De repente, Jilly se sintió fuera de lugar. ¿Quién era ella para exigir hablar con Max como si fuera algo más que una secretaria temporal?

– ¿Te apetece algo para almorzar, Jilly?

– ¿Qué? No, no gracias, Harriet. Me marcho hoy. Y no te preocupes, lo dejaré todo ordenado antes de marcharme -Jilly hizo una pausa-. Y gracias por todo lo que has hecho por mí. Créeme, he estado muy a gusto aquí. Siento… siento no haber visto a Max.

– Ha sido una de esas cosas de urgencia…

– Sí, ya. Dejaré la ropa de la señora Fleming en el apartamento, Harriet. Si no te importa, te agradecería que la llevaras a la tienda de caridad.

– Por supuesto.

– Luego pasaré para devolverte las llaves.

– Échalas por la rendija para el correo si tienes prisa.

Jilly asintió y se marchó de la cocina. Durante un momento, Harriet se la quedó mirando. Después, Max se reunió con ella en la cocina.

– ¿Qué habrías hecho si hubiera aceptado tu invitación a almorzar, Harriet?

– Yo más bien diría, ¿qué habrías hecho tú? -Harriet se volvió para mirarlo-. Eres un idiota por dejarla marchar, Max.

Max sacudió la cabeza.

– Los idiotas no aprenden de sus errores. Puede que Charlotte no hubiera sido feliz aunque no se hubiera casado conmigo, pero es casi seguro que, por lo menos, estaría viva.


A punto de marcharse, el teléfono del apartamento sonó. Era Richie, no Max.

– Prometiste llamarme, Jilly. ¿Cómo te encuentras? ¿Estás bien?

Jilly vaciló antes de contestar.

– Sí, Richie.

– ¿Estás segura, cielo? No pareces decirlo muy convencida.

– No me pasa nada que no solucionen un par de aspirinas. Supongo que no estoy hecha para esta clase de vida.

– Así que no vas a ir de juerga esta noche, ¿eh?

– ¿Otra juerga?

– Está es especial. Petra y yo hemos decidido casarnos.

– Oh, Richie, es una noticia maravillosa.

– Entonces, ¿vas a venir? Petra me ha pedido que te llame, quiere disculparse por no haber sido más amable contigo. Estaba celosa y…

– Lo comprendo, Richie. Y díselo. Pero no puedo ir, vuelvo a casa. Me has pillado de milagro, ya salía para la estación. Creo que no estoy hecha para Londres.

– ¿En serio? Yo creía que tú y Max. En fin, tú siempre has sabido lo que te conviene, cielo. Dale un abrazo muy fuerte a tu madre.

– Richie… cuida de Petra. En tu trabajo, se necesitas tener los pies en la tierra.

– ¿Aún dándome consejos? Oye, cielo, no vayas en tren. Deja que te pida un coche para que vuelvas a casa como una señora. Es lo menos que puedo hacer por ti después de lo que pasó el día del programa de televisión.

A punto de rechazar la oferta, Jilly cerró la boca. Era domingo, un mal día para viajar en tren debido a los retrasos por las obras que estaban realizando en las vías. Y Richie tenía razón, era lo menos que podía hacer.

– De acuerdo, Richie. Y gracias.


Harriet contestó la llamada del interfono.

– El coche del señor Blake ya está aquí para recoger a la señorita Prescott.

– La encontrará en el piso de encima del garaje -respondió Harriet, y apretó el botón para que la puerta de la verja se abriera.

Después, se volvió a Max que estaba en el umbral de la puerta del estudio.

– ¿Va a traer las llaves? -preguntó él.

– Las ha traído hace diez minutos, pero no ha entrado. Max, aún hay tiempo…

Pero Max ya había cerrado la puerta del estudio.

Capítulo 10

AMANDA GARLAND movió unos papeles que tenía encima del escritorio.

– Beth, ¿tenemos la hoja de trabajo de Jilly Prescott de la semana pasada?

– No, aún no está. Entre lo que tu hermano ha debido haberla hecho trabajar y lo de salir por las noches, no creo que haya tenido tiempo de rellenarla

– Eso a mí no me importa, es viernes y debería haberla enviado hace días. Llámala, ¿te importa? No, espera. Yo lo haré.

Amanda marcó el teléfono del despacho de su hermano.

– Oficina de Max Fleming, Laura Graham al habla.

– ¿Laura? ¿Qué demonios estás haciendo ahí? -las palabras se le atragantaron-. ¿Cómo está tu madre?

– Más o menos igual, pero Max no podía arreglárselas sin mí, así que ha contratado a una enfermera para que la cuide. Ya sabes cómo es con las chicas temporales…

Amanda alzó los ojos al techo. Laura Graham podía ser indispensable, ¿pero tenía que recordárselo siempre a todo el mundo?

