La imagen de David fue como un salvavidas, algo a lo que su mente podía agarrar para apartarse del remolino sensual al que la había llevado. Arrancó sus labios con un jadeo, pero fue incapaz de separarse de sus brazos. No es que él la mantuviera prisionera, es que ella carecía de la fuerza para apartarlo. Así que dejó que su cuerpo se relajara contra él mientras apoyaba la frente sobre un hombro, inhalando el sensual y afrodisíaco aroma masculino.

– Dios, que bueno es esto -masculló con voz ronca, inclinando la cabeza para mordisquear el delicado lóbulo que su cabeza ladeada dejaba al descubierto-. Ya no eres una niña, Cat.

¿Qué quería decir con eso?, se preguntó con un destello de pánico. ¿Que ya no había ninguna necesidad de mantenerse apartado de ella? ¿La estaba advirtiendo de que no iba a mantener su relación en un nivel platónico? ¿Y a quién estaba intentando engañar ella? Hacía años que su relación no era platónica, aunque no hubieran vuelto a hacer el amor desde aquel día en el río.

De alguna parte sacó la suficiente fuerza para apartarse de él y levantar orgullosamente la cabeza.

– No, no soy una niña. He aprendido a decir no a avances no deseados.

– Entonces has debido querer el mío, porque sin duda alguna no has dicho que no -se burló suavemente, moviendo su cuerpo de tal manera que quedo atrapada. Era como la vaca a la que un vaquero llevaba suave pero inexorablemente hacia donde él quería, pensó con un punto de histerismo. Inspiró profundamente y logró tranquilizarse, lo que fue muy oportuno, porque repentinamente Mónica apareció al pie de las escaleras.

– Cathryn, Rule, ¿no venís?

Así era Mónica. Ni siquiera un saludo, aunque ya hacía casi tres años que no veía a su hijastra. A Cathryn no le parecía mal la actitud remota de Mónica. Al menos era honesta. Bajó las escaleras con Rule siguiéndola muy cerca, con la mano apoyada casualmente en su espalda.

La mesa era informal. Después de un largo y caluroso día en el rancho, lo que quería un hombre era comer, no una reunión social. La decisión de Cathryn de llevar un vestido había sido inusual, pero notó que Ricky también se había quitado los vaqueros y se había puesto un vestido blanco de gasa que no habría desentonado en una fiesta. Supo instintivamente que aquella noche Ricky no tenía ninguna cita, así que debía haberse arreglado en honor a Rule.

Los ojos de Cathryn se desviaron hacia Rule cuando él se sentó en la silla donde siempre se había sentado Ward Donahue. Por primera vez se dio cuenta de que también él se había cambiado. Llevaba unos pantalones marrón oscuro y una almidonada camisa blanca, con los puños desabotonados, se había arremangado revelando unos musculosos y bronceados antebrazos. Se quedó sin aliento cuando lo miró, examinando aquellos rasgos que tan a menudo ocupaban sus sueños. Su pelo era grueso y tan sedoso como el de un niño, con sólo un ligero indicio de rizos; tanto su pelo como sus ojos tenían un color peculiar, no eran negros ni color café, era un color que sólo podía definirlo como oscuro. Su frente era ancha, sus cejas eran rectas y espesas sobre una nariz delgada de puente alto. Las expresivas ventanas de la nariz mostraban su estado de ánimo. Sus labios eran cincelados, sensuales, pero capaces de fruncirse en una línea severa o torcerse en un gruñido enfurecido. Sus amplios hombros tensaban la tela blanca que los cubría, mientras que por el cuello abierto de la camisa podía verse el indicio de los viriles rizos que adornaban su pecho y llegaban hasta el final de su abdomen. Conocía todo eso de él, conocía exactamente la textura de aquellos rizos bajo sus dedos…

Lentamente se dio cuenta de la diversión en sus ojos y comprendió que se había quedado mirándolo fijamente y prácticamente comiéndoselo con los ojos. Se ruborizó y movió nerviosamente el tenedor, sin atreverse a mirar a Mónica o a Ricky por miedo a que ellas también se hubieran dado cuenta.

– ¿Qué tal el vuelo? -preguntó Mónica trivialmente, pero Cathryn se lo agradeció y se agarró a la pregunta ansiosamente.

– Abarrotado, pero al menos por una vez, puntual. No te he preguntado si hacía mucho que esperabas -le dijo a Rule deliberadamente, esforzándose por hablar con él y demostrar que no le importaba el que la hubiera cogido mirándolo.

Él se encogió de hombros y comenzó a decir algo, pero Ricky lo interrumpió con una risa ruda y amargada.

