– Vuelve al rancho -instruyó al capataz-. Hay mucho que hacer allí antes de la venta como para que no estemos ninguno de los dos, ni siquiera por un día. La yegua parda debería llegar mañana o pasado. Ponla con Irish Gale.
Lewis escuchó atentamente mientras Rule le decía lo que se debía hacer los próximos dos días. Hizo unas breves preguntas; después se fue antes de que Cathryn pudiera comprender que la había dejado allí. Rule no había liberado su mano en todo aquel tiempo. Ahora volvió su somnolienta mirada hacia ella.
– No te importa quedarte conmigo, ¿verdad?
Ni siquiera se le había ocurrido irse, pero el que se lo preguntara después de que se encontrara sin medios para hacerlo, hizo que le dirigiera una mirada sardónica.
– ¿Importaría mi opinión?
Sus ojos oscuros se volvieron aún más oscuros. Luego su mandíbula se tensó.
– No -dijo él rotundamente-. Te necesito aquí -se removió en la cama y murmuró una maldición cuando le palpitó la cabeza-. Esto cambia las cosas. No puedes dejar el rancho ahora, Cat. Con la venta tan cerca necesito tu ayuda. Hay demasiado trabajo para que Lewis pueda hacerlo solo, y en lo que se refiere a lo básico, es tu responsabilidad porque es tu rancho. Además, si alguna vez puedes estar a salvo de mí, es ahora. No puedo luchar ni contra un gatito, y mucho menos con una gata adulta [1].
Ni siquiera pudo reírse de su juego de palabras. Se le veía tan extrañamente indefenso que deseó no haber dicho nada. Toda idea de irse del rancho había desaparecido de su mente en el mismo momento en que oyó que Rule estaba herido, pero no se lo dijo. Simplemente aparto un mechón negro de la frente de él y dijo quedamente.
– Claro que me quedaré. ¿De verdad creías que me marcharía ahora?
– No lo sabía -refunfuñó-. No podría detenerte si quisieras irte, pero confiaba en que el rancho significa lo suficiente para ti como para que te quedaras.
No se quedaba por el rancho. Se quedaba por Rule. Pero su accidente no la había privado de su sentido común, por lo que tampoco le dijo esto. En lugar de eso, le subió un poco más la sábana sobre el torso y bromeó:
– Tengo que quedarme, aunque sólo sea para proteger tu modestia.
Él la miró con expresión pícara a pesar de la palidez de su cara y la mirada desenfocada de sus ojos.
– Ya es un poco tarde para proteger mi modestia. Pero si quieres proteger mi virtud, podrías ayudarme a rechazar a esas enfermeras casquivanas.
– ¿Tu virtud necesita que la protejan? -se sintió casi mareada por el insólito placer de bromear con él, de estar coqueteando. Era extraño que tuviese que estar acostado e incapaz de moverse para que se sintiera lo suficientemente cómoda para bromear, pero claro, siempre había sido cautelosa en todo lo referente a él. No era de sentido común el volverle la espalda a una pantera.
– Por el momento no -admitió él, su voz se fue apagando-. Ni siquiera el espíritu esta dispuesto ahora mismo.
Se sumergió fácil y velozmente en el sueño y Cathryn metió la mano bajo la sábana. El aire acondicionado estaba a su máxima potencia y sintió frío, así que le tapó los hombros desnudos con la sábana, luego se sentó en la silla al lado de la cabecera.
– ¿Y ahora qué? -se preguntó en voz alta sin dejar de mirar el duro perfil, algo más suave cuando se durmió profundamente. En una mañana había cambiado todo. En lugar de escapar hacia la seguridad, estaba sentada a su lado y sabía que nada haría que se marchara. Estaba débil y herido y no había mentido cuando dijo que la necesitaría en el rancho durante las próximas semanas. La venta de caballos sólo complicaba un poco más la enorme cantidad de trabajo que había, e independientemente de lo competente que fuera Lewis, no era un superhombre. No podía estar en todos los sitios a la vez. Eso en cuanto a la lógica. Pero a un nivel emocional, admitió que ahora no dejaría a Rule aunque no hubiera ninguna necesidad de quedarse en el rancho.
Más que enamorarse repentinamente de él, había comprendido por fin que lo amaba hacía mucho tiempo. También había amado a David, con un amor muy real, pero había sido una emoción poco profunda comparada con la intensidad de sus sentimientos hacia Rule. Eran tan intensos que la habían asustado cuando era más joven y había hecho que saliera huyendo. Habían destruido su control y la seguridad en sí misma, la habían impedido aceptar su existencia. Incluso ahora estaba todavía asustada por la furiosa fuerza de sus emociones. Había estado huyendo otra vez porque no estaba segura de que él la correspondiera ni con una milésima parte de aquella emoción.
