– Probablemente tú también lo pondrías difícil si tuvieras que enfrentarte al parto y al nacimiento.
– Querida, sería algo más que difícil. ¡Estaría francamente sorprendido!
Se rieron juntos mientras salían del granero y empezaron a caminar hacia la casa. Ahora ya podía ver bajo la débil luz de la luna creciente, pero él mantuvo el brazo alrededor de su cintura y ella no protestó. Hubo un momento de silencio antes de que él murmurase:
– ¿Estás muy dolorida?
– Bastante. ¿Tienes algún linimento que pueda ponerme?
– Te llevaré una botella a tu habitación -prometió él-. ¿Cuánto tiempo aguantaste ante Mónica y Ricky?
– No mucho -admitió Cathryn-. Tampoco yo acabé de cenar.
Volvió a hacerse el silencio y no se rompió hasta que estuvieron cerca de la casa. La mano que la sostenía se tensó hasta que los dedos se clavaron en la suave piel de la cintura.
– Cat.
Ella se detuvo y lo miró. Su cara estaba completamente oculta bajo el ala de su sombrero, pero podía sentir la intensidad de su mirada.
– Mónica no es mi amante -dijo con una suave exhalación-. Nunca lo ha sido, aunque no por falta de oportunidades. Tu padre fue un amigo demasiado bueno para que yo me metiera en la cama con su viuda.
Al parecer la misma restricción no se aplicaba a la hija de Ward, pensó ella, momentáneamente muda de estupefacción ante la atrevida declaración. Por un momento clavó simplemente los ojos en él bajo la débil luz plateada, con la cara alzada hacia él.
– ¿Por qué te molestas en explicármelo? -susurró finalmente.
– ¡Porque te lo creíste, maldita sea!
Otra vez atónita, se preguntó si automáticamente había aceptado, sin realmente pensar en ello, que Rule había sido el amante de Mónica. Desde luego eso era lo que Ricky había dado a entender antes, pero algo en Cathryn rechazó violentamente esa idea. Por otra parte, instintivamente le dio miedo darle ese voto de confianza. Dividida entre las dos posturas, dijo simplemente:
– Todo lo indicaba. Puedo entender por qué Ricky está tan convencida. Cualquier cosa que quisieras sólo se lo tenías que mencionar a Mónica y ella se aseguraba de darte el dinero para que lo hicieras.
– ¡El único dinero que Mónica me ha dado ha sido para el rancho! -dijo él bruscamente-. Ward confió en mí para llevarle el rancho, y eso no cambió con su muerte.
– Lo sé. Has trabajado para este rancho tan duro, más duro, que cualquier hombre para su propia tierra -obedeciendo otro instinto, le puso la mano sobre el pecho, extendió los dedos y sintió la carne caliente y dura bajo la camisa-. Me resentí contigo Rule. Lo admito. Cuando murió papá, desde el primer momento, te impusiste y asumiste el control de todo lo que había sido suyo. Te encargaste del rancho, te mudaste a su casa, organizaste nuestras vidas. ¿Acaso era imposible pensar que te apoderases también de su esposa? -Dios, ¿por qué había dicho eso? Ni siquiera lo creía, aunque se sentía impelida a emprenderla a golpes contra él.
Se puso rígido y su respiración siseó entre sus dientes.
– ¡Me gustaría ponerte sobre mis rodillas por esto!
– Como has dicho varias veces, ahora ya soy adulta, así que no te lo aconsejaría. No voy a permitir que me trates como a una niña -le avisó, con la espalda rígida al recordar el incidente de hacía muchos años.
– ¿Entonces quieres que te trate como a una mujer? -le espetó él.
– No. Quiero que me trates como lo que soy -hizo una pausa y luego escupió la palabra-. ¡Tu patrón!
– Lo has sido durante años -apuntó él severamente-. Y eso no me impidió azotarte y hacer el amor contigo.
Dándose cuenta de que era inútil discutir con él, Cathryn se apartó de él con violencia y se dirigió hacia la casa. Había dado sólo unos pasos cuando los dedos de él se cerraron sobre su brazo y la detuvieron.
– ¿Siempre vas a echar a correr cuando mencione hacer el amor? -sus palabras eran como golpes en su sistema nervioso, y tembló bajo su mano, oponiéndose a la tormenta del temor mezclada con una anticipación que la confundió.
– No te escapaste ese día en el río -la recordó cruelmente-. Estabas lista y te gustó, a pesar de ser tu primera vez. Me recuerdas a una yegua, nerviosa y muy asustada, dándole coces a un semental, pero todo lo que necesitas es que te tranquilicen un poco.
– ¡No me compares con una yegua! -las palabras salieron furiosas de su garganta. Ya no estaba confundida; estaba lúcida y enfadada.
