– Bueno, repito la pregunta: ¿Sabes cocinar mejor que contar?
Se lo había buscado. ¿Qué demonios tenía de malo un simple sí?
– Sí -dijo ella, pero sólo para mantener tranquilo a su subconsciente.
– Tal vez puedas hacer un par de tortillas o algo así. Tengo que comprobar algo en mi estudio.
Fitz encendió el ordenador y el escáner y abrió el cajón del escritorio donde guardaba las fotos y papeles que había metido allí el día anterior. Allí estaban las fotos de Brooke con veintiún años. Las miró por un momento y las metió en el escáner.
Debería haberlo sabido. Desde el primer momento en que la vio debía haberse dado cuenta. Ese deseo que había sentido nada más verla debería haberle advertido de que lo que sentía por ella era sólo lujuria. Nunca la había amado. Ella era demasiado egocéntrica como para eso. Si hubiera sabido que ella tenía una hermana lo habría descubierto antes. ¿A qué demonios estaba jugando ella?
Las palabras de ella diciéndole que Lucy tenía una tía le resonaban en la cabeza. Se lo había dicho; le había dicho que le iba a dar a Lucy ese día especial y luego iba a volver a ser ella misma. Si él hubiera estado pensando con la cabeza en vez de con…
La imagen de ella apareció en la pantalla. La imagen de Brooke. Marcó la parte de debajo de la ceja izquierda y la amplió. No había ninguna cicatriz. Bueno, la verdad era que no habría necesitado mirar. Pudiera ser que su cerebro hubiera estado de vacaciones, pero su cuerpo lo había sabido, había respondido desde el principio.
Bron encontró todo lo necesario para hacer las tortillas y luego buscó un delantal. ¿Un delantal? Se miró los manchados pantalones y pensó que ya era demasiado tarde para eso. Probablemente ya era también demasiado tarde para salvarlos, ni siquiera lavándolos.
Se dirigió al lavadero, puso el tapón de la pila y abrió el agua fría. Luego se quitó las botas y los pantalones y los metió en el agua. Eso, o los arruinaba del todo o los limpiaba. Estaba llegando a un punto en el que ya no le importaba nada la preciosa ropa de su hermana. Había demasiadas de las demás posesiones de Brooke que necesitaban su amor y su cuidado. Tampoco le importaría mucho si Fitz le diera un poco de amor y la cuidara con cariño.
Y, pensando en Fitz, había dicho que no tardaría mucho, así que era mejor que se pusiera los vaqueros antes de que lo hiciera.
Demasiado tarde también. El ruido del agua corriendo debió acelerar su vuelta. Se detuvo en seco en la puerta cuando se encontró con su alta figura apoyada contra la mesa de la cocina con los brazos cruzados, en una actitud que la puso nerviosa súbitamente.
– Los pantalones -dijo como una tonta-. Los he metido en agua.
Ése no era el momento de ponerse en plan virgen tímida porque la viera en bragas un hombre al que apenas conocía. Brooke no lo haría. Y Brooke le había mostrado mucho más que las bragas.
¡Cielos, sus bragas!
Bajo el jersey de seda, cuyo coste probablemente daría de comer a la población de todo un poblado africano durante un año, llevaba sólo unas bragas de algodón con el día de la semana escrito en color rosa en la parte trasera.
Eran parte de un conjunto que se había comprado en el mercadillo del pueblo porque eran baratas, ella no tenía un céntimo ese día y estaba completamente segura de que nadie se las iba a ver nunca.
Brooke se las habría quitado antes de mostrarlas.
Por suerte, Fitz no parecía tener ojos para nada más que para sus piernas. Bueno, eran largas, así que había mucho que mirar; largas y bronceadas. Después de lo que pareció una eternidad, él levantó la mirada.
– Tienes unas rodillas muy interesantes.
¿Ella estaba allí, semidesnuda en su cocina y lo único que se le ocurría decir era que tenía unas rodillas interesantes? Sus rodillas no eran interesantes. Estaban llenas de cicatrices de las veces que se había caído. Ella odiaba sus rodillas. Además, eran visibles cualquier día en que se le ocurriera ponerse una falda. ¿Por qué no le había hecho él un cumplido a sus muslos? No había nada de malo en ellos. Ni en su trasero que, como los muslos, se habían formado con los años de subir y bajar corriendo las escaleras de su casa. Su trasero se merecía una mención. ¡No! Lo tenía escondido tras esas malditas bragas. Tenía que ver cómo podía llegar hasta su bolsa y se ponía los vaqueros sin darse la vuelta.
