– Recuerda, tenías otros planes. Y no tenías ni idea de que te iba a traer aquí. Y no es necesario que te lo quedes mirando, Blake acabará viéndote.

Y entonces, ¿qué iba a hacer él? ¿Entregársela y marcharse? El sentido común le decía que eso era lo que debía hacer, pero aquella noche el sentido común parecía haberlo abandonado. Un hombre sabio y con sentido común no se habría metido en aquel lío, un hombre con sentido común habría sugerido a Jilly Prescott hacer las maletas, meterse en el primer tren y volver a su casa. Allí sólo le esperaba mal de amores.

Pero como no había hecho nada con sentido común, tenía la responsabilidad de hacer lo posible por que Jilly saliera de allí con lo que quería. ¿Pero se estaba comportando de un modo responsable? ¿Y si Rich Blake no mordía el anzuelo? En ese caso, ¿cómo se sentiría Jilly?

Mientras miraba, vio a Rich Blake seduciendo a una chica casi desnuda que acabó sentada encima de él. También vio a una bonita pelirroja mirarlo con expresión posesiva.

– ¿Le parece bien la mesa, señor Fleming?

– Perfecta, Marco. Por favor, haga que nos, traigan una botella de Bollinger -Max se volvió a Jilly-. ¿Tienes hambre?

Jilly negó con la cabeza.

– En ese caso, Marco, nada más.

Marco inclinó la cabeza ligeramente y se marchó.

Durante unos momentos, se sentaron y guardaron silencio. Jilly tenía los ojos fijos en la ruidosa escena que se desarrollaba al otro extremo de la estancia.

– Ojalá…

– ¿Qué?

Jilly miró a la mesa.

– Ojalá no hubiera venido. Esto no es para mí.

– Hay que tener cuidado con lo que se desea… por si acaso se hace realidad.

Jilly lo miró furiosa.

– Que yo recuerde, no he deseado venir aquí.

– No en voz alta, pero mentalmente…

– ¿Lees la mente? En ese caso, debes saber exactamente lo que estoy pensando ahora.

La irritación de Jilly era resultado de su desilusión, y Max lo comprendía. Pero ¿qué había esperado? ¿Que Rich Blake soltara el manojo de curvas que tenía en las manos, corriera hacia ella y la estrechara en sus brazos?

– ¿Y bien? -insistió ella.

– ¿Quieres ir allí y unirte a su fiesta? Como lo conoces y te ha invitado, estaría bien visto.

– ¿Crees que se daría cuenta?

– He de reconocer que está algo ocupado en estos momentos.

– Sí, lo está, ¿verdad?

– Vamos, Jilly, toma una copa de champán -dijo Max cuando llegó el camarero.

– ¿Por qué?

– Porque todo se ve mejor después de una copa de champán.

Max le puso una copa en la mano. Quizá el champán la hiciera relajarse un poco y olvidarse de Blake lo suficiente para empezar a divertirse. Y era fundamental que se olvidara de él y que disfrutase si quería hacerse notar.

– ¿Por qué demonios habré accedido a venir aquí?

– La fortuna favorece a los atrevidos, Jilly -dijo Max tocando la copa de ella con la suya-. Dime, ¿hasta dónde crees que llegaría tu atrevimiento esta noche?

Capítulo 6

JILLY vació su copa atrevidamente.

– Crees que estoy loca, ¿verdad?

Max volvió a llenarle la copa.

– Claro que estás loca. Créeme, el amor y la cordura no tiene nada que ver, lo sé por experiencia.

Jilly se lo quedó mirando. ¿Amor? ¿Quién había hablado de amor? Pero en ese momento se dio cuenta de que Max la estaba mirando fijamente… o al vestido que llevaba puesto.

– Debías querer mucho a tu mujer.

– ¿Eso crees? La verdad es que aún no he conseguido averiguar si la quería demasiado o no lo suficiente -Max vació su copa.

Sintió un punzante dolor en la rodilla, un recordatorio permanente de las consecuencias de ser demasiado egoísta en el amor.

– Vamos, Jilly, dejémonos de tonterías y vamos a bailar.

Max tenía gotas de sudor en la frente y una palidez en los labios repentina.

– ¿Estás seguro? No tienes que…

– No es mi intención dar una demostración de cómo bailar el tango. No hay suficiente espacio.

– Yo sólo quería decir que…

– Si te prometo no caerme, ¿te atreves a bailar conmigo? -insistió él impaciente-. Vamos, la mayoría de las veces me funcionan las dos piernas. Un poco de movimiento en la pista de baile es lo que me ha recomendado el médico.

