A Cathryn las lágrimas le quemaban los ojos, aunque sabía desde el principio que probablemente el resultado iba a ser ese. No había nada de decir. Todos en el granero permanecían silenciosos, observando a la pequeña criatura. Pero cuando miraron en otra dirección, no vieron la muerte, sino la vida gloriosa y hermosa de otros dos recién nacidos husmeando con sus delicados hocicos por cada rincón de su nuevo espacio.
Lewis se encogió de hombros, moviéndolos para desentumecerlos.
– Ha sido una larga noche -suspiró-. Y tenemos un largo día por delante. Vamos a lavarnos y a comer.
Cathryn casi había llegado a la casa cuando se dio cuenta de que Ricky no estaba con ella. Miró alrededor y la vio con Lewis. Abrió la boca para llamarla, cuando de repente la mano de Lewis salió disparada para agarrar el brazo de Ricky. Era evidente que estaban discutiendo, aunque no lo hubieran hecho justo un momento antes. Luego Lewis deslizó un brazo por la cintura de Ricky y la arrastró con él hacia su pequeña casa. Y no es que Ricky necesitara que la obligaran, pensó Cathryn irónicamente, observando como la puerta se cerraba detrás de ellos.
Bien, bien. Así que Lewis era el vaquero que Mónica había mencionado. Ni siquiera lo había sospechado, aunque si hubiera estado menos preocupada por Rule, podría haber advertido como miraba Lewis a Ricky. La había estado mirando aquel día cuando Cathryn había visto como abrazaba a Rule. Tal vez Ricky no lo sabía aún, pero Lewis Stovall era un hombre que sabía lo que quería y como conseguirlo. Más valía que Ricky hubiera disfrutado de sus pasados lías de libertas, pensó Cathryn sonriente. Desde luego eso haría que Ricky dejará perseguir a Rule.
– ¿Cómo ha ido todo? -preguntó Lorna cuando Cathryn entró lentamente en la cocina, gimiendo a cada paso.
– Sable ha tenido gemelos, pero uno ha muerto hace sólo unos minutos. Pero el potro de Andalusia es grande, tan rojo como el fuego, así que Rule quedará complacido. Le gustan los caballos rojos.
– Hablando de Rule… -dijo Lorna significativamente.
Cathryn se estremeció.
– Oh, válgame Dios. Lorna, no puedo. Aún no. Estoy muerta y él me hará picadillo.
– Bien, intentaré explicárselo -pero Lorna parecía dudosa y Cathryn casi cedió. Si su cuerpo no estuviera derrumbándose de cansancio podría haberse rendido al impulso de verlo, pero estaba demasiado cansada para enfrentarse ahora a él.
– Háblale de los potros -indicó bostezando-. Y dile que me he ido directamente a la cama para dormir unas cuantas horas, que ya iré a verlo cuando me levante.
– No le gustará. Quiere verte ahora.
De repente Cathryn se rió ahogadamente.
– Se me ocurre una idea. Dile que le he perdonado. Eso lo pondrá tan furioso que si tienes suerte, ni siquiera te hablará.
– ¿Pero no irás a verlo ahora?
– No, ahora no. Estoy demasiado cansada.
Más tarde, mientras estaba allí en la cama, somnolienta, lamentó no haber ido a verlo. Podría haberle contado lo de los potros y él habría entendido si se ponía a llorar sobre su hombro. Ella le estaba dando una lección, pero esperaba no tener que aprenderla con él. Menos mal que había prometido ir a verlo más tarde, porque un día sin estar con él era casi más de lo que podía soportar.
Lorna la despertó aquella tarde para que atendiera una llamada telefónica. Medio dormida fue tambaleándose hacia el teléfono.
– Hola -dijo Glenn Lacey alegremente-. Sólo quería recordarte nuestra cita de esta noche. A ver si adivinas donde vamos.
Cathryn se quedó sin habla. Había olvidado que aquella noche había quedado con Glenn.
– ¿Dónde? -preguntó débilmente.
– He conseguido entradas para ir a ver jugar esta noche a los Astros en Houston. Te recogeré a las cuatro y volaremos a la ciudad para cenar antes del partido. ¿Qué te parece?
– Me parece estupendo -Cathryn suspiró, pensando tristemente en el hombre que estaba arriba.
Capítulo 10
Si no hubiera sido por Rule, Cathryn se hubiera divertido. Por fuera parecía feliz, riendo y hablando, pero por dentro se sentía desgraciada. Era como si él estuviera en medio de los dos, invisible para todo el mundo menos para ella. Si se reía, pensaba en Rule, inmóvil en la cama esperando que fuera a él porque él era incapaz de levantarse e ir a por ella y entonces se sentía culpable por reírse. Se sentía culpable de todos modos, porque Glenn era un compañero divertido, poco exigente y ella no le podía prestar toda su atención.