– ¿Las rodillas? -dijo riéndose-. Ah, mis rodillas…
Aquello no funcionaba, así que dijo tranquilamente mientras retrocedía dentro del lavadero:
– Por favor, ¿podrías pasarme mi bolsa?
Él la siguió, puso la bolsa sobre la tabla de planchar y siguió acercándose.
– ¿No tenías algo importante que hacer?
– Sí. Muy importante -dijo Fitz sin dejar de acercarse.
El lavadero era pequeño y él le bloqueó la luz que entraba por la pequeña ventana, haciendo que su rostro quedara en la sombra y su expresión fuera ilegible.
Estaba lo suficientemente cerca como para que le pusiera una mano en la nuca a ella.
Bron cerró los ojos y no se movió. Debería protestar, debería preguntarle qué estaba haciendo, pero sólo respirar ya le estaba costando mucho. Puede que a ella nunca la hubieran tocado antes con semejante sensibilidad, pero sabía perfectamente lo que Fitz estaba haciendo.
Él avanzó otro paso, acercándose lo suficiente como para que supiera que, fuera lo que fuese lo que estaba sintiendo, no lo estaba sintiendo ella sola.
– Fitz…
– Calla, te voy a besar, Bronte Lawrence. Es el cuarto beso, dado que no sabes contar…
Ella cerró los ojos cuando los labios de Fitz se acercaron a su oreja. Fue perfecto. No, mejor. Los dedos de él se habían movido desde su nuca hasta meterse por debajo del borde del jersey y su boca estaba deslizándose por la mejilla.
¿Bronte? ¿La había llamado Bronte? Abrió los ojos. ¿El lo sabía? ¿Entonces por qué…?
Gimió de placer cuando los dedos de él le acariciaron el hombro, cuando llegaron hasta su columna vertebral.
Bron estaba en guerra consigo misma. El sentido común le decía que parara aquello inmediatamente.
Pero entonces surgió inesperadamente la Bron que casi había olvidado que existía. La parte de ella que había estado pensando con el corazón en vez de con la cabeza desde que abrió la carta de Lucy, la que le decía que hiciera lo que él le estaba diciendo, que se callara y disfrutara de aquello porque podría ser que no tuviera otra oportunidad.
El sentido común se impuso momentáneamente.
– No lo entiendes, Fitz…
Pero entonces la otra Bronte gimió cuando él le mordisqueó el lóbulo de la oreja y dijo:
– Sí, entiendo. Créeme que lo entiendo.
Siguió besándola y acariciándola, haciendo que se apretara contra su cuerpo, contra la dura necesidad que sentía por ella.
Bajo esas circunstancias no era sorprendente que su concentración se esfumara un poco, que el sentido común decidiera irse a paseo y que ella no pudiera recordar qué era lo que le tenía que decir.
– Fitz…
– Y también sé otra cosa -dijo él sin dejar de besarla-. Sé que si no hago el amor contigo ahora mismo, probablemente me muera de frustración y, ¿cómo le vas a explicar eso a Lucy?
– Eso es chantaje.
La sonrisa de él hizo que a ella le temblaran las rodillas.
– Sólo si no quieres jugar. Pero quieres hacerlo, ¿no es así, Bronte?
– Sí… -dijo ella y asintió para asegurarse de que él la había entendido-. Por lo menos… ¿Cómo lo has sabido?
– Brooke no se ruborizaba nunca.
Y, ante esas palabras, Bron se ruborizó inmediatamente.
– Ella tenía unas rodillas exquisitas. Y no tenía esa cicatriz en la ceja. Además de que no aprobó a la primera el examen de conducir. Me lo dijo ella misma.
– Oh -dijo ella respirando con dificultad-. Bueno, por lo menos ahora que los dos sabemos quienes somos…
– ¿Sí?
– ¿Podríamos ir a un lugar más cómodo?
Él sonrió de nuevo.
– ¿A dónde quieres?
Entonces ella pensó en la hermosa cama antigua de él, pero no podía decir eso. Pero no tuvo que decir nada, era como si Fitz le pudiera leer el pensamiento.
– ¿Qué le vamos a decir a Lucy? -dijo Bron de repente mientras volvían al hospital como dos adolescentes sintiéndose culpables por haberse olvidado del tiempo y llegaban tarde a casa.
– Nada. Sigue con tu plan original, Bronte. Pon alguna excusa a lo de Francia y luego vuelve como tú misma. Eso era lo que habías pensado, ¿no?
No había habido tiempo para hablar ni pensar. Ni siquiera para cenar. Sólo había habido la acuciante necesidad de conocerse el uno al otro, de sentir el calor de la piel contra piel. Pero, al parecer, las palabras eran innecesarias.
