Le habría prometido a Brooke cualquier cosa en ese momento y nunca había dudado de que se había quedado con la mejor parte del trato. La había soportado durante el embarazo, la había cuidado, en la seguridad de que, una vez que tuviera a su hija en brazos, la amaría. Luego, después de que Lucy naciera, cuando Brooke le dijo tan tranquilamente que la iba a dar en adopción, fue cuando llegaron a ese acuerdo.

Y así estaban… Ahora allí estaba él, delante de una casa que, hasta ese momento, no había sido más que una dirección en el documento que le daba la custodia de Lucy, aunque bien podía estar haciendo una tontería.

Ésa era la casa de la familia de Brooke y, seguramente, ella no había vivido allí desde sus días en la universidad, pero era la única dirección que tenía.

Vio entonces que el cartero se acercaba a la casa con unas cartas y un paquete en la mano, algo que había que firmar.

¿Quién abriría la puerta? ¿La madre? ¿El padre?

– Brooke…

Ese nombre se le escapó sin querer. Era lo último que se habría imaginado. Pero allí estaba ella, había abierto la puerta y estaba hablando con el cartero, dedicándole una de sus famosas sonrisas. Antes de saber lo que estaba haciendo, salió del coche y se dirigió a la casa.

El cartero lo vio llegar y le abrió la puerta de la cerca. Pero él se detuvo en medio del camino.

¿Y si ella se negaba a hablarle? ¿Y si se lo tomaba como un fantasma del pasado que había preferido olvidar?

Tenía todo el derecho a hacerlo. El le había prometido que nunca se pondría en contacto con ella, que nunca traicionaría su secreto. Pero entonces nunca se había imaginado que tendría que mantener esa promesa. Y la felicidad de Lucy era más importante que ninguna promesa. Salió del sendero y se dirigió al jardín trasero de la casa.

Bron dejó sin abrir la carta certificada de la compañía de seguros de su madre sobre la mesa de la cocina. Su madre estaba muerta y nada cambiaría eso, pero Lucy estaba viva y necesitaba ayuda ahora. Tomó de nuevo el teléfono y volvió a marcar. Le dejaría un mensaje al tal James Fitzpatrick para que la llamara. Mientras sonaba el teléfono, una sombra pasó por delante de la ventana. Alguien estaba dirigiéndose a la puerta trasera de la casa. Sin duda la señora Marsh para ver cómo estaba.

– Adelante… -dijo.

Entonces volvió a oír la voz, pero esta vez no venía del teléfono.

– Brooke… -dijo él y ella se dio la vuelta.

Supo inmediatamente quién era él.

– James Fitzpatrick.

Como para confirmarlo, la voz del contestador le repitió el nombre.

Él no se movió por un momento, se quedó en la puerta.

– Eso es un poco formal dadas las circunstancias, Brooke. Sigo llamándome Fitz.

– Fitz -repitió ella mientras trataba de pensar qué estaba sucediendo.

Él, al parecer, se tomó esa pausa como una invitación y entró en la cocina. La voz era perfecta, el hombre era perfecto. Más que perfecto, era hermoso. Alto, con hombros anchos, delgado, con el cabello oscuro y rizado, una boca sensual y unos hermosos ojos azules. Ningún hombre tenía derecho a estar tan bien.

– Estaba tratando de llamarte… -dijo ella.

– Entonces eso responde a mi pregunta. Has recibido la carta de Lucy.

Bron miró entonces el sobre que había dejado también sobre la mesa de la cocina. Desafortunadamente, trató al mismo tiempo de colgar el teléfono. Falló y el auricular dio en la pared. Todo terminó por los suelos.

James Fitzpatrick se acercó y se inclinó para recoger el aparato.

– Se ha roto -dijo.

– Ya lo estaba.

– Ya veo -dijo él mirándola-. Me he preguntado a menudo a quién se parecía Lucy en esto.

¿Lucy era torpe?

– Me has asustado -dijo ella-. ¿Por qué has venido por la puerta trasera?

– Pensé que sería una buena idea tomarte por sorpresa, antes de que tuvieras tiempo de echar la cadena de seguridad.

A Bron le estaba resultando difícil respirar con él tan cerca. ¿Era ése el padre de Lucy? ¿Brooke se había apartado de ese hombre para irse a filmar monos y arañas en unos pantanos infestados de mosquitos? No podía creerse que su hermana fuera tan tonta.

– ¿Y por qué iba a hacer yo eso?

– Hice una promesa. Y el hecho de que esté aquí debe indicarte que estoy a punto de romperla.

