Los cambios en la vida de Rule habían sido aún mayores. Había sobrevivido a Vietnam, pero algunas veces parecía que sólo su cuerpo había vuelto. Sus oscuros ojos risueños ya no reían. Observaban y pensaban. Su cuerpo tenía cicatrices de heridas ya curadas, pero las heridas mentales que había sufrido lo habían cambiado para siempre. Nunca habló de ello. Rara vez hablaba de nada. Se mantenía aparte y observaba a las personas con esos ojos duros e inexpresivos, y pronto se convirtió en un paria.

Bebía mucho, sentándose solo y engullendo continuamente alcohol, su expresión cerrada y dura. Naturalmente se hizo aún más atractivo para las mujeres de lo que era antes. Algunas no podían resistirse al aura de peligro tan pegada a él como una capa invisible. Cada una de ellas soñaba con tener el encanto que pudiera consolarlo, curarlo y sacarlo de la pesadilla en la que todavía vivía.

Se metió en un escándalo detrás de otro. Su padre lo sacó de casa y nadie más lo contrató, los rancheros y los comerciantes se juntaron para librar a la vecindad de él. De alguna forma todavía encontraba el dinero para el whisky, y a veces desaparecía durante días haciendo suponer a la gente que se había arrastrado a alguna parte y había muerto. Pero siempre aparecía como un penique falso, un poco más delgado, más ojeroso, pero siempre allí.

Fue inevitable que la hostilidad hacia él aumentase hasta convertirse en violencia; había estado involucrado con demasiadas mujeres, peleado con demasiados hombres. Ward Donahue lo encontró un día tumbado en una zanja a las afueras de la ciudad. Rule fue golpeado por un grupo de hombres que decidieron darle su merecido y estaba tan delgado que sus huesos se translucían bajo la piel. Todavía silencioso y concentrado, sus oscuros ojos brillaban intensamente cuando miró a su salvador con un sombrío desafío aún cuando era incapaz de mantenerse en pie. Sin una palabra Ward lo cogió en brazos como si fuera un niño y lo llevó al rancho para cuidar de él. Una semana más tarde, Rule, se arrastró dolorosamente sobre un caballo y acompañó a Ward por el rancho, realizando la difícil pero necesaria tarea de reparar el cercado roto y juntar el ganado dispersado. Tenía tantos dolores durante los primeros días que el sudor corría por su cuerpo cada vez que se movía, pero él continuó con sombría determinación.

Dejó de beber y empezó a comer regularmente otra vez. Se robusteció y aumentó de peso debido a la comida y al duro trabajo físico que hacía. Nunca habló sobre lo que había pasado. Los otros trabajadores del rancho lo dejaban solo excepto por lo contactos necesarios durante el trabajo, pero Rule ya era poco comunicativo en sus mejores tiempos. Trabajó, comió y durmió, y cualquier cosa que le pedía Ward Donahue, él lo hacía o moría en el intento.

El afecto y la confianza entre los dos hombres eran evidentes; nadie se sorprendió cuando Rule fue nombrado capataz al irse el anterior a un trabajo en Oklahoma. Como Ward decía a cualquiera que quisiera escucharle, Rule tenía instinto para los caballos y el ganado y Ward confiaba en él. Por entonces los otros trabajadores del rancho se habían acostumbrado a trabajar con él y la transición fue tranquila.

Poco tiempo después Ward murió de una fuerte caída. Cathryn y Ricky estaban en la escuela en ese momento, y Cathryn todavía podía recordar su sorpresa cuando llegó Rule para sacarla de la clase. La llevó fuera y la informó de la muerte de su padre, y la sostuvo entre sus brazos mientras ella lloraba violentamente por la pena, su delgada mano llena de callos le acariciaba el pelo rojo caoba. Ella le temía ligeramente, pero ahora se pegaba a él, instintivamente confortada por su fuerza de acero. Su padre había confiado en él, ¿qué menos podía hacer ella?

Debido a aquella confianza, Cathryn se sintió doblemente traicionada cuando Rule empezó a actuar como si fuera el dueño del rancho. Nadie podía tomar el lugar de su padre. ¿Cómo se atrevía a hacerlo? Pero cada vez más a menudo él comía en la casa del rancho. Finalmente llegó a instalarse en la casa. Era especialmente irritante que Mónica no hiciera ningún esfuerzo por imponerse; dejó que Rule se saliera con la suya en cualquier cosa concerniente al rancho. Era una mujer que automáticamente se apoyaba en los hombres fuera eso conveniente o no y desde luego no era contrincante para Rule. Mirando hacia atrás, Cathryn comprendía ahora que Mónica se había visto completamente perdida en cualquier asunto del rancho y como no tenía otra casa para ella y para Ricky se había visto metida en una vida que era completamente extraña para ella, totalmente incapaz de manejar a un hombre como Rule, que era a la vez determinado y peligroso.

