Corazón de Fiesta
Corazón de Fiesta (17.11.1999)
Título Original: Dating her Boss (1999)
Capítulo 1
MAXIM FLEMING estaba irritable. Realmente irritable. Y a su hermana, al otro lado de la línea telefónica, no le quedaba ninguna duda.
– Amanda, lo único que te estoy pidiendo es que me busques otra secretaria temporal. Y no soy exigente, lo único que quiero es alguien que sepa lo que se hace.
– Max…
– ¿Tan difícil es?
– Max, querido…
Él continuó ignorando el tono de ligera advertencia de su hermana.
– Alguien que sepa escribir a máquina y que sepa lo suficiente de taquigrafía para tomar unas notas…
– La idea que tú tienes de un poco de taquigrafía no coincide con la mía, ni con la de ninguna de las competentes secretarias que te he mandado ya -le interrumpió ella abruptamente. Después, lanzó un quedo suspiro-. Max, en la actualidad, no hay muchas chicas especializadas en taquigrafía.
Al menos, no la clase de chicas que le había enviado a su hermano. Cosa natural por otro lado, ya que ella y su hermano tenían diferentes objetivos y, desgraciadamente, sospechaba que su hermano lo había descubierto.
– ¿No te resultaría más fácil adaptarte a los tiempos y utilizar un dictáfono?
– ¿Acaso estás admitiendo que la famosa agencia de empleo Garland no es capaz de proporcionarme una secretaria competente?
– No es eso, Max. Pero tienes que darme tiempo. Eres muy exigente y…
– Tiempo es lo que no me sobra, y se supone que Garland Girls es la mejor agencia -le recordó él-. El dinero no es un obstáculo, estoy dispuesto a pagar lo que sea por una secretaria que sepa mecanografiar correctamente y hacer dictados a una velocidad un poco mayor a la que lo haría si escribiera normal. ¿Es pedir tanto a la mejor agencia de secretarias de Londres?
– Lo que sí te sobra es genio -añadió su hermana, ignorando la pregunta-. Has despachado a un montón de excelentes secretarias en cuestión de dos semanas.
– ¡Excelentes! ¡Eso sí que es un chiste!
– Jamás un cliente se ha quedado de mis secretarias -lo que era verdad, pero se debía al hecho de que nunca, hasta ese momento, había tratado de mezclar el trabajo con el papel de Celestina.
Max Fleming lanzó un gruñido.
– No voy a negarte que hasta el último ejecutivo de Londres que se precie tiene que tener al menos una «Garland Girl». Todas tienen un aspecto excelente, modales impecables y consiguen convencer a sus jefes de que es un honor tenerlas como empleadas. Bueno, pues te aseguro que no me impresiona. Lo que quiero es una profesional con personalidad y carácter.
¿Qué había hecho? Cierto que había elegido a las chicas que había enviado a su hermano por su aspecto físico y su encanto personal, pero no era posible que fuesen tan malas profesionales.
– Tonterías. Admítelo, Max, el problema eres tú. ¿Por qué van mis chicas a tener que aguantar tu mal genio y las excesivamente largas jornadas de trabajo que les exiges?
– ¿Por dinero, querida hermana? ¿O es que sólo te has limitado a la tarea de recomponer mi destrozado corazón?
– Tú no tienes cerrazón.
– Eso lo sabemos tú y yo, pero si logras conseguirme una chica que sepa taquigrafía razonablemente, puede que incluso esté dispuesto a sacrificarme. Al menos, hasta que la madre de Laura se haya recuperado lo suficiente como para volver al trabajo. No me importa el aspecto que tenga y, desde luego, no tampoco me importa a que escuela de secretariado haya ido…
– Max Fleming, eres el hombre más imposible…
– Lo sé. La lista de mis defectos es infinita. Si te prometo portarme bien, ¿me mandarás a una persona competente? Aunque sólo sea por unos días, hasta que acabe el informe que tengo que enviar al Banco Mundial.
– Debería dejar que lo mecanografiases tú con dos dedos, así no serías tan…
– ¿Vas a darte por vencida?
– Para darme por vencida, se necesita algo más que tú, querido hermano. Está bien, mañana por la mañana tendrás a alguien. Pero es la última oportunidad que te doy. Si ésta también se va, te quedas sin nadie -Amanda Garland frunció el ceño al colgar; luego, se volvió a su secretaria-. ¿Qué voy a hacer con él, Beth?