– Seguro que eso no le ha molestado -disparó-. Se fue ayer por la tarde y pasó la noche en Houston, para estar seguro de no llegar tarde. Nada es demasiado bueno para la pequeña reina del Bar D, ¿verdad, Rule?

Su oscura expresión se cerró tornándose fría, Cathryn siempre asociaba esa expresión a los dolorosos días en que llegó al rancho y tuvo que apretar los puños para reprimir el repentino y poderoso impulso de protegerlo. Si había un hombre menos necesitado de protección era Rule Jackson, que era un tipo realmente duro. Rule le dirigió una sonrisa a Ricky que no era nada más que enseñar los dientes como si estuviera de acuerdo con su opinión.

– Así es. Estoy aquí para darle lo que ella quiera, y cuando ella quiera.

Mónica habló serenamente.

– Por el amor de Dios, ¿no podemos tener una comida sin que vosotros dos os peleéis? Ricky, compórtate de acuerdo a tu edad, que tienes veintisiete años, no siete.

Después de un pequeño silencio, Mónica siguió con una declaración que debía haberle parecido completamente inocente, pero que golpeo a Cathryn con la fuerza de un martillazo.

– Rule dice que has venido a casa para quedarte, Cathryn.

Cathryn le dirigió a Rule una mirada furiosa que él recibió blandamente, pero la negativa que estaba a punto de salir de sus labios se vio interrumpida cuando Ricky dejó caer su tenedor estrepitosamente. Todas las cabezas se giraron hacia ella; estaba blanca, estremeciéndose.

– Bastardo -dijo muy bajo, mirando furiosa a Rule con los ojos llenos de veneno-. Todos estos años, mientras Madre tenía el control del rancho, has estado pensando en las musarañas rondándola, engatusándola para que hiciera lo que tú querías, hasta ahora que Cathryn ha cumplido los veinticinco años y ha asumido el control legalmente. ¡La has estado usando! No nos has querido ni a ella ni a mí más que para…

Rule se recostó en la silla con los ojos vacíos y sin expresión. No dijo nada, sólo miraba y esperaba, y Cathryn repentinamente tuvo la impresión de que veía a un solitario puma esperando para atacar a un confiado cordero. Ricky también debió sentir el peligro, porque su voz se apagó en mitad de la frase.

Mónica miró airadamente a su hija y dijo con mucha frialdad.

– ¡No sabes de lo que estás hablando! ¿Cómo te atreves a criticar o a aconsejar a alguien con tus antecedentes amorosos?

Ricky se giró salvajemente hacia su madre.

– ¿Cómo puedes seguir defendiéndole? -gritó-. ¿No puedes ver lo que hace? ¡Debería haberse casado contigo hace años, pero él lo fue aplazando y esperó hasta que ella llegara a la mayoría de edad! ¡Él sabía que ella asumiría el control del rancho! ¿Verdad que sí? -escupió, girándose para enfrentarse a Rule.

Cathryn ya había tenido bastante, temblando de rabia, desechó los buenos modales y tiró de golpe los cubiertos sobre la mesa mientras luchaba para estructurar las candentes palabras de su mente en oraciones coherentes.

Rule no tuvo esa dificultad. Apartó su plato de un empujón y se puso en pie. El hielo se translucía en su tono cuando dijo:

– Nunca ha habido la menor posibilidad de que yo me casara con Mónica -después de ese brutal comentario se giró y con pesadas zancadas abandonó la sala antes de que alguien más se pudiera sumar a la discusión.

Cathryn miró a Mónica. La cara de su madrastra estaba blanca excepto las manchas redondas de color artificial que punteaban sus pómulos. Mónica habló con brusca severidad.

– ¡Enhorabuena, Ricky! Has logrado arruinar otra comida.

Cathryn exigió cada vez más furiosa.

– ¿Qué ha significado toda esta escena?

Ricky apoyó graciosamente los codos sobre la mesa y se puso las manos bajo la barbilla en una postura angelical, recuperando la compostura, aunque al igual que su madre, estaba pálida.

– No creo que seas tan torpe -se burló. Parecía muy satisfecha con ella misma. Sus labios rojos se curvaron en una pequeña sonrisa malvada-. Es inútil fingir que no sabes la manera en que Rule ha usado a Madre todos estos años. Pero últimamente… últimamente ha comprendido que tú eres mayor de edad, convenientemente viuda, y puedes tener el control del racho cuando decidas tomarte el suficiente interés. Ahora Madre es inútil para él; ya no tiene las riendas del dinero. Es un sencillo caso de sustituir lo viejo por lo nuevo.

