Cuando le dije a mi amiga Josie que era usted mi madre, ella no me creyó y ahora todas las niñas de mi clase dicen que me lo inventé…

En ese punto, la carta, tan formal, mostraba la señal de una lágrima. Se le hizo un nudo en la garganta y siguió leyendo.

Que me he inventado lo de tener una madre famosa y todo el mundo se ríe de mí. Incluso la señorita Graham, mi profesora principal, no me cree y eso no es justo porque yo siempre ando rompiendo cosas, pero nunca digo mentiras, así que, venga, por favor, para que todos sepan que estoy diciendo la verdad. Ya sé que está muy ocupada salvando la selva y a los animales, así que no quiero ser una molestia y, si viene, nunca más le pediré nada, se lo prometo.

Y firmaba:

Su amante hija, Lucy Fitzpatrick.

P.S.

No va a tener que ver a papá, ya que él no sabe que le he escrito.

P.P.S.

No sé si sabe que mi colegio está el Bramhill House Lower School y está en Farthing Lane, Bramhill Parva.

P.P.P.S.

Es a las dos de la tarde.

Bron miró de nuevo el sobre por si se había equivocado al leer la dirección.

No. La escritura podía ser de una niña, pero estaba suficientemente clara. ¿Qué demonios…? Entonces cayó en la cuenta. Una madre famosa que estaba salvando la selva… La carta no era para ella, sino para su hermana. Era un error muy normal y que sucedía muy a menudo cuando ambas vivían en casa, pero hacía mucho tiempo que nadie escribía a su hermana a esa dirección.

Pero seguía sin comprender.

Brooke nunca había tenido una hija. Esa carta debía de ser de alguna pobre niña sin madre, que la había visto en televisión y se había enamorado de ella, como todo el mundo.

Volvió a leer la carta. Era tan triste que la hizo sonreír. ¡Y la idea de imaginarse a su hermana como madre era tan divertida!

¿Cómo podía haber tenido Brooke una hija sin que lo supiera nadie? ¿Cómo podía haberlo tenido oculto todos esos años? Unos ocho o nueve, a juzgar por la letra de la niña.

Aunque la posibilidad le resultaba remota, su cerebro estaba haciendo cuentas, pensando en dónde había estado su hermana hacía ese tiempo. Entonces debía estar en la universidad.

Bron leyó el remite. Aquello estaba en la costa sur, a sólo unos kilómetros de la universidad a donde había ido su hermana. Entonces agitó la cabeza. La idea era ridícula. Imposible.

Subió al piso de arriba y se puso unos pantalones cortos y camiseta, sujetándose el cabello con una goma.

Luego siguió estudiando la carta.

Durante su tercer curso, Brooke no había ido a casa después de Semana Santa a pesar de que su madre había pasado una crisis y preguntaba por ella.

Y la Semana Santa no había sido muy alegre tampoco, ya que Brooke se había sentido mal y se había pasado todo el tiempo diciendo que tenía frío y no había comido prácticamente nada.

Bron se sentó en la cama. Después de eso, su hermana no había vuelto, diciendo que tenía mucho trabajo. Luego, después de finalizar el curso, se había ido a España a llevar a cabo un proyecto. No habían recibido ninguna postal. Al parecer también había estado demasiado ocupada.

Y, cuando volvió, no lo hizo bronceada. Luego le ofrecieron ese trabajo en la televisión y cada vez supieron menos de ella.

Esa carta era muy educada para tratarse de una niña en la escuela primaria, pero también parecía muy desesperada. ¿Podría Brooke haber tenido una hija y haberla dado en adopción?

¿Pero cómo habría podido averiguar esa niña quién era su madre?

Pero no debía ser eso, la niña decía en la carta que no iba a tener que ver a su padre.

Aquello era como para romperle el corazón.

Se metió la carta en el bolsillo y bajó a la cocina para hacerse un té.

Allí volvió a sacar la carta. No, debía tratarse de un error. Era imposible. Brooke no era de la clase de chica que se quedara embarazada. Era demasiado lista y egoísta. Siempre había sabido lo que quería y lo había logrado. Cuando se fue a Brasil sabía que su madre estaba muriendo.

Y, si no hubiera querido que le guardaran el coche en el garaje, ni se habría pasado por allí para despedirse. Pero si era tan imposible, ¿por qué no se podía quitar de encima la idea?

Volvió a leer la carta. Esa tal Lucy. Podía ser su sobrina…

No, se negaba a creerlo. ¿O tenía miedo de creerlo? ¿Tenía miedo de que su hermana tuviera tan poco corazón? No, tenía que ser una pequeña sin madre que había elegido a su hermana para el papel. Una niña pequeña que esperaba que una mujer que mostraba tanta compasión por los animales tuviera alguna de sobra para ella.

