Abrió la puerta del coche y puso las compras sobre el asiento, pero esperó un momento para permitir que el interior se aireara un poco antes de entrar ella.

– ¡Cathryn! Buen Dios, me había parecido que eras tú. He oído que habías regresado.

Si giró con curiosidad y una amplia sonrisa se reflejó en su boca cuando vio a un hombre alto y larguirucho, con el pelo blanco y la piel bronceada que se apresuraba por la acera para llegar hasta ella.

– ¡Señor Vernon! ¡Que gusto volver a verlo!

Paul Vernon, llegó a su lado y la envolvió en un abrazo que la levantó del suelo. Había sido el mejor amigo de su padre, y ella había seguido la tradición siéndolo de su hijo Kyle. Para decepción de Paul Vernon, la amistad entre los dos nunca había desembocado en un romance; pero él siempre había tenido un sitio en su corazón para Cathryn y ella le devolvía el cariño; en algunos aspectos le gustaba más el hombre mayor que Kyle.

La dejó de nuevo en el suelo y llamó por señas a otro hombre que estaba detrás. Aunque hubiera estado fuera durante años, Cathryn supo inmediatamente que era un recién llegado. El hombre que se quitó el sombrero educadamente e inclinó la cabeza hacia ella no iba vestido como los habitantes de por allí. Sus vaqueros eran demasiado nuevos y el sombrero no era como los otros.

La presentación del señor Vernon confirmó sus suposiciones.

– Cathryn, éste es Ira Morris. Está en la región observando el ganado y los caballos. Posee tierra en Kansas. Ira, ésta es Cathryn Donahue… lo siento pero no recuerdo su nombre de casada. Cathryn es de Bar D.

– ¿Bar D? -preguntó el señor Morris-. ¿No es la tierra de Rule Jackson?

– Exacto. Tendrás que verlo si quieres caballos. Tiene la mejor caballeriza del estado.

El señor Morris estaba impaciente. Apenas pudo contener su inquietud cuando Paul Vernon se entretuvo charlando un poco. Cathryn simpatizó con su impaciencia porque ella estaba ardiendo de furia y le costaba mantener el control para ocultársela al señor Vernon. Por fin se despidió y la amonestó para que fuera pronto a hacerle una visita. Prometió hacerlo y entró rápidamente en el coche antes de que él pudiera seguir hablando.

Puso el coche en marcha violentamente; hacía años que no se sentía tan consumida por la rabia. La última vez había sido aquel día en el río, pero esta vez no habría el mismo final. Ya no era una ingenua adolescente que no tenía idea de como controlar a un hombre o manejar sus propios deseos. ¡La tierra de Jackson! ¡Desde luego! ¿Era eso lo que pensaba ahora la gente sobre el Bar D? Tal vez también lo pensaba Rule; tal vez creía que había asumido tanto el control que no había modo alguno de que pudiera echarlo. ¡Si era así, pronto se enteraría que ella era un Donahue de Bar D y que no le pertenecía a Jackson!

La primera ola de cólera ya había pasado cuando llegó al rancho, pero su determinación no había desaparecido. Primero le llevó las compras a Lorna, segura de que la mujer la había visto llegar por la ventana de la cocina. Comprobó que había acertado en su suposición cuando abrió la puerta y vio a Lorna de pie ante el fregadero pelando patatas y mirando por la ventana para no perderse nada de lo que pasara en el patio. Cathryn colocó la bolsa de papel sobre la mesa y dijo:

– Aquí están las cosas. ¿Has visto a Rule?

– Vino para almorzar -dijo Lorna apaciblemente-. Pero ahora podría estar en cualquier parte. Seguramente en los establos te podrán decir a donde ha ido.

– Gracias -contestó Cathryn y volvió sobre sus pasos, dirigiéndose hacia los establos, su pasos levantaban diminutas nubes de polvo.

La fresca semioscuridad de los establos era un agradable cambio del brillante sol, la envolvió el olor a caballo y a amoníaco tan familiar como siempre. Parpadeó tratando de ajustar sus ojos a la oscuridad y distinguió dos figuras un poco más lejos. Enseguida reconoció a Rule, aunque el otro hombre era un desconocido.

Antes de que pudiera hablar, Rule extendió la mano.

– Aquí está la jefa -dijo con la mano todavía extendida, y se quedó tan sorprendida por sus palabras que dio un paso alante y cogió aquella mano que enseguida se enroscó en su cintura, acercándola a su calor y fuerza.

– Cat, te presento a Lewis Stovall, el capataz. Me parece que no has estado aquí desde que lo contratamos. Lewis, ésta es Cathryn Donohue.