Cathryn la miró desdeñosamente.

– ¡Eres retorcida!

– ¡Y tú una idiota!

– ¡Probablemente lo sería si diera algo de valor a tus palabras! -le disparó Cathryn-. No sé lo que tienes contra Rule. Tal vez es simplemente amargura contra los hombres…

– ¡Así es! -chilló Ricky-. ¡Échame en cara que estoy divorciada!

Cathryn se hubiera tirado de los pelos de pura frustración. Conocía lo suficientemente bien a Ricky para reconocer su juego para inspirar compasión, pero también sabía que cuando le convenía, Ricky no se ceñía demasiado a la verdad. Por alguna razón, Ricky trataba de hacer aparecer a Rule bajo la peor luz imaginable y el pensamiento la irritó. Rule ya tenía bastantes puntos negativos contra él para que alguien inventara más. En la zona no se habían olvidado de cómo había actuado cuando volvió de Vietnam y por lo que sabía ella, nunca se había reconciliado con su padre. El señor Jackson había muerto hacía unos años, pero Rule nunca se lo había mencionado, así que supuso que la tensión entre él y su padre todavía existía en el momento de la muerte del señor Jackson.

Sin querer analizar más estrechamente sus motivos, simplemente reconociendo el deseo superficial de poner a Ricky en su sitio, Cathryn le espetó:

– Es verdad que Rule me pidió que me quedara, pero, después de todo, ésta es mi casa, ¿verdad? No hay nada que me retenga en Chicago ahora que David está muerto -con esas palabras de despedida se puso en pie y abandonó la sala, aunque con bastante más gracia de la que Rule había exhibido.

Empezó a dirigirse a su habitación ya que sentía los efectos del viaje y del largo paseo. Sus músculos estaban rígidos, y aunque los hubiera olvidado en el calor de la batalla, ahora renovaban sus súplicas para que les prestara atención y se estremeció ligeramente cuando llegó a las escaleras. Deteniéndose en el primer escalón, decidió que primero buscaría a Rule, incitada por algún vago impulso de verlo. No sabía por qué hacía esto cuando llevaba años evitándole, pero no se detuvo a analizar ni sus pensamientos ni sus emociones. Eso podría destrozarla. ¡Sería algo completamente diferente si se tomara esa libertad con algún otro! Salió por la puerta principal y caminó alrededor de la casa, dirigiendo sus pasos hacia el granero de los potros. ¿Dónde si no estaría Rule más que comprobando como se encontraba uno de sus preciosos caballos?

Los olores familiares de heno, caballos, linimento y cuero la saludaron cuando entró en el granero y anduvo el oscuro y largo pasillo cuya luz del fondo dejaba ver a dos hombres parados ante el puesto de la yegua embarazada. Rule se giró cuando ella surgió bajo la luz.

– Cat, éste es Floyd Stoddard, nuestro veterinario. Floyd, te presento a Cathryn Ashe.

Floyd era un hombre grande y macizo con la piel curtida y el cabello castaño claro. La saludó con una inclinación de cabeza.

– Señora -dijo con una voz suave totalmente opuesta a su aspecto.

Cathryn hizo un gesto convencional, pero no tuvo oportunidad para conversar. Rule dijo brevemente:

– Avísame si pasa algo -y la tomó del brazo. Y ella se encontró fuera del círculo de luz y otra vez sumergida en la oscuridad del granero. No veían muy bien en la oscuridad, y tropezó al nadar con vacilación sin confiar en su equilibrio.

Se oyó una risa queda por encima de su cabeza y se sintió apretada estrechamente contra un cuerpo duro y caliente.

– ¿Todavía no puedes ver en la oscuridad, verdad? No te preocupes, no permitiré que te caigas. Sólo agárrate a mí.

No tuvo que agarrarse. Él la apretaba por los dos.

Para hablar de algo, preguntó:

– ¿La yegua parirá pronto?

– Probablemente esta noche, cuando todo se calme. Normalmente las yeguas son tímidas. Esperan hasta que creen que no hay nadie alrededor, así que Travis tendrá que guardar silencio y no dejar notar su presencia -había diversión en su voz-. Como todas las hembras, poniéndolo difícil.

El resentimiento en nombre de su sexo la enfureció brevemente, pero se controló. Se dio cuenta que se estaba burlando de ella, esperando que reaccionara apasionadamente y dándole así una razón perfecta para besarla otra vez, como si él necesitara una razón. ¿Cuándo había necesitado él una razón para hacer lo que quería? Así que en lugar de ello dijo suavemente: