– Sí -gimió él-. Sí. Tócame.

Era una invitación cargada de sexualidad a la que nunca podría resistirse. Buscó los pequeños pezones masculinos con las sensibles yemas de los dedos y los acarició hasta transformarlos en diminutos y rígidos puntos de carne. De la garganta del hombre salió un profundo sonido que era mitad ronroneo, mitad gruñido, y enseguida las manos de Rule fueron a su espalda para bajarle la cremallera del vestido. En medio minuto se quedó ante él llevando sólo las pulseras y la flor en el pelo. La vista del suave cuerpo femenino le hizo perder el control y la apretó muy fuerte contra él, aplastando la suave plenitud de sus pechos contra los duros contornos del cuerpo de él. Sus labios estaban sobre ella y su lengua penetró en la boca de Cathryn y conquistó a un enemigo que no opuso resistencia. La pantera ya no evitaba que la abrazaran.

– Las gardenias son mis favoritas -masculló él, soltándola lo suficiente para arrancar la flor de su pelo. Sus pechos todavía se apretaban contra él por el duro círculo de su brazo derecho alrededor de ella, y Rule metió la cremosa flor en su hendidura, atrapándola entre los dos cuerpos. Luego la arrastró hacia la cama hasta que ella cayó encima y él cayó con ella, no dejando en ningún momento que sus cuerpos se separaran.

– Te deseo tanto -gimió el hombre, deslizándose hacia abajo hasta enterrar la cara en el dulce valle de los pechos de Cathryn inundados por el rico perfume de la gardenia aplastada. Sus labios y su lengua vagaban por los sustanciosos montículos, chupando los rosados pezones y transformándolos en tensos brotes y entonces salvajes temblores empezaron a recorrer el cuerpo de ella. ¿Por qué tenía que ser así con él? Ni siquiera David había sido capaz de convencerla para hacer el amor antes del matrimonio, pero con Rule parecía que no tenía ninguna clase de moral. Era suya para que la tomara siempre que él quisiera. Ese amargo conocimiento de sí misma no menguó de ninguna manera la fuerza de su respuesta. La pesada necesidad palpitaba en su cuerpo, haciéndola padecer un dolor íntimo que sólo este hombre podía aliviar. Se arqueó contra él y Rule abandonó sus pechos para ponerse completamente sobre ella, sus piernas velludas, ásperas y pesadas sobre la longitud femenina tan llena de gracia.

– Dime que me deseas -exigió él con severidad.

Era inútil negarlo cuando su cuerpo la haría quedar como una mentirosa. Cathryn acarició con las manos los músculos de los costados y sintió que todo el cuerpo de él se tensaba por el deseo.

– Te deseo -dijo con soltura-. ¡Pero esto no soluciona nada!

– Al contrario, soluciona un importante problema mío -aclaró él, separándole los muslos. Se encajó firmemente sobre ella y Cathryn cerró los ojos ante la espiral de placer-. Mírame -habló él con los dientes apretados-. ¡No cierres los ojos cuando hago el amor contigo! Mírame; mira mi cara cuando entro en ti.

Era algo tan erótico que no podía soportarlo. Lentamente abrió los ojos y miró su cara que reflejaba las mismas sensaciones que la inundaban a ella. Sus ojos estaban dilatados; olas casi de dolor atravesaban una y otra vez sus rasgos, cuando empezó el ritmo del acto sexual. Las lágrimas inundaron sus ojos se arqueó impotente, cada vez más cerca del clímax.

– ¡Basta! -lloriqueó, implorando, clavándole las uñas en los costados-. ¡Rule, por favor!

– Intento complacerte. ¡Cat, oh, Cat!

Ella oyó el gritó que salió de la garganta masculina, y entonces todo fue demasiado. Morirse tenía que ser parecido a esto, la pérdida completa de uno mismo, la creciente intensidad, y luego la explosión de los sentidos, seguida de un ir a la deriva, una creciente debilidad, un abandono de la realidad. Fue la experiencia más atemorizante de su vida, y aún así lo aceptó completamente y se dejó absorber por ello. Fue consciente, con un fleco de percepción, de las demandas que su poderoso cuerpo hacía del cuerpo de ella cuando también él alcanzó el clímax y por un momento la percepción física fue su único enlace con la consciencia. Los sentidos regresaron poco a poco y Cathryn abrió los ojos y lo vio encima de ella, acariciando su pelo y apartándolo de su cara mientras canturreaba suavemente y la abrazaba. Todo el cuerpo le brillaba por el sudor, el pelo negro estaba aplastado sobre su cabeza, sus oscuros ojos brillaban. Era la esencia del macho, primitivo y triunfante por la renovada victoria sobre el misterio de la mujer.

