Ella enterró la cara en su cuello, sollozando por el fuego que él había encendido con su cuerpo poderoso e incitador.
– Sí -dimió ella, cediendo a cualquier petición que él hiciera.
La prisa caliente del delirio los apresó a ambos a la vez. Se alargó con ella en el suelo y Cathryn ni siquiera sintió lo duro o incomodo que era cuando Rule se movía dentro de ella. Por fin, la dulce y caliente pulsación del cuerpo masculino se detuvo y la levantó, llevándola a la cama, acunándola entre sus brazos hasta que ella se durmió.
Cuando se despertó otra vez ya era de día, una soleada mañana y Rule todavía estaba a su lado con una débil sonrisa asomando a los contorno duros de su cara mientras la observaba desperezarse y esperando hasta que ella se diera cuenta de que no estaba sola. Lo miró y le dirigió una somnolienta sonrisa. Entonces la atrajo hacia él con una mano en su cintura y sin una palabra hizo de nuevo el amor con ella.
Cuando todo hubo terminado, levantó la cabeza y la desafió con una aterciopelada voz.
– Casémonos.
Cathryn se quedó tan aturdida que sólo pudo mirarlo boquiabierta.
Una pesarosa sonrisa curvó los labios duros y cincelados, pero repitió las palabras.
– Cásate conmigo. ¿Por qué pareces tan asombrada? He tenido intención de casarme contigo desde que tenías… oh, quince años, más o menos. De hecho, desde el día que me diste una bofetada en la cara y yo te di una azotaina en el trasero.
Repentinamente aterrada por lo que él estaba pidiendo, Cathryn se irguió, se separó de sus brazos y dijo con voz temblorosa.
– Ni siquiera puedo decidir si quedarme o no aquí, y ahora quieres que me case contigo. ¿Cómo puedo decidir algo así?
– Muy sencillo -la aseguró, acercándola de nuevo-. No lo pienses; no te preocupes. Sólo hazlo. Podemos luchar cada segundo del día antes de irnos a la cama por la noche, pero una vez nos metamos en ella, valdrá la pena cada magulladura y arañazo. Te puedo prometer que nunca te irás a una cama fría por la noche.
Cathryn sintió que el corazón se le estremecía. ¡Oh, Dios mío, lo amaba tanto! Pero a pesar de la intensidad con que la hacía el amor, no compartiría nada de él excepto la parte física de una relación. Ella casi le había suplicado que confiara en ella, y él la había apartado casi con violencia.
Los estremecimientos empezaron a recorrerla.
– ¡No! -gritó salvajemente, asustada sobre todo por la poderosa tentación de acceder a ciegas, como él había dicho, y casarse con él a pesar de todo. Lo amaba tanto que era aterrador, pero Rule no había dicho que la amaba, sólo que había tenido intención de casarse con ella. Lo había planeado todo. No había mantenido en secreto su devoción por el rancho. Quizás lo tenía obsesionado hasta el punto de que se casaría sólo para seguir teniendo el control. Anoche había visto lo que Vietnam le había hecho y entendía totalmente por qué se agarraba con tal ferocidad a este rancho. Repentinamente ardientes lágrimas quemaron sus mejillas y casi gritó:
– ¡No puedo! ¡Ni siquiera puedo pensar cuando estás alrededor! ¡Me prometiste que no me tocarías, pero has roto tu palabra! Vuelvo a Chicago. Me marcho hoy. ¡No puedo soportar tanta presión!
Nunca se había sentido tan desgraciada, y todavía lo era más por el hermético silencio de Rule cuando se vistió y salió del dormitorio. Cathryn yació rígidamente, limpiándose de vez en cuando las lágrimas que lograban escaparse a pesar de sus desesperados esfuerzos por mantener el control. Le dolía tanto el cuerpo como la mente, golpeados por su feroz e indomable necesidad de él que no podía ni controlar, ni entender. Había querido que la dejara sola, pero ahora que lo estaba era como si parte de ella hubiera sido arrancada. Tenía que apretar los dientes y hacer un esfuerzo para evitar arrastrarse por el pasillo hacia su dormitorio y meterse entre sus brazos. Tenía que irse. Si no se alejaba de su influencia, usaría su debilidad para atarla a él permanentemente y no sabría nunca si la quería por ella misma o por el rancho.
Era obvio que Rule la deseaba físicamente. ¿Y por qué no? Ella no era una gran belleza, pero era pasable en todos los demás aspectos y mucha gente encontraba atractiva la elegancia de sus largas piernas y el exótico color de sus cabellos. Rule era un hombre normal con todas las necesidades y repuestas masculinas normales. No había ninguna razón para que no la deseara. Era cuando empezaba a rascar bajo la superficie cuando se sentía abrumada por las dudas y las posibilidades, ninguna de ellas agradable.
Aunque conocía a Rule íntimamente en el aspecto físico, cada línea de su cuerpo y el matiz de su expresión y su voz, era violentamente consciente de que él mantenía oculta una gran parte de sí mismo. Era un hombre que había estado en el infierno y surgido del fuego con nada que considerase de valor, ninguna ilusión o sueño que hiciera más llevadera la dura realidad que había vivido; y había regresado a casa para encontrarse que, de hecho, no tenía ninguna casa, que emocionalmente estaba a la deriva. La mano que Ward Donahue le había tendido le había, literalmente, salvado la vida, y por eso le había dado su lealtad al rancho que lo había abrigado y le había permitido reconstruir la ruina maldita de su vida.
Podría casarse con él, sí, pero nunca sabría si se casaba con ella por amor a la mujer o por amor al rancho que iba unido a ella. Era una parte del paquete y por primera vez en su vida deseaba que el rancho no fuera suyo. Irse no solucionaría el problema, pero le daría la oportunidad para decidir de una forma racional si podría casarse con Rule y vivir con él con cierta serenidad, si sería capaz de aceptar que nunca podría estar segura. No podía ser racional al lado de Rule; él la reducía a las respuestas más básicas.
Era un problema muy antiguo que tradicionalmente preocupaba a las herederas: ¿las amaban a ellas o a su dinero? En este caso no era cuestión de dinero, pero sí de seguridad y oscuras emociones enterradas tan profundamente en el subconsciente de Rule que quizás ni él mismo era consciente de su motivación.
Finalmente, Cathryn salió de la cama y empezó a hacer las maletas apáticamente. Apenas había empezado cuando se abrió la puerta y apareció Rule.
Se había puesto ropa limpia. Su expresión estaba vacía, pero las líneas de cansancio asomaban a su cara.
– Ven conmigo a montar a caballo -dijo uniformemente.
Ella apartó la mirada.
– Tengo que hacer el equipaje…
– Por favor -la interrumpió y ella tembló al oír aquella palabra desacostumbrada en él-. Ven conmigo a montar a caballo por última vez -la persuadió-. Si no puedo convencerte para que te quedes, te llevaré a donde quieras ir para coger un vuelo a Texas.
Cathryn suspiró, frotándose la frente en un inquieto gesto. ¿Por qué no podía ella cortar limpiamente? Debía ser la glotona más grande de este mundo para merecer este castigo.
– De acuerdo -asintió-. Deja que me vista.
Por un momento pareció poco dispuesto a marcharse, sus oscuros ojos la decían que era algo muy tonto decirle eso a un hombre que había hecho el amor con ella como lo había hecho él durante la noche. Pero entonces asintió con la cabeza y salió cerrando la puerta. Con sus sentidos tan agudamente conscientes de él, sintió su presencio y supo que la esperaba apoya en la pared del pasillo. Se vistió rápidamente y se desenredó el pelo. Cuando abrió la puerta, él se enderezó y tendió la mano, luego la dejó caer antes de que ella pudiera decidir si cogérsela o no.
Caminaron en silencio hacia los establos, donde ensillaron los caballos. La mañana era agradablemente fresca y los caballos estaban llenos de energía e impacientes por el lento paseo que Rule les obligaba a hacer. Después de varios minutos de silencio Cathryn le dio la orden a su caballo con la rodilla de que se acercara más a Rule.
– ¿De qué quieres hablar? -preguntó bruscamente.
Sus ojos estaban en sombras por el estropeado sombrero negro que llevaba habitualmente para protegerse del feroz sol de Texas, y ella no podía leer nada en el trozo de cara expuesta a su mirada.
– Ahora no -rechazó él-. Montemos y miremos el paisaje.
Le alegró hacerlo, le gustaba el aspecto bien cuidado de los pastos y le dolía pensar en dejar todo esto otra vez. El cercado era fuerte y estaba bien reparado; todas las dependencias estaban limpias y recién pintadas. La administración de Rule era excepcional. Incluso cuando su resentimiento había estado en el punto más álgido, nunca había dudado de sus sentimientos por la tierra. Lo había reconocido incluso en las profundidades de confusión adolescente.
Ahora ya estaban alejados de los prados y los graneros y cruzaban una gran pradera. Rule frenó a su caballo y señaló con la cabeza en dirección a los edificios del rancho.
