mesa se había vaciado, y Cathryn, naturalmente, todavía estaba emparejada con Glenn Lacey. Era bastante alto, así que se sintió cómoda bailando con él. Su técnica era sencilla y fácil de seguir y no intento ninguna floritura con los pasos. Sólo la sostuvo con firmeza, pero no lo suficiente cerca como para que ella pudiera protestar y se movieron al compás de la música.

– ¿Has venido para quedarte? -preguntó él.

Ella miró hacia aquellos acogedores ojos azules y sonrió.

– Aún no lo sé -dijo sin querer entrar en detalles.

– ¿Hay alguna razón que te impida quedarte? El rancho es tuyo, ¿no?

Parecía que él era el único que se daba cuenta de ello y la sonrisa que le dirigió reflejaba su aprecio.

– Es que he estado lejos mucho tiempo. Ahora tengo una vida y amigos en Chicago.

– Yo también he estado lejos mucho tiempo, pero Texas siempre ha sido mi casa.

Cathryn se encogió de hombros.

– Todavía no lo he decidido. Pero de momento no tengo planes inmediatos de volver a Chicago.

– Me alegro -dijo él con ligereza-. Me gustaría darte la posibilidad de que me rompas el corazón otra vez, si no te importa.

Ella echó hacia atrás la cabeza y se rió a carcajadas.

– Eso ha estado muy bien. De todas formas, ¿cuándo te rompí yo el corazón? Te fuiste antes de que fueras lo suficiente mayor para empezar a tener citas.

Glenn lo pensó y dijo finalmente:

– Creo que todo empezó cuando yo tenía doce años y tú diez. Eras una cosita tímida con unos enormes ojos oscuros y despertaste todos mis instintos protectores. Cuando cumpliste los doce años, me quedé enganchado para siempre. Nunca he sido capaz de olvidar esos grandes ojos tuyos.

Sus ojos centelleaban mientras hablaba de su joven encaprichamiento y pudieron reírse juntos, recordando los dolorosos y torpes amores que cada uno desarrolló en la adolescencia.

– Wanda me ha dicho que eres viuda -dijo él cuidadosamente, poco después.

Cathryn no pudo evitar una punzada de dolor al pensar en David, así que bajó las oscuras pestañas para encubrir la tristeza de sus ojos.

– Sí. Mi marido murió hace dos años. ¿Y tú? ¿Te has casado?

– Sí, mientras estaba en la universidad. No duró mucho. Nada traumático -dijo con su encantadora sonrisa torcida-. No debía ser un amor duradero porque nos fuimos distanciando poco a poco y nos divorciamos sin las amargas peleas que parece que son obligatorias. No teníamos hijos o propiedades por los que luchar, así que firmamos los papeles, recogimos nuestra ropa y eso fue todo.

– ¿Y ninguna amistad especial desde entonces?

– Una -admitió él-. Otra vez nada duradero. No tengo prisa. Me gustaría establecerme antes de empezar a buscar seriamente una esposa, supongo que será dentro de unos pocos años.

– ¿Pero realmente quieres una esposa? -preguntó ella, algo asombrada por esa actitud. Las mayoría de hombres solteros que conocía, especialmente los divorciados, tenían ideas definitivas acerca de evitar el matrimonio y vivir a cambio una vida agitada.

– Claro, quiero una esposa, hijos, todo el lote. Soy un hombre hogareño -admitió él-. Probablemente me arriesgaría ahora mismo si encontrara a la mujer que me hiciera sentir ese algo especial, pero hasta ahora no la he encontrado.

Cathryn no dejó de advertir que él no había sentido hacia ella ese algo especial y el saberlo hizo que se relajara totalmente en su presencia. La miraba como a una amiga, no con un interés romántico, y era así como ella quería que la mirase. Por eso bailó varias piezas con él y regresó a la mesa con la desesperada necesidad de beber algo frío.

– Haré los honores -dijo Kyle Vernon-. ¿Alguna de estas damas quiere una cerveza?

Ninguna quiso, optando todas por los refrescos, entonces Kyle se metió entre la muchedumbre, dando empujones para abrirse paso. A pesar de la gran cantidad de gente que había allí, regresó al cabo de cinco minutos con una bandeja abarrotada de cervezas y refrescos. El tiempo pasó agradablemente mientras hablaban y ocasionalmente salían a bailar intercambiando parejas. Glenn invitó a Cathryn a cenar el fin de semana siguiente y ella aceptó, segura de que se volvería loca sin la perspectiva de alejarse por algún tiempo del territorio de Rule.

