– Como si lo quieren canonizar -contestó Rule, todavía con el mismo tono amenazador, suave y sedoso-. Te dije que no te permitiría que salieras con otros hombres y lo dije en serio.
– ¡Ha sido sólo una vez, y además, tú no eres mi dueño!
– ¿Ah, no? Eres mía y haré lo que haga falta para retenerte.
Lo miró cautelosa y dolorosamente.
– ¿Qué harías? -murmuró, asustada de saber demasiado bien cual sería su reacción si vendía el rancho. La odiaría. La abandonaría tan rápido que nunca se recobraría de la devastación que iba a sentir.
– Provócame y lo averiguarás -la invitó-. De todas formas es lo que has estado haciendo. Provocándome, intentando encontrar los límites de la cadena invisible que tienes alrededor de tu bonito cuello. ¡Bien, cariño, los has encontrado!
La presión del brazo continuó y la acercó aún más. Cathryn apoyó el brazo izquierdo sobre la cama e intentó liberarse, pero incluso acostado era mucho más fuerte que ella. Dio un suave grito cuando su brazo cedió y quedó tumbada, atravesada, sobre él, intentando desesperadamente no golpearlo a él o a su pierna rota.
Rule le liberó el brazo y metió la mano entre su pelo, enredando los dedos en su largo y sedoso cabellos y obligándola a bajar la cabeza.
– ¡Rule! ¡Basta! -gimió un momento antes de que la boca masculina se pegara a la suya.
Intentó rechazar el beso manteniendo los dientes apretados y los labios firmemente cerrados. Falló en ambas cosas. Sin hacerla daño, le cogió por la mandíbula y aplicó la presión suficiente para abrirle la boca, y su lengua se movió entre la barrera de sus dientes, encendiendo pequeños fuegos por donde pasaba. Aturdida, sintió como las fuerzas la abandonaban y se hundió lánguidamente contra él.
La besó tanto tiempo y con tanta fuerza que supo que al día siguiente sus labios estarían hinchados y amoratados, pero ahora en lo único que podía pensar era el en sabor embriagador de él, el empuje sensual de su lengua, los pequeños y calientes mordiscos que usaba tanto como castigo como recompensa, dándoselos en la boca y bajando hacia la garganta y pasando sobre la sensible clavícula hacia la suave curva de su hombro. Sólo en ese momento comprendió que había desabotonado el frente de su vestido y lo había apartado. Gimió.
– Rule… ¡basta! No puedes…
Con cuidado él dejó caer la cabeza sobre las almohadas, pero no la soltó. Con la mano empujó hacia abajo la copa de su sujetador y sostuvo el pecho en su palma caliente.
– No, yo no puedo, pero tú sí -murmuró.
– No… tu cabeza… tu pierna -protestó incoherentemente, cerrando los ojos ante el ardoroso placer que corría por sus venas mientras él continuaba acariciándola.
– En estos momentos mi cabeza y mi pierna no me molestan -la acercó aún más y la besó de nuevo, insistiendo para conseguir la respuesta que sabía que ella podía darle. Volvió a besarla profundamente y ella se hundió contra él una vez más.
Movió hacia abajo los tirantes de su sujetador hasta que cayeron; luego llevó la mano a su espalda y hábilmente le desabrochó los corchetes, dejando completamente libres sus pechos.
– Por favor -murmuró Cathryn ahogadamente, sin saber si era un ruego para que se detuviera o para que continuara. Se estremeció violentamente cuando sintió la mano masculina bajo su falda acariciándola osadamente y aunque siguiera murmurando súplicas mezcladas con protestas, se pegaba a él con toda la fuerza de sus brazos.
Rule gimió profundamente y cogiendo la pierna femenina la pasó sobre sus caderas, colocándola sobre él. Las lágrimas humedecieron las mejillas de Cathryn, aunque no era consciente de que lloraba.
– No quiero hacerte daño -sollozó.
– No me lo vas a hacer -canturreó él dulcemente-. Por favor, cariño, haz el amor conmigo. ¡Te necesito tanto! ¿No puedes sentir lo mucho que te deseo?
En algún momento durante esas atrevidas caricias íntimas, él le había quitado las braguitas, con impaciencia, rasgando la barrera de seda que mantenía ocultos los secretos de su cuerpo. Sus manos la guiaron lentamente, bajándola sobre él hasta que estuvieron totalmente unidos.