– No lo comprendo, Laura. ¿Dónde está Jilly?

– ¿Jilly? ¿Jilly Prescott? Se marchó el domingo, ¿es que no lo sabías? Al parecer, se ha ido con su novio, un famoso de la televisión. Supongo que te llamará para que le pagues. Max le dijo que lo hiciera. Aunque puede que no necesite el dinero.

– Por favor, pásame a Max.

– Está hablando por la otra línea. La verdad, Amanda, si no te importa que te sea sincera, a Harriet y a mí nos tiene muy preocupadas -¿cómo si a ella no la tuviera preocupada?-. No come casi nada. Aunque supongo que tú ya lo sabes…

– No, no lo sé. Creía que… esperaba que… ¡Maldita chica! No, eso no es justo, no es culpa suya. No es culpa de nadie. Sabía que esto acabaría en desastre -Amanda suspiró-. ¿Ha dejado alguna dirección para que pueda ponerme en contacto con ella, Laura?

– No ha dejado nada, excepto unos zapatos. Harriet quería enviárselos, pero Max ha dicho que él no tenía la dirección.

– Pues mándamelos a mí. Yo tengo la dirección de donde vivía en su archivo. Hablaré con ella lo antes posible, Laura.

Amanda colgó el teléfono y miró a Beth.

– Será mejor que llames a la oficina de Rich Blake y te enteres de adónde quiere Jilly Prescott que le enviemos el cheque.

– ¿A la oficina de Rich Blake? ¿Para qué?

– Hazlo, Beth. Ahora mismo.

– Será mejor que lo deje para el lunes -contestó Beth, y Amanda se la quedó mirando-. No creo que haya nadie hoy en esa oficina.

– ¿Por qué no?

– ¿Es que no has leído el periódico? Rich Blake se ha casado esta mañana.

– ¿Qué?

– Los periódicos lo han anunciado como «la boda secreta de una estrella de la televisión». ¡Tonterías! No creo que tuviera nada de secreto, había docenas de personas, incluido el fotógrafo de este periódico.

Amanda le arrebató el periódico a su secretaria y. examinó la foto.

– No lo comprendo, ésta no es Jilly.

– ¿Jilly? ¿Hablas de Jilly Prescott? ¿Y por qué iba a casarse con Jilly si llevaba meses viviendo con Petra James?

– ¡Dios mío! Si Max pensaba que Rich Blake y Jilly… -Amanda se interrumpió-. En ese caso, ¿dónde está Jilly?

No esperó a obtener respuesta, lo sabía.

– ¡Qué pareja de idiotas! Dame el archivo de Jilly. No, no te muevas, iré yo por él.

Amanda sacó el archivo de un mueble y se encaminó hacia la puerta. Después, retrocedió para agarrar el periódico.

– ¿Adónde vas? ¿Qué hay de la cita que tienes a las tres? -le gritó Beth.


Max se volvió cuando Amanda apareció en la puerta de la oficina de Laura.

– Mandy, ¿qué haces aquí? -su hermana, siempre exquisitamente arreglada, estaba despeinada y descompuesta-. ¿Qué demonios te pasa?

– ¿A mí? -Amanda se lo quedó mirando. Max tenía la piel grisácea y muy pálida, y estaba más delgado que nunca-. A mí no me pasa nada, pero a ti deberían examinarte la cabeza. Toma, échale un vistazo a esto.

Amanda le tiró el periódico. Después, le vio parpadear al ver la foto y leer el encabezamiento del artículo.

– No es Jilly, Max. ¿Es que no lo comprendes? No es Jilly.

Al momento, Amanda tuvo que preguntar:

– ¿Max? Max, ¿adónde vas?

– ¿Adónde crees que voy? -dijo Max dirigiéndose hacia la puerta-. Voy a buscarla y a enterarme de qué demonios pasa.

– ¿No quieres su dirección?

Amanda abrió la carpeta y sacó el currículum que Jilly le había enviado. Max tomó el papel con manos visiblemente temblorosas. Amanda sonrió y luego le dio un empujón.

– Vamos, ¿a qué esperas, hermano?

– A esto.

Y Max le dio un abrazo de oso antes de volverse y salir a toda prisa.

Laura apareció en la puerta.

– ¿Adónde va Max?

– A buscar a Jilly -Harriet, que no se había movido de la puerta desde la llegada de Amanda, sonrió de oreja a oreja.

Amanda también estaba feliz.

– ¿No es absolutamente romántico?

Laura se limitó a arquear las cejas con gesto de desaprobación.

– A mí me parece una locura. Se ha dejado el bastón… ¡Y el abrigo! Va a pillar una pulmonía.