Lewis Stovall sólo inclinó la cabeza y se tocó el sombrero, pero no fue la timidez la causa de su silencio. Su expresión era tan dura y vigilante como la de Rule, sus ojos entrecerrados y a la espera. Cathryn presintió con inquietud que Lewis Stovall era un hombre que guardaba secretos, al igual que Rule, un hombre que había vivido dura y peligrosamente y que llevaba cicatrices de aquella vida. ¿Pero… él era el capataz? ¿Entonces que era Rule? ¿El Rey de la montaña?

No estaba de humor para chácharas así que devolvió el saludo tal como lo había recibido, una inclinación breve de cabeza. Fue suficiente. Ya no la prestaba atención; escuchaba la instrucciones de Rule con la cabeza ligeramente inclinada como si considerara cada palabra que oía. Rule fue breve casi al extremo del laconismo, una característica de sus conversaciones con todo el mundo. Excepto con ella, comprendió Cathryn de golpe. No es que en alguna ocasión pudiera llamar a Rule charlatán, pero con ella hablaba más que con los demás. Desde el día en que le había comunicado la muerte de su padre, conversaba con ella. Al principio era como si tuviera que obligarse a sí mismo a comunicarse, pero pronto le había hecho bromas con su voz oxidada y gruñona, exasperándola y haciendo que olvidara su pena.

Lewis volvió a inclinar la cabeza hacia ella y los dejó, observó su cuerpo alto lleno de gracia mientras se alejaba. Rule fue con ella hacia la entrada con la mano todavía en su espalda.

– Fui a la casa para almorzar y para que vinieras conmigo el resto del día, pero ya te habías ido. ¿Dónde fuiste?

Era típico de él no habérselo preguntado a Lorna.

– A la droguería de Wallace -contestó automáticamente. La cálida presión de su mano estaba acabando drásticamente con su resolución, haciéndola olvidar por qué estaba tan enfadada. Tomando aire, se alejó de su contacto y se enfrentó a él.

– ¿Has dicho que Lewis es el capataz? -preguntó.

– Sí -dijo empujando hacia atrás el sombrero y observándola con aquellos ojos oscuros e ilegibles. Sintió la espera en él, la tensión.

– Entonces si él es el capataz, ya no te necesito, ¿verdad? Has renunciado a tu trabajo -dijo dulcemente.

Su mano salió disparada y la cogió por el brazo, atrayéndola de nuevo al círculo de su calor y su olor especial. Su boca era un sombría línea cuando la sacudió ligeramente.

– Necesitaba ayuda, y Lewis es un buen hombre. Si te preocupa tanto, tal vez sería mejor que estuvieras por aquí y también hicieras una parte del trabajo. Ward tenía un capataz para ayudarle y eso que no tenía el trabajo añadido de los caballos, así que no viertas tu malicia sobre mí. Mientras tú estabas arropada en la cama, yo me he levantado a las dos de la madrugada para ayudar a parir a una yegua, así que ahora mismo no estoy de humor para soportar una de tus rabietas. ¿Está claro?

– De acuerdo, necesitabas ayuda -admitió a regañadientes. Le molestaba reconocer lo lógico de sus palabras, pero él tenía razón. Sin embargo eso no tenía nada que ver con lo que había oído en el pueblo-. Voy a admitir eso, pero… ¿me puedes explicar por qué al Bar D se le conoce como la tierra de Rule Jackson?, su voz se elevó bruscamente con las últimas palabras y la vehemencia de su rabia puso una llamarada de color en sus mejillas.

La mandíbula de él estaba dura como el granito.

– Tal vez porque a ti no te ha importado lo suficiente para mantenerte cerca y recordarle a la gente que ésta es la tierra de los Donahue -dijo bruscamente-. Nunca he olvidado a quién pertenece el rancho, pero algunas veces pienso que soy el único que lo recuerda. Sé muy bien que todo esto es tuyo, jefecita. ¿Es eso lo qué quieres oírme decir? Maldita sea, tengo trabajo que hacer, ¿por qué no te apartas de mi camino?

– ¡No te estoy deteniendo!

Él juró por lo bajo y salió, su enfado era evidente en la tensión de sus anchos hombros. Cathryn se quedó allí con los puños apretados, luchando contra el deseo de lanzarse sobre él y empezar a darle puñetazos, tal como había hecho una vez.

Por fin fue hacia la casa y se encaminaba a su dormitorio cuando se topó con Ricky.

– ¿Por qué no me dijiste que ibas a ir al pueblo? -exigió de mal humor.

– En primer lugar no estabas aquí, y en segundo lugar nunca te ha gustado ir a la droguería de Wallace -contestó Cathryn con sorna. Miró a su hermanastra y vio el frágil control que mantenía, el temblor de sus manos. Impulsivamente preguntó-: Ricky, ¿por qué te haces esto?

Por un momento Ricky pareció indignada; luego sus hombros bajaron bruscamente y derrotada los encogió levemente.

– ¿Qué sabes tú? Siempre has sido la privilegiada en esta casa, la que tenía un sitio. Podía llamarme Donahue, pero nunca lo he sido, ¿verdad? ¿Quién fue la que abandonó el rancho? ¿Y qué he conseguido yo? ¡Nada!

La particular ilógica de Ricky derrotó a Cathryn. Evidentemente se olvidaba del detalle de que Ward Donahue era el padre de Cathryn y no el de ella. Negó con la cabeza y lo intentó otra vez.

– ¡No he podido hacerte sentir excluida porque yo no he estado aquí!

– ¡No tenías que estar aquí! -gritó Ricky con la cara contraída por la furia-. ¡Tú posees este rancho, así que tú tienes el arma para quedarte con Rule!

Rule. Siempre volvía a Rule. Él era el macho dominante en su territorio y todo giraba a su alrededor. No había tenido intención de decirlo, pero las palabras se le escaparon de la boca involuntariamente.

– ¡Estás paranoica con lo de Rule! Me dijo que nunca había estado liado con Mónica.

– Oh, ¿eso dijo? -los sesgados ojos color avellana de Ricky se iluminaron suspicazmente; luego se giró alejándose antes de que Cathryn pudiera decidir si la humedad que había visto en sus ojos era por las lágrimas-. ¿De verdad eres lo bastante ingenua para creerle? ¿Aún no has aprendido que no dejará que nadie se interponga entre el rancho y él? ¡Dios! ¡No puedo decirte las veces que he rezado para que este maldito lugar se quemara hasta que no quedara nada! -pasó rozando apenas a Cathryn y desapareció por las escaleras, dejando allí a Cathryn sumergida en una combinación de compasión y cólera.

Sería tonta si creyera cualquier cosa que dijera Ricky; estaba claro que la otra mujer era emocionalmente inestable. Por otra parte, Cathryn recordó claramente el modo obstinado en que Rule había seguido las instrucciones de su padre cuando lo trajo al rancho, trabajando cuando su cuerpo aún estaba débil y sumido en el dolor, sus ojos reflejando la mirada cautelosa pero fiel de un animal golpeado que finalmente había encontrado bondad en lugar de patadas. También él había estado emocionalmente inestable en aquel tiempo; era posible que el rancho tuviera para él una importancia irracional.

Cathryn negó con la cabeza. Pensaba como una siquiatra aficionada, y ya tenía bastantes problemas con sus pensamientos y emociones para tener que manejar a alguien como Rule Jackson. Desde luego, ahora, ya no estaba inseguro de nada. Si había alguien en este mundo que sabía lo que quería, ese era Rule Jackson. Estaba dejando que la paranoia de Ricky nublara sus propios pensamientos.

Durante toda la tarde Cathryn no dejó de pensar en lo que le había dicho a Rule antes, y de mala gana llegó a la conclusión que tendría que ir a disculparse. Nadie, nunca, podría acusarlo de no trabajar, de no poner el rancho siempre en primer lugar. Independientemente de los motivos, había ido más allá de donde otros hombres lo habrían dejado, y no para beneficio propio, sino por el rancho. Afrontándolo directamente, admitió que se había equivocado y que la rabia la había hecho actuar de una manera mezquina, atacándolo por amar la tierra que ella misma amaba tan profundamente. Se había equivocado y se sintió miserable.

Cuando finalmente él entró para lavarse antes de cenar su corazón se contrajo dolorosamente al verlo. Su cara estaba tensa por el cansancio, su ropa mojada por el sudor y cubierta por una gruesa capa de polvo que se extendía por su cuerpo, prueba inequívoca de que no evadía ningún tipo de trabajo. Lo detuvo antes de que empezara a subir las escaleras, colocando la mano sobre su manga sucia.

– Siento la forma en que he actuado antes -dijo directamente, aguantando su mirada fija sin echarse atrás-. Estaba equivocada y me disculpo. Este rancho nunca habría salido adelante sin ti, y yo… supongo que te envidio.

La miró con una dura y vacía expresión en la cara. Luego se quitó el sombrero manchado de sudor, limpiándose la cara húmeda con la manga y dejando una mancha de barro.