Las lágrimas hicieron que le escocieran los ojos. Cuatro fotos y tres tarjetas eran todos sus documentos personales. No había nada más en los otros apartados, ningún apunte, nada que indicara la naturaleza del hombre que se mantenía tan fuertemente cerrado en su interior. Repentinamente comprendió que en toda su vida, Rule sólo le había dicho a una persona "te necesito" y ella lo abandonó sin escucharlo.
Respiró profunda y temblorosamente. Casi había cometido el peor error de su vida, y estaba casi agradecida al accidente de Rule porque le había impedido marcharse y quizás causar entre ellos una grieta irreparable. Lo amaba y lucharía por su amor.
Había optado por no decirle nada, pero cuando ya había anochecido las palabras salieron sin querer.
– ¿Cómo conseguiste ese retrato mío que llevas en la cartera?
Una sonrisa sardónica curvó una esquina de su boca.
– Me preguntaba si habrías sido capaz de resistir la tentación. Obviamente no lo has sido.
Aunque se ruborizó, Cathryn ignoró la broma.
– ¿Dónde la conseguiste? -insistió.
– De una caja de zapatos llena hasta arriba de fotos antiguas. Hay varias guardadas en el desván. ¿Por qué?
– No lo entiendo. ¿Por qué esa foto en particular?
– Ésta me recuerda a algo -dijo él finalmente de mala gana.
– ¿A qué?
Cuidadosamente Rule giró la cabeza para mirarla, sus ojos eran tan oscuros como la medianoche.
– ¿Estás segura de que quieres saberlo?
– Sí. Parece una elección tan extraña.
– En realidad no lo es. Fue por los ojos -refunfuñó-. Tenías la misma expresión seria y asustada en tus ojos cuando los abriste y me miraste, allá en el río, después de haber hecho el amor por primera vez.
El recuerdo fue como un relámpago, dejándola atontada, cuando lo revivió en su mente como si hubiera acabado de pasar. Él se izó apoyándose en los codos, apartando su peso de los jóvenes y delicados pechos y le había dicho:
– Cat -en voz quedamente exigente. Hasta ese momento ella había estado envuelta en una nube, pero el sonido de su voz la había hecho ser consciente de muchas cosas: el calor abrasador del sol en lo alto, el picor de la hierba bajo su cuerpo desnudo, el perezoso zumbido de una abeja en busca del polen de una tentadora flor, las llamadas musicales de las aves en el árbol más cercano.
También se dio cuenta de la enormidad de lo que había hecho y con quién lo había hecho, la identidad del hombre que todavía la tenía entre sus brazos. Se dio cuenta de los dolores poco familiares de su cuerpo, mientras sentía todavía los ecos del placer. Aterrorizada del tumulto de sensaciones que la habían conmocionado emocional y físicamente, el naciente deseo para hacerlo una vez más había sido casi más de lo que podía soportar. Sus ojos asustados se habían abierto repentinamente para clavar la mirada en él, reflejando en sus profundidades suaves y oscuras la incertidumbre de haber dado el primer y más importante paso hacia su feminidad.
Ahora, en estos momentos fue incapaz de decir nada y después de un momento él suspiro fatigosamente y cerró los ojos. Los ojos femeninos vagaron con inquietud sobre la pálida cara. Durante semanas había soportado la vigilia al lado de la cama de David antes de que muriera y recordaba el dolor de aquellos días interminables. No es que pudiera compararse, ya que Rule se recuperaría, pero la leve semejanza era suficiente para retorcerle el corazón. Había sido horrible perder a David. Si le pasara algo a Rule no podría soportarlo.
Pasaron una mala noche. Cathryn ni siquiera se molestó en ponerse el camisón que Lewis le había traído. Aunque alquiló uno de los plegables que estaban disponibles para los acompañantes que se quedaban a pasar la noche con los pacientes, pero bien hubiera podido quedarse sentada en la silla por lo poco que durmieron esa noche ella y Rule. Entre la incomodidad de su pierna y el nauseabundo dolor de cabeza que tenía, Rule esta inquieto y parecía que cada vez que lograba tranquilizarse y empezaba a dormirse, entraba una enfermera para despertarlo. Al amanecer la opinión de él sobre esa práctica sólo incluía palabrotas y Cathryn habría tenido un ataque de nervios si no hubiera estado tan cansada.