– ¿Dejar de hacer de Celestina y enviarle al pobre una secretaria, competente? -sugirió ella con una sonrisa-. Aunque, desde luego, no sé de dónde vas a sacar a alguien que pueda taquigrafiar a la velocidad de la luz, te va a resultar aún más difícil que conseguir llevarle al altar otra vez. Ahora mismo no tenemos a nadie.
– ¿No recibimos un currículum el otro día de una chica de Newcastle? Según recuerdo, taquigrafiaba a una velocidad increíble.
– Mmmm. Jilly Prescott. Amanda, te recuerdo que dijiste que no tenía la apariencia física para ser una Garland Girl -la secretaria miró la foto adjunta al currículum vitae.
– Mi hermano no quiere volver a ver a una típica Garland Girl, se ha hartado.
Beth no parecía convencida.
– Ésta es muy joven, no va a durarle ni al almuerzo.
– Es posible -respondió Amanda Garland pensativa-. Pero también podría ocurrir lo contrario. Cree que a nuestras chicas les preocupa más su apariencia física que…
– Eso es porque te has empeñado en mandarle a las guapas y…
– Bueno, pues si le enviamos a Jilly Prescott, no va a poder quedarse de eso -Amanda contempló la fotografía de una joven de aspecto sumamente normal con una mata de cabello oscuro que podía llenar un colchón-. Quiere alguien con personalidad, con carácter. Las mujeres del norte tienen fama de tener carácter, ¿no?
– Si crees que se va a dejar amedrentar por alguien, Amanda, es que no conoces a tu hermano tan bien como crees.
– Merece la pena intentarlo. Vamos, llama a los contactos que ha puesto en el currículum como referencia. Si todo está en orden, llámala y dile que esté aquí mañana por la mañana a primera hora.
Jilly Prescott marcó el número de teléfono de su prima. A la tercera llamada, el contestador automático se puso en marcha.
– Hola, soy Gemma. En estos momentos no puedo atenderte, pero si dejas tu nombre y tu número de teléfono, te llamaré lo antes posible.
– ¡Dios mío! -Jilly se apartó un mechón de pelo oscuro de la frente.
– ¿Problemas, cariño? -le preguntó su madre con mirada ansiosa desde la puerta.
– No, pero Gemma no está, es el contestador automático.
Jilly esperó a oír el familiar pitido.
– Gemma, soy Jilly. Si estás en casa, contesta, por favor -esperó unos momentos, pero nada. ¿Por qué había tenido Gemma que elegir aquella noche para salir?-. Te llamo para decirte que he conseguido un trabajo en Londres y que voy a tomar el tren de por la mañana que va a King's Cross. Te llamaré cuando haya llegado.
Jilly colgó el teléfono y se volvió hacia su madre.
– No te preocupes, Gemma me dijo que podía ir cuando quisiera.
Su madre pareció dubitativa.
– No sé, Jilly. ¿Y si está de vacaciones?
– Eso es imposible, estamos en enero. ¿Adónde iba a ir en enero? Habrá salido a algo, estoy segura que llamará luego. Y si no llama, tengo el teléfono de la oficina donde trabaja. Vamos, mamá, no te preocupes.
La agencia Garland era la mejor de Londres y había solicitado sus servicios. La querían allí al día siguiente. Jamás se le presentaría otra oportunidad así.
– Bueno, será mejor que haga la maleta.
– En ese caso, voy a plancharte la blusa buena -dijo la señora Prescott.
Jilly sabía que su madre no quería que se fuera, y mucho menos que se quedara en casa de Gemma; mantenerse ocupada era su forma de disimular, por eso Jilly no le dijo que ella también podía plancharse la blusa.
– Sólo Dios sabe qué aspecto tendrás cuando no tengas a nadie que te cuide.
– Me las arreglaré.
– ¿Tú crees?
– Mamá, me plancho la ropa yo sola desde que tenía diez años.
– No me refería a eso -su madre hizo una pausa-. Prométeme que, si algo no va bien, si Gemma no puede o no quiere tenerte en su casa, volverás a casa inmediatamente.
– Pero…
– Jilly, aquí también hay trabajo -declaró la señora Prescott, y esperó.
Una promesa a su madre no era algo que se hiciera a la ligera. Si le prometía volver, tendría que hacerlo. Pero, al fin y al cabo, ¿qué podía salir mal?
– Te lo prometo, mamá.
Se hizo un momentáneo silencio.
– ¿Vas a ponerte en contacto con Richie Blake?
