La joven del espejo no era una gran belleza, pero era pasable.
¿Bastante pasable para mantener el interés de Rule Jackson?
¡Alto! Se dijo con ferocidad, dando la espalda al espejo. ¡Ella no quería mantener su interés! No podía manejarlo y lo sabía. Si tuviera el más mínimo sentido común volvería a Chicago, seguiría con su aburrido trabajo y se olvidaría del persistente e incesante dolor por la casa donde había crecido. Pero ésta era su casa, y quizás ella no tenía nada de sentido común. Conocía cada tablón de la vieja casa, nunca había olvidado nada de ella y quería quedarse allí.
Bajó la escalera y fue hacia la cocina. Lorna se apartó de los fogones cuando la vio entrar y le dirigió una acogedora sonrisa.
– ¿Has dormido bien?
– Maravillosamente. No había dormido así desde hacía años.
– Rule dijo que estabas agotada -dijo Lorna cariñosamente-. También has perdido algo de peso desde tu última visita. ¿Estás lista para desayunar?
– Es casi la hora de comer, creo que esperaré. ¿Dónde están los demás?
– Mónica todavía duerme; Ricky ha salido hoy con los hombres.
Cathryn levantó las cejas inquisitivamente y Lorna se encogió de hombros. Era una mujer de huesos grandes, acabando los cuarenta o al principio de los cincuenta, su pelo castaño no tenía canas y sus rasgos eran agradables y mostraban su satisfacción con la vida que llevaba. La aceptación estaba en sus ojos cuando dijo lentamente:
– Ricky está pasando ahora unos momentos difíciles.
– ¿En qué sentido? -preguntó Cathryn. Era cierto que Ricky parecía más nerviosa de lo normal, como si apenas pudiera mantener el control.
Lorna volvió a encogerse de hombros.
– Supongo que se despertó un día y comprendió que no tenía nada de lo que quería y se aterrorizó. ¿Qué ha hecho con su vida? La ha estado malgastando. No tiene marido, no tiene hijos, nada importante que pueda sentir como suyo. Lo único que realmente ha tenido es su belleza, y eso no le ha dado al hombre que quería.
– Ha estado casada dos veces -dijo Cathryn.
– Pero no con Rule.
Conmocionada, Cathryn se sentó silenciosamente, tratando de comprender el razonamiento de Lorna. ¿Rule? ¿Y Ricky? Ricky siempre alternaba sin ningún sentido aparente entre rebelarse contra Rule o seguirle con una devoción servil, mientras Rule siempre la trataba con una estoica tolerancia. ¿Ese era el motivo del repentino brote de hostilidad de Ricky? ¿Era por eso que no quería que Cathryn se quedara? De nuevo tuvo la inquieta sensación de que, de alguna manera, Ricky sabía que Rule había hecho el amor con ella cuando tenía diecisiete años. Era imposible, sin embargo…
No, era imposible. Ricky no podía estar enamorada de Rule. Cathryn sabía lo que era estar enamorada, y no podía ver ninguno de los signos en Ricky, ninguna dulzura, ningún gesto cariñoso. Sus reacciones hacia Rule eran una mezcla de miedo y hostilidad que bordeaba el odio real; Cathryn también entendía eso demasiado bien. ¿Cuántos años había permanecido ella lejos debido a aquellos mismos sentimientos?
Inquieta, sintió la repentina y poderosa necesidad de estar sola durante un rato, así que dijo:
– ¿La droguería Wallace todavía abre los domingos?
Lorna asintió con la cabeza.
– ¿Vas a coger el coche para ir al pueblo?
– Sí, si nadie necesita el coche.
– Nadie que yo sepa, e incluso si quisieran ir podrían hacerlo con otros medios -dijo Lorna muy práctica-. ¿Me podrías traer algunas cosas?
– Con mucho gusto -contesto Cathryn-. Pero para que no se me olvide nada, anótamelo todo. No importa el cuidado que ponga, siempre se me olvida algo a no ser que lleve una lista, y normalmente siempre me olvido de apuntar algo.
Con una risa queda Lorna abrió un cajón y extrajo una libreta de la que arrancó la primera hoja. Se la dio a Cathryn.
– Ya está hecho. Me pasa lo mismo que a ti, así que escribo lo que me hace falta en el mismo momento en que pienso en ello. Espera, voy a buscar dinero al escritorio de Rule.
– No, tengo suficiente -protestó Cathryn, leyendo la lista. En su mayor parte eran cosas de primeros auxilios como vendas o alcohol, nada muy caro. Además, lo que se comprara para el rancho era su responsabilidad.
– Vale, pero guarda el recibo de lo que compres. Desgrava.
Cathryn asintió con la cabeza.
– ¿Sabes dónde están las llaves del coche?
– Normalmente en el contacto, a menos que Rule las haya quitado esta mañana para impedir que Ricky desaparezca como hace a veces. Si las ha quitado, las tendrá en el bolsillo, pero ya que Ricky se ha ido con ellos, no habrá tenido ningún motivo para cogerlas.
Cathryn hizo una mueca ante esa información y subió para coger el bolso. ¿Acaso Ricky se comportaba tan mal que era necesario esconder las llaves para que no las cogiera? ¿Y si alguien más necesitaba el coche? Seguramente Lorna y Mónica harían planes de antemano si necesitaran el coche, y para cualquier emergencia médica, Rule podía ser localizado con bastante rapidez. De todos modos el avión sería más rápido que un coche.
Tuvo suerte. Las llaves estaban en el contacto. Abrió la puerta y se deslizó tras el volante, la ilusionaba el pequeño viaje.
El coche no era un modelo nuevo y parecía bastante golpeado, pero el motor arrancó inmediatamente y ronroneó con precisión. Como todo lo demás en el rancho el mantenimiento era muy bueno, otra indicación de la excelente dirección de Rule. En ese aspecto no podía decir absolutamente nada contra él.
Se sintió orgullosa de como se veía el rancho mientras conducía por el polvoriento camino hacia la carretera. No era un rancho enorme o muy rico, aunque sí lo suficiente. Sabía que Rule le había dado nueva vida con sus caballos, aunque antes ya era un lugar confortable. Pero ahora se veía la tierra bien cuidada, algo que sólo la devoción y el trabajo arduo podía hacer.
El pueblo era pequeño, pero Cathryn suponía que tendría todo lo necesario. Era tan familiar para ella como su cara, nunca había cambiado a pesar del paso del tiempo. San Antonio era la ciudad más cercana, a casi ochenta millas de distancia, pero para alguien acostumbrado a las distancias de Texas, no parecía que fuese un viaje largo. Nadie notaba nada a faltar en la apacible vida de Uvalde County.
Probablemente el último escándalo en la historia del pueblo fue lo que había hecho Rule, pensó Cathryn distraídamente mientras aparcaba el coche en el bordillo, frente a un edificio, entre polvorientas furgonetas y diferentes marcas de coche. Podía oír el sonido de una máquina de discos y una sonrisa iluminó su cara cuando los recuerdos la inundaron. ¿Cuántas tarde de domingo había pasado allí dentro cuando era una adolescente? La farmacia estaba al otro lado del edificio. En la parte de delante había una floreciente hamburguesería. Taburetes forrados de rojo rodeaban el mostrador y en la pared opuesta había varios apartados, algunas pequeñas mesas estaban desperdigadas por el resto de la sala. Los taburetes y los apartados estaban abarrotados, mientras que las mesas permanecían vacías, siempre eran las últimas en ocuparse. Con un rápido vistazo a su alrededor vio que la mayoría de los clientes eran adolescentes, como siempre, aunque había los suficientes adultos como para controlar el entusiasmo juvenil.
Fue hacia la farmacia y empezó a coger los artículos de la lista de Lorna, eso era lo primero que quería hacer; después tenía la intención de recompensarse con un enorme batido. El montón de cosas que iba recopilando en sus brazos iba aumentando y pronto no pudo con ellas; miró alrededor buscando una cesta y su mirada tropezó con la de una mujer de su misma edad que la observaba con curiosidad.
– ¿Cathryn? ¿Cathryn Donahue? -preguntó la mujer con vacilación.
En cuanto habló, Cathryn la reconoció.
– ¡Wanda Gifford!
– Ahora soy Wanda Wallace. Me casé con Rick Wallace.
Cathryn lo recordó. Era el hijo del dueño de la droguería, más o menos un año mayor que ella y Wanda.
– Y yo soy Cathryn Ashe.
– Lo sé. Me enteré de la muerte de tu marido. Lo siento, Cathryn.
Cathryn murmuró un agradecimiento por las palabras de cortesía mientras Wanda fue a ayudarla con algunas de las cosas que tenía entre los brazos y que estaban en un precario equilibrio, luego cambió rápidamente de conversación, todavía se sentía incapaz de hablar con calma de la muerte de David.
– ¿Tienes hijos?
– Dos, y ya tengo bastante. Los dos son niños y los dos son unos monstruos -sonrió Wanda sardónicamente-. Rick me preguntó si no quería intentar tener una niña la próxima vez, y le contesté que si había una próxima vez me separaría. ¡Por Dios! ¿Qué iba a hacer yo con otro muchacho? -pero a pesar de sus palabras se reía y Cathryn sintió por un momento una ligera envidia. David y ella habían hablado de tener niños, pero lo aplazaron por unos años; después se enteraron de la enfermedad de David y él se había negado a cargarla con un hijo que tendría que educar sola. No entendía por qué él había supuesto que un niño sería una carga para ella, pero siempre había pensado que el concebir a un bebé tenía que ser una decisión mutua, así que no lo había presionado. Ya tenía él bastante presión sabiendo que se estaba muriendo.
Wanda se dirigió a una mesa y puso en ella todo lo que llevaban.
– Siéntate y deja que te invite a un refresco como bienvenida a casa. Rule nos dijo que esta vez venías para quedarte.
Lentamente Cathryn se dejó caer en una silla vacía.
– ¿Cuándo dijo eso? -inquirió, preguntándose si parecía tan acorralada como se sentía.
– Hace dos semanas. Dijo que estarías en casa para el Día de los Difuntos -Wanda fue detrás del mostrador, cogió dos vasos rebosantes de hielo y los llenó con la cola que había en la máquina instalada allí.
¿Así que Rule ya tenía claro desde hacía dos semanas que volvía a casa para quedarse? reflexionó Cathryn. Debió ser cuando llamó a Mónica para decirle que iba a casa de visita, y entonces, Rule, había decidido que esta vez se quedaría y había hecho correr la noticia. ¿Se quedaría sorprendido cuando mañana cogiera el avión?
– Aquí tienes -dijo Wanda poniendo el vaso helado ante ella.
Cathryn se inclinó agradecida para tomar un sorbo de la bebida fría, tenía un gusto fuerte, algo normal en una máquina de cola.
– Rule ha cambiado mucho durante todos estos años -murmuró, no estaba segura de por qué lo había dicho, pero por alguna razón deseaba oír la opinión de alguien más. Quizás él no era nada fuera de lo común. Quizás era su propia percepción sobre él la que estaba equivocada.
– En algunas cosas sí, en otras no -dijo Wanda-. Ya no es un salvaje, pero aún parece tan peligroso como siempre. Ahora es más controlado. Pero la mayoría de la gente piensa que ha cambiado. Rule sabe del negocio de cría y es un jefe justo. Es presidente de la Asociación de Ganaderos local, ya sabes. Desde luego siempre están las que creen que sigue siendo salvajemente viril.
Cathryn logró ocultar la sorpresa de aquella información. En algunas partes, la Asociación de Ganaderos era un círculo de élite; en otras partes, como aquí, era un grupo de importantes rancheros que intentaban ayudarse unos a los otros. De todas formas estaba asombrada de que Rule hubiera sido elegido presidente, porque ni siquiera era el dueño del rancho. Esto, más que cualquier otra cosa, era una prueba de su paso desde el escándalo a la respetabilidad.
Estuvo cotilleando con Wanda durante casi una hora y se dio cuenta de que el nombre de Ricky no salió ni una sola vez, una indicación de lo completamente que se había aislado Ricky de la gente del lugar. Si Wanda hubiera estado en término amistosos con la otra joven, hubiera preguntado por ella, aunque solo hiciera un par de días que no la veía.
Finalmente, Cathryn se dio cuenta del tiempo transcurrido y empezó a recoger los artículos esparcidos sobre la mesa. Wanda la ayudó y fue con ella hacia la caja registradora, donde su suegro examinó a Cathryn.
– Todavía tenemos un baile todos los sábados por la noche -dijo Wanda con una sonrisa amistosa en sus ojos-. ¿Por qué no vienes la próxima vez? Rule te puede traer si no quieres venir sola, aunque hay muchos hombres a quienes les gustaría que fueras sin acompañante, especialmente sin Rule.
Cathryn se rió, recordando los bailes de los sábados por la noche, los cuales eran una parte de la vida social del condado. La mayor parte de los matrimonios y algunos embarazos de hacía quince años, tuvieron sus comienzos en los bailes del sábado por la noche.
– Gracias por recordármelo. Me lo pensaré. Aunque no creo que a Rule le haga gracia tener que cumplir con el deber de escoltarme.
– Pregúntaselo -fue el risueño consejo de Wanda.
– No, gracias -masculló Cathryn para sí misma cuando abandonó el frescor de la farmacia y el calor del despejado día de Texas la golpeó en la cara. De todas formas no tenía la menor intención de estar allí para el siguiente baile. Se metería en un avión en menos de veinticuatro horas, y el próximo sábado estaría a salvo en su apartamento de Chicago, lejos de los peligros y las tentaciones de Rule Jackson.
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