– Si tú apareces en Francia y le dices que Brooke te ha pedido que vayas en su lugar, ella…
– Se enfadará mucho.
– No por mucho tiempo. Ya la has oído, Bron. Ella te ama. Puedes tener un nombre distinto, pero sigues siendo la misma persona, así que no podrá evitar amarte de nuevo.
– ¿Sabes que llevas la camisa al revés?
Él se soltó el cinturón de seguridad entonces.
– No, pero ya que lo dices, me la colocaré, si me ayudas.
Ella se rió y lo rodeó con los brazos, tiró de la camisa y se la sacó por la cabeza.
– Por Dios, mujer, ¿qué haces? Estamos en un aparcamiento público.
– Si entras ahí con la camisa así, todo el mundo sabrá lo que he estado haciendo -dijo ella dejando de reír-. No podemos empezar con una mentira, Fitz. Tenemos que contarle la verdad.
– No sabes lo que me estás pidiendo. No sabes…
Ella le puso una mano en la boca.
– Sí. Lo sé. Yo hice esto, no tú, y yo se lo contaré. Tú eres el ancla de su vida, debe poder confiar en ti y tú no puedes fallar a esa confianza.
– Yo quiero que ella te ame, que confíe en ti.
– Y yo, pero me lo tengo que ganar, Fitz. Por mí misma.
– ¿Estás segura?
– Nunca he estado más segura de nada en mi vida. Vamos. -Bron se inclinó sobre él, le dio un beso y fue a salir-. Se estará preguntando qué nos ha pasado.
– No es la única -dijo él poniéndose de nuevo la camisa-. Quédate aquí. Yo te ayudaré a bajar.
Ella esperó, no porque necesitara su ayuda, sino por el placer de sentir sus manos alrededor de la cintura.
Al cabo de un momento, él lo hizo y ella se agarró a su cuerpo.
– Todo irá bien, Bronte, lo entenderá -le dijo él cuando ya estuvieron fuera.
– ¿Seguro? -dijo ella tratando de sentir lo que sentiría si fuera Lucy-. Espero que tengas razón.
– Confía en mí. Toma, sujeta esto mientras yo cargo con la televisión.
Ella tomó el carrito en que habían metido todo lo que Lucy les había pedido. -¿Qué ha pasado con eso de nada de televisión por esta noche?
– Me he sentido culpable. No he podido soportar imaginármela en el hospital sin poder ver los dibujos animados de la mañana mientras nosotros estamos en casa divirtiéndonos.
Ella volvió a ruborizarse.
– Yo he venido para quedarme con ella, Fitz.
– ¿Sí? ¿Y quién se está sintiendo culpable ahora?
Bron no quiso responder, así que Fitz añadió:
– Entiendo. En eso soy un experto. Viene con la paternidad. Lo empiezas a sentir desde el principio. No me di cuenta de lo mucho que te afecta hasta que me encontré a mí mismo pensando en cómo podía convencer a tu hermana para que se casara conmigo y así Lucy pudiera tener lo que deseaba…
– Ya le habías pedido antes que se casara contigo -dijo ella de repente, temiendo mirarlo a los ojos.
Pero él le puso un dedo bajo la barbilla y la obligo a mirarlo.
– Se lo pedí por Lucy y ella se rió, pero cuando repetí ayer la oferta, tú no te reíste, sólo pareciste muy sorprendida. Si yo no hubiera estado tan idiota, me habría dado cuenta de que tú no podías ser Brooke. Ella nunca habría ido a la fiesta de un colegio sólo para hacer feliz a una niña. Nunca fue tan amable y generosa.
– Pero tú la amenazaste.
– ¿Fue por eso por lo que tú viniste, Bronte? ¿Para proteger el buen nombre de tu hermana? -dijo él riendo-. ¿De verdad te crees que a ella le hubiera importado cualquier amenaza que yo le hubiera dirigido? Me conoce demasiado bien como para eso.
Por supuesto que así era. Él había sido su amante. Brooke había llevado a su hija e, incluso ahora, seguía afectándole de alguna manera. Él estaba haciendo como si no le importara, pero le importaba. Él simplemente había estado haciendo el amor a la imagen de Brooke, tratando de revivir un pasado imposible, de vivir un futuro imposible.
Fue entonces cuando Bronte se dio cuenta de que si ella estaba viviendo un sueño, no era el suyo, entonces ese brillante mundo nuevo que se había forjado, se rompió en pedazos.
Capítulo 9
Ella era Bronte Lawrence. Bronte, no Brooke. Y, ni siquiera por Fitz iba a vivir una mentira ni permitirle a él que la viviera a través de ella.
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