– ¡No lo deseaba! No…
– Lo deseabas -la interrumpió severamente-. Tenías el temperamento de una pelirroja y luchabas contra mí solo por el placer de la lucha, pero lo deseabas. No intentaste alejarte de mí. Arremetiste contra mí y trataste de hacerme daño de cualquier manera que pudieras, y en algún momento mientras recorrías ese camino, todo ese temperamento se convirtió en deseo y te envolviste a mi alrededor como una vid.
Cathryn se estremeció ante los recuerdos.
– ¡No quiero hablar de ello!
Sin previo aviso él se enfureció, con ese mortífero temperamento que las personas inteligentes aprendían a evitar.
– Bien, ya he tenido bastante -gruñó con voz espesa, cambiando los controles a piloto automático y cogiéndola.
Ella instintivamente intentó sin conseguirlo evitar sus manos y él apartó sus dedos con una facilidad ridícula. La cogió los brazos levantándola de su asiento y la tumbó sobre él. Su boca era dura, caliente, tal como la recordaba, el sabor de él era familiar como si ella nunca se hubiera marchado. Sus pequeñas manos apretadas en puños golpearon infructuosamente los hombros de él, pero a pesar de sus esfuerzos por resistir se dio cuenta de que nada había cambiado, nada en absoluto. Una oleada caliente de excitación sensual hizo que su corazón latiera más rápido, que su respiración se convirtiera en jadeos, que un temblor recorriera todo su cuerpo. Lo deseaba. ¡Oh, maldición, cómo lo deseaba! Alguna especia de química hizo que se abriera como una flor a la luz del sol, torciéndose, buscando, aunque sabía que él no era para ella.
La lengua de él probó lentamente su boca y dejó de luchar para sujetar sus hombros y sentir con deleite sus duros músculos bajo sus palmas. El placer la llenaba, el placer que incluía el gusto, el sentido y el olor de él, el tacto ligeramente áspero de la mejilla de Rule contra la suya, la intimidad de las lenguas acariciándose que la hizo recordar un caluroso día de verano cuando no hubo nada de ropa entre ellos. La cólera se había ido convirtiéndose en deseo que brilló intensamente en sus ojos oscuros cuando él levantó la boca justo un milímetro para exigir:
– ¿Alguna vez has olvidado como fue?
Las manos de ella se deslizaron por su cabeza, tratando de acercarlo a través de ese delicioso, intolerable y diminuto espacio que separaba sus bocas, pero él se resistió y los dedos de ella acariciaron el pelo oscuro, sedoso y brillante.
– Rule -refunfuñó con voz ronca.
– ¿Lo has hecho? -insistió él, y echó la cabeza hacia atrás cuando ella intentó acercar la suya para que su boca se pegara a la de él.
No importaba; de todos modos él ya lo sabía. ¿Cómo podría no saberlo? Una caricia y se derretía contra él.
– No, nunca lo he olvidado -admitió en un susurro que se apagó cuando por fin bajó su boca y la besó con fiereza y ella volvió a beber del frescor masculino ácido y dulce a la vez.
No se sorprendió cuando sintió los dedos de Rule sobre su pecho, que se deslizaban con desasosiego por sus costillas. La delgada seda de su vestido veraniego sin mangas no era barrera para el calor de sus manos y sintió como se quemaba con el calor de sus caricias que iban recorriendo su cuerpo hasta detenerse en su rodilla, luego empezó un lento viaje por su muslo, levantando la falda y exponiendo sus largas piernas. Y entonces bruscamente él se detuvo, estremeciéndose por el esfuerzo que eso le costó, y apartó la mano de su pierna.
– Éste no es lugar para hacer el amor -susurró con voz ronca, apartando la boca de la de ella y deslizando sus besos hacia la oreja-. Es un milagro que no nos hayamos estrellado. Pero puedo esperar hasta que estemos en casa.
Las pestañas femeninas se alzaron revelando unos ojos oscuros aturdidos y somnolientos y él la besó de nuevo con dureza, luego la sentó es su asiento. Todavía respirando con fuerza, Rule comprobó su posición, se secó el sudor de la frente y se giró hacia ella.
– Ahora sabemos donde estamos -dijo con satisfacción sombría.