– Eso era lo que parecías, una pequeña potrilla de largas piernas y grandes ojos oscuros, demasiado voluble para aceptar caminar bajo una mano amiga. No creo que hayas cambiado tanto. Todavía tienes las piernas largas, y también grandes ojos oscuros, y todavía eres voluble. Siempre me han gustado los caballos castaños -dijo, su voz se hizo tan ronca que era casi un gruñido-. Y siempre he querido tener una mujer pelirroja.
Una abrupta rabia vibró a través de su esbelto cuerpo, y por un momento fue incapaz de contestarle. Cuando finalmente pudo hablar, su voz era ronca y temblaba por la fuerza de su temperamento.
– ¡Bueno, esa no seré yo! Te sugiero que intentes hallar una yegua castaña. ¡Es más tu tipo!
Se estaba riendo de ella. Podía oír el sonido sordo que retumbaba en su pecho. Levantó el puño apretado para golpearlo y él se movió como un relámpago, atrapando su delicado puño con su mano áspera y grande y lo retuvo allí. Intentó separarse de él, pero la acercó inexorablemente hasta que estuvieron justo lo suficiente cerca para que sus cuerpos se tocaran. Inclinó la cabeza hasta que su aliento, como cálidas plumas, le rozó los labios, y con el más ligero de los contactos rozó su boca con la de ella cuando dijo:
– Eres la misma, estupendo. Tú eres mi mujer pelirroja. Dios sabe que ya he esperado demasiado tiempo.
– No -empezó a decir, sólo para ver su respuesta interrumpida automáticamente cuando él bajó su cabeza el diminuto espacio necesario para endurecer el contacto entre sus bocas. Ella tembló y se quedó inmóvil bajo su beso. Desde esta mañana en que la había besado en el aeropuerto parecía que se hubiera quedado cruzada de brazos y dejándole que la besara siempre que quisiera, algo que nunca pensó que sucediera. Como si algo la hubiera golpeado, se dio cuenta de que el comportamiento de él durante todo día había sido claramente como el de un amante, y por primera vez se preguntó que había detrás de sus acciones.
Su falta de respuesta lo irritó y la acercó aún más, con su boca exigiendo cada vez más hasta que ella exhaló un sordo gemido de dolor cuando sus músculos se quejaron por el trato que recibían. Inmediatamente los brazos de él se relajaron y levantó la cabeza.
– Lo siento -admitió con voz ronca-, será mejor que entremos y me ocupe de ti antes de que se me olvide otra vez.
Cathryn empezó a protestar que ella podía cuidarse sola, pero se tragó las palabras por miedo a prolongar la situación. Con falsa docilidad soportó el brazo posesivo que se enroscó en su cintura cuando entraron en la casa. No había ninguna señal de Mónica o de Ricky, por lo que se sintió profundamente agradecida, ya que Rule subió las escaleras con ella, con su brazo todavía rodeándola. Podía imaginarse los comentarios que probablemente le hubieran hecho y se sentía extrañamente incapaz de manejarlos en ese momento.
Rule la perturbaba; siempre lo hacía. Se había considerado lo suficientemente adulta ahora como para tratar con él con tranquila indiferencia, sólo para encontrarse que todo lo relacionado con él estaba muy lejos de serle indiferente. Lo odiaba, estaba ferozmente resentida con él, y allá, candente y escondido en su conciencia, la atormentaba el hecho que durante su matrimonio con David se había sentido como si le hubiera sido infiel… ¡a Rule, no a su propio marido! Era algo estúpido. Había amado sinceramente a David y había sufrido después de su muerte, y aún así… Siempre había sido consciente que, mientras David podía llevarla a la luna, Rule la había hecho alcanzar las estrellas.
Para su sorpresa, Rule la dejó en la puerta de su dormitorio y siguió por el pasillo hacia el suyo propio. Cathryn no se cuestionó su buena suerte y rápidamente se metió dentro y cerró la puerta. Anhelaba una baño de agua caliente para aliviar sus músculos doloridos, pero el único cuarto de baño con bañera en lugar de ducha estaba al final del pasillo entre el dormitorio de Rule y el de Mónica y no se quería arriesgar a encontrarse con ninguno de los dos. Suspirando con pesar, empezó a desabotonarse el vestido. Ya se había desabrochado tres botones cuando un breve y seco golpe sonó en la puerta, un golpe que precedió por una fracción de segundo a la entrada de Rule. Se giró bruscamente por el susto lo que la hizo estremecerse de dolor.
– Perdona -masculló Rule-. He traído el linimento.
Extendió la mano hacia la botella con un claro líquido y vio como sus ojos se posaban en el escote desabotonado de su vestido. Instantáneamente sus pechos se endurecieron y sintió el calor de aquella amarga e incontrolada respuesta hacia él. Su respiración se tornó desigual y vio como los ojos de él subían lentamente hasta su cara. Tenía las pupilas dilatadas, el cuerpo tenso mientras la absorbía con la mirada, parecía un animal salvaje. Por un momento pensó que Rule haría caso a la primitiva llamada; luego con una ahogada maldición, puso bruscamente la botella en su mano.
– Puedo esperar -dijo, y salió tan bruscamente como había entrado.
Cathryn sintió que sus piernas no iban a sostenerla y se dejó caer en la cama, hundiéndose con gratitud sobre la colcha blanca. ¡Si eso no era salvarse por los pelos, entonces no sabía lo que era!
Después de frotarse cuidadosamente las piernas y el trasero con aquel acre linimento, se puso el camisón y rígidamente avanzó con lentitud hacia la cama, pero a pesar del cansancio era incapaz de dormir. Todo lo que había sucedido durante el día pasó por su cansada mente con una persistencia enloquecedora.
Rule. Todo volvía hacia él. Cathryn pensaba que sabía bastante sobre los hombres en general y Rule en particular, reconocía la pasión, y él no hizo nada para ocultar su deseo cuando la besó. Pero Rule era un hombre complicado y no creía que estuviera motivado sólo por simple lujuria. Parecía un iceberg que únicamente permitía ver un trozo. La mayor parte de él seguía sumergida, oculta, y lo único que podía hacer ella era adivinar sus motivos. ¿Era por el rancho? ¿Después de todo tenía razón Ricky en su valoración? ¿Intentaba hacerse legalmente con el rancho casándose con la dueña?
Detuvo bruscamente sus pensamientos. ¡Casado! ¿Qué le hacía pensar que Rule consideraría alguna vez el matrimonio? empezaba a entender que la podía controlar con facilidad por otros medios, y la brusca comprensión fue humillante. ¿A no ser que quisiera el rancho legalmente…? Era un hombre con un pasado oscuro; ¿quién podría saber la importancia que tenía el rancho para él? Aunque podía imaginarse perfectamente que para él representaba su salvación, tanto física como emocionalmente.
Independientemente del pasado, no quería enredarse con él. E independientemente del motivo, estaba segura de que no podría protegerse contra el dolor. Era demasiado vulnerable a él.
Capítulo 3
Cathryn había tenido intención de madrugar, pero su voluntad no fue lo bastante fuerte como para levantarse y ya eran más de las diez cuando se despertó y se apartó el pelo de la cara para mirar el reloj. Bostezó y se desperezó, interrumpiendo el movimiento con un estremecimiento de dolor. Se levantó de la cama cautelosamente, y decidió que no estaba tan dolorida como había temido, aunque lo suficiente. Como seguramente Rule estaría fuera de la casa desde hacía horas, se sintió lo bastante segura para darse aquel baño caliente, recogió su ropa y fue hacia el cuarto de baño.
Una hora más tarde se sintió bastante mejor, aunque todavía estaba rígida. Se frotó de nuevo los músculos con el linimento y luego decidió ignorar el dolor. A pesar del incómodo comienzo de la noche, el largo sueño la había refrescado por lo que sus oscuros ojos centelleaban y sus mejillas estaban ligeramente sonrosadas. Se retiró el pelo hacia atrás sujetándolos con un par de peinetas de carey, haciéndola parecer una adolescente. Cuando se miró al espejo un momento, tuvo la sensación inquietante de estar viendo el pasado, como si la imagen que veía fuera la de la muchachita que había sido un día caluroso de verano, pensando alegremente ir al río. ¿Había sonreído ella de ese modo?, se preguntó cuando sus labios se curvaron en una débil sonrisa de secreta anticipación. ¿Anticipación de qué?
Estudió su cara en el espejo, buscando una respuesta. Los delicados rasgos no revelaron nada; sólo vio la sonrisa evasiva y un cierto misterio en los ojos oscuros. Los tonos de sus rasgos eran inusuales, heredados de su padre; el fuego oscuro de su pelo, un tono ni rojo ni marrón, pero con el brillo del caoba; los ojos oscuros, no tan oscuros como los de Rule, pero de un suave marrón oscuro. Su piel, afortunadamente, no tenía pecas. Se podía broncear ligeramente pero nunca había conseguido ponerse muy morena. ¿Qué más podía ver allí? ¿Qué atraería la atención de un hombre? Su nariz era recta y delicada, pero no clásica. Su boca parecía vulnerable, sensible; los huesos de la cara eran delicados, finamente trazados. Medianamente alta, esbelta, de piernas largas, caderas estrechas, cintura delgada y pechos redondos y bastante bonitos. No tenía curvas voluptuosas, pero era de líneas elegantes, limpias y con una cierta gracia en sus movimientos. Rule la había comparado con una potrilla de largas patas. Y Rule siempre había querido una mujer pelirroja.
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