– No te mantendré apartado si… si lo estoy -susurró.

Rule se quitó el sombrero y paso la mano por pelo espeso y oscuro.

– Ya lo pasé muy mal una vez, preguntándome si te había dejado embarazada. Supongo que puedo pasar por ello de nuevo. Al menos esta vez no eres una niña -dijo sombrío volviendo a colocarse el sombrero.

Ella tragó saliva otra vez, inexplicablemente conmovida al enterarse de que no había sido tan indiferente por ese día de hacía tanto tiempo. Empezó a hablar, aunque no estaba segura de lo que iba a decir, pero Rule le dio una orden a su caballo con la rodilla y se alejó de ella.

– Tengo trabajo -masculló-. Avísame cuando decidas a que hora te vas. Tendré la avioneta a punto.

Observó como se alejaba, luego hizo dar media vuelta a su caballo y se dirigió lentamente hacia los establos. Su conversación no había logrado absolutamente nada, excepto concienciarla de las posibles consecuencias de sus noches juntos.

Después de regresar a la casa y picotear algo para desayunar, llamó a la compañía de aviación en Houston e hizo la reserva para el día siguiente, luego intentó hacer el equipaje. La verdad es que no tenía mucho equipaje que hacer. La mayor parte de su ropa todavía estaba en Chicago. Había estado apañándose con los viejos vestidos que había dejado en el rancho.

Las horas pasaron lentamente, apenas podía esperar el almuerzo, donde volvería a ver a Rule, aunque se hubiera prohibido a sí misma la alegría de tenerle. Bajó las escaleras y dejó pasar el tiempo ayudando a Lorna a acabar la comida, asomándose constantemente a la ventana.

Un caballo entró galopando en el rancho y el jinete desmontó de un saltó. Cathryn oyó gritos amortiguados y pudo sentir la alarma en ellos, pero no entendió lo que decía. Lorna y ella se miraron preocupadas y las dos se dirigieron a la puerta trasera.

– ¿Qué pasa? -preguntó Cathryn en voz alta cuando la alta y delgada figura de Lewis corría de los establos a la camioneta-. ¿Cuál es el problema?

Él se giró con la cara tensa.

– El caballo de Rule se ha caído sobre él -dijo concisamente-. Rule está herido.

Las palabras fueron como puñetazos en el estómago y se tambaleó hacia atrás, luego se obligó a ponerse derecha. Con las piernas temblorosas corrió hacia la camioneta, donde un hombre había colocado uno de los colchones de la vivienda de los trabajadores y subió al vehículo al lado de Lewis. Él echó una ojeada a su cara completamente blanca y no dijo nada, simplemente movió con brusquedad el cambio de marchas y aceleró al máximo a través de los pastos. Le pareció que tardaban una eternidad levantando el polvo por todas partes antes de llegar a un pequeño grupo de hombres agrupados ansiosamente alrededor de una figura tirada sobre la tierra.

Cathryn estaba fuera de la camioneta antes de que ésta se hubiera parado acabando de rodillas al lado de él y haciendo que una fina capa de polvo cayera sobre el hombre. Un terrible pánico la invadió cuando vio sus ojos cerrados y su cara pálida.

– ¡Rule! -gritó, tocándole la mejilla, pero no obtuvo ninguna respuesta.

Lewis se arrodilló al lado de ella cuando sus temblorosos dedos rasgaron los botones de la camisa de Rule. No fue hasta que deslizó su mano adentro y sintió el reconfortante sonido de los latidos de su corazón, que dejó escapar la respiración que había estado conteniendo y levantó sus ojos frenéticos hacia Lewis. Lewis pasaba las manos sobre el cuerpo de Rule, deteniéndose cuando alcanzó un punto casi en medio entre la rodilla y el tobillo de su pierna izquierda.

– Tiene la pierna rota -masculló.

Rule respiró trémulamente y sus oscuras pestañas aletearon hasta abrirse. Rápidamente Cathryn se inclinó sobre él.

– Rule, querido… ¿me oyes? -preguntó, viendo la mirada desenfocada de sus ojos.

– Sí -refunfuñó-. ¿Redman?

Ella giró la cabeza mirando alrededor para ver al caballo. Estaba de pie sobre las cuatro patas y no parecía que tuviera ningún golpe serio.

– Creo que está bien. Desde luego está mejor que tú. Te has roto la pierna izquierda.

– Lo sé, sentí como se rompía -sonrió débilmente-. También me he dado un buen golpe en la cabeza.

Cathryn levantó otra vez sus ojos preocupados hacia Lewis. Un golpe en la cabeza significaba una posible conmoción cerebral, y el hecho de que Rule había estado un tiempo inconsciente hacía que la posibilidad se convirtiera en probabilidad. A pesar de sus respuestas racionales, cuanto más rápido lo llevaran a un hospital, mejor. Había también la horrenda posibilidad de que tuviera el cuello roto o lesiones en la espalda. Habría dado algo por tener ella el dolor si podía evitárselo a él, y en aquel momento, admitió más allá de cualquier duda, que lo amaba. No era simplemente deseo lo que sentía por él. Lo amaba. ¿Por qué si no le había disgustado tanto el que él pudiera haber hecho el amor con alguien más? ¿Por qué si no estaba tan celosa de sus besos? ¿Y por qué si no deseaba tanto que la hubiera dejado embarazada? Lo había amado durante muchos años, mucho antes de que ella hubiera sido lo bastante madura para reconocerlo.

Los hombres se movían rápidamente, con eficacia, y la separaron cuidadosamente de Rule. Lo pusieron con cuidado en una manta que había colocado en el suelo, al lado de él. Ella oyó un grito ahogado de dolor y se mordió el labio inferior haciendo que salieran diminutos puntos de sangre.

– Debes estar volviéndote torpe, jefe, cayéndote así de un caballo -dijo Lewis, lo que hizo que una pequeña sonrisa burlona apareciera en la cara de Rule. La sonrisa burlona desapareció bruscamente cuando lo levantaron, con la manta haciendo de camilla. Entre los dientes apretados escupió palabras que Cathryn había oído por separado, pero nunca juntas ni con el genio con que las decía Rule. El sudor perlaba la cara masculina cuando lo pusieron en el colchón que habían colocado en la parte trasera de la camioneta. Cathryn y Lewis se subieron detrás con él y Cathryn le limpió automáticamente la cara.

– Ve con cuidado durante el trayecto -instruyó Lewis al que ahora conducía, y el hombre asintió.

Incluso yendo lentamente, los baches de la tierra hicieron que la manos de Rule se apretaran en puños y que la cara adquiriera un tinte grisáceo. Subió las manos y se apretó con ellas la cabeza como si así pudiera evitar el cimbreo de la camioneta. Cathryn se inclinó hacia él con inquietud, sufriendo con él cada sacudida del vehículo, pero no había nada que pudiera hacer.

Lewis encontró sus ojos por encima del cuerpo echada de Rule.

– San Antonio está más cerca que Houston -dijo quedamente-, lo llevaremos allí.

Cuando llegaron al rancho se quitaron rápidamente dos asientos de la avioneta y colocaron a Rule, con colchón y todo, en el espacio desocupado. Los párpados del herido se estaban cerrando y Cathryn ahuecó la cara de él entre sus manos.

– Querido, no puedes dormirte -dijo suavemente-. Abre los ojos y mírame. No puedes dormirte.

Obedientemente la miró, sus aturdidos ojos se concentraron en lo que ella dijo con una intensidad desgarradora. Una media sonrisa asomó a sus labios pálidos.

– Mírame -susurró él, y ella recordó cuando hicieron el amor. ¿Lo estaba recordando él también?

– Estaré bien -la reconfortó somnoliento-. No es tan malo. Estuve mucho peor en Vietnam.

El doctor en el hospital de San Antonio estuvo de acuerdo. Aunque Rule tenía una conmoción cerebral y debía estar bajo observación al menos hasta el día siguiente, su estado no era tan malo como para ser necesaria una intervención quirúrgica. Excepto el golpe en la cabeza y la pierna rota, no encontraron otras lesiones, aunque sí diversas contusiones. Después de la tensión de estar en cuclillas al lado de él durante el vuelo y tratar de mantenerlo despierto, saber que él se pondría bien tuvo el mismo efecto en Cathryn que habrían tenido las malas noticias: apoyó la cabeza sobre el pecho de Lewis y se puso a llorar.

Al instante los brazos masculinos la rodearon y la abrazó fuerte.

– ¿Y por qué esos lloros ahora? -preguntó riéndose aliviado.

– No lo puedo remediar -dijo ella sorbiendo por la nariz.

El doctor se rió y le dio palmaditas en el hombro.

– Llore lo que quiera -dijo bondadosamente-. Él se pondrá bien, se lo prometo. Se lo podrá llevar a casa en poco más de un día y el dolor de cabeza por la conmoción debería mantenerlo en la cama el tiempo suficiente para que la pierna empiece a curarse bien.

– ¿Podemos verlo ahora? -preguntó Cathryn, limpiándose los ojos. Quería verlo, tocarlo, y que supiera que Lewis y ella estaban todavía allí.

– Todavía no. Lo hemos llevado abajo para hacerle una radiografía a la pierna. La avisaré cuando esté instalado en su habitación.