Cathryn se sentó erguida y giró la cabeza para clavar la mirada en la amplia extensión de tierra que había abajo. ¡Idiota! Se reprendió. ¡Estúpida idiota! Ahora él sabía lo poderosa que era el arma que tenía contra ella y no se hacía la menor ilusión de que vacilara para usarla. No era justo que su deseo por ella no lo dejara tan vulnerable como ella se sentía, pero el hecho básico era que el deseo de él era simplemente eso, deseo, sin ninguna de las emociones o necesidades que sentía Cathryn, mientras el mero sonido de su voz la sumergía en tantos sentimientos y abrasadoras necesidades que no tenía ninguna esperanza de poder clasificarlos y entenderlos. Rule estaba tan profundamente asociado a todas las crisis y los hitos de su vida que aunque lo odiaba y lo temía, era ya una parte de ella por lo que no podía despedirlo ni echarlo a patadas de su vida. Era tan adictivo como una droga, usando su cuerpo delgado, de duros músculos, y sus manos para mantener bajo control a sus mujeres.
¡No seré una de sus mujeres! se juró Cathryn con ferocidad, apretando los puños. Él no tenía principios morales, ningún sentido de la vergüenza. Después de todo lo que su padre había hecho por él, en cuanto Ward estuvo en la tumba, Rule había tomado el control. Y no le bastó con eso. Tenía que tener el rancho y también a la hija de Ward. En ese momento Cathryn decidió no quedarse, regresar a Chicago en cuanto las vacaciones terminaran. Los problemas de Ricky no eran cosa suya. Si a Rule no le gustaba como iban las cosas, era libre de buscar empleo en otra parte.
Empezaron a dar vueltas sobre el prado y la casa de madera para señalar su llegada al rancho. Rule giró bruscamente el avión hacia la izquierda para alinearse sobre la pequeña pista de aterrizaje. Estaba asombrada del poco tiempo que les había tomado llegar hasta el rancho, pero una mirada a su reloj hizo que se diera cuenta que había pasado más tiempo del que creía. ¿Cuánto tiempo había estado entre los brazos de Rule? ¿Y cuánto tiempo había estado perdida en sus pensamientos? Cuando estaba con él, parecía que todo lo demás se desvanecía.
Cuando Rule aterrizó con facilidad un polvo rojo se esparció por el campo; aterrizaron tan suavemente que apenas hubo golpe. Cathryn se encontró mirando las manos de él fuertes, morenas y competentes, tanto pilotando un avión, como dominando un caballo díscolo o calmando a una frívola mujer. Recordó esas manos sobre su cuerpo e hizo un esfuerzo para apartar el recuerdo de su mente.
Capítulo 2
Cuando Cathryn subió los tres escalones del porche que rodeaba la casa, se quedó sorprendida de que Mónica no saliera a saludarla. Ricky no salió tampoco, pero no había esperado que lo hiciera. Mónica, por otra parte, al menos siempre guardaba las apariencias y había hecho un gran espectáculo de afecto cuando David estaba vivo y la visitaron. Abrió la puerta de rejilla y entró en la fresca semioscuridad; Rule entró detrás con el equipaje.
– ¿Dónde está Mónica? -preguntó ella.
Él empezó a subir las escaleras.
– Sólo Dios lo sabe -gruñó, y Cathryn lo siguió sintiéndose cada vez más irritada. Lo cogió cuando él abrió la habitación que siempre había sido suya y dejó caer las bolsas sobre la cama.
– ¿Qué quieres decir con eso? -exigió ella.
Él se encogió de hombros.
– Estos días Mónica va de aquí para allá. De todas formas nunca ha estado muy interesada en el rancho -se dio la vuelta para marcharse y Cathryn lo siguió otra vez.
– ¿A dónde vas? -preguntó con brusquedad.
Rule se volvió hacia ella con exagerada paciencia.
– Tengo trabajo que hacer. ¿Tenías algo más en mente? -su mirada se dirigió hacia la puerta del dormitorio y después otra vez hacia ella, y Cathryn tensó la mandíbula.
– Tenía en mente encontrar a Mónica.
– Volverá antes del anochecer. He visto que no está el coche familiar y ella odia conducir de noche, así que estará aquí por entonces, a menos que tenga un accidente.
– ¡Y tú estás tan preocupado! -lo atacó ella.
– ¿Debería estarlo? Soy un ranchero, no un acompañante.
– Corrección: eres un capataz de rancho.
Por un momento sus ojos llamearon por su temperamento; luego lo controló.
– Tienes razón, y como capataz tengo trabajo que hacer. ¿Te vas a quedar aquí enfurruñada o te vas a cambiar de ropa para venir conmigo? Ha habido muchos cambios desde la última vez que estuviste aquí. He pensado que podrías estar interesada, jefa -remarcó ligeramente la última palabra con ojos burlones. Él era el jefe y lo sabía. Lo había sido durante tantos años que muchos de los trabajadores del rancho habían sido contratados después de la muerte de Ward y no guardaban ninguna lealtad hacia un Donahue, sólo a Rule Jackson.