Delante de la puerta de la agencia Garland, Jilly vaciló antes de abrir. Necesitaba desesperadamente el dinero que había ganado trabajando para Max, pero le resultaba casi insoportable ver a la hermana de éste y estar tan cerca. Pero todo era insoportable, estuviera donde estuviese. Al menos ahí, en Londres, estaba en la misma ciudad que él. Y Amanda le había dicho que le encontraría otro trabajo. Quizá, si se quedaba, lo vería algún día.

Beth se volvió cuando Jilly entró en el despacho y se la quedó mirando como si estuviera viendo un fantasma.

– Jilly…

– Hoy estaba en Londres, porque he venido a una boda, y… Bueno, Max me dijo que me pasara por aquí para recoger un cheque. Siento no haber enviado la hoja de trabajo, pero…

– ¿Has visto a Max? -le preguntó Beth.

– No, desde el sábado pasado.

Jilly se volvió en ese momento, cuando Amanda entró en la oficina.

– ¡Jilly!

Jilly miró de una a otra sin comprender por qué tanta perplejidad.

– ¿Ocurre algo?

– Bueno, es que Max…

– ¿Max? ¿Le ha pasado algo a Max? -la angustia se reflejó en su rostro, que empalideció al momento-. ¿Qué le ha pasado? ¿Está mal? ¿Está enfermo?

– Se ha marchado a Newcastle.

Jilly frunció el ceño. ¿Qué demonios había ido Max a hacer a Newcastle?

– Ha ido a buscarte -gritó Amanda-. Yo creía que… Los dos creíamos que… Oh, Jilly, ¿qué diablos estás haciendo aquí?

Jilly había ido a Londres para asistir a la boda de Rich, que incluso le había enviado un coche para que la llevara.

¡Y Max había elegido ese preciso momento para ir a Newcastle a buscarla! ¡A buscarla a ella! Durante unos segundos, Jilly no sabía si reír o llorar. Pero al momento se recuperó y supo lo que tenía que hacer. Sin más palabras, se dio media vuelta y abrió la puerta.

– ¿Qué hay del cheque? -gritó Beth.

– Que espere. Envíamelo.

– ¿Adónde?

– A Newcastle, naturalmente.

Beth se volvió a Amanda.

– Newcastle debe ser un sitio increíble -dijo Beth-. Quizá debiéramos abrir una oficina allí.


Max se sentó en el asiento de ventanilla de un vagón de primera clase con el periódico en la mano. Ahora tenía tres horas de espera en las que pensar en el futuro. Al marcharse, no había pensado en nada, sólo había sentido. No obstante, lo único que había hecho la semana anterior era pensar, pensar e intentar hacer lo que Jilly quería, o lo que él creía que ella quería.

¿Había vuelto a su hogar con el corazón roto porque Blake había decidido casarse con otra? Sin embargo, se habían abrazado como grandes amigos y Blake la había llevado a casa. Él, por su parte, había estado tan seguro de… Pero no, Blake no podía ser tan sinvergüenza, ¿o sí? Nadie que conociera a Jilly podía hacerle eso.

Sólo había una forma de averiguarlo, y él tenía que averiguarlo.

Tres horas. Tres horas que le parecían tres años. ¿Qué demonios iba a hacer durante el trayecto?

– Siempre hay alguien al que le pasa eso, ¿verdad?

Max miró al hombre que se había sentado frente a él.

– Perdone, ¿qué ha dicho?

– Que siempre hay alguien que pierde el tren -el hombre indicó con la cabeza la barrera que no dejaba pasar a más gente.

Max, educadamente, se volvió. Vio a una joven elegantemente vestida rogándole a la empleada del ferrocarril que la dejara pasar. Llevaba un abrigo oscuro largo, pero fue el cuello de cisne del jersey color melocotón lo que llamó su atención. Era igual que el que Jilly se había comprado. Max continuó mirando.

– ¡Oh, Dios mío, Jilly!

– ¿Amor? -la empleada del ferrocarril esbozó una enorme sonrisa-. Haberlo dicho antes.

Después, se volvió al guardia que estaba revisando si las puertas estaban cerradas para que saliera el tren.

– Eh, George, espera un momento. Una pasajera más para el tren -la mujer levantó la barrera y dejó a Jilly pasar-. Vamos, adelante. Y dele un beso de mi parte.


– Ah, menos mal, se han compadecido de ella. ¿Y quién no lo haría, con una sonrisa así?

Max no podía creerlo. Jilly estaba en Newcastle, se lo había dicho Amanda. ¿Cómo podía estar ahí?

Max dejó el periódico, se puso en pie y empezó a caminar hacia la cola del tren.

Debía estar equivocado, no podía ser ella. Era el color del jersey lo que le había confundido, y también el pelo. Sin embargo, sabía que era ella. Por algún motivo, por increíble que fuese, ella estaba allí…