¿Qué promesa?

– ¿Por Lucy? ¿Cómo está…?

– Has tenido casi nueve años para hacer esa pregunta -la interrumpió él.

– No he querido decir…

– No tienes que hacer como si te importara, Brooke, no por mí. Ahórratelo para tu hija.

¿La hija de Brooke?

Brooke lo estaba mirando como si estuviera atontada y vio con satisfacción que no era el único al que le estaba costando respirar. Pero seguramente ella lo estaría esperando, si había llegado al punto en que lo iba a llamar, seguramente para que no la fuera a buscar. No le cabía duda de que lo iba a hacer para detenerlo. Como si alguien pudiera hacerlo.

Era curioso. La había visto en televisión docenas de veces y nunca había sentido nada. Había estado tan seguro de que ella era incapaz de hacerle eso de nuevo y, ahora resultaba que era como si todos esos años no hubieran pasado, ella siguiera teniendo veinte años y lo estuviera mirando sentados en un banco del campus de la universidad.

Cuando se conocieron, ella había sido como si a él le entrara una especie de locura. Al parecer, era una locura recurrente, así que iba a tener que hacer un gran esfuerzo de voluntad para recordar la razón que lo había llevado allí.

– Si has recibido su carta -dijo-, ya sabes porqué estoy aquí. Lucy necesita desesperadamente que vayas al día del deporte de su colegio, Brooke.

– No. Yo no…

– Sí, tú -dijo él secamente-. Tú estarás allí a las dos de la tarde, vestida de exploradora.

Como ella fue a decir algo, él se lo impidió levantando la mano y añadiendo:

– Y no voy a aceptar un no por respuesta. Esto no es por mí, es por Lucy.

– Por favor, escúchame…

– No, ya estoy harto de escuchar. Esta vez lo harás a mi manera. Lo harás o yo conseguiré que todo el mundo sepa lo que hiciste con tu hija.

Fitz se quedó horrorizado por lo que acababa de decir, no lo había hecho en serio, no sabía de dónde había salido esa amenaza. Pero al ver la expresión de ella, se dio cuenta de que había dado en el blanco, su imagen significaba más para ella que su propia hija.

– Iré con el cuento a la prensa amarilla, Brooke. ¿Crees que la gente seguirá queriéndote entonces?

Los ojos grises de ella se abrieron mucho en lo que pareció ser un gesto de dolor.

– ¡No puedes hacer eso!

No era dolor, sino miedo. Bueno, eso estaba bien, lo podía utilizar, ella le había enseñado cómo.

– Prueba.

Entonces él la hizo apoyar la espalda en la pared y la besó, apretándola con la boca, la lengua, el cuerpo, deseándola, odiándola, odiándola por desearla tanto. Bron, atrapada contra la pared de la cocina por el duro cuerpo de un hombre que pensaba que era su hermana, atrapada entre sus manos y su cuerpo, se quedó rígida por la sorpresa. Luego empezó a pelear porque tenía que decírselo. Lo agarró por los hombros tratando de apartarlo, pero sus dedos no lograron nada, no sentían nada. Lo único que sentía era la boca de James Fitzpatrick.

Una boca dura y exigente, que la estaba castigando por lo que había hecho su hermana. Pero bajo la ira había un ansia que despertó en ella todo lo que era femenino, todo lo que había estado oculto esos años de perdida juventud, un ansia que se apoderó de ella y, en vez de tratar de apartarlo, sus manos se posaron en el cuello de él, acariciándoselo y entreabrió la boca para que sus lenguas se reunieran.

Fitz había querido castigarla, que sintiera lo que él había sentido, toda la ira, el dolor, el resentimiento, pero después del primero momento de sorprendida resistencia, cuando ella se derritió en sus brazos, él supo que sólo se estaba castigando a sí mismo.

De repente se vio luchando por conservar el control, por resistirse a la atracción del cuerpo de ella, por no volver a caer en la autodestrucción.

Se quedó donde estaba por un momento, con las manos apoyadas en la pared y la boca a escasos centímetros de la de ella. Los labios de ella estaban levemente entreabiertos. Estaba sonriendo, riéndose de él, de nuevo.

– El viernes -dijo secamente mientras retrocedía-. A las dos. Ve o leerás sobre ti cosas que no te van a gustar.

Cuando se alejó de la cocina, sonrió él también. Debería estar suficientemente a salvo en una escuela primaria en un día como ése. A Brooke la mantendrían muy ocupados los profesores, padres, niños y demás. A Lucy le encantaría. Pensó en llamar a Claire Graham para advertirla. Luego recuperó la cordura y decidió no hacerlo.