Mirándolo ahora, Cathryn tomó una dolorosa decisión, preguntándose irónicamente si había alcanzado un nuevo nivel de madurez o es que simplemente se había vuelto temeraria. No importaba el riesgo, iba a quedarse en el rancho. Lo amaba. No tenía sentido. Iba en contra de todas las reglas del comportamiento humano que lo hubiera amado cuando era tan joven y que lo hubiera hecho con tanta ferocidad; pero así era, y el sentimiento todavía estaba allí.
Echó una mirada sin ver alrededor de la pequeña y oscura habitación y vio un objeto negro tan familiar que le cortó el aliento. ¿Cómo había llegado su sombrero allí? No podía recordarlo en el avión, aunque se supone que debían haberlo llevado ya que estaba aquí. ¿Lo había traído Lewis? ¿O había sido Rule que inconscientemente lo había mantenido agarrado? En realidad no tenía importancia, pero el pensar en ello le hizo sonreír.
Los sombreros de Rule eran zonas de desastre. Era más rudo con sus sombreros que cualquier hombre que hubiera conocido. No tenía ni idea de lo que hacía con ellos para que llegaran a estar tan estropeados, aunque algunas veces había sospechado que los pisoteaba. Cuando se veía obligado a comprarse uno nuevo, cosa que hacía a regañadientes, al cabo de una semana el sombrero nuevo estaba tan ajado que era como si le hubiera pasado una estampida por encima. Las lágrimas le enturbiaron los ojos cuando extendió la mano hacia el polvoriento y andrajoso sombrero y lo apretó contra su pecho.
Podía estar arriesgando todo su futuro si se equivocaba al quedarse, pero hoy se había visto obligada a comprender que Rule era tan humano y tan vulnerable como cualquier otro hombre. Un accidente podía arrancarlo de su lado en cualquier momento, y ella se quedaría sin más recuerdos que la amargura, ¿y entonces qué?
La había pedido que se casara con él. No sabía que hacer. Estaba demasiado aturdida y confusa para tomar una decisión, pero se había acabado el huir. Escapando nunca había solucionado nada. Había vivido atormentada pensando en él, los recuerdos que continuamente emergían de su cabeza habían sido un velo mental a través de los cuales había mirado a todos los otros hombres. Lo amaba. Tenía que enfrentarse a eso y aceptar lo que aquel amor le traería, tanto si era dolor como placer. Si algo había aprendido en los ocho años que se había mantenido alejada de él era que nunca podría olvidarlo.
Capítulo 8
Rule era un ángel. El perfecto paciente obediente, resignado, tan dócil como un cordero… mientras Cathryn estaba a su lado. No había tenido ni idea de donde se había metido cuando prometió quedarse con él, hasta la primera vez que una enfermera entró para despertarlo y tomarle el pulso y la tensión. Los ojos de Rule se abrieron llameando salvajemente e intentó sentarse antes de que el dolor de cabeza lo hiciera caer acostado de nuevo en la cama con un gemido.
– ¿Cathryn? -exigió con voz ronca.
– Aquí estoy -lo tranquilizó ella rápidamente, levantándose de un salto de la silla para cogerle la mano y entrelazar sus dedos con los de él.
La miró aturdido.
– No me dejes.
– No te dejaré. Te lo he prometido, ¿recuerdas?
Él suspiró y se relajó, cerrando de nuevo los ojos. La enfermera frunció el ceño y se acercó más a él.
– Señor Jackson, ¿sabe dónde está? -preguntó.
– En un maldito hospital -gruñó él sin abrir los ojos.
La enfermera, una morena regordetas con perspicaces ojos negros, sonrió a Cathryn con simpatía.
– Lo despertaremos cada hora para asegurarnos que realmente duerme y no ha entrado en coma. Es sólo una precaución, pero siempre es mejor asegurarse.
– No hable de mí como si no estuviese -se quejó él.
De nuevo los ojos de la enfermera fueron hacia Cathryn y los hizo rodar expresivamente.
Cathryn apretó los dedos de Rule y lo riñó.
– Pórtate bien. El ser un gruñón no ayudará en nada.
Todavía sin abrir los ojos, Rule llevó la mano femenina a su cara y la apretó contra la mejilla.
