Enchufó el ventilador y lo puso en marcha, dirigiendo el aire hacia su cuerpo. Rule suspiro y alzó el brazo derecho para cubrirse los ojos.

– Recuerdo un día en Saigón -murmuró-. Hacía un calor tan horroroso que incluso el aire parecía denso. Las botas se me pegaban al pavimento cuando atravesé la plataforma del helicóptero. Eso era calor, Cat, tan terriblemente caliente que si Vietnam no fuera el infierno, lo sería esto. Durante años, la sensación de sentir como el sudor iba bajando poco a poco por mi espalda era tan mala como la de sentir una serpiente avanzando lentamente sobre mí, porque me recordaba aquel día en Saigón.

Cathryn permaneció allí de pie inmóvil, con miedo a decir algo. Era la primera vez que Rule compartía uno de sus recuerdos de la guerra, y no estaba segura de si era porque lentamente se estaba acostumbrando a hablar sobre ello o porque en ese momento estaba algo aturdido. Él contestó a esa pregunta cuando apartó el brazo y clavó en ella sus ojos oscuros e intensos.

– Hasta un día de julio, hace ocho años -murmuró él-. Ese día hacía un calor abrasador y cuando te vi bañándote desnuda en el río me diste envidia, y pensé en nadar contigo. Pero luego se me ocurrió que algún otro hombre también podría haber visto tu desnudez y quise sacudirte hasta que te castañearan los dientes. Y ya sabes que pasó -continuó suavemente-. Y mientras te hacía el amor el sol me quemaba en la espalda y el sudor recorría mi piel, pero aquel día no pensé en Vietnam. En lo único que podía pensar era en la forma tan dulce y salvaje en que te movías entre mis brazos, allá debajo de mí y quemándome con un tipo diferente de calor. Después de ese día nunca me importó pasar calor y sudar porque lo único que tenía que hacer era alzar la vista hacia el sol de Texas y pensar en hacer el amor contigo.

Cathryn tragó, incapaz de hablar o de moverse. Él alargó la mano hacia ella.

– Ven aquí.

Se encontró con las rodillas apoyadas en la cama, a su lado, la mano masculina sobre su pelo, acercándola a él. Rule no cometió el error de intentar recorrer la mitad del camino para encontrarse con ella; la acercó del todo haciendo que la mitad superior de su cuerpo quedara sobre la cama. Sus bocas se encontraron salvajemente y su lengua le envió un mensaje tan viril que la dejó mareada.

– Te deseo ahora -murmuró besándola, cogió la mano femenina e hizo que la deslizara por su cuerpo, hacia abajo. Cathryn gimió cuando sus dedos confirmaron la necesidad masculina.

– No podemos -protestó, apartando los labios, aunque sin darse cuenta siguió acariciándolo suavemente, su mano subió hasta tocar y el duro y delgado vientre-. No puedes. No deberías moverte…

– No me moveré -prometió, engatusándola con un ronco murmullo-. Estaré completamente quieto.

– Mentiroso -su voz vibraba de ternura-. No, Rule. Ahora no.

– Se supone que debes hacer que esté satisfecho.

– Eso no fue lo que dijo el doctor -contestó ella divertida-. Dijo que debo hacer que permanezcas tranquilo.

– Estaré tranquilo si haces que esté satisfecho.

– Por favor, sé razonable.

– Los hombres, cuando están cachondos, nunca han sido razonables.

No le quedó más remedio que reírse, enterrando la cara en el pelo rizado de su pecho hasta que pudo controlar las risas.

– Pobrecito, mi bebé -canturreó dulcemente.

Él sonrió y abandono el intento de convencerla, y ella se quedó con la duda de si hubiera podido resistir sus sensuales súplicas si hubiera insistido un poco más.

Enredó los dedos en el pelo de ella, observando las hebras rojo oscuro.

– ¿Piensas marcharte ahora que no puedo hacer nada para impedirlo? -preguntó de una manera engañosamente casual.

Cathryn levantó la cabeza rápidamente, tirándose del pelo al hacerlo. Se estremeció y Rule dejó caer el cabello que aún sujetaba.

– ¡Desde luego que no! -negó indignada.

– ¿No lo has pensado en ningún momento?

– En ningún momento -le sonrió y acarició con un dedo un pequeño pezón que encontró entre los rizos masculinos-. Creo que me quedaré cerca de ti, después de todo. Supongo que no soy capaz de perder la oportunidad de darte órdenes continuamente. Nunca se me presentará otra.