Quizás fue el dolor que tenía lo que hizo que soñara con Vietnam, pero repetidas veces se despertaba del ligero sueño, irritable, con las manos formando puños y el sudor inundando su cuerpo. Cathryn no preguntaba nada, simplemente lo calmaba con su presencia, hablándole suavemente hasta que se relajaba. Estaba agotada, pero estaba a su lado cada vez que sus ojos se abrían destellando, evidenciando su amor con cada tierna caricia de sus dedos. Él no podría decir que era, pero respondía a sus caricias, calmándose siempre que ella estaba cerca. Aquella noche era un hombre enfermo, y al día siguiente tuvo un poco de fiebre. Aunque las enfermeras la aseguraron de que eso no era raro, no se separó de él, manteniendo una compresa con hielo sobre su frente y refrescando continuamente su torso con un paño húmedo.
Durmió todo seguido la segunda noche, lo que fue una suerte, porque Cathryn cayó sobre el plegable y no se movió para nada. No había duda de que no lo habría oído si la hubiera llamado.
El martes por la mañana se sintió aliviada y alarmada a la vez cuando el doctor le dijo que podían irse a casa. Estarían más cómodos en el rancho, pero no estaba segura de que Rule estuviera lo bastante bien para prescindir de constante supervisión médica. El doctor le aseguró amablemente que Rule estaba bien pero le dio instrucciones para que no se moviera al menos durante el resto de la semana. No podía bajo ningún concepto levantarse de la cama hasta que el dolor de cabeza y los mareos hubieran pasado, ya que sería arriesgado que intentase caminar con muletas mientras su equilibrio no fuera como debiera ser.
El vuelo hacia el rancho lo dejó agotado y su cara estaba alarmantemente pálida cuando, no sin dificultad, varios trabajadores lo llevaron arriba y lo colocaron sobre la cama. A pesar de haberlo llevado cuidadosamente, se agarraba la cabeza debido al dolor, y Lorna, que los había seguido con expresión de alivio, salió de la habitación con lágrimas en los ojos. Los hombres desfilaron y dejaron que Cathryn lo pusiera cómodo.
Con cuidado le quitó la camisa y los vaqueros, que había cortado por la pierna izquierda para que pudiera pasar la escayola. Después de apoyar la pierna sobre almohada y apartar las mantas, le tapó con la sábana.
– ¿Tienes hambre? -preguntó ella preocupada, ya que su apetito era casi inexistente-. ¿Tienes sed? ¿Necesitas algo?
Él abrió los ojos y miró alrededor.
– Éste no es mi cuarto -refunfuñó sin contestar a sus preguntas.
Cathryn había pensado mucho en la distribución de la casa y le había dicho a Lorna que cambiase las cosas de Rule a la habitación de invitados que estaba en la parte de delante de la casa. La habitación de él estaba en la parte de atrás, dando a los establos, y Cathryn no creyó que pudiera descansar con toda la actividad del patio. Y no sólo esto, la habitación de invitados estaba al lado de la suya, lo que sería más cómodo si él la llamaba; y tenía un baño incorporado a la habitación, el único dormitorio de la casa con ese lujo. Considerando la relativa inmovilidad de Rule, lo del cuarto de baño era el factor más importante. Sólo esperaba que él cooperase.
– No, es la habitación contigua a la mía. Te quería tener cerca durante la noche -dijo serenamente-. También tiene un cuarto de baño -agregó.
Él se lo pensó, sus pestañas bajaron para ocultar su expresión.
– Bien -accedió finalmente-. No tengo hambre, pero pídele a Lorna un poco de sopa o algo así. Eso hará que se sienta mejor.
Así que a pesar de como se encontraba, había notado que Lorna estaba preocupada. Cathryn no se cuestionó la lealtad de Lorna hacia él. ¿Quién podía saber los secretos que había escondidos tras la estoica expresión de la cocinera? Y además se alegraba de que se preocupara por otras personas, ya que durante demasiado tiempo había pensado que era incapaz de preocuparse de los demás.
– ¿Dónde está Lew? -se inquietó Rule-. Tengo que hablar con él.
Cathryn lo miró con severidad.
– Ahora escúchame bien, Rule Jackson. Tienes órdenes estrictas de estar tranquilo, y si me das problemas, te cogeré y te llevaré al hospital tan rápido que la cabeza te dará vueltas más rápido de lo que hace ahora. Nada de trabajar, nada de preocuparse, ningún intento de levantarte por ti mismo. ¿Está claro?
La miró furioso.