– Por ti -suspiró él-. Pero es difícil sonreír cuando la cabeza te explota.
Dio honor a su palabra; con Cathryn era tan dócil que llegaba a lo ridículo. Sin embargo, las enfermeras aprendieron rápidamente que si le pedían a Cathryn que se apartase, entonces él se rehusaba a cooperar con nada de lo que quisieran hacer. Rule exigía su presencia constante y después de que ellas lo intentaran inútilmente unas cuantas veces, cedieron. Cathryn sabía que estaba usando descaradamente sus heridas para mantenerla a su lado, pero en vez de sentirse exasperada, se sentía llena de una dolorosa ternura hacia él y lo atendía y lo cuidaba incansablemente.
Ya era bien entrada la tarde cuando su estómago empezó a retumbar recordándola que estaba allí varada sin dinero, maquillaje, algo de ropa, ni nada de nada. Lewis había pagado el emparedado que habían comido y eso había sido por la mañana y ahora estaba a punto de morir de hambre, o al menos eso parecía decir su estómago. Cuidadosamente alimentó a Rule, llevándole a los labios un par de cucharadas de gelatina que fue lo único que comió ya que se negó a tomar la sopa de guisantes y cuando ella la probó comprendió por qué. A pesar de lo hambrienta que estaba no pudo comérsela ella. La sopa de guisante nunca le había gustado y Rule compartía ese gusto con ella.
No estaba tan enfermo como para no darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor.
– Ve a la cafetería y come algo. Debes tener hambre. Me portaré bien mientras no estés -dijo quedamente, después de observar como ella probaba la sopa y hacía una mueca.
– Me muero de hambre -admitió ella, pero agregó sardónicamente-, sin embargo no creo que me den de comer por mi cara bonita. Ni siquiera llevo un peine, y mucho menos dinero o ropa limpia. Ni se me ocurrió coger mi bolso. Sólo te cogimos y salimos disparados.
– Llama a Lewis y dile lo que necesitas. Lo puede traer esta noche -la instruyó él.
– No le puedo pedir…
– Le puedes pedir. Es tu rancho, ¿no? -exigió irritado-. No, le llamaré yo mismo. Mientras tanto, coge mi cartera que está en el cajón de arriba de la mesita de noche y vete a comer.
Ella vaciló. Luego, cuando él trató de sentarse y se puso aún más pálido, le espetó:
– ¡De acuerdo, de acuerdo! -y rápidamente lo hizo acostarse de nuevo. Luego abrió el cajón y cogió la cartera y la miró con pesar. Le molestaba mucho gastar su dinero, aunque no podría decir por qué.
– Ve -le ordenó él, y ella obedeció porque estaba hambrienta.
Mientras estaba sentada en la cafetería masticando lentamente galletas saladas que estaban rancias y comiendo puré de patata, sucumbió a la tentación de examinar la cartera. Mirando alrededor con aire culpable, examinó primero las pocas fotos que llevaba. Una era obviamente de su madre, a la que Cathryn no recordaba, porque había muerto cuando Rule era un niño. El débil parecido con la forma de las cejas y la boca era lo único que proclamaba los vínculos familiares. Otra era del padre de Rule, alto y flaco, con un delgado niño de unos diez años de edad de pie, rígido, a su lado, frunciendo el ceño a la cámara. Cathryn sonrió levemente, había visto muchas veces ese mismo semblante ceñudo en la cara del hombre adulto.
Al continuar girando los portafotos plastificados, se quedó boquiabierta. Aunque suponía que habría una foto de ella, la que vio allí no era la que esperaba. Había pensado que quizás llevaría el retrato de clase que se hizo el último año de la escuela secundaria, o incluso alguna de sus fotos de la universidad, pero la que Rule llevaba era una que se había hecho cuando inició el primer grado. Había sido la más pequeña de la clase, todavía no se le había caído ningún diente y esos pequeños dientes estaban clavados en su labio inferior con dolorosa intensidad mientras miraba fijamente la cámara con unos ojos enormes, sombríos y oscuros. ¿Cómo es que tenía esa foto? Ella tenía doce o quizás trece años, cuando él vino al rancho. No se acordaba exactamente. Solo había podido haber sacado esa foto del álbum de familia.
Había otra foto… de Ward Donahue. Cathryn clavó la mirada en su padre con los ojos borrosos, luego siguió curioseando. Rule sólo llevaba la documentación imprescindible: el permiso de conducir, la licencia de piloto y la tarjeta de la seguridad social. Excepto eso y cuarenta y tres dólares, su cartera estaba vacía.
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