Una vez en el partido fue capaz de concentrarse en el juego y apartar a Rule de sus pensamientos. Nunca había sido una gran admiradora del béisbol, pero le gustó mirar a la muchedumbre. Había gente de todas formas, tamaños y vestimentas. Una pareja estaba, obviamente, encandilados, sin prestar ninguna atención al partido de béisbol y dedicándose al romance ante miles de testigos. Un hombre sentado justo abajo de ellos llevaba sólo unos zapatos de lona y un cortísimo pantalón; se había atado la camisa alrededor de la cabeza y aplaudía igual de fuerte a los dos equipos. Glenn era de la opinión que no sabía cual era su equipo.
Pero incluso observar a la gente tenía sus momentos dolorosos. Vio a un hombre con el pelo negro y espeso y la respiración se le detuvo durante un doloroso instante. ¿Qué estaría haciendo Rule ahora? ¿Había comido algo? ¿Tenía dolores?
Ella lo había contrariado y el doctor había dicho que tenía que estar tranquilo. ¿Y si intentaba levantarse y se caía?
Era consciente, como si un profundo escalofrío le recorriera los huesos, de que si no había estado furioso antes, lo estaría ahora. Pero no podía anular la cita con Glenn en el último minuto; Glenn era demasiado agradable para tratarlo con tanta desconsideración. Quizás lo habría entendido y hubiera sabido aceptarlo sin enfadarse, pero Cathryn consideró que habría sido una descortesía después de que había comprado las entradas para el partido.
Lágrimas repentinas y amargas le quemaron los ojos y tuvo que girar la cabeza para que Glenn no se diera cuenta, fingiendo que observaba la muchedumbre. Deseó estar en casa, estar bajo el mismo techo que Rule, así podría pasar por su habitación y asegurarse de que estaba bien, aunque estuviera tan enfadado como para morder. ¡Amor! ¿Quién había dicho que el amor hacía girar el mundo? El amor era un dolor que mataba, una adicción que exigía ser alimentada; incluso aunque doliera sabía que lo amaría de cualquier forma. Rule era una parte de ella, tanto que sólo estaría medio viva sin él. ¿Es que aún no lo había aprendido?
Amaba a Rule y amaba el rancho, pero entre los dos la estaban volviendo loca. No sabía cuál era más exigente y lo que sentía hacia ambos sólo complicaba las cosas.
Echando una ojeada a Glenn, comprendió que no podía imaginarse a Rule sentado allá en el estadio, mordisqueando un perrito caliente y bebiendo cerveza aguada. Nunca había visto a Rule relajándose con algo. Se presionaba a sí mismo hasta que estaba tan cansado que tenía que irse a dormir, luego comenzaba el mismo ciclo a la mañana siguiente. Leía mucho, pero no se podía decir que fueran lecturas de entretenimiento. Leía gruesos libros técnicos de cría y genética; estudiaba linajes que se mantenían con medicinas nuevas y métodos veterinarios. Su vida transcurría alrededor del rancho. Había ido al baile, pero no había participado. Había ido sólo para asegurarse de que ella no se iba con otro hombre. ¿Existía algo para él excepto ese rancho?
De repente una ola de resentimiento la recorrió. ¡El rancho! ¡Siempre el rancho! Sería mejor si lo vendiera. Puede que perdiera a Rule, pero al menos sabría de una u otra manera lo que sentía por ella. Amargamente comprendió que estaba mucho más celosa del rancho de lo que nunca había estado de una mujer. Los intentos de Ricky por atraer las atenciones de Rule la habían enfurecido, pero también le daba lástima, porque Cathryn sabía que su hermanastra no tenía ninguna posibilidad. Ricky no tenía lo que importaba; era ella la que tenía el rancho.
Si tuviese agallas le preguntaría a Rule sin rodeos lo que quería de ella. Esa era la parte dura de amar a alguien, pensó amargamente; te dejaba tan insegura y vulnerable. El amor convertía personas cuerdas en maníacos, valor en cobardía, principios morales en temblorosas necesidades.
Cuando Glenn se levantó, se estiró y bostezó, comprendió que el partido había terminado y tuvo que mirar rápidamente el marcador para averiguar quién había ganado. Los Astros, pero sólo de una carrera. Había sido un juego de puntos bajos. Un duelo de pitchers en vez de bateadores.
