– Cat.
El irritante pensamiento no llegó a acabar; fue interrumpido por un ronco gruñido en su oído y dos duras manos le ciñeron la estrecha cintura, girándola y acercándola a un delgado cuerpo masculino. Tuvo una visión alarmada y fugaz de unos ojos oscuros e ilegibles antes de ser cubiertos por párpados que se entrecerraban y por largas pestañas negras; y entonces estuvo demasiado cerca, y sus labios, ligeramente abiertos por la sorpresa quedaron atrapados por el calor de su boca. Dos segundos, tres… el beso que siguió durante mucho tiempo, se hizo más profundo, su lengua moviéndose sensualmente para tomar posesión. Un instante antes de que ella se recuperara lo suficiente para protestar, la liberó del beso y dio un paso atrás.
– ¡No deberías hacer eso! -dijo ella bruscamente. Sus pálidas mejillas se sonrojaron cuando se dio cuenta de que varias personas los miraban y sonreían ampliamente.
Rule Jackson echó hacia atrás su maltratado sombrero negro y la observó con divertida tranquilidad, el mismo tipo de expresión con que la miraba cuando era una torpe niña de doce años, todo brazos y piernas.
– Pensé que los dos disfrutaríamos de ello -dijo arrastrando las palabras e inclinándose para recoger su bolsa-. ¿Eso es todo?
– No -contestó ella mirándolo furiosa.
– Me lo imaginaba.
Se giró y fue hacia la recogida de equipaje, y Cathryn lo siguió echando humo, pero decidida a no dejar que se diera cuenta. Ahora tenía veinticinco años, no era una asustada niña de diecisiete; no dejaría que la intimidara. Ella era su patrón. Él sólo era el capataz del rancho, no el diablo omnipotente que su imaginación adolescente había dibujado. Puede que todavía tuviera a Monica y a Ricky bajo su hechizo, pero Monica ya no era su guardiana y no podía hacer que la obedeciera. Cathryn se preguntó con furia muy bien disimulada si Monica había enviado a Rule a buscarla deliberadamente, sabiendo lo mucho que ella lo odiaba.
Inconscientemente, observando su delgado cuerpo cuando se estiró y recogió la única maleta que llevaba su nombre, Cathryn olvidó el resto de violentos pensamientos que inundaban su mente. La imagen de Rule siempre había tenido en ella el mismo efecto, la hacía perder el control y hacer cosas que nunca habría hecho excepto en el calor de la pasión. Le odio, pensó, susurrando las palabras en su interior, pero aún así sus ojos se movieron por la anchura de sus hombros bajando por sus largas y poderosa piernas, tal como las recordaba.
Llevó la maleta hasta donde ella estaba esperando y una ceja negra se arqueó de manera inquisidora. Como la actitud de ella le había hecho creer que llevaba algo más que una maleta, él dijo gruñendo:
– No piensas hacer una visita larga, ¿eh?
– No -contestó, manteniendo la voz inexpresiva. Nunca se había quedado mucho tiempo en el rancho, no después del verano en que tenía diecisiete años.
– Pues ya es hora de que decidas regresar a casa, para siempre.
– No veo ninguna razón para hacerlo.
Sus ojos oscuros destellaron cuando la miraron por debajo del sombrero, pero no dijo nada, y cuando se giró y empezó a caminar entre la muchedumbre, Cathryn le siguió también sin decir nada. A veces pensaba que la comunicación entre ella y Rule era imposible, pero otras veces le parecía que no eran necesarias las palabras. No le entendía, pero lo conocía, conocía su orgullo, su dureza, su maldito y oscuro temperamento que no era menos espantoso aunque lo tuviera bajo control. Había crecido sabiendo que Rule Jackson era un hombre peligroso; sus años formativos habían sido dominados por él.
La guió fuera de la terminal aérea, a través del área donde aguardaba el avión privado. Sus largas piernas se tragaban la distancia sin esfuerzo; pero Cathryn no fue capaz de seguir sus zancadas y se negó a trotar detrás de él como un perro con una correa. Mantuvo su paso, manteniéndolo a la vista, y por fin él se detuvo al lado de un Cessna bimotor azul y blanco, abrió la puerta del compartimiento de cargamento y puso sus bolsas dentro, después volvió la vista hacia ella.
– Date prisa -la llamó, en vista de que todavía estaba a cierta distancia.
