– Ahora somos una de las mejores granjas de cría de caballos del estado -dijo Rule sin ningún signo de orgullo, simplemente declarando un hecho-. Tenemos compradores de todos los estados, incluso de Hawai.

Cuando continuaron su paseo Rule no habló mucho, dejó que Cathryn viera por sí misma los cambios que se habían hecho. Ella también permaneció en silencio, pero sabiendo que todo lo que veía estaba bien llevado. Las cercas y los prados estaban en una forma excelente; los animales estaban sanos y animosos sin ningún signo de maltratos; los edificios eran firmes y limpios, y se los veía recién pintados. Las barracas de los jornaleros habían sido ampliadas y modernizadas. Sorprendida también advirtió varias casitas en la parte posterior de la casa del rancho, estaban algo alejadas, pero a una distancia cómoda.

– ¿Aquello son casas?

Él gruñó una respuesta afirmativa.

– Algunos de los trabajadores están casados. Tenía que hacer algo o algunos de los mejores hombres estarían muy lejos por la noche en caso de necesitarlos -la observó con su oscura mirada, pero Cathryn no tenía nada en contra de las casas; le pareció lo más lógico. Aunque si hubiera tenido alguna objeción no la habría expuesto, no quería empezar una discusión con él. Y no es que Rule discutiera. Él simplemente declaraba su posición y la mantenía. Sin mirarlo era consciente de su cuerpo, de sus largas piernas, de los acerados músculos que controlaban caballos de media tonelada con facilidad, de su oscura mirada de fuego que hacía que la gente se mantuviera a distancia.

– ¿Quieres seguir y ver el ganado? -preguntó él, y sin esperar su respuesta se alejó, dejando a Cathryn que lo siguiera o no. Lo siguió, manteniendo la cabeza del caballo gris justo en el hombro del caballo castaño. Fue un rápido paseo hacia los pastos del oeste donde pastaban los Herefords y se dio cuenta con pesar que lo lamentaría a la mañana siguiente. Sus músculos no estaban acostumbrados a tanta actividad.

La manada era asombrosamente pequeña y así se lo dijo a Rule, y él contestó arrastrando las palabras:

– Ya no estamos en el negocio vacuno. Lo que criamos es la mayor parte para nuestro uso. Ahora somos criadores de caballos.

Cathryn se quedó estupefacta, clavó los ojos en él por un momento y luego gritó:

– ¿Qué? ¡Esto es un rancho de ganado! ¿Quién te ha dado permiso para deshacerte del ganado?

– No necesito que nadie "me de permiso" -contestó con dureza-. Perdíamos dinero con el ganado, así que cambié el funcionamiento. Si hubieras estado aquí lo habría discutido contigo, pero no te importó lo suficiente como para hacer una visita.

– ¡Eso no es cierto! ¡Tú sabes por qué no he venido más a menudo! Sabes que es debido a… -se calló bruscamente con ganas de atacarlo pero sin querer admitir su debilidad por él.

Rule esperó, pero ella no dijo nada más, así que hizo girar la cabeza de Redman hacia el este. El sol ya estaba bajo, pero mantenían un paso tranquilo, sin hablar. ¿Qué podían decir? Cathryn no se fijó hacia donde iban hasta que Rule detuvo el caballo en lo alto de una suave subida y ella miró hacia abajo para ver el río y un grupo de árboles, la amplia área protegida donde había nadado desnuda ese caluroso día de julio, y la orilla cubierta de hierba donde Rule y ella habían hecho el amor. Aunque era consciente de que Rule la observaba con mucha intensidad no pudo impedir que el color abandonara sus mejillas.

– Maldición -dijo con voz temblorosa, sin añadir nada más, pero sabía que él entendería el significado.

Él se quitó el sombrero y se pasó los dedos por el pelo.

– ¿Por qué estás tan alterada? No voy a atacarte, por el amor de Dios. Vamos a llevar a los caballos allí para que puedan beber algo, eso es todo. Venga, adelante.

Ahora el color llameaba en sus mejillas y la enfureció la facilidad con que la había hecho quedar como una tonta. Se esforzó por mantener el control y lo siguió hacia el río cuesta abajo sin que su cara reflejara ningún indicio de agitación, pero con cada centímetro de su cuerpo recordando.