– He estado manteniendo este lugar para ti -dijo con severidad-. Esperando a que regresaras. No puedo creer que no lo quieras.
Ella se tragó un destello de cólera.
– ¡Qué no lo quiero! ¿Cómo puedes pensar eso? Me gusta este lugar; es mi casa.
– Entonces vive aquí; quédate en tu casa.
– Siempre he querido hacerlo -dijo con un tono amargo-. Es sólo que… ¡oh, maldito seas, Rule, debes saber la razón por la que me he mantenido alejada!
La boca masculino se torció reflejando amargura.
– ¿Por qué? ¿Crees todo lo que se dijo de mí cuando volví de Vietnam?
– ¡Desde luego que no! -negó ella con vehemencia-. ¡Nadie lo hace!
– Algunos lo hicieron. Tengo un vivo recuerdo de varias personas que intentaron hacerme pagar con sangre todo lo que pensaban que había hecho -su cara era de piedra, fría, cuando le asaltaron los negros recuerdos en aquella mañana fresca y soleada.
Cathryn se estremeció y tendió la mano para apoyarla en su musculoso antebrazo, que estaba al descubierto porque llevaba enrollada la manga de la camisa vaquera.
– ¡No fue nada de eso! Yo… en aquel entonces me sentí tan ofendida que no podía pensar con claridad.
– ¿Todavía estás ofendida? -preguntó él.
– No -hizo la confesión en voz baja; lo miró con ojos preocupados y llenos de duda. Era sólo que no podía confesarle que de lo que tenía miedo es que él quisiera más al rancho que a ella. Sabía que si le explicaba sus dudas, Rule sería capaz de aprovecha su debilidad por él para conseguir que hiciera lo que quería. Pero ella no lo quería sólo físicamente. También quería su compromiso emocional.
– ¿Lo reconsiderarás? -habló él con voz áspera-. ¿Pensarás en quedarte?
Cathryn tuvo que obligarse a mirar a lo lejos para impedir que viera el deseo en sus ojos. ¡Si sólo pudiera quedarse! Si sólo se conformara con lo que él la ofrecía, que suponía que era lo único que se sentía capaz de ofrecer a cualquier mujer. Pero quería más que eso, y tuvo miedo de destruirse a sí misma si se comprometía.
– No -susurró.
Rule hizo moverse a Redman para enfrentarse a ella y cerró la mano enguantada sobre las riendas de Cathryn. Su cara oscura estaba tensa de frustración, su mandíbula era una severa línea.
– De acuerdo, entonces te vas. ¿Y si estás embarazada? ¿Entonces qué? ¿Vas a insistir en manejar eso tú sola? ¿Me dirás si voy a ser padre o sólo te desharás de mi bebé y fingirás que nunca ha existido? ¿Cuándo lo sabrás? -dijo él ferozmente.
Las palabras, la idea, la dejaron estupefacta, casi tanto como la inesperada propuesta de matrimonio que había hecho unas horas antes. Impotente clavó los ojos en él.
Una esquina de la boca masculina se curvó hacia arriba en lo que era una parodia de diversión.
– No me mires tan sorprendida -se burló-. Eres lo bastante mayor para saber que esas cosas pasan y ninguno de los dos hizo nada para impedirlo.
Cathryn cerró los ojos, sacudida por la dulzura que sintió al pensar en tener un hijo. En contra de todo sentido común, por un momento rezó con un deseo salvaje para que fuera así, para que ya estuviera embarazada. Una diminuta sonrisa, como si estuviera en otro mundo, se asomó a sus labios y Rule maldijo con los dientes apretados, su mano enguantada subió hasta agarrarla por la nuca.
– ¡Quita esa mirada de tu cara! -gruñó-. A no ser que quieras que te tumbe en el suelo, porque ahora mismo quiero…
Se calló y Cathryn abrió los ojos, devorándolo con la mirada, incapaz de controlar su expresión. Un músculo se movió en la mejilla masculino cuando él repitió.
– ¿Cuándo? ¿Cuándo lo sabrás?
Contó en silencio y luego dijo:
– Dentro de una semana, más o menos.
– ¿Y si lo estás? ¿Qué harás?
Cathryn tragó saliva enfrentándose a lo inevitable. La verdad es que no tenía ninguna opción. No era una mujer que pudiera imponer la ilegitimidad a su hijo cuando el padre estaba más que dispuesto a casarse con ella. Un embarazo lo resolvería todo excepto sus dudas.
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