Pero la valentonada de Max no la convenció del todo, y la pista de baile estaba a rebosar. No obstante, llevarle la contraria a Max Fleming no era fácil.

– Perdona, Max.

Y para demostrarle que lo decía en serio, sonrió.

Aquella sonrisa fue lo que deshizo a Max. Estaba claro que Jilly se arrepentía de haberle dejado convencerla de ir allí y que preferiría estar a salvo acostada en su cama. Y era natural, a nadie le gustaba que le hicieran sufrir.

– Jilly, yo no te he dicho que esto fuera a ser fácil; pero si se quiere algo de verdad, hay que luchar por ello. De esa forma, uno se siente en paz consigo mismo porque se sabe que se ha hecho lo que se ha podido.

¿Por qué le estaba diciendo aquello? ¿Acaso no había aprendido la lección?

Jilly se miró el vestido.

– Para ser alguien en busca de respeto a sí misma, me siento demasiado bien vestida.

– Estás encantadora. Preciosa. Soy la envidia de todos los hombres que están aquí.

Jilly levantó la mirada y, por un momento, creyó que Max había hablado en serio.

– Idiota -murmuró ella, pero a pesar de la música Max la oyó.

– En eso estamos totalmente de acuerdo -dijo Max, suponiendo que el insulto había sido dirigido a él.

Entonces la agarró del brazo, la obligó a ponerse en pie y la llevó a la pista de baile. Hacía calor y había mucha gente, a penas espacio para moverse, así que no tuvo más alternativa que estrecharla contra sí. Jilly no puso objeciones.

– Tenías razón, Max -dijo ella al empezar a bailar.

– ¿En qué?

– En lo de que no hay espacio para el tango.

– Gracias a Dios. Tendría un aspecto ridículo con una rosa en la boca.

Jilly se echó a reír por fin, y Max fue demasiado consciente de que lo único que se interponía entre ellos eran un poco de satén color melocotón. La idea se le subió a la cabeza y se sintió tan enfermo como si, de repente, le hubiera atacado un virus.

Max no parecía capaz de olvidarse de que la piel de Jilly debía ser como el satén: suave y cálida. Al bajarle la mano por la espalda, se le erizó la piel.

– Rodéame el cuello con los brazos -murmuró Max. Jilly se limitó a mirarle-. Creía que querías poner celoso a Blake.

¿A Richie? ¿Quién, en su sano juicio, podía pensar en Richie en un momento como aquel? Inmediatamente, Jilly recuperó la compostura.

– Richie no lo notará.

– Sí lo notará. Lo ha notado ya -Max, que le sacaba la cabeza a Jilly, le estaba viendo bailar con la mujer apenas vestida. Richie miraba en su dirección.

Jilly, en la intimidad de aquel abrazo con un hombre al que apenas conocía, su jefe, descubrió de repente la clase de hombre que llenaba los sueños de cualquier mujer. Richie, a pesar de su fama, era un chico normal que conocía de toda la vida. Max era diferente. Había una natural arrogancia en él nacida de siglos de saber que se era especial.

Todo en él era diferente. Rodearle el cuello con los brazos y apoyar la cabeza en su pecho no era un martirio, y sus labios esbozaron una sonrisa cuando Max le puso las manos en la cintura y cerró el abrazo. Dos horas antes, Richie Blake la había hecho pasar un infierno; ahora, de repente, se encontraba en el paraíso.

Max cambió de postura ligeramente, de tal manera que sus manos descansaron en las suaves caderas de Jilly. Era un paraíso y también era un infierno.

El aroma de Jilly le desbordaba…

De repente, se dio cuenta de que no quería que Rich Blake se acercara a Jilly aquella noche. Aún no. Primero tendría que aprender lo que era desear a una mujer, anhelarla, apreciarla, sentir celos, y amarla lo suficiente para estar dispuesto a perderlo todo por ella…

– Jilly…

Ella abrió los ojos, engomes, muy oscuros. Su boca era suave e incitante, los labios partidos. Se lo quedó mirando.

– Max… ¿te encuentras bien?

No, no se encontraba bien. Se encontraba de todo menos bien. Al agachar la cabeza, un dolor en lo más profundo de su vientre se intensificó al rozarle el oído.

– Vámonos de aquí, Jilly.

– ¿Qué nos vayamos?

Max clavó la mirada en los labios de Jilly. Suaves, sonrosados, labios de sol y risa. Su propia boca latía con un sobrecogedor deseo por besarla, por sucumbir a la tentación. Eso sí que daría a Rich Blake algo en que pensar. Quizá debiera hacerlo.

– ¿En serio quieres que nos vayamos?