Fue algo tan dulce y salvaje que casi gritó pero pudo ahogar el sonido en su garganta en el último momento. Era consciente con cada fibra de su cuerpo de la particular sexualidad de un hombre que se recuesta para dejar a una mujer disfrutar de su cuerpo, dejar que imponga su ritmo en el acto de amor. Y era aún más tentador porque Rule era irresistiblemente masculino, sin que su poder se viera disminuido por las heridas. Lo amó, lo amó con el corazón y el alma y con la magia ondulante de su cuerpo. Con exquisita ternura tomó lo que él ofrecía y se lo devolvió multiplicado por diez, regalándole el regalo de su inmenso placer y regresando a tierra firme para saborear la respuesta del hombre cuando él también alcanzó el clímax.
Yacía somnolienta sobre el pecho de él. Sus ojos medio cerrados recorrían ociosamente la habitación cuando vio la puerta abierta y se puso rígida.
– Rule -gimió mortificada-. ¡No había cerrado la puerta!
– Pues ciérrala ahora -mandó él suavemente-. Desde dentro. No he terminado contigo, cariño.
– Necesitas dormir…
– Ya casi ha amanecido -indicó-. Parece que siempre hacemos el amor a primeras horas de la mañana. Y además no he hecho nada más que dormir durante una semana. Tenemos que hablar y ahora es tan buen momento como otro cualquiera.
Era cierto y además no quería dejarlo. Se levantó de la cama con cuidado para no golpearlo y cerró la puerta, y para más seguridad la cerró con llave. Sería muy propio de Ricky venir a molestarlos si se enteraba de que Cathryn estaba con él. Luego se quitó el vestido, que estaba completamente arrugado ya que Rule le había bajado la parte superior hasta la cintura y le había levantado la falda también hasta allí. Desnuda, se metió bajo la sábana y se apretó contra él, casi borracha de placer por estar de nuevo a su lado. Con la nariz le acarició el hueco del hombro e inhaló el embriagador olor masculino. Se sentía tan relajada, tan completa…
– Cat -murmuró sobre su pelo, consciente de la forma en que yacía apoyada en él. Ella no contestó. Se le escapó un suspiro de cruda frustración al darse cuenta de que se había quedado dormida; luego atrajo el esbelto cuerpo más cerca de él y besó la melena rojo oscuro que descansaba sobre su hombro.
Cuando Cathryn se despertó varias horas más tarde por el dolor en el brazo causado por haber estado apoyando todo su peso sobre él, Rule estaba durmiendo. Cautelosamente levantó la cabeza y lo contempló, observando lo pálido y cansado que parecía incluso durmiendo. Su acto de amor había sido dulce y urgente, pero en realidad él no estaba lo suficientemente bien. Se separó de él y se levantó masajeándole el brazo para restaurar la circulación. Mil diminutos alfileres le pinchaban la piel y se apretó el brazo hasta que pasó lo peor; entonces se vistió silenciosamente y recogió el resto de su ropa, escapando antes de que se despertara.
Estaba cansada. Aquellas pocas horas de sueño no habían sido bastante, pero se duchó y se vistió para enfrentarse a las tareas del día. Lorna sonrió cuando la vio entrar en la cocina.
– Pensaba que hoy te tomarías el día para descansar -cloqueó.
– ¿Rule descansa alguna vez? -preguntó Cathryn irónicamente.
– Rule es más fuerte que tú. Nos arreglaremos; el rancho está demasiado bien llevado para que se hunda en un par de semanas. ¿Qué tal unos panqueques para desayunar? Ya he preparado la pasta.
– Perfecto -contestó Cathryn, sirviéndose una taza de café. Se apoyó en la encimera y lo bebió a sorbos, sintiendo como si tuviera las piernas de plomo por el cansancio.
– El señor Morris ya ha llamado dos veces -comentó Lorna, y la cabeza de Cathryn se alzó de golpe. Casi derramó el café por lo que dejó la taza.
– ¡No me gusta ese hombre! -dijo irritada-. ¿Por qué no me deja en paz?
– ¿Eso quiere decir que no vas a venderle el rancho?
No había privacidad, comprendió Cathryn frotándose la frente distraída. Sin duda todos en el rancho sabían que el señor Morris quería comprar el rancho. ¡Y sin duda todos sabían en que cama se había despertado ella hoy! Era como vivir en una pecera.
– En cierto modo la idea me tienta -suspiró-. Pero por otra parte…
Hábilmente Lorna vertió la pasta en el molde para hacer panqueques.
– No sé que haría Rule si vendieras el rancho. No creo que pudiera trabajar para el señor Morris. Su vida está atada a este lugar.