Era allí donde él la había encontrado bañándose desnuda y la había ordenado severamente que saliera del agua, amenazándola con sacarla él si no salía voluntariamente. Salió rabiosa del río, indignada por su arrogante actitud y había ido directamente a la batalla sin considerar las posibles consecuencias de atacar a un hombre cuando estaba totalmente desnuda. Lo que pasó fue más por su culpa que por la de Rule, admitió ahora con más madurez de la que había sido capaz ocho años antes. Él había tratado de mantenerla alejada y de calmarla, pero sus manos habían resbalado por su carne húmeda y desnuda y él era todo un hombre, tan manifiestamente viril que su masculinidad era como un luz de neón atrayendo a cada mujer que lo miraba.

Cuando él apretó su boca contra la de ella, deteniendo sus gritos de furia, la ardiente rabia se transformó instantáneamente en un oscuro resplandor de deseo. No tenía ni idea de como controlar sus propias respuestas o que respuestas despertaba en él, pero Rule se lo había demostrado del modo más explícito posible. Cuando él desmontó para dejar que su caballo bebiera, Cathryn hizo lo mismo. Rule notó la leve rigidez de sus miembros y dijo:

– Vas a estar dolorida si no te das un masaje. Cuando regresemos me ocuparé de ti.

Ella se quedó rígida al pensar en él dándole masajes en las piernas y rechazó la oferta con más brusquedad de la que pretendía.

– Gracias, pero puedo hacerlo yo sola.

Él se encogió de hombros.

– Es tu dolor.

Por algún motivo la fácil aceptación de su rechazo la irritó aún más y lo miró airadamente cuando montaron de nuevo y comenzaron el regreso a la casa. Ahora que él lo había mencionado, era consciente de que el dolor aumentaba con cada paso que daban. Sólo el orgullo la impidió pedir que redujeran la marcha y tenía la mandíbula rígida cuando por fin llegaron a los establos.

Él se bajó de su montura y estuvo a su lado antes de que ella pudiera sacar los pies de los estribos. Sin una palabra la cogió de la cintura, y la bajó cuidadosamente y Cathryn supo que se había dado cuenta de su incomodidad. Murmuró un gracias y se alejó de su lado.

– Ve a la casa y dile a Lorna que iré a comer dentro de una media hora -pidió-. Date prisa o no tendrás tiempo de quitarte antes el olor a caballo.

El pensar en una ducha aflojó la tensión de los músculos, y no fue hasta que entró en la casa que se dio cuenta irritada que hasta las horas de comer tenían que ser cuando a él le fuera bien. Vaciló recordando que, después de todo, él era el que hacía el trabajo, así que parecía justo que sus comidas estuvieran calientes. Cuando pensaba eso se le ocurrió que siempre podría comer con los otros trabajadores. Nadie le había invitado a la casa principal. Y él no había esperado una invitación, pensó y luego suspiró, y diligentemente fue a darle el mensaje a Lorna, que sonrió y asintió con la cabeza.

Ni Mónica ni Ricky se presentaron, así que se apresuró por las escaleras y se dio una ducha rápida. Las comidas en el rancho no eran formales, pero se puso un vestido de algodón sin mangas en vez de los vaqueros, y se maquilló con esmero, llevada por algún instinto femenino profundamente enterrado que no deseaba examinar demasiado. Cuando se cepillaba el pelo rojo caoba haciendo una honda sobre sus hombros, sonó un breve golpe en la puerta que se abrió casi inmediatamente dejando paso a su hermanastra.

Su primer pensamiento fue que el último matrimonio de Ricky debió ser duro. Su pelo negro brillaba, el delicado cuerpo era delgado y firme, pero había en ella una tensión febril y las líneas de descontento rodeaban los bordes de los ojos y de los labios. Ricky era una mujer encantadora, exótica, una versión más joven de Mónica, con su boca madura y sus ojos color avellana, con la piel de un tono dorado. Sin embargo, el efecto de esa belleza, desaparecía por la petulancia de su expresión.

– Bienvenida a casa -ronroneó, levantando con gracia una mano que sostenía un vaso con un líquido ámbar en su interior-. Siento no haber estado aquí para darte la bienvenida, pero se me había olvidado que hoy era el gran día. Estoy segura de que Rule te ha cuidado bien -dio un buen trago de su bebida y miró a Cathryn con una burlona y malévola sonrisa-. Pero claro, Rule siempre cuida bien de sus mujeres, ¿verdad? De todas ellas.

De repente, Cathryn se preguntó ansiosamente si Ricky sabía algo de lo que pasó aquel día en el río. Era difícil de adivinar. Normalmente la conversación de Ricky solía ser cruel, que brotaba de su propio descontento y sus miedos internos. Así que Cathryn decidió que de momento no iba a hacer caso a las insinuaciones encerradas en las palabras de Ricky y la saludó con normalidad.