Cathryn se resintió amargamente por la toma de poderes de Rule. Ward lo había recogido literalmente de la cuneta y lo había levantado, sosteniéndole hasta que pudo hacerlo él solo, y así era como se lo pagaba, mudándose dentro de la casa y asumiendo el control.

El rancho era de Cathryn, con Mónica designada como su tutora legal, por lo que Cathryn no tenía ni voz ni voto. Todos los hombres, sin excepción, obedecían a Rule, a pesar de todo lo que Cathryn podía hacer. Y trató de hacer mucho. Perder a su padre la había sacado de su timidez, y luchó por su rancho con la ferocidad de una joven sin conocimientos, desobedeciendo a Rule a cada paso. En esa etapa de su vida Ricky había sido un cómplice dispuesto. Ricky siempre estaba dispuesta a romper las reglas, cualquier regla. Pero hiciera lo que hiciera, Cathryn siempre sentía que no era para Rule más irritante que un mosquito que podía apartar a un lado fácilmente.

Cuando él decidió diversificarse en la cría de caballos, Mónica le proporcionó el capital, a pesar de la vociferante oposición de Cathryn, de los fondos que había apartados para la educación de las chicas. Fuera lo que fuera lo que Rule quería, lo conseguía. Tenía el Bar D bajo su pulgar… de momento. Cathryn estuvo toda la noche sin poder dormir, deleitándose en el día en que fuera mayor de edad, saboreando las palabras que diría cuando despidiera a Rule Jackson.

Rule amplió su dominación a su vida personal. Cuando tenía quince años aceptó una cita con un chico de dieciocho para ir a un baile. Rule se enteró y llamó al muchacho para informarle quedamente de que Cathryn no era aún lo suficiente mayor. Cuando Cathryn descubrió lo que había hecho perdió el control, lo que la hizo actuar imprudentemente. Sin pensarlo, lo golpeó, su mano le abofeteó la cara con tal fuerza que el brazo le quedó entumecido.

Él no dijo nada. Sus ojos oscuros se entrecerraron; luego, con la rapidez de una serpiente al atacar la agarró por el brazo y la llevó al piso de arriba. Cathryn pataleó y arañó gritando cada centímetro del camino, pero fue un esfuerzo inútil. Él la manejó con facilidad, su fuerza, mucho más mayor que la de ella la hizo sentir tan desvalida como una niña. Una vez llegaron a su cuarto, le bajó los vaqueros, se sentó sobre la cama, la puso a través de sus rodillas y la dio el azote de su vida. Con quince años, Cathryn empezaba a pasar de la adolescencia a la forma más redondeada de feminidad, y la vergüenza que pasó fue peor que el dolor inflingido por la callosa mano. Cuando la dejó ir, ella se puso derecha y se arregló la ropa con la cara contraída por la furia.

– Me pides que te trate como una mujer -dijo él con su voz ronca-, pero eres sólo una niña y te trataré como a una niña. No me provoques hasta que seas lo bastante mayor para manejarlo.

Cathryn se dio la vuelta y voló escaleras abajo en busca de Mónica, sus mejillas estaban todavía mojadas por las lágrimas cuando gritó que tenía que despedirlo, ahora.

Mónica se rió en su cara.

– No seas tonta, Cathryn -dijo bruscamente-. Necesitamos a Rule… necesito a Rule.

Detrás de ella, Cathryn oyó a Rule riendo quedamente y sintió como su mano acariciaba su pelo rojo caoba.

– Tranquilízate, gata montesa; no puedes deshacerte de mí tan fácilmente.

Cathryn había apartado la cabeza violentamente para evitar su caricia, pero él había tenido razón. No había podido despedirle. Diez años más tarde todavía controlaba el rancho y fue ella la que se había marchado, escapando de su propia casa aterrorizada de que él la redujera hasta la posición de tener que suplicar, sin más voluntad que la de los caballos a los que tan fácilmente amaestraba.

– ¿Estás dormida? -preguntó él ahora, trayéndola al presente. Cathryn abrió los ojos.

– No.