Vaciló por un momento, dividida entre su renuencia a pasar tiempo en su compañía y su interés por el rancho. Los años que había pasado fuera habían sido un exilio y había sufrido cada día, añorando los enormes espacios y el olor limpio de la tierra. Quería ver la tierra, encontrarse de nuevo con las cosas que habían marcado sus días de juventud.
– Iré a cambiarme -dijo quedamente.
– Te esperaré en los establos -indicó él, recorriendo el cuerpo de ella con la mirada-. A no ser que quieras compañía mientras te cambias.
– ¡No! -su feroz negativa fue automática y no pareció que Rule esperara otra respuesta. Se encogió de hombros y bajó la escalera. Cathryn volvió a su dormitorio y cerró la puerta, luego puso los brazos en su espalda para desabrochar el vestido y quitárselo. Por un momento pensó en Rule bajándole la cremallera; luego tembló y sacó con fuerza de su mente aquella traidora idea. Tenía que apresurarse. La paciencia de Rule tenía un corto límite.
No se molestó en desempacar. Siempre dejaba la mayor parte de sus vaqueros y sus camisas en el rancho. En Chicago llevaba elegantes vaqueros de diseño. En el rancho llevaba vaqueros descoloridos que estaban cedidos por el uso. A veces le parecía que cuando se cambiaba de ropa, cambiaba de personalidad. La brillante y elegante esposa de David se convertía de nuevo en Cathryn Donahue, con el pelo suelto al viento. Cuando se puso las botas y cogió el sombrero color café que había llevado durante años se dio cuenta de un sentido de pertenencia. Apartó con fuerza el pensamiento, pero la agradable anticipación permaneció en ella mientras bajaba las escaleras y se encaminaba a los establos, haciendo antes una parada en la cocina para saludar a la cocinera Lorna Ingram. Era bastante amistosa con Lorna, pero sabía que la mujer consideraba a Rule su patrón y eso excluía cualquier acercamiento entre ellas.
Rule la estaba esperando pacientemente en apariencia, aunque el enorme caballo castaño le golpeaba la espalda con la cabeza y se movía nerviosamente detrás de él. También llevaba las riendas de un caballo castrado de largas patas de color gris, un caballo que Cathryn no recordaba haber visto antes. Habiendo tenido caballos a su alrededor durante toda su vida no les tenía ningún miedo, así que frotó la nariz del animal con naturalidad, dejando que aprendiera su olor mientras le hablaba.
– Hola, tío, no te conozco. ¿Cuánto tiempo llevas por aquí?
– Un par de años -contestó Rule, lanzándole las riendas-. Es un buen caballo, sin ningún mal hábito, apacible. No como Redman, aquí presente -agregó pesaroso cuando el caballo castaño le dio de nuevo un cabezazo, pero esta vez con tanta fuerza que lo envió unos cuantos pasos más allá. Se subió a la silla de montar, sin ofrecerse a ayudar a Cathryn, un gesto que, de todas formas, ella hubiera rechazado. Estaba muy lejos de estar indefensa ante un caballo. Se montó y urgió al caballo gris al trote para alcanzar a Rule, que no había esperado.
Montados a caballo pasaron por delante de los establos, y Cathryn admiró los cuidados establos y los graneros, varios de ellos no estaban allí en su última visita. Los trabajadores continuaban con su trabajo sin prestarles atención o echándoles una ligera mirada de curiosidad cuando pasaban. Potros juguetones de largas piernas retozabas sobre la dulce hierba primaveral. Rule levantó una mano enguantada para señalar una construcción.
– Es el nuevo granero para los potros. ¿Quieres verlo?
Ella asintió y movieron la cabeza de los caballos hacia esa dirección.
– Ahora sólo hay una yegua -dijo-. Sólo la cuidamos. Las últimas semanas has sido de mucho trabajo, pero ahora tenemos un descanso.
Las cuadras en el granero eran aireadas, espaciosas y estaban escrupulosamente limpias. Como había dicho Rule, ahora solo había un inquilino. Allí en medio de una gran cuadra estaba una yegua, su postura era de tal absoluto cansancio que Cathryn rió compadecida. Cuando Rule tendió la mano e hizo un sonido con la lengua, la yegua fue hacia él con pesados pasos y sacó la cabeza dispuesta a permitir que la mimaran. Él la complació, hablándola con ese canturreo especial de su voz que calmaba al más nervioso de los animales. Cuando Cathryn era más joven había intentado imitar el tono pero sin resultado.
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