– Supongo que sí -respondió Jilly, como si ninguna de las dos supiera que él era el motivo por el que quería ir a Londres.
– Puede que haya cambiado. Puede que no quiera que le recuerden su vida aquí, su pasado.
– Mamá, somos amigos. Buenos amigos.
Aún recordaba la primera vez que lo vio; un chico nuevo en la escuela con expresión de desolación, demasiado pequeño para su edad, con cabello rubio casi blanco y unas gafas sujetas a la nariz con papel celo. Un grupo de chicos más mayores habían tratado de intimidarlo, pero ella les había puesto en su sitio y había defendido al chico nuevo como una gallina a sus polluelos.
Desde entonces, él se le había pegado como una lapa. Quizá fuera por eso por lo que había visto en él lo que la mayoría de la gente no había conseguido ver. Algo especial.
Fue ella quien logró que lo contrataran como disk jokey para el baile de Navidad. Fue ella quien envió fotos de él a los periódicos locales con el fin de conseguirle publicidad gratis. Convenció a sus hermanos para que hicieran posters de él en sus ordenadores, le grabó los shows y bombardeó con las grabaciones a las emisoras locales hasta que, hartos, le admitieron en un programa juvenil de radio.
Y también le prestó el dinero para comprar el billete de tren a Londres, donde le habían ofrecido un trabajo en una emisora de comercial de la capital.
– Eres una chica estupenda, Jilly -le había dicho él en la estación-. Eres la única persona que ha creído en mí. Mi mejor amiga. Nunca te olvidaré, te lo prometo.
– Tienes mucha suerte de que se te haya presentado una oportunidad así, Jilly -le dijo Amanda Garland en tono de duda.
No era ella sola quien tenía dudas, pero las de Jilly no tenían nada que ver con su capacidad para realizar el trabajo. Eso no le preocupaba en absoluto. Pero aunque había llamado a su prima desde la estación al llegar a Londres, con lo único que había hablado era con el contestador automático.
Y ahora, como si no hubiera tenido bastante con eso, aquella mujer que la había hecho ir de Newcastle hasta allí, parecía dudar de ella. Evidentemente, su blusa planchada impecablemente no le había impresionado. Lo que no era de extrañar; en aquel mundo nuevo, todo lo que ella pudiera ponerse se vería pobretón.
Había hecho todo lo que estaba en sus manos por dar la imagen de una secretaria eficiente, inteligente y de buenos modales.
Y lo había conseguido en Newcastle; sin duda, había impresionado al abogado para el que había estado trabajando hasta la semana pasada, hasta su jubilación. Pero en el mundo de Knightsbridge, su aspecto mostraba lo que realmente era: una chica de tantas de una pequeña ciudad de la zona industrial del norte de Inglaterra. Necesitaría algo más que una blusa bien planchada para disimularlo.
En esos momentos, Amanda Garland, de la agencia Garland, la estaba mirando como si no pudiera creer haber sido capaz de ofrecer un trabajo a Jilly Prescott, por impresionante que fuera su currículum.
La verdad era que, allí sentada, en la elegante oficina lujosamente alfombrada, Jilly tampoco podía creerlo.
En los listados de la biblioteca local, había hecho una lista de las agencia de secretarias en Londres que ofrecían trabajo temporal con la esperanza de que su currículum impresionara lo suficientemente a alguien para darle una oportunidad. Al fin y al cabo, su currículum era realmente bueno.
Pero, ahora, una vez allí, tenía la desagradable sensación de estar fuera de lugar. Sólo su obstinado orgullo se negaba a admitir la posibilidad de que pudiera no ser la primera en algo, lo que le impedía levantarse del asiento y marcharse de allí a toda prisa. Eso… y Richie. Si él había logrado lo que se proponía, ¿por qué no ella también?
– Sí, tienes mucha suerte.
Amanda Garland estaba empezando a irritarla. La suerte no tenía nada que ver en eso, sino el trabajo.
Había realizado su secretariado en una escuela de renombre y se había graduado con sobresaliente. Podía escribir en taquigrafía, sin esfuerzo, ciento sesenta palabras por minuto y mecanografiarlas con la misma facilidad. Y eso era lo que la había hecho llegar tan lejos.
– Bueno, no voy a entretenerte más. Le he prometido a Max que empezarías por la mañana. ¿Tienes sitio donde alojarte, Jilly? -preguntó Amanda, mirando la maleta que Jilly tenía en el suelo a su lado.
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