– Es agradable estar de nuevo en casa después de tanto tiempo. Las cosas han cambiado, ¿verdad? Casi no he reconocido el sitio.

– Oh, ssssi -la pronunciación de Ricky era lenta y pesada, dejando que el "si" se demorara en un susurro sibilante-. Rule es el jefe, ¿no lo sabías? Hace que todo vaya como él quiere; todos saltan cuando él dice que salten. Ya no es un paria, querida hermana. Es un honrado y destacado miembro de nuestra pequeña comunidad y lleva este lugar con puño de hierro. O casi -le guiñó un ojo a Cathryn-. A mí todavía no me tiene en un puño. Sé lo que quiere.

Estaba decidida a no mostrar ninguna reacción ni preguntar a Ricky lo que quería decir ya que sabía que estando medio borracha cualquier conversación sensata sería imposible, así que la cogió del brazo, amable pero firmemente y la llevó hacia las escaleras.

– A estas horas Lorna ya debe tener la cena preparada. ¡Me muero de hambre!

Cuando salieron del cuarto, Rule se acercó a ellas y su severa boca se tensó cuando vio el vaso en la mano de Ricky. Sin decir una palabra alargó la mano y se lo quitó. Por un momento Ricky lo miró tensa con algo perecido al miedo, visiblemente se dominó y arrastró un dedo por su camisa, yendo de botón a botón.

– Eres tan dominante -ronroneó-. No es raro que puedas escoger a las mujeres. Precisamente le estaba hablando a Cathryn sobre ellas… tus mujeres, quiero decir -esbozó una dulce y venenosa sonrisa y empezó a bajar las escaleras, la satisfacción era evidente en el contoneo de su delgado y armonioso cuerpo.

Rule juró quedamente mientras Cathryn se quedó allí quieta tratando de entender que intentaba conseguir Ricky y por qué se enojaba Rule. Estaba la posibilidad de que Ricky no quisiera nada. Le gustaba decir cosas ofensivas sólo por la satisfacción de ver las reacciones. Pero el cavilar sobre ello no le iba a dar respuestas. Así que se enfrentó a Rule y preguntó directamente.

– ¿Qué ha querido decir?

De momento él no respondió. En lugar de ello olió suspicazmente el contenido del vaso que tenía en la mano, luego se bebió lo que quedaba de bebida de un trago. Una mueca de terrible disgusto torció sus rasgos.

– Dios -dijo con voz tensa, casi se ahogándose-. ¿Cómo pude alguna vez tragar esto?

Cathryn casi se rió. Desde el día que su padre lo había traído a casa, Rule se había rehusado a beber alcohol, ni siquiera una cerveza. Su reacción de sorpresa era en cierta forma cautivadora, como si la hubiera revelado una parte escondida de sí mismo. La miró y vio su amplia sonrisa y ella se alarmó cuando los fuertes dedos masculinos se deslizaron por su pelo hasta el cuello.

– ¿Te estás riendo de mí? -preguntó suavemente-. ¿No sabes que puede ser peligroso?

Sabía mejor que nadie lo peligroso que podía ser Rule, pero ahora no estaba asustada. Un extraño regocijo recorrió sus venas y alzó la cabeza para mirarlo.

– No te tengo miedo, hombretón -dijo ella en una mezcla de burla e invitación… una invitación que no había tenido intención de hacer, pero que le salió con tanta naturalidad que ya la había hecho antes de darse cuenta. Un segundo demasiado tarde, intentó disimular su error preguntando precipitadamente:

– Dime que ha querido decir Ricky…

– Que se vaya al infierno Ricky -gruñó él y sus dedos se enroscaron en su cuello una fracción de segundo antes de que su boca se acercara a la de ella. Cathryn se quedó sorprendida por la ternura del beso. Sus labios se ablandaron y se abrieron con facilidad bajo la persuasiva presión de sus movimientos. De la garganta de él salió un áspero sonido y la colocó mejor entre sus brazos, presionándola contra su cuerpo; una de sus manos se deslizaba de su trasero a sus caderas y la hizo arquearse con fuerza contra sus propios muslos. Los dedos de Cathryn agarraron con fuerza las mangas de la camisa de él en respuesta al placer abrasador que ardió en su interior. Era perfectamente consciente de su atractivo masculino y todo lo femenino que había en ella se tensó para contestar la primitiva llamada de la naturaleza. Nunca había sido así con otro hombre, y empezaba a darse cuenta de que nunca lo sería, que esto era único. David no había tenido ni una oportunidad contra la oscura magia que Rule practicaba sin ningún esfuerzo.