– Entonces habla conmigo -pidió. Aunque no lo miraba, podía visualizar su boca sensualmente formada, moviéndose cuando dijo las palabras. Nunca había olvidado nada de él, de la forma lenta en que hablaba con aquel tono oscuro y ligeramente ronco de su voz, como si sus cuerdas vocales estuvieran oxidadas por falta de uso. La miró rápidamente-. Háblame de tu marido.

Cathryn se asustó, abriendo mucho sus ojos oscuros.

– Lo viste varias veces. ¿Qué quieres saber sobre David?

– Muchas cosas -murmuró ligeramente-. Como por ejemplo si te preguntó por qué no eras virgen cuando te casaste con él.

Cathryn amargada y furiosa, contuvo las palabras que le vinieron a los labios. ¿Qué podía decir que no fuera a usar contra ella? ¿Que no era de su incumbencia? Entonces él contestaría que era más de su incumbencia que de cualquier otro hombre, considerando que él había sido el responsable de la pérdida de su virginidad.

Intentó no mirarlo, pero contra su voluntad se giró, su ojos abiertos y vulnerables.

– Nunca preguntó -dijo finalmente con voz tranquila.

El duro perfil de Rule estaba grabado contra el azul del cielo, y su corazón golpeó en su pecho; esto la hizo recordar dolorosamente aquel día de verano cuando él se había inclinado sobre ella bajo el calor del sol y con el cielo recortando su silueta, haciéndolo parecer un ídolo. Su cuerpo se tensó automáticamente en respuesta de los recuerdos y apartó la mirada de él antes de que se girase y viera la crudeza de su dolor reflejado en sus ojos.

– Yo habría preguntado -habló él con voz áspera.

– David era un caballero -dijo ella con mordacidad.

– ¿Eso significa que yo no lo soy?

– Sabes la respuesta a eso al igual que yo, tú no eres un caballero. Nunca eres gentil.

– Fui gentil contigo una vez -contestó él, sus ojos oscuros la recorrieron lentamente, pasando por las curvas de sus pechos, de sus caderas y de sus muslos. De nuevo la cálida tensión de su cuerpo la advirtió que no era indiferente a este hombre, nunca lo había sido, y el dolor floreció dentro de ella.

– ¡No quiero hablar de eso! -tan pronto como sus palabras se escaparon de su boca deseó no haberlas dicho. Él pánico que había en su tono demostraba a cualquiera con una inteligencia normal que no podía hablar del incidente con la indiferencia que los años tendrían que haber traído, y Rule era más inteligente y más intuitivo que cualquier otro. Sus siguientes palabras lo demostraron.

– No puedes escaparte siempre. Ahora ya no eres una niña, Cat; eres una mujer.

¡Oh, eso ya lo sabía ella! La había hecho mujer cuando tenía diecisiete años, y la imagen de él la había atormentado desde entonces, hasta se había entrometido entre ella y su marido y defraudó a David al no poder darle la devoción que merecía, aunque ella se hubiera muerto antes de dejarle adivinar que su respuesta a él no había sido la que debería. Tampoco podía decirle a Rule lo profundamente que había afectado su vida lo que para él pudo haber sido sólo un acoplamiento casual.

– No me escapé -negó ella-. Fui a la universidad, lo que es completamente diferente.

– Y viniste de visita a casa tan poco como pudiste -comentó sarcásticamente con rudeza-. ¿Pensaste que te atacaría cada vez que te viera? Sabía que eras demasiado joven. Maldición, de todos modos no pensé que pasara y yo estaba malditamente seguro de que no iba a volver a pasar, al menos hasta que fueras más mayor y supieras un poco más sobre eso.

– ¡Yo sabía lo que era el sexo! -lo desafió, no queriendo que adivinara lo poco preparada que había estado para la realidad de ello, pero su esfuerzo fue inútil.

– Sabías lo que era, pero no como era -la verdad cruel y dura de sus palabras la hizo callar y después de un minuto, él continuó con gravedad-. No estabas lista para ello, ¿verdad?

Suspiró estremecedoramente, deseando haber fingido que estaba dormida. Rule parecía un semental en busca de sangre, cuando agarraba algo entre los dientes no había manera de que lo dejara.

– No -admitió ella sintiéndose desgraciada-. Especialmente no contigo.

Una dura sonrisa curvó su boca sombría.

– Y fui suave contigo. Te hubieras mojado tus delicadas braguitas si me hubiera dejado llevar del modo en que quería hacerlo.

La agonía serpenteó por su vientre, lo que hizo que la emprendiera contra él, esperando vanamente poderlo lastimar como la había lastimado a ella.