Cathryn sintió que cada músculo de su cuerpo se ponía tenso ante las palabras de Lorna. Ya sabía eso. Siempre lo había sabido. Puede que ella fuera la dueña de Bar D, pero sólo era un florero. El rancho pertenecía a Rule y él pertenecía a este lugar y eso era mucho más importante que cualquier otra cosa. Él había pagado por ello a su propia manera, con tiempo, sudor y sangre. Si lo vendiera la odiaría.
– No puedo pensar -dijo tensa-. Hay tantas cosas que me tiran en direcciones diferentes.
– Entonces no hagas nada -aconsejó Lorna-. Al menos hasta que las cosas se hayan tranquilizado un poco. Ahora mismo estás sometida a mucha presión. Espera un poco. Dentro de tres semanas puede que pienses completamente diferente.
El consejo lleno de sentido común de Lorna era lo que Cathryn se había dicho muchas veces, y comprendió una vez más que eso era lo más sensato. Se sentó, se comió su panqueque, y sorprendentemente aquellos pocos minutos de quietud hicieron que se sintiera mucho mejor.
– ¡Cat!
La ronca y urgente llamada flotó en el aire bajando desde el piso de arriba e inmediatamente volvió a ponerse tensa. ¡Dios, estaba casi aterrorizada ante la idea de volver a hablar con él! Eso no tenía sentido, se dijo a sí misma con severidad. Acababa de dormir en sus brazos; ¿por qué debería darle tanto miedo el dirigirse a él?
¡Porque temía no ser capaz de evitar lanzarse a sus brazos y prometerle todo lo que quisiera, por eso era! Si le pidiera de nuevo que se casara con él, probablemente se derretiría como una tonta y aceptaría sin pensarlo, sin hacer caso de que nunca le había dicho nada sobre el amor, sólo sobre sus planes.
– ¡Cat!
Esta vez pudo notar una tensión en su voz y se encontró de pie, respondiendo automáticamente.
Cuando abrió la puerta él estaba con los ojos cerrados y los labios muy pálidos.
– ¡Sabía que era demasiado pronto! -gimió ella suavemente, colocándole la mano fría sobre su frente. Sus oscuros ojos se abrieron y sonrió tenso.
– Parece que tienes razón -gruñó-. ¡Dios, la cabeza me va a explotar! Trae mucho hielo, ¿vale?
– Lo subiré enseguida -prometió ella, alisándole el pelo con la punta de los dedos-. ¿Te parece que podrás comer algo?
– No, aún no. Algo frío para beber me irá bien, y pon en marcha el aire acondicionado -cuando ella se dio la vuelta para hacerlo, él dijo sin alterar la voz-. Cat…
Se volvió hacia él y levantó las cejas inquisitivamente.
– Sobre Glenn Lacey… -continuó él.
Cathryn se sonrojó.
– Ya te lo he dicho, es sólo un amigo. No hay nada entre nosotros y no volveré a salir con él otra vez.
– Lo sé. Lo comprendí anoche cuando vi que llevabas sujetador.
La miraba con los párpados entreabiertos, desnudándola, y el rubor de sus mejillas se intensificó aún más. No necesitaba que Rule acabará de expresarse pero de todas formas lo hizo.
– Si hubieras estado conmigo no te habrías puesto un sujetador, ¿verdad? -preguntó con voz ronca.
– No -su voz también era ronca cuando lo admitió.
Las comisuras de su boca se movieron en una tenue sonrisa.
– Eso pensaba. Ve a traerme algo para beber, cariño. Ahora mismo no estoy en forma para conversaciones provocativas.
Cathryn no pudo detener la sonrisita que apareció en sus labios cuando salió de la habitación. Se había puesto a la defensiva y él no la había atacado con lo más peligroso de su arsenal, sólo con una sonrisa y un comentario sensual. Rule era más de lo que ella podía controlar, y bruscamente comprendió que no quería controlarlo. Era un hombre, no algo para ser controlado. En realidad tampoco él intentaba controlarla. A veces sentía de una manera extraña que sentía cierta cautela hacia ella, pero normalmente no le decía lo que podía o no podía hacer. Excepto en el caso de Glenn Lacey, pensó sonriendo. Y aún así había hecho lo que había querido. En su caso, su pelo rojo era una señal de obstinación al igual que su carácter.
Rule no se sintió lo suficientemente bien como para empezar ninguna clase de conversación profunda, por lo que estaba agradecida. Lo atendió y lo ayudó a cambiar de postura cuando se hubo bebido un vaso de té helado. Con una bolsa de hielo aliviando su dolor de cabeza, yacía silenciosamente mirándola mientras arreglaba el cuarto.
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