Fitz se volvió, Lucy estaba pintando algo sobre la mesa de la cocina.

– ¿Vas a tardar mucho? El té está casi listo.

Ella recogió los lápices y la pintura y los metió en su cartera. Luego lo miró con sus grandes ojos azules y brillantes inusualmente tristes.

¿Desde cuándo sabía quién era su madre? ¿Cuándo había encontrado su certificado de nacimiento, la foto de Brooke Lawrence, todas las cosas que él había mantenido guardadas en su escritorio, en lo más profundo de su vida?

Se había dicho que algún día tendría que contarle todo. ¿Pero cuál era el mejor momento para contarle a una niña que su madre no la había querido?

– Ya he terminado -dijo Lucy sonriendo-. ¿Pongo la mesa?

Cuando sonreía así se parecía mucho a Brooke. El cabello castaño y los ojos azules no eran los de ella, pero esa sonrisa…

– Por favor -le dijo y apartó la mirada.

¿Por qué seguía afectándolo de esa manera? Pudiera ser que Brooke tuviera la sonrisa de un ángel, pero sólo eso. En lo más profundo de su ser lo había sabido siempre, incluso cuando la había perseguido con una insistencia que había sido el noventa por ciento las hormonas y el resto, sentido común.

¿Cómo le iba a decir a esa niña a la que tanto quería que su madre nunca la había querido? ¿Que se la había dado a él y luego se había marchado de su lado el día después de que ella naciera?

Pero Claire Graham tenía razón, tenía que decirle algo, y que fuera lo más parecido a la verdad. Cuando fuera lo suficientemente mayor ya le podría preguntar ella en persona a Brooke por qué la dejó así. Y entonces, tal vez se lo pudiera contar a él, ya que nunca lo había entendido.

Tenía que decírselo ahora, antes de que Lucy se inventara una docena de fantasías.

– Lucy…

– ¿Qué vamos a comer?

– Spaghetti carbonara.

– Oh, muy bien. ¿Me puedo tomar un refresco?

La miró y el poco valor que tenía se esfumó.

– Si yo me puedo tomar una cerveza.

– ¡Ecs! La cerveza es desagradable.

– ¿Oh? ¿Y cómo sabes a qué sabe?

Lucy se rió y a él se le agitó el corazón, como siempre. -Vale, ve a por las bebidas mientras yo sirvo.

Más tarde lo intentó de nuevo.

– Lucy, la señorita Graham me pidió que la fuera a ver hoy.

La niña lo miró alarmada.

– ¿Oh? ¿Puedo poner la televisión?

Estaba claro que estaba evitando preguntarle el motivo de la visita.

– Espera un momento.

– Quiero ver una cosa…

– Me dijo…

No pudo hacerlo.

– Me habló del día del deporte -dijo por fin-. ¿Te olvidaste de decírmelo o es que no quieres que vaya?

Ella lo miró asustada.

– ¡No! ¡No debes ir!

– ¿Por qué? ¿Es que vas a llegar la última en todo?

Por un momento la vio luchar con una mentira, con la tentación de decirle que lo iba a hacer muy mal. Pero tal vez se diera cuenta de que a él no le importaba nada lo que hiciera en la carrera y que lo que le importaba era que ella se divirtiera.

– No, pero si vas, se estropeará…

– ¿Qué?

– Yo… Yo he hecho algo que va a hacer que te enfades mucho, papá.

– Deja que sea yo el que decida eso. No creo que sea tan malo como piensas.

– Yo le he escrito a mi…

– ¿A quien le has escrito?

– A mi madre. Le he escrito y le he pedido que venga el día del deporte. Lo he hecho porque todos dicen que estoy mintiendo, porque no me creen, pero es cierto, ¿no? Brooke Lawrence es mi madre.

A él se le hizo un nudo en la garganta, pero aún así, tuvo que decirlo.

– Sí, Lucy. Tu madre es Brooke Lawrence.

– ¡Sí! -exclamó Lucy-. Y vendrá el día del deporte y todo el mundo lo sabrá.

Echó a correr y, por el camino, al entrar al salón, tiró al suelo un perro de porcelana. Fitz la agarró y luego recogió los restos del perro.

– No te preocupes, podemos pegarlo -le dijo.

La niña se había quedado muy quieta y lo miró.