– Sí, ahora mismo -dijo Max, antes de perder el control por completo-. Confía en mí, Jilly. Soy tu hado padrino, ¿o lo has olvidado?

Siempre y cuando él no lo olvidara estarían a salvo. Max le agarró la mano.

– Imagina que el reloj está dando las doce campanadas y que el coche se va a convertir en una calabaza.

– Pero Richie…

Dios, ¿acaso esa chica no podía olvidarse de Rich Blake ni un minuto?

– Que espere -le espetó él.

Jilly se detuvo bruscamente, obligándole a hacer lo mismo.

– El bolso. Lo he dejado en la mesa.

– Olvídalo.

– ¡No!

– No creo que tengas nada de mucho valor en él.

– El bolso es de mucho valor. Era de tu… -la mirada que él le lanzó la hizo callar-. Además, tengo en él las veinte libras que me diste.

Jilly le lanzó una mirada, indicándole que estaba decidida a recoger el bolso. Al momento, se desvió y Max se vio forzado a seguirla mientras ella recogía el bolso.

– Vamos, ve a por el abrigo, Jilly -dijo Max cuando llegaron a las escaleras colocándola delante, decidido a que no volviera a desviarse del camino.

Jilly corrió ligeramente al subir los escalones, Max hizo una pausa al pie de la escalinata, el dolor le había atacado de repente. Se mordió los labios y luego, despacio, la siguió. Pero a mitad de las escaleras, cargó el peso en la pierna mala, ésta cedió, Max se tambaleó y tuvo que agarrarse a la barandilla para no caer.

– ¡Maldita sea! ¡No, Jilly, no pares! Tú sigue, ahora mismo subo.

A pesar de los esfuerzos, la pierna se negó a cooperar y Max acabó sentado en un escalón.

– Me parece que alguien ha tomado una copa de más -dijo una chica que bajaba las escaleras.

Jilly lanzó una furiosa mirada a las espaldas del grupo y luego se reunió con Max. Se sentó a su lado, tomó una de sus manos en las suyas y notó la palidez de su rostro. Le dolía, pero no iba a admitirlo.

– Idiota -dijo ella apoyando la cabeza en el hombro de Max, como si estuvieran ahí sentados porque querían.

– Dilo otra vez y te despido.

– ¡Ya, que te crees tú eso!

– Está bien, soy un idiota. Pero como me digas eso de que «ya te lo advertí…», te juro que…

– Ya, ya. Vamos, apóyate en mí, Max.

Jilly no esperó. Le levantó el brazo y se colocó debajo. Luego, le sonrió mientras se acurrucaba contra él.

– La gente va a pensar que somos una pareja de enamorados.

– Ésa es la idea, ¿no? Además, es mejor eso a que crean que estamos borrachos.

– Cierto.

Max se volvió y se la quedó mirando un momento.

El rostro de Jilly estaba a escasos centímetros del suyo, sus ojos llenos de preocupación.

– ¿Qué…? ¿Qué estás pensando?

La boca de ella era una cálida invitación.

– Estoy pensando que podríamos mostrarnos mucho más convincentes -respondió Max. A Jilly se le secó la garganta.

– ¿Cómo?

– Así.

Y Max la besó. La besó como un adolescente loco de amor. No había imaginado la calidez, se le metió dentro como un bálsamo milagroso. Tampoco había imaginado su dulzura. Pero lo que casi le hizo estallar fue la inesperada forma como ella lo besó, como si hubiera estado toda la vida esperando aquel momento.

– ¿Jilly? -Rich Blake, decidió Max, era tan estúpido y tan torpe como había supuesto que era.

Pero al oír su voz, Jilly se puso rígida en los brazos de Max. El momento pasó y él la soltó. Max se volvió hacia Blake, que estaba mirando a Jilly unos escalones más abajo.

– Eras tú. Petra me ha dicho que no podía ser, pero yo estaba seguro… -Richie miró a Max, frunció el ceño, y se dirigió de nuevo a Jilly-. No me habías dicho que ibas a venir aquí.

– Jilly no lo sabía -intervino Max-. Era una sorpresa.

Rich Blake se echó a reír.

– Para mí sí que lo ha sido. No sabía que vinieras a estos sitios -y Richie miró a Jilly como si estuviera esperando que hiciera las presentaciones.

– Oh, perdona, Richie. Max, te presento a Rich Blake. Es posible que sepas quién es.

– Sí, puede ser -respondió Max.

A continuación, le ofreció la mano a Rich.

– Richie, éste es Max Fleming.

– Max -Richie le estrechó la mano y esperó más amplia explicación, pero no la obtuvo-. ¿Por qué no venís a tomar una copa con nosotros?