Cathryn lo ignoró. Él puso las manos en las caderas y la esperó, sus pies separados de una manera arrogante que era natural en él. Cuando llegó, no dijo ni una palabra; simplemente abrió la puerta, se giró, la cogió por la cintura y la metió con facilidad en el avión. Ella se colocó en el asiento del copiloto y Rule en el del piloto cerrando la puerta y lanzando el sombrero en el asiento que había detrás de él. Se pasó los dedos por el pelo antes de coger los cascos. Cathryn lo observó sin expresión en la cara, pero no podía evitar recordar la vitalidad de aquel espeso cabello oscuro, el modo en que se había ensortijado entre los dedos de ella…
Se giró hacia ella y la atrapó mirándolo. No apartó la vista con culpabilidad, le sostuvo la mirada, sabiendo que la calmada inexpresividad de su cara no dejaba translucir nada.
– ¿Te gusta lo que ves? -se burló él suavemente, dejando que los cascos colgaran de sus dedos.
– ¿Por qué te ha enviado Monica? -preguntó ella con determinación, sin hacer caso a su pregunta y atacando con una propia.
– Monica no me ha enviado. Parece que lo has olvidado; yo controlo el rancho, no Monica -sus ojos oscuros descansaron en ella, esperando que se enfureciera y gritara que era ella la que poseía el rancho y no él, pero Cathryn había aprendido muy bien a ocultar sus pensamientos. Mantuvo la cara inexpresiva y la mirada firme.
– Exactamente. Se supone que estás demasiado ocupado para perder el tiempo viniendo a buscarme.
– Quería hablar contigo antes de que llegaras al rancho. Ésta parecía una oportunidad perfecta.
– Entonces habla.
– Primero despeguemos.
Volar en un avión pequeño no era algo nuevo para ella. Estaba acostumbrada a volar desde que nació, ya que un avión era considerado esencial para un ranchero. Se echó hacia atrás en su asiento y estiró los músculos tensos y doloridos por el largo vuelo desde Chicago. Los enormes aviones a reacción rugían cuando aterrizaban o despegaban, pero Rule estaba tranquilo cuando habló con la torre para pedir permiso para despegar. En unos minutos se elevaron y se dirigieron hacia el oeste, Houston que brillaba tenuemente bajo el calor primaveral quedó al sur. La tierra bajo ellos tenía el rico matiz verde de la hierba recién salida, y Cathryn la bebió con la vista. Siempre que llegaba para una visita tenía que obligarse a irse y eso siempre le dejaba un dolor que duraba meses, como si algo vital se hubiera rasgado dentro de ella. Le gustaba esta tierra, le gustaba el rancho, pero había sobrevivido estos años gracias a su exilio auto impuesto.
– Habla -dijo al poco tiempo, intentando contener los recuerdos.
– Quiero que esta vez te quedes -dijo él, y Cathryn sintió como si le hubiera dado un puñetazo en el estómago.
¿Quedarse? ¿No sabía él mejor que nadie, que para ella era imposible quedarse? Le echó una rápida mirada de reojo y lo encontró con el ceño fruncido mirando atentamente el horizonte. Durante unos momentos sus ojos se demoraron sobre el fuerte perfil antes de que volviera de nuevo la vista al frente.
– ¿No vas a decir nada? -preguntó él.
– Es imposible.
– ¿Lo es? ¿Ni siquiera vas a preguntarme por qué?
– ¿Me gustará la respuesta?
– No -se encogió de hombros-, pero no vas a poder evitarla.
– Pues dímela.
– Se trata otra vez de Ricky; bebe mucho y pierde el control. Ha estado haciendo cosas descabelladas, y la gente habla.
– Ya es una mujer adulta. No puedo controlarla -dijo Cathryn fríamente, sin embargo la puso furiosa el pensar que Ricky arrastraba el nombre Donahue por la suciedad.
– Pues yo creo que tú si puedes. Monica no puede, pero los dos sabemos que Monica no tiene mucho instinto maternal. Por otra parte, desde tu último cumpleaños, tú controlas el rancho, lo que hace que Ricky dependa de ti -giró la cabeza para inmovilizarla en el asiento con sus ojos oscuros de halcón-. Sé que no te gusta, pero es tu hermanastra y vuelve a usar el nombre Donahue.
– ¿Otra vez? -soltó Cathryn-. Después de dos divorcios, ¿por qué se molesta en cambiar de nombre? -Rule tenía razón: no le gustaba Ricky, nunca le había gustado. Su hermanastra, dos años mayor, tenía el temperamento de un demonio tasmanio. Luego le dirigió una mirada burlona-. Me has dicho que tú controlas el rancho.
– Y lo hago -contestó él tan suavemente que el pelo de la nuca se le erizó-. Pero no lo poseo. El rancho es tu casa, Cat. Ya es hora de que asumas este hecho.
– No me sermonees, Rule Jackson. Mi casa ahora está en Chicago.
– Tu marido está muerto -la interrumpió brutalmente-. No hay nada allí para ti y lo sabes. ¿Qué es lo que tienes? ¿Un apartamento vacío y un trabajo aburrido?