– ¿Así que te quedas por venganza? -él también sonreía, una pequeña sonrisa que apenas curvó su boca, pero en el caso de Rule, eso ya era algo. No era muy dado a sonreír.

– Puedes estar seguro -afirmó, acariciando el pequeño brote de carne que ya estaba tenso-. Voy a hacerte pagar por cada beso, y disfrutaré mirando como te retuerces. Y todavía te debo la azotaina que me diste. No puedo hacerte pagar la deuda del mismo modo, pero puedes estar seguro que ya se me ocurrirá algo.

Una trémula respiración levantó el pecho masculino.

– Apenas puedo esperar.

– Lo sé -dijo ella regocijada-. Hacerte esperar… y esperar… y esperar.

– Me has hecho esperar durante ocho años. ¿Es que quieres repetirlo? ¿Me quieres convertir en un monje?

– ¡Has estado muy lejos de ser un monje, Rule Jackson, así que no intentes decir lo contrario! Wanda me explicó cual era tu reputación en el pueblo. "Salvajemente viril", así fue como te describió, y ambos sabemos lo que eso significa.

– Mujeres chismosas -se quejó él.

A pesar de estar de mejor humor se cansaba rápidamente, y cuando lo ayudó a recostarse, no protestó.

El aparato de aire acondicionado era lo primero de su lista de la compra, pero Lewis, habiendo empleado tiempo para traer a Rule del hospital a casa, estaba demasiado ocupado para que le pudiera pedir que fuera a San Antonio en la avioneta, que probablemente era la ciudad más cercana donde encontraría el pequeño acondicionador de aire, que no requeriría un trabajo adicional de electricidad en la casa. Eso significaba que tenía que conducir, un trayecto de casi dos horas. Y el parte meteorológico daba más de lo mismo: calor, calor y calor. Rule necesitaba aquel aparato de aire.

Pero ahora estaba agotada, y el pensar en el tiempo que tendría que estar conduciendo era algo que en estos momentos la superaba. Mañana madrugaría y estaría en la tienda de aparatos de aire acondicionado de San Antonio cuando abriesen. Si lo hacía así podía estar de vuelta antes del mediodía y se evitaría las peores horas de calor.

Después de una larga ducha fue a ver de nuevo a Rule y vio que todavía dormía. Era el rato más largo que había dormido todo seguido y eso la tranquilizó porque significaba que se estaba curando. Contemplando pensativamente la escayola blanca que cubría su pierna desde la rodilla a los dedos del pie, esperó que se la pudiera quitar pronto y que Rule estuviera de nuevo en el sitio que le correspondía, llevando el rancho. Aunque le gustaba mucho la idea de tenerlo a su merced durante unos cuantos días, todavía le dolía verle débil e indefenso.

Aprovechando la tranquilidad, se metió en la cama y se durmió al instante, sólo para ser despertada por una voz profunda e irritada que gritaba su nombre. Se sentó en la cama, se apartó el pelo de la cara y miró el reloj. Había dormido dos horas seguidas. ¡No era raro que Rule la llamara! Debía estar despierto ya desde hacía un rato y se debía preguntar si no lo había abandonado.

Apresurándose hacia su habitación comprendió que ese no era el caso en absoluto. El sonrojo de su cara y el pelo enredado dejaban ver claramente que acababa de despertarse y que la había llamado inmediatamente. Después de dos días de estar todo el tiempo a su lado, se había acostumbrado a tenerla a su servicio.

– ¿Dónde estabas? -recriminó impaciente.

– Durmiendo -contestó ella y bostezó-. ¿Qué quieres?

Durante un momento permaneció allá tendido, mirándola gruñón. Luego dijo:

– Tengo sed.

Había un jarrón de agua y un vaso en la mesita de noche, pero Cathryn no protestó y le sirvió el agua. El doctor le había dicho que durante varios días, Rule tendría dolores de cabeza terriblemente fuertes y que el menor movimiento sería doloroso. Pasó la mano por la almohada para levantarle cuidadosamente la cabeza mientras le sostenía el vaso. Se lo bebió todo.

– Hace tanto calor aquí -suspiró él cuando el vaso quedó vacío.

Estaba de acuerdo con él.

– Mañana a primera hora me voy a San Antonio para comprar un aparato de aire acondicionado -dijo Cathryn-. Aguanta un poco y mañana estarás más cómodo.

– Eso es un gasto innecesario -empezó a fruncir el ceño.

– No es innecesario. No recuperarás las fuerzas tan rápido si estás aquí sudando y medio muerto de calor.