Se metió en el coche y pensó en cómo podía haber llevado todo eso tan mal. Había pretendido pedirle a Brooke que hiciera eso por Lucy y había estado dispuesto a ofrecerle lo que fuera y, en vez de eso, se había comportado como un mono cargado de hormonas. Entonces sonrió de nuevo, Brooke diría que estaba siendo muy poco amable con los monos, y así era. Pero ella había disfrutado con ello. Lo cierto era que él había pensado que era completamente inmune a sus encantos, pero no era así.

Bronte permaneció muy quieta un largo tiempo después de que James Fitzpatrick, Fitz, se hubiera marchado. En un momento ella estaba utilizando inocentemente el teléfono, pensando en dejarle un mensaje a alguien que no conocía y, al siguiente, era besada como si fuera el fin del mundo. ¿Cómo había sucedido? ¿Cómo lo había permitido? En el momento en que él la tocó, había sabido…

Se tocó los labios con la lengua. Estaban calientes e hinchados. Pero no sólo los labios, todo su cuerpo estaba igual y, por fin entendió como su hermana, su cuidadosa y controlada hermana, había cometido el viejo error de quedarse embarazada.

Si ella fuera joven y alocada podría pensar que ser besada por ese hombre era lo único que necesitaba.

Por fin se movió y se sentó en una de las sillas de la cocina. Luego se rió un poco histéricamente. Había tratado de decirle que ella no era Brooke, pero él no la había escuchado. Bueno, él sólo había tenido una cosa en mente.

No se podía creer que no hubiera visto las diferencias que había entre ellas. Brooke era tan elegante, tan hermosa…

Era cierto que había una semejanza superficial entre ellas. Tenían la misma altura, los mismos rasgos, el mismo color de cabello rubio, pero ahí terminaban las similitudes. Incluso en el colegio, Brooke siempre había sido la elegante, mientras que ella siempre había tenido la falda arrugada y los dedos manchados de tinta, además de las señales de ir dándose siempre golpes con los muebles.

Se miró las rodillas manchadas por la hierba, las manos sucias de haber estado trabajando en el jardín.

Entonces se encogió de hombros. Ese hombre y su hermana llevaban casi nueve años sin verse y, eso era mucho tiempo, el suficiente como para borrar los detalles. Aunque no el suficiente como para embotar la pasión. Se estremeció. Había tratado de decirle… Pero debía haberlo intentado más decididamente.

Miró al teléfono y pensó que debería llamarlo para explicárselo. Pero lo haría más tarde. Por lo menos tardaría un par de horas en llegar a su casa. ¿Cómo iba a poder llamar a un hombre para decirle que había cometido un error como ése?

Dejándole el mensaje en el contestador, así.

Llamó y dijo:

– Señor Fitzpatrick… Fitz…

Pero entonces se le ocurrió que podía ser Lucy la que oyera el mensaje.

Colgó.

Tendría que darle el mensaje directamente.

Así dejó pasar el día. Cuando fueron las siete pensó que sería la hora del baño de Lucy. ¿O estaría haciendo los deberes?

Las ocho. Para Brooke y ella ésa había sido siempre la hora de acostarse. A las ocho tenían que estar en la cama.

Decidió que, lo mejor sería llamar a las nueve.

A las nueve menos cuarto ya no pudo esperar más. Tomó el teléfono y marcó mientras repasaba lo que le tenía que decir.

– Bramhill seis cinco tres siete cuatro nueve -dijo una voz de niña-. Le habla Lucy Fitzpatrick.

– Lucy…

Bron se llevó una mano a la garganta. La niña parecía tan madura…

– ¿Mamá? -dijo Lucy insegura-. ¿Mamá? Eres tú, ¿verdad?

Bron se quedó helada, incapaz de responder. En su deseo por hablar con James Fitzpatrick, acababa de hacer exactamente lo que había tratado de evitar.

– Papá dijo que no recibirías mi carta, que debías estar fuera, pero yo recé…

– ¿Quién es, Lucy? -dijo a lo lejos la voz de James Fitzpatrick.

– Es mi mamá. ¡Mi mamá! Papá, ha llamado, va a venir. Ya te dije que lo haría.

Entonces alguien tapó el auricular. Luego sonó la voz de él.

– ¿Brooke?

Ella no pudo responder, debería haber hecho que la escuchara esa mañana, debería haberlo llamado inmediatamente. De repente todo lo que debió hacer le pareció tan evidente. ¿Por qué no lo habría hecho? ¿Porque no había querido?