Lewis y ella esperaron en la sala de visitas con tazas de café amargo de la maquina expendedora de la esquina. Estaba agradecida por la presencia del hombre, aunque fuera un extraño. Ni una sola vez se había demostrado trastornado o fuera de control a pesar de la rapidez con la que había actuado. Si hubiera dejado translucir aunque fuera un poco de miedo, Cathryn sabía que ella se habría derrumbado.

Lewis se sentó desgarbadamente sobre la incómoda silla de plástico, sus largas piernas, con las botas y extendidas le recordaron a las de Rule. Al gruñir su estómago dijo:

– Rule debe estar muerto de hambre. Esta mañana no ha desayunado.

– No, no tendrá hambre hasta que su cuerpo se recupere de la conmoción -explicó Lewis-. Pero nosotros ya somos otra cosa. Vamos a buscar una cafetería. Podremos comer algo y tomar una taza de café decente.

– Pero Rule…

– No irá a ninguna parte -insistió Lewis, cogiéndola de la mano y levantándola de la silla-. De todas formas habremos vuelto antes de que hayan acabado. He tenido fracturas como la suya; sé cuánto tiempo tardarán.

Acertó. Aunque se entretuvieron en la cafetería ya había pasado más de una hora desde que habían vuelto cuando una enfermera se acercó a ellos y les dio la ansiada información de que Rule ya estaba en su habitación. Fueron al piso que les dijeron y encontraron al doctor en el pasillo.

– Ha sido una rotura limpia. Se pondrá como nuevo -les aseguró-. Estoy seguro de que no hay nada de lo que preocuparnos. Está demasiado malhumorado para estar muy mal -miró a Lewis y sacudió la cabeza algo intimidado-. Es más cabezota que… -le echó una rápida mirada a Cathryn y se interrumpió bruscamente-. Se negó a que le pusieran ninguna clase de anestesia, ni siquiera local. Dijo que no le gustaba.

– No -dijo Lewis suavemente-. No le gusta.

Cathryn se movió impaciente y el doctor sonrió.

– ¿Quiere verlo ahora? -preguntó divertido.

– Sí, claro que sí -contestó rápidamente Cathryn. Necesitaba ir al lado de Rule, para tocarlo y convencerse de que estaba realmente bien.

No sabía que esperar. Estaba preparada para ver contusiones y vendas, algo que no sabría si podría soportar al ser Rule el herido. Lo que encontró cuando abrieron la puerta fue un cabello negro alborotado, una cara que parecía tan somnolienta como enfadada y una pierna envuelta en un molde blanquísimo que se apoyaba en un cabestrillo colocado en un aparato al pie de la cama.

Le había puesto el camisón del hospital, pero no había durado mucho tiempo. La prenda estaba tirada de cualquier manera en el suelo, y supo que bajo la delgada sábana Rule estaba como vino al mundo. A pesar de sí misma, empezó a reírse.

Él empezó a girar la cabeza con muchísimo cuidado, y Cathryn oyó detrás de ella la risa sofocada de Lewis. Rule dejó de intentar mover la cabeza y en lugar de ello movió sólo los ojos. Incluso eso hizo que se estremeciera perceptiblemente.

– Pues que bien, allí parada regodeándote -gruñó a Cathryn-. Ven a coger mi mano. Ya podrías tener un poco de compasión.

Obedientemente, fue hacia la cabecera, y aunque todavía se reía, sintió la quemazón de las lágrimas en sus ojos. Le cogió la mano y se la llevó a los labios para darle un rápido beso en los delgados y poderosos dedos.

– Me has dado un susto de muerte -lo acusó, su voz era tan bromista como llorosa-. Y ni siquiera parece que estés herido, excepto por la pierna. ¡Sólo pareces un gruñón!

– Pues no ha sido un día para un picnic -dijo él dolido. Su mano apretaba la de ella y la acercó aún más a la cama; pero su mirada fue hacia Lewis-. Lew, ¿Redman está malherido?

– Nada serio -le reconfortó Lewis-. Caminaba bien. Lo vigilaré por si le sale algún golpe.

Rule se olvidó de su estado y asintió con la cabeza, un olvido que pagó inmediatamente. Gimió en voz alta y se puso la mano en la frente.

– Maldición -juró débilmente-. Tengo un maldito dolor de cabeza. ¿No han dejado una compresa con hielo o algo así?

Cathryn miró alrededor y encontró el hielo en el suelo, donde claramente había sido arrojado junto con el camisón de hospital. Lo recogió y se lo colocó en la frente. Él suspiró aliviado y volvió a dirigirse a Lewis.