Pero sus primeras palabras estaban llenas de tierna preocupación.

– ¿Estás bien? -preguntó, desenredando sus cuerpos y acunándola.

Ella hubiera querido gritar que lo más probable era que no estuviera bien, pero en lugar de eso asintió con la cabeza y puso su cara en el húmedo hueco de su hombro, todavía demasiado débil para hablar. De todas formas, ¿qué podía decirle? ¿Que su necesidad por él estaba más allá de la razón, más allá del control de su voluntad que la mantuvo en pie incluso durante la muerte de su marido? ¿Si no podía entenderse a sí misma, cómo iba a explicárselo a él?

La mano masculina alzó suavemente su barbilla. Ella no abrió los ojos, pero sintió el beso que él puso sobre sus labios suaves y amoratados, en una caricia tan delicada como un susurro. Luego enroscó sus brazos alrededor de ella y la abrazó más fuerte, su respiración movió el pelo que tenía sobre la cara.

– Duérmete -ordenó con un suave gruñido.

Y ella lo hizo, exhausta por la noche de baile, la hora tardía y el húmedo, caliente y exigente acto sexual. Se sintió tan perfecto el dormir en sus brazos, como si ella perteneciera allí.

Pero se despertó con la sensación de que algo iba mal. Todavía estaba entre sus brazos, con la mano sobre su pecho y los dedos enterrados en los rizos que lo adornaban. El cuarto estaba a oscuras, la luna ya no emitía su escasa luz. No había sonidos inusuales, nada se movía, pero algo la había despertado. ¿El qué?

Entonces se despertó del todo y Cathryn se dio cuenta de la rigidez poco natural del cuerpo de Rule bajo su mano, la respiración rápida y poco profunda hacía que su pecho subiera y bajara descompasadamente. Podía sentir la transpiración que se formaba sobre su piel.

Alarmada, empezó a sacudirle, queriendo asegurarse de que estaba bien, pero antes de que pudiera moverse, él se irguió de golpe en la cama, silenciosamente, sin hacer ni un solo sonido. Su mano derecha apretaba la sábana con fuerza. Con visible esfuerzo, cada movimiento tan lento como la muerte, abrió la mano y soltó la sábana. Un suspiro curiosamente suave salió de sus pulmones, luego sacó las largas piernas y se levantó, yendo hacia la ventana, donde permaneció de pie con la mirada clavada en la tierra oscurecida por la noche.

Cathryn se sentó en la cama.

– ¿Rule? -preguntó con voz perpleja.

Él no contestó, aunque juraría que había visto como los contornos de su cuerpo se ponían rígidos. Recordó lo que había dicho Ricky, que algunas veces tenía pesadillas y pasaba la noche paseando por el rancho. ¿Había sido eso una pesadilla? ¿Qué clase de sueño era para que originara un silencio tan tenso?

– Rule -dijo otra vez, levantándose de la cama y yendo hacia él. Estaba rígido y silencioso cuando ella le pasó los brazos por la cintura y apoyó la mejilla sobre la amplia espalda-. ¿Estabas soñando?

– Sí -su voz era gutural, como si se la estuvieran arrancando.

– ¿Sobre qué? -no contestó y ella volvió a insistir-. ¿Sobre Vietnam?

Durante un largo momento no contestó; luego otro sí pasó con esfuerzo por sus labios rígidos.

Ella quería que se lo contara, pero como el silencio se alargaba comprendió que no lo haría. Él nunca había hablado de Vietnam, nunca le había contado a nadie que es lo que había pasado para que regresara a Texas tan salvaje y peligroso como un animal herido. De repente fue importante para Cathryn que Rule le contara lo que lo había atormentado en sus sueños; quería ser importante para él, quería que confiara en ella y le dejara compartir la carga que llevaba sobre los hombros.

Lo rodeó para mirarlo a la cara, poniendo su cuerpo entre él y la ventana. Sus manos acariciaron suavemente el cuerpo duro del hombre, tranquilizándolo con el tacto.

– Cuéntamelo -exigió ella en un susurro.

Se puso aún más rígido, si cabe.

– No -dijo con severidad.

– ¡Sí! -insistió Cathryn-. ¡Rule, escúchame! Nunca has hablado de ello, nunca has intentando mirarlo con perspectiva. Lo has guardado todo dentro de ti y eso no es bueno, ¿no te das cuenta? Estás dejando que te coma vivo.

– No necesito ningún psiquiatra aficionado -dijo él violentamente, apartándola de él con fuerza.