– Maldita sea, tengo que hacer una venta…
– Y la haremos -lo interrumpió ella-, no digo que no puedas hablar en absoluto con Lewis, pero voy a asegurarme de que descanses más de lo que hables.
El hombre suspiró.
– Te sientes poderosa ahora que estoy tan indefenso como una tortuga puesta sobre su espalda -dijo con una engañosa mansedumbre-. Pero esta situación no durará siempre, así que será mejor que lo recuerdes.
– Oh, me das tanto miedo -bromeó ella, inclinándose para besarlo rápidamente en la boca y enderezándose antes de que los reflejos de él pudieran reaccionar. Sus ojos oscuros y somnolientos recorrieron el cuerpo femenino de arriba a abajo con una perezosa amenaza; luego sus pestañas se negaron a alzarse de nuevo quedándose dormido.
Cathryn silenciosamente abrió la ventana para dejar entrar un poco de aire fresco, y luego fue de puntillas hacia la puerta, saliendo y cerrándola tras ella.
Ricky estaba en el pasillo, apoyada en la pared, sus sesgados ojos color avellana eran dos líneas llenas de furia.
– Le dijiste a Lewis que no me llevara al hospital para ver a Rule, ¿verdad? -la culpó-. No querías que estuviera con él. Lo querías todo para ti.
Temiendo que la voz enfadada de la mujer lo despertara, Cathryn la agarró suavemente del brazo y la apartó de la puerta.
– ¡No hables tan fuerte! -susurró con ira-. Está durmiendo y necesita todo la tranquilidad posible.
– ¡Estoy segura de que sí! -se burló Ricky.
Cathryn había pasado dos días horribles y sus nervios se crisparon.
– Piensa lo que quieras, pero mantente apartada de él. Nunca he hablado más en serio. Te lo advierto, haré lo que tenga que hacer para impedir que lo contraríes mientras esté tan enfermo. ¡Es mi rancho, y si quieres quedarte aquí más vale que hagas lo que te digo! -dijo bruscamente.
– ¡Oh, Dios mío, me pones enferma! ¡Tu rancho! ¡Tú casa! Siempre te has creído que eres mejor que los demás por este estúpido rancho.
Cathryn apretó los puños. Se sentía enferma. Enferma y cansada de los celos de Ricky y de su rencor, aunque los entendiera. Quizás Ricky vio que el último hilo de control desaparecía de la expresión de Cathryn, porque se alejó rápidamente y bajó las escaleras, dejando a Cathryn de pie en el pasillo intentando controlar la rabia que la quemaba.
Después de varios minutos bajó a la cocina para decir que Rule había pedido sopa, sabiendo por la experiencia anterior que su siesta sería corta, y quería tener algo preparado para que comiera cuando se despertara. Los ojos húmedos de Lorna se iluminaron cuando supo que Rule quería que ella hiciera algo por él y se precipitó hacia los fogones. Al cabo de media hora había una bandeja preparada con un tazón rebosante de sabrosa y espesa sopa de verduras y un vaso de té helado. Cuando Cathryn subió la bandeja rumió que si Rule todavía estaba dormido, era muy capaz de comerse la sopa ella. Repentinamente estaba muerta de hambre.
Pero Rule se movió cuando abrió la puerta, removiéndose incómodo en la cama. Trató de sentarse y ella rápidamente colocó la bandeja en la mesita de noche y se apresuró a ir a ayudarle, poniéndole un brazo detrás del cuello para sujetarlo mientras colocaba las almohadas en la posición más adecuada para que pudiera apoyarse en ellas. Luego tuvo que colocarle la pierna para que estuviera cómodo, un proceso que hizo que la mandíbula masculina se tensara antes de que hubiera acabado.
Se tomó la sopa con más apetito de lo que había mostrado en el hospital, pero el tazón estaba todavía medio lleno cuando lo apartó.
– Aquí dentro hace calor -dijo irritado.
Cathryn suspiró, pero él tenía razón. Las ventanas daban al sudoeste, y la habitación estaba caliente por el sol de la tarde que entraba de lleno. No era tan evidente para alguien que no tuviera que pasarse el día entero metido en el dormitorio, el sudor ya brillaba sobre el torso y la cara del hombre. En la casa nunca se había instalado calefacción ni aire acondicionado, así que la única solución que se le ocurría era comprar un aparato para poner en la ventana. Mientras recordó que tenían un ventilador eléctrico y fue a buscarlo. Al menos mantendría el aire en movimiento hasta que pudiera ir a comprar un acondicionador de aire.
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