– Tomé la llave de tu escritorio de tu armario -dijo ella de repente-. Estábamos haciendo un trabajo sobre la historia familiar y Josie me enseñó su certificado de nacimiento. En él estaba el nombre de su madre y yo me di cuenta… Lo siento, papá.

No, era él quien tenía que sentirlo. Nunca debía haber permitido que Lucy lo supiera de esa manera.

– ¿Viste las fotos, los papeles de la custodia?

Por supuesto que tenía que haberlos visto. Si no, ¿cómo había encontrado su dirección para escribirle?

– Ella vendrá, ¿no, papá? -dijo desesperadamente-. Le dije que tú no estarías, que no tendría que encontrarse contigo.

– ¿Lo hiciste? -dijo él casi sonriendo-. En ese caso, estoy seguro de que irá. Si puede. Pero puede que esté fuera, haciendo uno de sus reportajes. ¿Has pensado en eso?

El rostro de Lucy se puso pensativo, pero inmediatamente brilló de nuevo.

– No, no puede estar fuera. La vi en televisión la semana pasada.

Sí, él también la había visto, presentando una nueva serie que empezaría el mes siguiente. Pero eran recortes de otros reportajes y no significaban nada.

Pero él se iba a asegurar por todos los medios a su alcance de que esa mujer fuera a ver a su hija el día del deporte.

Capítulo 2

Bron pensó que no lo podía retrasar más, iba a tener que llamar al padre de Lucy para hablarle de la carta, cosa que no le apetecía nada.

Pero estaba claro que Lucy era una niña que necesitaba ayuda y, tal vez ella fuera la única persona en el mundo que lo supiera.

Se había pasado toda la larga y silenciosa noche diciéndose que no tenía que meterse en los problemas domésticos de otras personas, pero no había logrado convencerse.

A primera hora de la mañana, había abandonado sus intentos de dormir y salió al jardín. Ya tenía bastantes problemas con su vida como para preocuparse por los de los demás. Por ejemplo, todavía no sabía qué hacer con su vida. No tenía ninguna preparación para trabajar. Lo único que había sabido hacer era cuidar de su madre.

Ese pensamiento la devolvió a Lucy, a preguntarse quién la estaría cuidando. ¿Un ama de llaves o una niñera quizás? ¿O volvía a una casa vacía después del colegio, mientras que su padre seguía trabajando?

Se dirigió al teléfono y marcó el número de información. Allí le dieron el teléfono de unos Estudios Fitzpatrick.

Se preguntó qué clase de estudios. ¿De cine?

El corazón le dio un salto. Eso podía encajar, había dado por hecho que Lucy había elegido a Brooke por madre porque era famosa. Pero si su padre hacía películas, la coincidencia era demasiado…

¿Pero qué clase de estudios de cine estarían en un pequeño pueblo de Sussex?

De todas formas, después de anotar el número, pensó que el padre de la niña tenía que saber lo que estaba pasando y ella no podía ignorarlo. Si Lucy estaba tan desesperada por amor que necesitaba a Brooke como madre de fantasía… ¿Pero y si no estaba fantaseando?

No importaba. Iba a tener que llamar. Pero después de desayunar, nadie podía afrontar algo como eso con el estómago vacío.

Poco después tomó el teléfono de nuevo. Sonó tres veces y ya pensaba que no iba a haber nadie, lo que la alivió.

– James Fitzpatrick -dijo una voz.

Una voz como el chocolate fundido. Como un chocolate oscuro y caro.

– No puedo atenderle ahora -continuó la voz-, pero si me deja un mensaje, me pondré en contacto con usted.

Bron todavía tenía el auricular en la mano cuando llamaron a la puerta insistentemente. A Fitz le había resultado imposible hablarle a Lucy de su madre. Se dijo a sí mismo que lo otro no sería tan difícil. Pero mientras salía de la casa, todavía no estaba nada seguro de estar haciendo lo correcto.

Podría ser más inteligente dejar que todo se calmara por sí solo. Brooke sabía donde encontrarlo, pero no lo había hecho en casi nueve años; en todo ese tiempo ni se había molestado en llamarlo para preguntar por su hija.

Bueno, ése era el trato al que él había accedido.

Hasta el momento en que se había dado cuenta de que ella dijo en serio lo de que iba a dar en adopción a la niña, Fitz nunca había pensado mucho en lo que eso significaba. Nunca se había tenido por un hombre que quisiera tener hijos, pero entonces esa criatura que habían creado se le hizo tan real, tan preciosa, que lo había inundado el ansia por protegerla. Y, cuando por fin la tuvo en sus brazos, horas después de nacer, supo que no podría soportar separarse de ella.