– ¿Ah, no? Mira que hostil…

– Maldita seas -gruñó de manera espesa-. ¿Qué sabes tú sobre hostilidad? ¿Y qué sabes de perspectivas? Allá aprendí algo malditamente rápido: no hay ninguna perspectiva sobre la muerte. Y de todos modos a los muertos tanto les da. Son los que quedan vivos los que tienen que preocuparse de eso. Los que quieren salir del infierno. No quieren salir volando en mil sangrientos trocitos mientras luchan con otra persona. No quieren ser quemados vivos. No quieres ser torturados hasta que ya no son humanos. ¿Pero sabes algo, cariño? Al final estás tan muerto de una limpia bala como si te tiras a un barril lleno de ácido. Eso es perspectiva.

Su cólera cruda, la amargura de su voz, la envolvió como una bolsa para transportar cadáveres. Involuntariamente extendió otra vez la mano hacia él, pero Rule se alejó, evitando que lo tocara como si no pudiera soportar la cercanía de otro ser humano. Las manos cayeron inútiles a los lados.

– Si hablaras sobre ello… -empezó a decir.

– No. Nunca. Escúchame -gruñó él-, lo que vi, lo que oí, lo que pasé, nunca lo diré. Se detiene conmigo. Lo manejo; tal vez no según las teorías, pero lo manejo a mi manera. Tardé años en poder dormir una noche entera sin despertarme con las tripas contraídas, con la garganta cerrada por los gritos de otras personas. Ahora puedo hacerlo, los sueños sólo aparecen de vez en cuando, pero no voy a cargarle esto a nadie más.

– Hay organizaciones de veteranos.

– Lo sé, pero siempre he sido un lobo solitario, y ya he pasado lo peor. Ya ha terminado Cat. No me revuelco en ello.

– No ha terminado si todavía tienes pesadillas -dijo ella suavemente.

La respiración de él era desigual.

– Salí de allí vivo. No pido nada más -una silenciosa risa movió su pecho cuando se alejó aún más-. Y ni siquiera pedía eso. El principio… Dios, al principio rezaba cada noche, cada mañana. Sácame de aquí vivo, deja que continúe vivo, no dejes que salga volando en obscenos trozos de carne sanguinolenta. Después, cuando ya había pasado seis meses, la oración cambió. Cada mañana rezaba para no seguir vivo. No quería volver. Ningún ser humano debería sobrevivir a esto y tener todavía que enfrentarse cada mañana con la salida del sol. Quería morir. Lo intenté. Hice cosas que ninguna persona cuerda haría. Un día estaba en la selva, y al siguiente en Honolulu, y aquellos malditos tontos caminaban bajo los árboles, dejando que las personas se acercaran a ellos, sonriendo y riéndose y algunos de ellos clavando los ojos en mí, como si fuera algún tipo de monstruo. Ah, maldición… -su voz se fue apagando.

Cathryn sintió algo en su cara y se pasó la mano por la mejilla, sorprendida al sentir que estaba húmeda. ¿Lágrimas? Había sido muy joven para entender el horror de Vietnam cuando sucedió; pero desde entonces había leído sobre ello, había visto imágenes, y podía recordar la cara de Rule el día en que su padre lo trajo al rancho. El rostro golpeado y amargado del hombre, su silencio, era la imagen del Vietnam.

Pero mientras ella sólo tenía una imagen, él tenía la realidad de sus recuerdos y sus pesadillas.

Un grito bajo salió de su garganta cuando atravesó rápidamente la habitación y lo abrazó tan fuerte que él no hubiera podido apartarla de nuevo. Aunque no lo intentó. La envolvió en el suave acero de sus brazos, inclinando la cabeza para apoyarla sobre la de ella. Sintió las lágrimas de la mujer cuando le mojaron el pecho, y le secó las mejillas con la palma de la mano.

– No llores por mí -refunfuñó, besándola con dureza, casi brutalmente-. Ofréceme consuelo, no lástima.

– ¿Qué es lo que quieres? -lloró ella.

– Esto -la levantó del suelo, besándola una y otra vez, robándole la respiración hasta que se sintió mareada y se aferró a él con brazos y piernas, con miedo de caerse si él aflojaba el abrazo. Pero no la dejó caer. La bajó lentamente, deslizando el cuerpo femenino a lo largo de su torso, y ella gritó cuando sintió que la penetraba.

– Esto es lo que quiero -dijo con dureza, la voz áspera y la respiración agitada-. Quiero sepultarme dentro de ti. Quiero que pierdas el control cuando te haga el amor, y lo harás, ¿verdad? Dímelo, Cat. Dime que perderás el control.