Se estaba haciendo tarde y estaba bailando de nuevo con Glenn, no había tanta gente porque había quien ya había empezado a marcharse, cuando se encontró mirando directamente a través de la sala a los oscuros ojos de Rule. Estaba de pie atrás de todo, sin hablar con nadie y sintió su mirada sobre ella. Sobresaltada, le dio la impresión de que había estado allí parado desde hacía ya un rato, mirándola mientras bailaba con Glenn. Su cara era una máscara dura, inexpresiva. Apartó la vista de él y siguió bailando. Vale, Rule estaba allí. ¿Y qué? Ella no había hecho nada para sentirse culpable.

Al cabo de quince minutos empezaron a despedirse. Cuando les estaba dando las buenas noches a sus amigos, sintió unos largos dedos alrededor de su brazo, y supo por la sensación que sintió quien era el que la cogía por el brazo antes de girarse para mirarlo.

– Tengo que pedirte que me lleves al rancho -dijo él suavemente-. Uno de los hombres ha venido conmigo y se ha llevado prestada mi camioneta.

– Claro -asintió Cathryn. ¿Qué otra cosa podía hacer? No dudaba de que hubiera prestado su camioneta, pero se preguntó cuánto tiempo había tenido que buscar para encontrar a alguien a quién prestársela. En realidad, no importaba. En unos segundos iba andando por el aparcamiento con él a su lado, con su mano caliente todavía en el codo.

– Yo conduciré -dijo, cogiendo las llaves de su mano cuando ella empezó a abrir la puerta. Sin protestar entró y se deslizó al asiento del copiloto.

Rule condujo despacio, los duros rasgos no revelaban nada bajo las débiles luces de la carretera. Cathryn contempló la luna menguante y recordó la plateada luz de la luna llena que había iluminado su cama cuando él hizo el amor con ella. El recuerdo encendió una caliente llama en su cuerpo y se movió en una involuntaria respuesta. ¡Si al menos no fuera tan consciente de él sentado allí, a su lado! Podía oler el delicioso aroma excitantemente masculino, y frustrada recordó como era sentirse apretada contra él durante los movimientos eternos del acto de amor.

– Mantente apartada de Glenn Lacey.

El gruñido bajo y áspero la sobresaltó, la sacó bruscamente de sus ensueños sensuales y lo miró fijamente.

– ¿Qué? -preguntó, aunque lo había entendido perfectamente.

– He dicho que no te quiero ver con Glenn Lacey -la complació explicándolo más extensamente-. O para el caso, con cualquier otro hombre. No creas que sólo porque estuviese de acuerdo en permanecer apartado de tu cama, te complaceré y miraré como metes a otro en ella.

– ¡Si quiero salir con él, lo haré! -dijo ella desafiante-. ¿Quién te crees que eres, hablándome como si tuviera la costumbre de meter en mi cama a cualquier hombre que me lo pida? No estamos comprometidos, Rule Jackson, y no tienes ningún derecho a decirme con quién puedo salir.

Ella vio como la mandíbula del hombre se tensaba, y Rule dijo entre dientes.

– Puede que no lleves mi anillo en tu dedo, pero eres tonta si piensas que fingiré que no hay nada entre nosotros. Eres mía, Cathryn Donahue, y no dejo que nadie toque lo que es mío.

Capítulo 7

Cathryn quedó casi paralizada por la confusa oleada de furia y placer. Estaba encantada de que estuviera celoso, pero la inevitable respuesta arrogante abrumó su sensación de placer y se sintió furiosa con él.

– ¡Tú no me posees y nunca lo harás!

– ¿Te sientes segura en ese pequeño mundo de ensueño que has creado? -preguntó con una sedosa amenaza, el tono de su voz era una advertencia. Ella se calló y no volvieron a hablar más durante el trayecto hasta el rancho.

A pesar del silencio, o quizás debido a él, la atmósfera entre ellos se volvió pesada por la hostilidad y por una creciente conciencia sexual. Justo aquella tarde había pensado que estaba tan enfadada con él y tan desilusionada que ya no podría volver a tentarla, pero ya estaba descubriendo lo equivocada que había estado asumiendo eso. Ni siquiera podía mirarlo sin recordar la luz de la luna en su cara cuando había hecho el amor con ella, sin el recuerdo del sabor de su boca o sin revivir el fuerte ritmo de sus movimientos.