– Aún así no me gusta…

– Da igual que te guste o no -le informó ella-, he dicho que compraré un aparato de aire acondicionado y no hay más que hablar.

Sus ojos oscuros se posaron en ella severamente.

– Disfrútalo, porque cuando me levante y pueda volver a caminar, vas a estar en problemas.

– No me das miedo -se rió ella, aunque no era del todo cierto. Él era tan fuerte y duro y tenía tanto poder sensual sobre ella que aunque no le tuviera miedo exactamente, si sentía cierta cautela.

Después de un momento la expresión de los ojos masculinos se suavizó.

– Vas a caerte dormida en el suelo. En lugar de venir corriendo cada vez que te llame, ¿por qué no duermes aquí conmigo? Probablemente los dos dormiríamos mejor.

La sugerencia era tan provocativa que casi se metió en la cama del hombre en ese mismo momento, pero recordó el intentó medio en serio de seducirla que había hecho sólo unas pocas horas antes y de mala gana renunció a hacerlo.

– Ni hablar. Nunca descansarías con una mujer en tu cama.

– ¿Cómo la semana que viene? -murmuró él, acariciándola el brazo desnudo con un dedo.

Cathryn se sintió dividida entre la risa y las lágrimas. ¿Acaso notaba él lo drásticamente que habían cambiado sus sentimientos? Era como si supiera que la única cosa que la mantenía alejada de su cama eran sus heridas. Actuaba como si todo estuviera ya decidido entre ellos, como si no hubiera más dudas que nublaran su mente. Quizás no las había. La verdad es que no había tenido tiempo de decidir que haría con su propuesta de matrimonio, pero sabía que pasase lo que pasase no iba a poder huir de él otra vez. Tal vez su decisión ya estaba tomada y sólo tenía que asumirla. Había tantos quizás…

Pero sería una tonta si se comprometiera ahora mismo. Estaba cansada, agotada del trauma de los dos días anteriores. Y tenía que manejar un rancho, una venta de caballos, la malicia de Ricky y las demandas de Rule que tanto tiempo la ocupaban. Ahora tenía demasiadas cosas en la cabeza para tomar una decisión tan seria. Una de sus reglas fundamentales era no tomar ninguna decisión irrevocable mientras estuviera bajo tensión. Más adelante, cuándo Rule pudiera levantarse, tendría mucho tiempo para eso.

Le sonrió y le acarició el pelo apartándolo de la frente.

– Hablaremos la semana que viene.

Capítulo 9

– ¡Cat!

– Señora Ashe, ¿qué piensa usted…?

– Cathryn, necesitamos…

– Cat, necesito un afeitado…

– Por Dios, Cathryn, no puedes hacer algo sobre…

– Cathryn, lo siento, pero Rule no me dejará hacer nada por él…

Cathryn nunca había tenido antes tantas personas pronunciando su nombre y exigiéndole su tiempo y atención. Parecía que por cualquier lado que se girase había algún problema que requería su atención inmediata. Había mil y una cosas para hacer cada día en el rancho y aunque Lewis Stovall era indispensable, había decisiones que él no podía tomar y que Rule no estaba en condiciones de manejar. Mónica siempre parecía querer algo y Ricky no paraba de quejarse. Lorna intentó quitar de los hombros de Cathryn un poco de la carga que suponía cuidar a Rule. Pero nadie más que Cathryn podía afeitarlo, alimentarlo, bañarlo y ocuparse de sus necesidades personales. Nadie más que Cathryn podía mantenerlo entretenido.

De todas las voces que la llamaban cada día, la de Rule era la que más veces se oía. Subía y bajaba corriendo las escaleras incontables veces cada día para contestar a sus demandas. No es que fuera un enfermo difícil, simplemente quería que ella y solo ella cuidara de él.

Cathryn había comprado un aparato de aire acondicionado al día siguiente de salir del hospital y Rule pudo descansar mejor cuando la habitación tuvo una temperatura más confortable. El tranquilo zumbido del motor también tapó los ruidos que podrían haberlo molestado. Durmió mucho, pero cuando estaba despierto no era precisamente muy paciente si Cathryn no acudía inmediatamente.

No podía enfadarse con él, no cuando ella misma podía ver lo pálido que se ponía por poco que intentara moverse. Su pierna todavía le dolía y ahora también empezaba a picarle bajo el yeso y Rule no podía hacer nada para aliviar ni una cosa ni otra. No le sorprendía que tuviera malas pulgas; cualquiera estaría de mal humos en las mismas condiciones. Para un hombre de su temperamento, se comportaba mucho mejor de lo que había esperado.