– Parémonos a tomar un café antes de emprender el camino de vuelta -sugirió Glenn-. Sólo me he tomado una cerveza pero quiero estar bien despejado antes de ir al avión y empezar a volar.
Al menos él todavía estaba cuerdo, pensó Cathryn. En voz alta dijo que el café le parecía muy buena idea y se pasaron una larga hora en la cafetería del aeropuerto. Era consciente de como iban pasando los minutos, consciente de que si Rule estaba todavía despierto, a estas horas estaría temblando de furia. El pensar en eso la hizo estar ansiosa y a la vez reacia por volver, queriendo aplazarlo lo más posible.
Cuando ya se habían puesto los cinturones de seguridad en sus asientos del avión, pareció que iba a conseguir su deseo. Bruscamente Glenn apagó el motor.
– No hay presión en el combustible -refunfuñó saliendo de su asiento.
El carburador se había estropeado. Llevó su tiempo encontrar otro e instalarlo, por lo que ya era medianoche cuando finalmente estuvieron en el aire. Glenn llevó el avión a su hangar y la condujo a casa. Después de besarla amistosamente en la mejilla y dejarla en la puerta, ella se quitó los zapatos como una adolescente entrando a hurtadillas en su casa tras regresar tarde de una cita, y fue de puntillas por la casa sumida en la oscuridad, evitando los puntos en que el viejo piso crujía.
Cuando pasó de puntillas por delante de la puerta de Rule, vio la delgada línea de luz bajo ella y vaciló. El hombre no llegaba a la lámpara para apagarla. Si todos se habían ido a la cama sin girar la lámpara, la luz le molestaría durante toda la noche. Y no es que quedara mucha noche, pensó irónicamente divertida. ¿Por qué no admitía que lo que quería era mirarlo? Habían pasado unas treinta y seis horas sin verlo y de repente le pareció demasiado tiempo. Como una drogadicta, necesitaba su dosis.
Moviéndose despacio, cautelosamente, abrió la puerta y echó una ojeada. Al menos estaba acostado, o sea que alguien se había acordado de ayudarlo a colocarse. Tenía los ojos cerrados y los amplios y pesados músculos de su pecho se movían acompasadamente.
Un pequeño y cálido temblor la traspasó y agitó su alma. ¡Dios, era tan atractivo! Su oscuro y sedoso pelo estaba despeinado, su mandíbula oscurecida por un inicio de barba; un poderoso brazo se alzó para apoyarse al lado de la cabeza, su mano estaba relajada. Recorrió con la mirada el brillo de sus hombros bronceados, el brote viril del vello oscuro que cubría su pecho y llegaba al abdomen, luego su mirada se detuvo en el la parte desnuda de su musculoso muslo que estaba a la vista. La sábana le llegaba justo hasta debajo del ombligo, pero su pierna izquierda estaba completamente destapada, con el yeso apoyado sobre el montón de almohadas.
Temblando ante la vista de su belleza masculina, anduvo silenciosamente hacia la cama y se inclinó para alcanzar el interruptor de la lámpara. No hizo ningún ruido, estaba segura, pero bruscamente su brazo derecho salió disparado y sus dedos se enroscaron en la muñeca de ella. Sus ojos oscuros se abrieron y la miró durante varios segundos antes de que el destello salvaje de las profundidades oscuras se desvaneciera.
– Cat -refunfuñó.
Estaba dormido como un tronco. Lo habría jurado. Pero sus instintos eran todavía muy agudos, preparados para la batalla, consciente de cualquier cambio en su entorno, de cualquier presencia, y su cuerpo había actuado incluso antes de despertarse. Vio como la selva se desvanecía de su mente y recordaba donde estaba. Su mirada de puro salvajismo cambio a una de cólera. La presión de sus dedos disminuyó, pero no lo bastante como para permitir que se apartara. En vez de eso, la atrajo hacia él, inclinándola sobre la cama en una posición embarazosa, sosteniéndola por la fuerza del brazo.
– Te dije que te mantuvieras alejada de Glenn Lacey -gruñó suavemente, manteniéndola tan cerca que su respiración le acarició la mejilla.
¿Quién se lo había dicho? Se preguntó tristemente. Podría haber sido cualquiera. El rancho entero debía haber visto a Glenn cuando fue a buscarla.
– Me había olvidado que había quedado con él -confesó manteniendo el tono de voz bajo-. Cuando llamó ya había comprado entradas para el partido de béisbol que jugaban en Houston y no podía rechazarlo después de haberse tomado tantas molestias. Es un buen hombre.
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