– Me gusta mi trabajo. Además no tengo por qué trabajar.
– Sí que tienes, porque te volverías loca sentándote en una casa vacía sin nada que hacer. Aunque tu marido te dejó algo de dinero, se acabará en unos cinco años, y no dejaré que dejes el rancho seco para financiar ese lugar.
– ¡Es mi rancho! -indicó ella al momento.
– También era de tu padre y él lo amaba. Por él no te dejaré que lo arruines.
Cathryn levantó la barbilla, luchando por mantener la calma. Eso había sido un golpe bajo y él lo sabía.
La echó una mirada otra vez y continuó:
– La situación con Ricky empeora. No puedo manejarla y hacer también mi trabajo. Necesito ayuda, Cat, y tú eres la solución más lógica.
– No puedo quedarme -dijo ella, pero por una vez la incertidumbre era evidente en su voz. Le tenía aversión a Ricky, pero, por otra parte, no la odiaba. Ricky era un dolor y un problema, pero hubo veces, cuando eran más jóvenes que habían reído juntas tontamente como adolescentes normales. Y como Rule había advertido, Ricky usaba el nombre de Donahue, que había tomado como propio cuando el padre de Cathryn se había casado con Monica, aunque nunca había sido legalizado.
– Intentaré conseguir un permiso -se oyó decir Cathryn, y como una tardía auto defensa añadió-. Pero no será permanente. Ahora estoy acostumbrada a la vida en una gran ciudad y disfruto de las cosas que no se pueden encontrar en un rancho -y realmente era verdad; disfrutaba de las continuas actividades de una gran ciudad, pero las dejaría sin un sólo lamento si pensara que pudiera tener una vida pacífica en el rancho.
– Te solía gustar el rancho -dijo él.
– Era a lo que estaba acostumbrada.
Él no dijo nada más, y después de un momento Cathryn apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos. Reconoció que tenía plena confianza en las capacidades de Rule como piloto, y el conocimiento era amargo pero ineludible. Confiaría en él con su vida, pero nada más.
Incluso con los ojos cerrados eran tan consciente de su presencia a su lado que sintió como el calor de su cuerpo la quemaba. Podía oler su embriagador aroma masculino, oír su firme respiración. Cada vez que él se movía sentía un hormigueo por su cuerpo. Dios mío, pensó desesperada. ¿Alguna vez podría olvidarse de ese día? ¿Tenía él que ensombrecer toda su vida, rigiéndola con su mera presencia? Incluso había ensombrecido su matrimonio, obligándola a mentirle a su marido.
Vagó a la deriva en un ligero duermevela, en un estado que estaba entre la consciencia y el sueño y se encontró recordando con perfecta claridad todo lo que sabía sobre Rule Jackson. Lo conocía de toda la vida. El padre de él había sido un vecino, un ranchero con una pequeña extensión de tierra que prosperaba, y Rule había trabajado con su padre desde que fue lo suficiente mayor para sentarse sobre un caballo; pero tenía once años más que ella y le había parecido ya un hombre en vez del muchacho que era.
Incluso de niña, Cathryn sabía que el escándalo estaba atado al nombre de Rule Jackson. Se le conocía como "el salvaje muchacho Jackson" y las chicas más mayores se reían tontamente cuando hablaban de él. Pero era sólo un muchacho, un vecino, y a Cathryn le gustaba. Él nunca le prestó mucha atención, pero cuando la hablaba era amable y capaz de sacarla de su timidez; Rule era bueno con los animales jóvenes, incluso con los humanos jóvenes. Se decía que él se encontraba más a gusto en compañía de los animales, pero, por alguna razón, tenía un raro toque con caballos y perros.
Cuando Cathryn tenía ocho años su mundo cambió. También había sido un tiempo de cambios para Rule. El mismo año en que murió su madre, dejando a Cathryn asustada y sola, a él lo llamaron a filas. Tenía diecinueve años cuando se bajó de un avión en Saigón. Cuando volvió, tres años más tarde, ya nada era lo mismo. Ward Donahue se había vuelto a casar con una bella y misteriosa mujer de Nueva Orleans. Desde el principio a Cathryn no le gustó mucho Mónica. Por el bien de su padre oculto sus sentimientos e hizo lo posible para llevarse bien con Mónica, estableciendo una difícil tregua. Las dos se trataban cuidadosamente. No es que Mónica fuera el estereotipo de la madrastra malvada; simplemente no era una mujer maternal, ni siquiera para su hija, Ricky. A Mónica le gustaba el brillo y el baile y desde el principio no encajó con la vida de trabajo del rancho. Lo intentó por Ward. Esa era otra cosa de la que Cathryn nunca había dudado, que Mónica amaba a su padre. Por eso, la dos convivieron en una relativa paz.
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