Cuando detuvo el coche ante los escalones de la casa, ella salió antes de que los neumáticos dejaran de rodar. Se apresuró a subir el porche y casi corría cuando pasó por la cocina, oyendo los pesados pasos de él que hacían eco a su espalda mientras la seguía. La casa estaba oscura, pero ella conocía su casa y se movió rápidamente por la oscuridad, ansiando alcanzar la seguridad de su dormitorio y cerrar la puerta. Pero también era la casa de él y sólo había subido la mitad de las escaleras cuando la fuerza de su cuerpo la golpeó y la hizo trastabillar y se sintió levantada del suelo por un fuerte brazo que se enroscó en su cintura y la levantó como a un niño.

– ¡Suéltame! -murmuró dando patadas para hacerlo tropezar, sin tener en cuenta su precaria situación en las escaleras. Él gruñó cuando consiguió golpearlo en la espinilla, justo encima de la bota. Cambiando la posición del brazo con que la sujetaba, deslizó el otro bajo sus rodillas y la levantó apretándola contra su pecho. Sólo podía ver el contorno oscurecido de su cara cuando la acercó a él y volvió a exigir-: ¡Rule! ¡Suéltame! -No hubo respuesta y cuando intentó protestar de nuevo, él lo impidió apretando la boca contra la suya con un beso caliente, tan rudo que le lastimó los labios y puso tambores sonando en sus venas.

La oscuridad y sus movimientos la confundieron, dejándola desorientada cuando él quitó el brazo de debajo de sus rodilla y dejó que su cuerpo se deslizara contra él hacia abajo, manteniendo todo el tiempo su boca hambrienta, dolorosamente fundida con la de ella. Cathryn tembló cuando sintió la prueba de su excitada virilidad contra ella; luego las manos masculinas se posaron sobre sus nalgas y la acercaron aún más a él, marcándola a través de las capas de ropa con el calor y el poder de su deseo.

Haciendo un supremo esfuerzo de voluntad, ella separó la boca y protestó con un feroz susurro.

– ¡Basta! ¡Me lo prometiste! Mónica…

– Al infierno Mónica -gruñó él, el sonido retumbó profundamente en su pecho. Su áspera mano le levantó la barbilla-. Al infierno Ricky y al infierno todo el mundo. No soy ningún caballo castrado que hayas domesticado y delante del que puedas hacer cabriolas sin esperar que coja lo que ofreces, y que me condenen si te veo bailar con algún otro hombre.

– ¡No hay nada entre Glenn y yo! -casi gritó ella.

– Y voy a hacer que sea malditamente seguro que nunca lo haya -dijo él violentamente.

Bruscamente Rule extendió la mano y encendió la luz, y entonces Cathryn vio asombrada que estaba en su propio dormitorio. Había estado tan confundida con la oscuridad, que creía que estaban todavía en el pasillo. Rápidamente se separó de él, preguntándose inquieta si podría disipar su peligroso humor. Él parecía algo más que peligroso; con los ojos entrecerrados, agitando las aletas de la nariz, la recordaba a uno de aquellos fogosos sementales que había en el prado. Rule empezó a desabotonarse la camisa con una clara intención y las palabras salieron precipitadamente.

– Vale -se rindió temblorosa-, no veré más a Glenn si eso es lo que quieres.

– Ya es demasiado tarde -la interrumpió con ese suave tono, casi inaudible, que le decía que estaba hablando en serio.

Nunca había visto a un hombre desvestirse tan rápido. Se deshizo de su ropa con un par de movimientos y las echó a un lado. Si era posible, estaba más amenazador desnudo que vestido, y la vista del aquel cuerpo duro, lleno de puro músculo ahogó cualquier argumento de su garganta. Alzó una esbelta mano, inútil para detenerlo y él la cogió, la giró poniendo la palma hacia arriba y se la llevó a la boca. Sus labios le quemaron la piel; su lengua se movió en un antiguo baile sobre la sensible palma. Entonces llevó la mano a su pecho áspero por el vello. Cathryn gimió por las embriagadoras sensaciones que sentía al tocarlo, ignorando que el sonido había salido de ella. El calor cada vez más grande de su deseo la hizo olvidar que no quería que esto volviera a pasar. Él era tan hermoso, tan peligroso. Quería acariciar a la pantera una vez más, sentir sus músculos bajo la yema de los dedos. Se acercó más a él y puso la otra mano en su pecho, extendiendo los dedos y flexionándolos contra la carne dura, caliente. El pecho masculino subía y bajaba cada vez a más velocidad, la respiración empezó a salir aceleradamente de sus pulmones y su corazón latía salvajemente contra su palma, golpeando la firme caja torácica que lo protegía.